Se ha dicho, certeramente, que el diálogo luliano no está exento de conflicto. La estancia en Bugía de 1307 y la actitud desafiante que el beato adoptó, como también múltiples pasajes recogidos a lo largo de toda su producción, evidencian que la confrontación forma parte del repertorio de posibilidades con el que Llull afrontó el contacto con las religiones distintas de la católica. La actuación de 1307, en la que en medio de la plaza principal de la ciudad afirmó en voz alta la falsedad de la fe musulmana, fue una de las más duras e intransigentes que le conocemos, pero responde a la convicción que Llull tenía de la superioridad de la fe cristiana respecto al resto de confesiones. No en vano, uno de los tres objetivos que se había marcado en el momento de su conversión a la penitencia fue «escribir un libro contra los errores de los infieles», como recordaba, casi cincuenta años después, en la Vita coetanea. Cuando Llull dictó su biografía a los monjes de la cartuja de Vauvert, en 1311, y después de haber redactado no uno, sino un gran número de libros contra los errores de los infieles, este convencimiento continuaba siendo fundamental en sus estrategias misioneras.[1]
Pero a pesar de ello algunos textos suyos, de tono menos combativo, e incluso amable, han contribuido modernamente a crear una imagen de Llull que se aleja de la del apologeta del cristianismo que acabo de esbozar, y que atribuye al mallorquín una actitud mucho más conciliadora y tolerante hacia las creencias de los no cristianos de lo que los datos históricos de que disponemos, y las propias obras que dejó escritas, nos permiten presuponerle. En la difusión de esta visión, que es obvio que habría que matizar y revisar en varios aspectos, ha ejercido un papel determinante una obra escrita durante los primeros años de su producción, el Libro del gentil y de los tres sabios.[2]
Esta obra plantea una ficción narrativa en la que un gentil que no tiene ningún conocimiento sobre Dios, pero sí una cierta formación filosófica, es adoctrinado por tres sabios, un judío, un cristiano y un musulmán, que le justifican la necesaria existencia de la divinidad. Una vez el gentil se declara convencido y consolado por esta creencia, al final del primer libro de la obra, los sabios le aclaran, sin embargo, que la cosa no es tan sencilla, ya que ellos pertenecen a religiones diferentes. Entonces, el gentil escucha las explicaciones que cada uno de los sabios da de las propias creencias en los tres libros siguientes. Mientras uno de ellos expone sus razones, los otros dos permanecen en silencio, y en ningún caso interrumpen o niegan las afirmaciones del que habla; así, el único que formula preguntas para acabar de aclarar aspectos que quizá son poco evidentes es el gentil —al que, en principio, debemos considerar imparcial—. Al final, después de que los sabios le hayan explicado los artículos principales de sus religiones respectivas, se niegan a escuchar cuál de las tres ha decidido adoptar el gentil, para poder continuar sus discusiones sobre temas religiosos con la misma cordialidad y amabilidad que han mostrado a lo largo de toda la obra.
La actitud respetuosa de los sabios y, sobre todo, el final del libro, abierto sólo en apariencia, ha contribuido, como decía, a crear una imagen de un Llull tolerante y dispuesto a aceptar las creencias del otro si éste era capaz de demostrarlas. Sin embargo, sólo desde una lectura superficial de la obra se puede plantear que el beato Ramon considerara que las tres religiones son igualmente válidas. Esta posibilidad, además, se contradeciría con el resto de su producción, en la que, salvo alguna excepción, encabezada por el Libro del gentil, cuando habla de judíos y musulmanes —o sarracenos, como se referían a ellos los cristianos por aquel entonces— la mayor parte de las veces lo hace en términos denigrantes y, a menudo, directamente insultantes. Basta con leer los calificativos, tan poco políticamente correctos, que les dirige en un texto como el de la Doctrina pueril, escrita poco antes que el Libro del gentil, donde dedica sendos capítulos a la ley antigua y a Mahoma. En los pasajes de estos capítulos, de tono marcadamente polémico, queda muy explícito su menosprecio hacia determinados aspectos básicos de las confesiones hebrea y musulmana, tales como la esperanza del pueblo judío en la llegada del mesías o la condición de profeta que el islam atribuye a Mahoma.[3] Según Llull, la esperanza judía es vana y está injustificada, y la creencia musulmana carece absolutamente de fundamento.
Pero volvamos al Libro del gentil. Esta obra, mucho más compleja que la Doctrina pueril y en la que Llull emplea ampliamente formulaciones y argumentaciones propias de su Arte, no nos tiene que mover a confusión debido a la amabilidad de sus formas externas. En ningún caso puede confundirse la cordialidad con la tolerancia doctrinal. Y es imposible que un lector atento, que haya seguido y entendido correctamente los razonamientos que desarrollan los tres sabios en los libros respectivos, pueda albergar alguna duda sobre cuál de las tres religiones es la que al final escoge el gentil. Al fin y al cabo, Llull no pretende más que el lector, esforzándose en comprender los argumentos expuestos, siga el mismo camino que recorre el gentil, y se percate de que sólo una de las tres es la verdadera. Es decir, el beato Ramon no ofrece al lector una solución explícita del problema que se ha planteado al final del primer libro, sino que lo obliga a esforzarse en comprender los razonamientos de los sabios y a valorar hasta qué punto dichos razonamientos son correctos, de manera que llegue por sí mismo a la conclusión deseada, que, como veremos, sólo puede ser una.
