La idea de unidad humana en Ibn Arabi y Ramon Llull

Fatiha Benlabbah

Universidad Mohamed V, Rabat

Empezaré formulando una evidencia: todas las culturas son el resultado de una permanente fecundación mutua. No son estáticas: el diálogo entre ellas, así como la tarea filosófica de intentar tomar conciencia del propio mito, de cuestionarlo y de transformarlo y de buscar equivalencias entre diferentes discursos culturales, constituyen el proceso por el cual cada persona y cada cultura contribuyen al destino de la humanidad y del universo.

 La interculturalidad se manifiesta en cuanto que característica intrínsecamente humana, y por consiguiente cultural. Emana de la conciencia de los límites de cada cultura y de la relativización de todo lo humano.

Hoy, al igual que antaño, cuando el periodo de las grandes cruzadas estaba superado, se impone el diálogo interreligioso como una necesidad perentoria. Tras las grandes cruzadas se tendió en el mundo cristiano a optar por otra estrategia, por las empresas más bien espirituales contra judíos y musulmanes, por las controversias filosóficas bien organizadas y promovidas por la Inquisición. Estas empresas, que entran en el marco de las cruzadas, han permitido la elaboración de reflexiones sobre la alteridad religiosa. Desde este punto de vista, se puede decir que han tenido, a pesar de todo, una  consecuencia positiva: el descubrimiento del sufismo por parte de los cristianos y, en el mundo musulmán, el desarrollo de los estudios de religiones comparadas. De ahí podemos afirmar el nacimiento de un verdadero diálogo entre cristiandad e Islam. Utilizamos el término “desarrollo” porque este tipo de estudios existía ya en el mundo árabe-musulmán, en los siglos X y XI, gracias a Ibn Taymiyya e Ibn Hazm. Este último, por ejemplo, había investigado sobre la condición de la mujer en las religiones monoteístas. No parece que en la misma época se hubiesen hecho   estudios similares en el mundo cristiano medieval. Lo cierto es que posteriormente, sobre todo a partir del siglo XIII, aparecieron en España hombres que, como Ramon Llull, y  por razones que la Historia no desmiente, se esforzaron en abrir sus horizontes y empujar el diálogo interreligioso.

Evocar a Raimundo Lulio hoy no carece de sentido porque, aunque hijo de su tiempo, su espíritu desborda los tiempos. Se sitúa entre dos mundos, el occidental y el árabe islámico. Se encuentra en la encrucijada de saberes e influencias. Hace dialogar sus textos con textos árabe-musulmanes, plantea la hoy acuciante cuestión de la alteridad religiosa y expresa en su obra un ideal de humanidad.

Diálogo entre textos propios y textos ajenos o el valor dialógico de la intertextualidad luliana

La obra de Ramon Llull es un lugar de confluencia de diferentes saberes,  culturas y lenguajes. En el intertexto luliano estos saberes y lenguajes entran en diálogo con la palabra del autor, un diálogo productivo que hace de Ramon Llull un eslabón necesario en la cadena visible e invisible de la transmisión del saber filosófico, científico y místico. Avicenas, Al Ghazali –sufíes, posiblemente-, Hallay, Sustari, Ibn Sab’in, Ibn Arabi, Kalila wa Dimna, Al-Corán, etc, están directa o indirectamente presentes en su obra. Redacta su libro Llibre de la contemplacio en Déu, verdadera enciclopedia mística, en lengua árabe. ElLibro del Amigo y del Amado,que constituye un verdadero arte de contemplación, es fruto de su admiración  por el lenguaje de los sufíes y por el Dikr sufí. En las palabras preliminares al Libro del Amigo y del Amado, el autor reconoce que los místicos musulmanes  “poseen palabras de amor y ejemplos abreviados, que proporcionan al hombre gran devoción”. Cabe precisar, en este sentido,  que Ibn Arabi es el padre del lenguaje sufí, el lenguaje de la manifestación, de la revelación mística. Al-Sheij al Akbar elevó la experiencia sufí hacia nuevos horizontes; con él y gracias a él, el lenguaje sufí pasó de ser intimista a ser existencialista. Después de Ibn Arabi, el lenguaje sufí se convirtió  en un lenguaje de todos los sufíes, en todas las épocas y lugares. Es una especie de lenguaje « perfecto », capaz de expresar las sutilezas de su pensamiento y sus visiones, llegando así a crear nociones nuevas. Recurrió a la derivación o ichtiqaq, al qiyas o analogía, a la idafa o yuxtaposición de sustantivos que introducen un valor adjetival metafórico, a la Nisba, etc. Estos fenómenos y otros, tuvieron como resultado la creación de un lenguaje nuevo en la obra del teósofo. Al igual que Ibn Arabi, Ramon Llull tuvo el ansia de encontrar la palabra exacta, el concepto nuevo, para expresar su pensamiento recurriendo a la derivación y a la creación de  palabras nuevas.

