El pensamiento musulmán influyó a Ramon Llull, sobre todo la vía sufí, a tal punto que Asín Palacios lo llamaba el sufí cristianizado. A la luz del aniversario de la célebre Disputa de Bugía, es interesante intentar recomponer el debate histórico y demostrar que, sin renegar de nuestras convicciones, podemos ponernos en el lugar del otro para dar testimonio de nuestra fe, para intentar entender, instruir, criticar y acoger al otro y, a la vez, intercambiar y dejarnos transformar a fin de acceder a lo universal. Este cometido tan importante y vital Ramon Llull lo desempeñó con admirable valentía. Para Llull, el tema por excelencia es teológico, filosófico, místico. Sus libros clave, como el Libro del gentil y los tres sabios y el Gran Arte,son un símbolo de ello. En el Liber de demonstratione enseña que la inteligencia humana tiene las capacidades necesarias para entender la existencia del Creador y captar la relación con el otro. La exaltación de los poderes de la razón constituía para Llull una labor prioritaria, si bien él mismo precisaba que la fe se eleva por encima de la razón. No obstante, la ignorancia y una gran equivocación parecen imponerse en el pensamiento occidental a propósito del islam, y del pensamiento de Averroes, la falsafa y el sufismo. Por ejemplo, aunque el islam no profesa la teoría de la doble verdad irreconciliable, la de la fe y la razón, Llull critica a Averroes inspirándose en el sufismo, como él mismo afirma en el Libro de amigo y amado.
Averroes, maestro de la falsafa o gran comentarista, sigue siendo una referencia para entender la relación entre la fe y la razón. Para reforzar su teoría, Averroes se sirvió de numerosos versículos del Corán, objeto de meditación por parte de los místicos y cuyo simbolismo le resultaba muy útil. Así, por ejemplo, en uno de sus textos hacía referencia al versículo en el que el profeta Moisés pedía a Dios que se le apareciera y en el que recibió esta respuesta: «No me verás; mira esta montaña: si permanece inmóvil en su sitio, me verás.» Pero cuando Dios se apareció en la montaña, la redujo a polvo y Moisés cayó desvanecido. Para que el ser humano pueda captar el sentido de la vida y aprender a vivir, debe basarse ante todo en la apertura a lo que existe, empezando por el otro, cuya presencia, al igual que la interpretación recíproca que permite, es beneficiosa. En cambio, el intelecto pasivo y la cerrazón son perjudiciales; constituyen un obstáculo para la realización de la vida. Ibn Rochd (Averroes) demuestra la necesidad del diálogo entre la razón y la fe, entre los individuos, los pueblos y las culturas, por encima de las diferencias. Dialogar es una exigencia que tiene un denominador común, la razón; esta última debe ser incondicional y, al mismo tiempo, tiene que estar iluminada por la Palabra divina, que aconseja al razonamiento. La originalidad radica en el hecho de que los mandatos divinos son la base de la autonomía y la responsabilidad de la razón, a diferencia de lo que pretende la tradición cerrada. Así, pues, la Revelación, que corre un riesgo al intervenir en el mundo de los hombres, no cierra el horizonte con sus orientaciones; muy al contrario, orienta al ser humano a fin de llevarle a asumir sus responsabilidades. Esta vía permite, en primer lugar, acoger al otro, el otro en tanto que otro, el extraño con la extrañeza de la diferencia y, de este modo, hacer realidad la justicia. Permite también asumir los cambios, las transformaciones y los trastornos provocados por el paso del tiempo. Por último, permite acceder, en la medida de lo posible, al sentido pleno de la vida.
La posibilidad de la religión, la necesidad del vínculo, que evocan tanto el latín religio como el árabe din (vasallaje, alianza, crédito, relación), es de una importancia capital a la hora de controlar y superar las dificultades de la convivencia. En opinión de Averroes, la razón es la herramienta privilegiada para la convivencia en la medida en que precede y determina a la comunidad humana. Antes de tomar cualquier decisión subjetiva, tengo el deber de razonar con el otro. Averroes sabe que el Corán distingue, pero no contrapone lo subjetivo a lo objetivo, lo sagrado a lo profano, puesto que el campo de lo sagrado se limita a algunos lugares y símbolos. El objetivo del pensador es alcanzar una cultura universal de la fe y la razón, que residen en todo intercambio con el otro.
