La importancia de las traducciones y del conocimiento de las lenguas de origen y destino han sido cruciales a lo largo de la historia ya que han vehiculado el saber filosófico, científico y técnico entre las diferentes culturas. Dicha importancia se acrecienta cuanto más alejadas son ambas lenguas desde un punto de vista lingüístico, y menor es el número de personas de una y otra sociedad capaz de utilizarlas como instrumento. En este sentido, las traducciones de obras griegas y arábigas a las lenguas vernáculas del latín han sido, como sabemos, uno de los elementos más importantes para la transmisión de los conocimientos en nuestro pasado, y promover adelantos técnicos, ideológicos y literarios en las culturas receptoras de las mismas. De dicha transmisión es destacable el hecho de que los medios técnicos con los que se contaban eran rudimentarios, ya que se realizaron en una época en la que aún no existía la imprenta y la labor de copia era realizada a mano. Este es el motivo de que muchas obras se hayan perdido, total o parcialmente. La historia de la destrucción y pérdida de dichos volúmenes pertenece a la historia negra de la humanidad, ya que en su mayoría fue realizada por el hombre, llevado en muchos casos por el fanatismo y la intolerancia.
Hoy día sin embargo vivimos una época en la que los medios tecnológicos superan con creces los de hace sólo diez o quince años, e infinitamente más aquellos con los que contaban nuestros antepasados. Pero, paradójicamente, dichos adelantos no han sido puestos aún de una forma estructurada al servicio de la transmisión del conocimiento, por lo que ésta no ha sufrido un crecimiento exponencial como el de las tecnologías.
En primer lugar, el conocimiento de las lenguas por parte de la población sigue siendo escaso, especialmente de aquellas más alejadas del latín, como es natural. Por esta misma razón, su desarrollo en escuelas, instituciones educativas y universidades debería ser reforzada, así como el de los elementos culturales propios de las mismas. Este paso es fundamental por razones puramente ideológicas. En el marco de la Alianza de Civilizaciones se subraya el hecho de la necesidad de romper las barreras físicas, culturales, lingüísticas y sociales que dividen a las sociedades, de manera que las diferencias propias de cada grupo, sean las que sean, constituyan un elemento positivo dentro de la sociedad global. Esto sólo se consigue a través de una transmisión de conocimientos que se realice forma fluida, de manera que se acepte la diversidad cultural en el seno de nuestras sociedades. Para lograr este objetivo es necesario promover la enseñanza de las lenguas y de los elementos culturales propios de otras sociedades.
La realidad es, sin embargo, otra. El número de traducciones realizadas del árabe, hebreo o cualquier otra lengua que no sean las estándares no deja de ser casi testimonial. Si bien las traducciones se han incrementado en los últimos años, dicho incremento no supone un cambio significativo en el espectro global del mundo editorial. Dicho aumento ha sido debido a dos factores principalmente: en primer lugar, al hecho que notables intelectuales árabes o hebreos han logrado saltar esa barrera cultural (en algunos casos por recibir laureles que potencian su difusión, como es el Premio Nobel). Pocos han sido los elegidos, pero de una forma u otra han arrastrado a otros escritores y sus obras han sido traducidas al castellano y otras lenguas europeas, con peor o mejor resultado en cuanto a difusión y alcance social. El segundo motivo, que va en cierta forma unido al primero, es el hecho de que actualmente la política internacional gira en torno al mundo árabe y mediterráneo, y cualquier temática relacionada con esta área geográfica y cultural tiene un valor añadido por el interés que despierta en los lectores.
Es necesario, por tanto, potenciar desde las instituciones una política de traducción de obras literarias y ensayos a las lenguas europeas, que propicie un conocimiento directo de otras culturas. Dicha política tiene que estar reforzada desde las instituciones, ya que dejarla al albur del mercado supone que la traducción de dichas obras se reduzca considerablemente y se limite a aquellos autores de más actualidad. En este sentido, la protección y el apoyo al mundo de la traducción suponen un elemento fundamental. Resulta desolador, por ejemplo, que en el actual programa de traducción literaria Cultura 2007, de la Unión Europea, no se contemplen lenguas como el árabe y el hebreo, ¡siquiera como lenguas utilizadas en Europa en el pasado!, y sí el latín y el griego clásicos.
Por otra parte, sería muy interesante utilizar las nuevas tecnologías, potenciando las traducciones de páginas webs y la creación de otras que tengan como objetivo dar a conocer la literatura y el pensamiento del mundo árabe y hebreo, ya que la lengua sigue siendo una barrera que el público general no puede cruzar. Hoy día, aquel autor o autores que no tienen un espacio en el mundo virtual apenas existen, y a través de este tipo de iniciativas – las existentes hasta ahora son creadas de forma artesanal y realizadas por iniciativa personal (blogs) de especialistas del mundo árabe y hebreo, con pocos recursos y mucho esfuerzo – se lograría crear centros virtuales de conocimiento a través de los cuales se podría propiciar la difusión de obras en otras lenguas procedentes de culturas vecinas.