Para la elaboración de su Libro del Amigo y del Amado, Ramon Llull  utilizó métodos y técnicas sufíes. Se inspiró en la sabiduría del corazón propia del sufismo y en la ascesis verbal de los sufíes.

El diálogo de la controversia religiosa o el diálogo como enfrentamiento

Las relaciones entre las civilizaciones occidental y árabe-musulmana han estado y siguen estando envueltas de curiosidad y de recelo; hay siempre entre ellas una interacción recelosa.  Ramon Llull, como  hijo de su tiempo, tiene una actitud contradictoria frente al Islam y los musulmanes, que oscila entre la curiosidad, la admiración y el recelo. Doctor iluminado y fiscal de los infieles, como se autodefinía, se arriesgó la vida para “destruir” la religión de Mohammed, lo cual le empujó a querer dialogar con el otro musulmán para convertirlo al cristianismo. De una de sus Mujadalat o disputas en Argelia salió apedreado. Para disuadir al otro y convencerlo, para discernir lo verdadero de lo falso, se esforzó en inventar un Arte, un método demostrativo racional. El diálogo o dialogismo racional se convierte así en una necesidad para comprender los artículos de la fe y para lograr convencer al otro, durante las disputas, mediante argumentos indiscutibles. Como Al Ghazali e  Ibn Arabi, conocidos en la historia del sufismo por su espíritu conciliador,  Ramon Llull quiso conciliar fe y razón mediante una aproximación sincrética y ecléctica: conocer a Dios por especulación e iluminación interior. Se ha demostrado que el pensamiento luliano es una síntesis de platonismo y aristotelismo preparado por el neo-platonismo y los filósofos helenizantes árabes (al-Kindi, al-Farabi, Avicena…) y del pensamiento sufí. El espíritu (Ruh) en el sufismo -particularmente en Al-Gazali e Ibn Arabi- es Conocimiento y Ser al mismo tiempo. El hombre tiene la posibilidad de ligarlos en su razón y su corazón respectivamente. Entre el corazón y la cabeza, dice Ibn Arabi, hay un ir y venir que constituye el peregrinaje esencial… En su conocido diálogo del “sí y el no” con el filósofo Averroes, cada uno encarna una posible vía del conocimiento. Efectivamente, el diálogo entre el filósofo y el teósofo es un diálogo sobre el racionalismo filosófico y el misticismo o la iluminación divina como vías de conocimiento. Ante la duda del racionalista acerca de la posibilidad del conocer mediante la intuición y la inspiración divina, se yergue la expresión ambigua, enigmática, pero firme del místico: « sí y no ». La contradicción alude a la incapacidad de la razón de alcanzar la Verdad absoluta y a la imposibilidad con la que se enfrenta el místico de entender y decir lo que en la experiencia extática ve, siente o se le manifiesta. Consideramos que detrás de esta breve historia que cuenta Ibn ‘Arabi está lo esencial de su método cognitivo. Ibn ‘Arabi tiene su propia doctrina sobre la naturaleza de lo existente. En su meditación o reflexión, dejó de lado el método analítico y racional optando por el método intuitivo y simbólico, que se basa en la imaginación y la alusión como vías de expresión. Es normal, en cuanto que místico, tratar asuntos que la razón sola, sin el apoyo del dawq o gusto íntimo, no puede desentrañar, y que el lenguaje ordinario no puede expresar. Es, entonces, un filósofo que utiliza el lenguaje de los místicos y sus símbolos para la expresión de su filosofía. En su doctrina, Ibn ‘Arabi intentó conciliar lo racional con lo intuitivo e interior, de ahí el carácter complejo y hermético de su escritura.

El diálogo como polémica respetuosa de la alteridad religiosa

 Antes de ceder a los apremios de la intolerancia de su tiempo, Ramon Llull (que aún  no había realizado ningún viaje a África del Norte), escribió su Libro del gentil y los tres sabios, en el que planteaba con agudeza la cuestión de la alteridad religiosa, afirmando la importancia vital del diálogo y de la polémica respetuosa para la humanidad. El Libro es una síntesis comedida y serena de las tres creencias judía, cristiana y musulmana, que trata de probar de modo coherente la existencia de Dios con razones filosóficas, teológicas y éticas. En momentos de paz, la asociación de este tipo de razones necesarias resulta indispensable. La exposición sistemática de las tres religiones se hace en un plan de igualdad en el diálogo. El diálogo no es de enfrentamiento, no presupone ni aspira a demostrar la superioridad de una religión sobre la otra, sino que se sitúa por encima de todo deseo de absolutización religiosa y cultural. 

