Para un mallorquín, Ramon Llull está presente de norte a sur y de este a oeste del territorio insular. Visitamos Algaida, y allí encontramos Sa Mata Pintada; subimos a Cura, y podemos entrar en la cueva del Beato. Si paseamos por Palma, podemos encontrar fácilmente su sepulcro en la iglesia de San Francisco, y justo al lado de la iglesia se halla el claustro que visitó de bien joven el escritor francoargelino Albert Camus para escribir que «no hay amor a la vida sin desesperación de vivir». No muy lejos hallaremos la plaza Mayor, donde una lápida recuerda que por aquellas calles estaba la casa en la que nació Llull. Ahora bien, de todos los lugares que recuerdan a Ramon Llull, probablemente muchos de nosotros nos quedaríamos con Miramar, en la costa norte, en Valldemosa.
Como versificara Joan Alcover:
Siempre he vivido junto al mar,
al que hasta hoy desconocía;
mas de repente en Miramar
me ha revelado su fisonomía.
En Miramar no hay desierto, pero está la mar inmensa. Fue ante esta magnífica mirada a la inmensidad del Mediterráneo donde Ramon Llull fundó la Escuela de Lenguas, una pionera «academia de idiomas».
Siete siglos después, se conmemora el 700 aniversario de uno de los tres viajes de Llull al Magreb (Bugía, 1307), hechos adecuadamente recogidos en la exposición «Raimundus, christianus arabicus. Ramon Llull y el encuentro entre culturas». Llull era consciente de que el éxito de sus misiones en el mundo árabe dependía del conocimiento de la lengua y de la cultura de aquellos pueblos. La comunicación era esencial, y, más allá del uso de la lingua franca de los comerciantes, era necesario difundir el conocimiento de las obras cristianas y musulmanas, y, por lo tanto, también traducirlas.
La traducción como viaje de las lenguas
Los viajes de Llull, vinculados a las lenguas y a las traducciones, nos llevan a pensar que la traducción constituye en sí misma uno de los viajes que realizan las lenguas. La vida y la historia del Mediterráneo se han forjado con miles de años de relaciones, intercambios, y también de guerras y desencuentros. Nuestro pequeño mar ha sido puente y muro a la vez, según la conveniencia de los dirigentes de cada época, reino, imperio o alianza.
Las lenguas y las culturas viajan cuando pasan, mediante la traducción, a otras lenguas y a otras culturas. Cada traducción es como uno de los viajes de Ibn Batuta, el «viajero del tiempo», el «Marco Polo árabe», traducido por Manuel Forcano y Margarida Castells, un canal tanto para la relación comercial entre los pueblos como para adentrarse en sus emociones a través de la traducción de la literatura.
Las lenguas viajan también porque viajan las personas y los pueblos; y cuando las lenguas se ponen en contacto, son las personas y los pueblos que las hablan los que se ponen en contacto. Así ocurre, por ejemplo, con la inmigración; Cataluña es hoy tierra de acogida, un destino, un punto de llegada de muchas personas que vienen de la orilla sur, que pone en contacto numerosas lenguas con la nuestra propia.
Es evidente, pues, que vivimos el mejor momento de la historia para la traducción como industria y como recurso a favor del diálogo entre lenguas y culturas desde Ramon Llull. La globalización hace que se hable más que nunca de lenguas, de la necesidad de su aprendizaje y de las necesidades de su traducción, de comunicación, de tecnología, de diversidad cultural… Nunca la diversidad lingüística del planeta se había visto tan amenazada como ahora. Pero al mismo tiempo, nunca había habido tantos puntos de contacto, tanta presencia de las lenguas, jamás las lenguas habían tenido a su alcance las oportunidades de la revolución tecnológica que, con el motor de Internet, transforma la sociedad global en una «sociedad red». Vivimos en un mundo «glocal», donde la tecnología es un puente y una puerta para abrir nuevas posibilidades a las miradas de otras culturas, al diálogo entre ellas.