La investigación de Averroes aborda lo que resiste, esa dimensión del vínculo, la unión/desunión, cuyas potencialidades revela. En la versión de lo humano según el islam, descubrimos, cuando se trata de superar las tensiones, una exigencia de apertura al otro desde la vigilancia, sin ser el rehén del otro. Según Ibn Rochd, el islam plantea la necesidad de pensar la diferencia. Ve en ello un elemento básico, incluido en el designio de la creación, para aprender a conocer al otro. La orientación que señala Ibn Rochd consiste en dar una respuesta sin condiciones previas, que no esté sometida a ninguna influencia ni limitación. La fe es esta respuesta intuitiva, nos dice el filósofo. Debemos respondernos a nosotros mismos, responder al mundo, responder al otro. Digamos lo que digamos, hagamos lo que hagamos, respondemos al mundo y respondemos del mundo: ésa es nuestra responsabilidad.
El testimonio, la shahada, condición para entrar en el islam, es un compromiso, una responsabilidad, una señal de incondicionalidad que empieza por la negación y el rechazo (el la) de todas las condiciones, ídolos y referencias relativas. Desde la fidelidad a Averroes, hoy podemos afirmar que no se entendería nada de la religión si se contrapusieran o confundieran la razón y la religión, uno mismo y el otro, el sentido y la lógica, lo mismo y lo distinto. Contraponer sin matices, confundir sin moderación, no es ni musulmán ni objetivo.
«La verdadera interpretación», nos dice Averroes, aludiendo a un versículo del Corán, «es la entrega que se hizo al hombre». La razón debe ayudarnos a captar el sentido de nuestra humanidad y de nuestro destino. En este sentido, el Corán no se dirige sólo al creyente, al musulmán, al monoteísta, sino al hombre, al ser humano; no hay ninguna ambigüedad en la aspiración: implica a toda la humanidad. Averroes demostró la necesidad de reconocer que el hecho de pensar no debía sufrir limitación previa alguna y, al mismo tiempo, que la relación con los otros, distintos de nosotros, era la condición insoslayable para la búsqueda de la verdad: «Nuestro deber tendría que ser empezar por el estudio, y el del siguiente investigador, pedir ayuda al anterior, y así sucesivamente hasta que el conocimiento fuera perfecto. […] Está claro que, en nuestro estudio, tenemos el deber de valernos de lo que otros han dicho antes sobre el tema, pertenezcan a no a nuestra religión […] Basta con que cumplan con los requisitos de validez.»
Aún hoy en día, los requisitos de validez, de acceso a lo universal, son el problema. Al intentar delimitar la cuestión de la relación con el otro, del extraño, de la diferencia de los nombres y los lugares de cada uno, lo que le interesa a Averroes es delimitar la cuestión de la validez universal y, de ese modo, lograr la superación de los antagonismos producidos por las diferencias entre razón e intuición. Al tratar la relación entre filosofía y religión, no busca sólo ponerlas de acuerdo, como repiten la tradición y el orientalismo. Se produce entonces un gran momento en el pensamiento musulmán, confrontado a la dificultad de la validez de la verdad: «La verdad no puede ser contraria a la verdad: está de acuerdo con ella y testifica en su favor», proclama Averroes. El acceso a la verdad universal pasa por una especie de comparecencia ante el otro, el mismo, el diferente. No es universal quien quiere. El pensamiento de Averroes pone en tela de juicio, a un tiempo, a quienes imponen condiciones, ya sean tradicionalistas o modernizadores, que practican la cerrazón, la oposición y el rechazo, y a quienes se complacen en una supuesta conciliación que no asume la coherencia universal. Los términos decisivos, en esta obra, son los verbos atar, unir, relacionar (wasl), y distinguir, separar (fasl). Para el islam, de lo que se trata es de distinguir sin oponer, o de unir sin confundir, al otro y a mí, lo temporal y lo espiritual, la razón y la fe, todo lo que, dentro de la articulación, puede tener sentido.