Ibn Arabi, teósofo y hombre pacifista a quien le tocó también vivir  en una época de gran intolerancia religiosa, nos legó una visión del amor sumamente positiva.  Para Ibn Arabi, el amor está en la cima del objetivo del sufí, está en el último escalón de su escala iniciática, porque puede considerarse como la verdadera síntesis de todas las virtudes. Además, el amor a Dios es imperfecto e incluso inconcebible sin el amor a Dios en la Creación (en cada aspecto de la revelación) y sin el amor a las pequeñas criaturas del mundo. Amar al otro, primero y antes que nada como criatura de Dios, es una manera de amar al Creador. El verdadero amor a Dios unifica. Ibn Arabi dedicó su vida a la búsqueda de la perfección. Su vida fue una evolución hacia la verdad y la paz. Tenía un conocimiento cabal de las demás religiones del Libro, conocimiento queda reflejado en su obra. El autor de Al-Futuhat dejó plasmado en sus escritos y a través de su propia y más intima experiencia, su visión de las religiones, su ideal de una humanidad unida, con el amor como base y fundamento:

Mi corazón puede asumir todas las

Apariencias. Pues el corazón varía de

Acuerdo con las variaciones de la conciencia

Más profunda. Puede asumir la forma de

Un prado de gacela, de un claustro monacal,

De un templo de ídolos, una Ka’ba de

Peregrinos, las tablas de la Torà, el

 Legado de las pàginas del Coràn… Mi deber

Es el pago de la deuda de amor. Acepto

Libre y gustosamente cualquier carga que

Se asigne. El amor es como el amor de los amantes, excepto que en vez de

 Amar el fenómeno, yo amo lo esencial.

Esa religión, ese deber, es mío, y es

 Mi credo…

A diferencia de Ramon Llull, que utópicamente soñaba con una humanidad unida por una sola creencia y una sola lengua, Ibn Arabi creía en la unidad dentro de la diversidad, en la verdad de la diferencia, tal como queda reflejado en su obra Al-Futuhat al-Makkiya: «Yo creo todo lo que el judío y el cristiano creen, y todo lo que de verdad hay en sus religiones respectivas y en sus libros revelados, en cuanto que creo en mi libro revelado […] Y en la verdad, mi libro contiene su libro y mi religión su religión. Por lo tanto, su religión y su libro están implícitos en mi libro y en mi religión.»

La reflexión de Ibn Arabi sobre las religiones y las culturas se fundamentaba en el texto coránico que afirma la diferencia como razón necesaria humana y preconiza la tolerancia y el conocimiento mutuo: «¡Oh, gentes! No os hemos creado a partir de un varón y de una hembra: os hemos constituido formando pueblos y tribus para que os conozcáis.»

El filósofo francés Jacques Derrida decía que soñar no sólo es legítimo, sino que es un deber. Las utopías más insensatas se revelan como expresión del deseo de mejorar. Gilbert Sinoué, a quien sitúo en la línea de Ibn Arabi y Ramon Llull en cuanto al ideal de humanidad unida se refiere, escribió estas palabras que hacemos nuestras: «Hay que guardar en la memoria nuestros sueños con el rigor del marinero que mantiene la mirada clavada en las estrellas. Después hay que dedicar cada hora de nuestra vida a hacer todo lo que podamos para acercarnos a ellos, porque nada es peor que la resignación.»

Gilbert Sinoué es un escritor francés contemporáneo, autor de El Libro de Zafiro1 que, por el mensaje que encierra y la visión de las religiones que expresa, constituye una prolongación de Ibn Arabi y del Libro del gentil y de los tres sabios. La obra nos habla de hombres a quienes todo separa en la España de la Reconquista y de la Inquisición: un rabino, un monje franciscano y un abencerraje musulmán se unen, dialogan, unen su saber prodigioso para acceder al Libro, que se revela, al final, como el Libro Azul, el de todos.

Desde el siglo XIII, en que vivieron Ibn Arabi y Ramon Llull, ha habido hombres que han trazado los contornos de lo universal verdadero cultivando el gusto o apetito (dawq) del conocimiento, del diálogo, por aquello que no resulta inmediatamente comprensible ni reductible a lo mismo.

Por su parte, Ramon Llull orientó parte de su obra hacia la construcción de una lengua que fuese una lógica de la demostración para convertir a infieles al cristianismo. Su discurso apologético difería del de los escritores árabes de su tiempo, los cuales se movían fuera de esas coordenadas. Todos compartían el objetivo de que el creyente alcanzase una mayor comprensión y vivencia moral de su fe. A través de sus lecturas y traducciones de obras árabes, como Al-Makasid de Algazel, que son más bien una asimilación de contenidos, estilos y lenguajes, Ramon Llull aportó, en el marco europeo, una preocupación notable por mejorar los instrumentos que permitieran un intercambio entre culturas diversas. De ahí que su obra siga teniendo validez. Es necesario destacar, en este sentido, el papel de la lengua en la elaboración de un mosaico intercultural en el que se cruzan saberes y conceptos de distinta procedencia, particularmente de origen islámico. Todo ello, junto con la importancia de la influencia de Llull en la mística española del siglo XVI, conforma un mosaico intercultural sumamente apreciable que debemos tener presente a la hora de abordar el diálogo en cualquiera de sus vertientes.