El castigo divino a los hombres de Babel representa la defensa de un mundo conocido pequeño, finito, un mundo tribal, en el que el miedo a la diferencia es la expresión de la obsesión por la supervivencia. La lengua percibida como una barrera conduce a la confusión, al desencuentro y al caos.
No obstante, podemos considerar que otro registro del mito de Babel es el elogio de la comunicación. A comienzos del siglo xxi, la diversidad lingüística es un patrimonio que representa la esencia de la humanidad. Los nuevos miedos, las nuevas obsesiones también ahora tienen que ver con la supervivencia de todo el planeta. Por eso, será necesario que los pueblos se entiendan, dialoguen, hablen, se reconozcan como miembros de culturas diferentes con lenguas distintas, pero con problemas y retos comunes. La tecnología hace todo esto más accesible, de manera que, con la voluntad de los hombres y las mujeres por delante, el diálogo entre pueblos distintos, la oportunidad de reconocer, comprender y aceptar al otro, de afrontar juntos las nuevas tempestades y con lenguas distintas, nunca ha sido más fácil.
Ahora, Babel sería como volver a equivocarse y no querer entendernos. El castigo divino llegaría por no utilizar las herramientas que están a nuestro alcance: emplear la tecnología para avanzar, no para enfrentarnos y no sumar las fuerzas necesarias. Nunca hasta ahora ha habido dos retos como los presentes: que la biodiversidad y los pueblos del planeta superemos el reto del calentamiento global, tanto como la miseria del menosprecio a la diversidad cultural y lingüística.
Si Ramon Llull hubiese tenido la posibilidad de imaginar un poco lo que hoy permite hacer la tecnología al servicio de la comunicación, ¿cómo sería la Escuela de las Lenguas que fundó en 1276? ¿Cómo sería su visión del mundo? Además del catalán, el árabe y el latín, ¿en cuántas lenguas y cuántas culturas se integraría en el diálogo sobre la fuerza de la razón por encima de la violencia?
En torno a esta reflexión se ha concebido la creación de la Casa de las Lenguas, un organismo promovido y creado por el gobierno de Cataluña que tiene como misión fomentar la preservación y el uso de las lenguas del mundo como vehículo de comunicación, civilización y diálogo, como patrimonio cultural de la humanidad y como derecho de las personas y las comunidades lingüísticas.
El Ayuntamiento de Barcelona ha cedido 5.000 metros cuadrados en Can Ricart, en el corazón del nuevo distrito tecnológico de la ciudad. La fecha de apertura de la Casa de las Lenguas para el gran público está fijada para 2010. Será una casa para las lenguas del mundo, un espacio de difusión del conocimiento abierto a todo el mundo, también a los especialistas. El web multilingüe (en 20 lenguas) incorpora un espacio de información sobre las lenguas del Mediterráneo, espacio que próximamente pasará a protagonizar un documental de televisión y una exposición itinerante.
Desde el multilingüismo en el ciberespacio hasta los diversos modelos de gestión del multilingüismo a partir de principios de equidad como servicio enfocado a las necesidades de las organizaciones y las empresas; desde la base de datos de experiencias de éxito (de la lengua catalana y de cualquier lugar de los cinco continentes) hasta la constitución de una plataforma audiovisual al servicio de las comunidades lingüísticas del mundo, habría que destacar el Centro de Cibertraducción. Concebido como estación de trabajo para traductores, será un lugar de reunión para compartir experiencias y conocimientos en traducción. Contará con las herramientas y los recursos más avanzados, una amplia oferta de servicios y actividades para los profesionales de la traducción, un aula de prácticas y una central de memorias de traducción especializada en las lenguas de la inmigración presentes en Cataluña, entre las que se encuentran las de ámbito mediterráneo.
Así, pues, la Casa de las Lenguas será una continuadora del pensamiento y el afán de saber que Ramon Llull quiso enseñar, y que tenía como eje fundamental el diálogo entre culturas, vehículo de aprendizaje y de desarrollo.