El acto de pensar tiene la función de concienciar de esos movimientos y relacionarlos para mantener una perspectiva objetiva. Aquí coinciden Ramon Llull y Averroes: aunque en algún aspecto Ramon Llull combatió el averroísmo, ambos consideran que abrirse al otro, sin condiciones previas, es el medio adecuado para conocer a las criaturas. Se conoce al artesano por su obra de arte, dice Averroes, y Ramon Llull afirma por su parte: «La mayor dignidad del hombre consiste en conocer a Dios y a la humanidad.» Se trata de permitir que todos puedan superar las condiciones y los límites impuestos por la subjetividad para acercarse a lo universal. Averroes demuestra que el Corán no sólo invita al conocimiento, al debate franco, a una disputatio basada en la ética del respeto, sino que además los convierte en una condición sine qua non para que los humanos correspondan, en la medida de lo posible, a lo que se les pide. Su pensamiento y el de Llull, por mucho que difieran, están más de actualidad que nunca; nos ayudan a afrontar la compleja dificultad de convivir de modo responsable. Aun cuando Llull oscilaba entre la voluntad de convertir a los musulmanes y el deseo de conocerlos, siempre propiciaba el debate y tenía el valor de acercarse al otro. Es una gran figura humanista que hoy nos resulta muy necesaria.
Para Averroes, al igual que para Llull, la razón es lo que permite el encuentro entre las culturas y las dimensiones esenciales de la vida. Acoger la reflexión del otro, la razón, lo universal, es un acto propio de la verdadera humanidad. Razonar, debatir y aceptar al otro no significa en absoluto abdicar ni renunciar a los propios valores, a la intuición y al misterio; por el contrario, significa reconocer la posibilidad de un vivir enriquecedor, acoger la rareza de la vida de una manera responsable, mediante el intercambio, creando el vínculo. Una razón que no es hospitalaria, que no crea el vínculo, está en desacuerdo con lo que se espera a tanto de la Revelación como de la condición humana. Averroes y Llull se preocuparon de mantener vivo un punto de contacto entre la razón y la fe y entre las culturas. Se trata de unir la fe como acto de confianza y el acto de razonar como riesgo que se debe correr para aprender a conocer al otro y asumir la vida en sus dimensiones plurales.
No se puede comprender el islam, y su versión filosófica, falsafa –como en Averroes–, sin la vertiente sufí, el Ihsan, el grado de bien obrar para con el prójimo y con lo que está más allá de este mundo. Una vía representada con fuerza por el gran maestro Ibn Arabi. Él es, según la gran mayoría de orientalistas y sufíes, el gran visionario del islam, su mayor maestro: el-Cheikh el-Akbar. Fue él quien vivió y meditó más intensamente la relación entre la intuición y la razón, la apertura fundamental al Todo Otro y al otro. Esta actitud vital fue expresada en centenares de obras, la más importante de las cuales, El libro de las iluminaciones espirituales de La Meca (Kitab al futuhat al makiya), es un inmenso texto de cerca de tres mil páginas. Ibn Arabi se deja de rodeos: plantea que la igualdad universal de los seres es esencial para lo que denomina la unidad divina y las almas creyentes. Para él, la única diferencia entre los seres se sitúa a nivel de la sinceridad de la intuición, de la intención, y sus traducciones en actos, entre quienes han cometido malas acciones y quienes han hecho el bien. Este pensamiento, precisa Ibn Arabi, se inspira en un hadith auténtico, que se aplica al conjunto de los hombres y no a una comunidad concreta. Ibn Arabi añade que la intercesión de la Misericordia divina se extenderá progresivamente a todos los seres, primero a los musulmanes y los creyentes monoteístas, y luego a quienes, sin creer en los Mensajes revelados, han alcanzado, por la vía del intelecto, la certeza de la unidad divina y humana; por último, la Misericordia divina intercederá por todos los demás, y por los propios condenados. Todo ser humano lleva dentro de sí la posibilidad de inscribirse en lo Abierto.
Ibn Arabi expresó su visión con claridad: «Oh tú, que buscas el camino que conduce al secreto, vuelve sobre tus pasos, pues dentro de ti es donde se encuentra todo el secreto.» El yo sólo puede ser positivo si se instala en lo abierto: «El ídolo de cualquier hombre es su ego.» La verdadera intuición es la de la apertura. Así pues, abrirse y dialogar no son actos de filantropía, y menos aún de caridad: son actos saludables que permiten acercarse a la verdad. En un luminoso pasaje, Ibn Arabi evoca la superación de las diferencias: « Mi corazón es ahora apto para recibir a todos los seres, es un prado para las gacelas y un monasterio para los monjes, una casa para los ídolos, y la Kaaba de quienes dan vueltas a su alrededor, las tablas de la Toráh y las hojas del Corán. Practico la religión del amor […]. En todo, el amor es mi religión y mi fe.» La vida y la obra de este místico universal ilustran la elevación de la fe en el islam.
Ibn Arabi exhorta al ser humano a la humildad como vía esencial para acceder a la comprensión del destino y la transparencia del ser. El reconocimiento, la acogida, la apertura al otro como ser capaz de la verdad, permiten hacer realidad una humanidad cuyas posibilidades se encuentran en cada uno de nosotros. Se trata de la capacidad de superar la finitud de nuestra condición humana para intentar acceder a la condición de civilizado, sin pretender ser superior al prójimo. Un sabio no afirma, nos dice Ibn Arabi, «yo soy más excelente que tú», ya que todos poseemos una ciencia conferida por los estados espirituales o el trabajo de la razón.
Por lo tanto, este camino puede recorrerse mediante la razón, pero sin la garantía de una revelación duradera y plena. El encuentro entre Ibn Rochd (Averroes) e Ibn Arabi, narrado por el maestro espiritual, es muy significativo al respecto: «En Córdoba, un día fui a casa del cadí Abû I-Walîd Ibn Rochd [Averroes]; al oír hablar de la iluminación que Dios me había concedido, se mostró sorprendido y expresó el deseo de conocerme. Mi padre, que era amigo suyo, me mandó a su casa bajo cualquier pretexto. En aquel entonces, yo era un muchacho sin vello en el rostro, ni siquiera bigote. Cuando me presentaron, [Averroes] se levantó, manifestó su afecto y consideración y me abrazó. Luego me dijo: “Sí.” A mi vez, yo dije: “Sí.” Su alegría se intensificó al ver que yo le había entendido. No obstante, cuando me di cuenta del motivo de su alegría, añadí: “No.” Se crispó, palideció y una duda se apoderó de él: “¿Qué habéis descubierto por la revelación y la inspiración divina? ¿Es idéntico a lo que nos da la reflexión especulativa?” Yo respondí: “Sí y no; entre el sí y el no los espíritus emprenden el vuelo y las cabezas se separan del cuerpo.”» Por la respuesta de Ibn Arabi se entiende que la intuición del alma, la sensibilidad del corazón y la fe pertenecen a un orden distinto al de la razón, y la superan en la posibilidad de acceso a lo Abierto, en la inmediatez y el movimiento de la vida; de ahí el «no», sin que la razón se vea refutada, y de ahí el «sí y no». En este debate se resume lo que está en juego en la relación vital entre la fe intuitiva y la razón, el sentido y la lógica y el diálogo entre culturas.
No se sabe si Ramon Llull conoció todas estas dimensiones del islam de siempre, pero se acercó a ellas, al igual que todos los creyentes. En el Libro del gentil y los tres sabios escribe: «Gracias a la fe […] creemos y amamos lo que el entendimiento no puede comprender.» Su pasión de gran cristiano lo llevó en ocasiones a chocar con la sensibilidad de los musulmanes y a creer que el cristianismo era la única religión verdadera. Todo el mundo puede creer que su religión es perfecta, eso es legítimo, pero imaginarse que se tiene el monopolio de la verdad no se ajusta a la sabiduría ni a la objetividad. Los musulmanes deben aprender a aceptar las preguntas del otro y formularse ellos también esas preguntas. Y los occidentales deben actuar como Llull e intentar conocer al otro. En el Libro del gentil y los tres sabios, insiste en su respeto a la diferencia, pero intentando comprender, y deja abierto el debate. ¿Somos aún capaces de acoger, unos y otros, este hermoso pensamiento basado en el cuestionamiento y el diálogo? En cualquier caso, numerosos guardianes del templo y la tradición del islam parecen haber olvidado las lecciones de Ibn Arabi e Ibn Rochd, y los guardianes del templo en Occidente también parecen haber olvidado las lecciones del doctor illuminatus, Ramon Llull, que decía que «Dios es amor y todos los seres tienen la vocación de amar». Ante los desafíos de nuestra sombría época, debemos dialogar más que nunca. Se están poniendo en tela de juicio nuestros fundamentos comunes, tanto los valores «abrahámicos» como los «griegos». Es el fin de un mundo –no el fin del mundo– al que no podemos hacer frente solos. El diálogo interreligioso y el diálogo entre culturas pueden ayudarnos a lograr que retroceda el desconocimiento; a aclarar y encontrar de nuevo la vía de la apertura al otro, a lo universal. Sin la mirada del otro, el extremismo acecha; mi razón y mi intuición quedarían amputadas de la noción de medida. En ausencia de una civilización universal, hoy nos necesitamos unos a otros, necesitamos el recuerdo crítico de todos estos maestros para aprender a convivir, especialmente en el Mediterráneo.