A menudo Llull centra sus esfuerzos en probar la necesidad de los dos dogmas centrales del cristianismo —la Trinidad y la Encarnación de Jesucristo—, que sirven para individualizarlo respecto a las demás confesiones.[4] Si nos detenemos en el segundo, vemos que en el Gentil no sólo justifica la divinidad de Jesucristo, sino que introduce dudas, como no podía ser de otra manera, en dos cuestiones que, como ya he indicado, había rechazado de plano en la Doctrina pueril: la esperanza judía en el advenimiento del mesías y el carácter profético de la figura de Mahoma.
Al hablar sobre el advenimiento del mesías, en el segundo libro de la obra, el sabio judío justifica la situación de subordinación y cautividad que sufría su pueblo en el siglo xiii por su amor a Dios; Dios, a su vez, se apiadaría de ellos y les enviaría al mesías para que los sacara de la cautividad y pudiesen adorar a la divinidad tal como correspondía; si no, la bondad de Dios no sería perfecta en lo que respecta a grandeza, poder y amor.[5] Entonces, sin embargo, el gentil le hace una pregunta y un comentario que echan por tierra sus argumentaciones. En primer lugar, le pregunta cuánto tiempo hace que se encuentran en dicha cautividad, y el sabio responde que hace más de mil doscientos años, lo cual nos sitúa hacia el año 70 después de Cristo, en la época de la caída de Jerusalén. El sabio añade, además, que esta es la tercera cautividad que han tenido que sufrir y que, aunque conocen la causa de las dos primeras —las de Babilonia y Egipto—, desconocen la razón de la presente.
El comentario del gentil, al que el sabio ya no responde, propone una posible causa de dicha cautividad. Podría ser —afirma el personaje— que los judíos se encuentren, sin ser conscientes de ello, en pecado por haber actuado contra la bondad de Dios, y que no puedan liberarse de su cautividad hasta que reconozcan esta falta y pidan perdón. Evidentemente, el gentil, del que debemos suponer que aún no sabe nada del cristianismo —el sabio cristiano toma la palabra en el siguiente libro—, plantea una situación descontextualizada, pero que cualquier lector que conociese mínimamente los Evangelios tenía que relacionar con la crucifixión de Jesucristo. Por tanto, de acuerdo con eso, el lector tenía que entender que los judíos sólo podrían liberarse de su cautiverio cuando reconocieran que la crucifixión de Jesús había sido una actuación contra la bondad divina y, en consecuencia, cuando se convirtieran al cristianismo.
Lo mismo sucede a la hora de justificar la condición de profeta atribuida por el sabio musulmán a Mahoma, ya en el libro cuarto. Aunque el sabio judío y el sabio cristiano se mantienen en silencio, el gentil hace diversas preguntas que, a pesar de estar formuladas desde el respeto que todo discípulo debe mostrar hacia el maestro, sirven para poner al lector sobre aviso.[6] Al fin y al cabo, cuando el sabio musulmán expone los artículos de su fe, el gentil ya ha escuchado las explicaciones del cristiano, y ha podido constatar la validez artística —en el sentido de fundamentada en el Arte— de la encarnación de Jesucristo, punto álgido de la creación y superación del pecado original. Y la réplica que el gentil plantea en ese caso al sarraceno sobre Mahoma va precisamente en esta dirección, es decir, en la de remarcar una inconsistencia lógica en el razonamiento del sabio, que habría incurrido en una contrariedad entre dos dignidades divinas. Y eso, según la figura A del Arte, es imposible.[7]
En definitiva, cordialidad sí, pero sin ninguna clase de concesiones ideológicas ni doctrinales para el rival. El Libro del gentil es un texto complejo y difícil, que Llull escribió pensando en un público capaz de entender los mecanismos del Arte y, por lo tanto, con una formación filosófica y teológica lo suficientemente consolidada para captar sus sutilezas. No tiene nada que ver con la Doctrina pueril, destinada a lectores con una formación muy inferior e incapaces de valorar correctamente las argumentaciones de los tres sabios; lo que explica que el beato, en la Doctrina, simplifique al máximo las posiciones, y se evite así cualquier clase de confusión doctrinal.
A pesar de que este análisis del Libro del gentil venga a aguar un tanto la imagen tolerante y de talante dialogante que hoy tendemos a asociar con el beato Ramon, sólo desde un conocimiento profundo y atento del sentido de su obra podremos valorar certeramente su aportación. Eso no excluye, evidentemente, que Ramon Llull fuera uno de los autores medievales que se tomó más en serio el contacto con el otro y que más se esforzó por establecer puentes de diálogo. Aunque fuera con las cartas marcadas.
Notas
[1] Para la Vita coetanea, véase Antoni Bonner (ed.), Obres selectes de Ramon Llull, vol. I, Palma de Mallorca, Editorial Moll, 1989,pp. 3-54; y específicamente para la estancia en Bugía de 1307, el reciente catálogo de la exposición Raimundus, christianus arabicus. Ramon Llull y el encuentro entre culturas, Barcelona,Instituto Europeo del Mediterráneo, 2007.
[2] La redacción de esta obra debe situarse en los años que van de 1274 a 1283, correspondientes al primer ciclo artístico de la producción luliana. Para este texto, véase Ramon Llull [treure la cursiva del nom], Llibre del gentil e dels tres savis, edición crítica de Anthony Bonner, «Nova Edició de les Obres de Ramon Llull», vol. II, Palma de Mallorca, Patronato [suprimir la -o final] Ramon Llull, 2001.
[3] Se trata de los capítulos 69 y 71 de la obra; véanse en Ramon Llull [treure la cursiva del nom], Doctrina pueril, edición crítica de Joan Santanach, «Nova Edició de les Obres de Ramon Llull», vol. VII, Palma de Mallorca, Patronato [suprimir -o] Ramon Llull, 2005, pp. 177-179 y 182-185.
[4] Para un análisis de la argumentación desarrollada en torno a la Trinidad en el Libro del gentil, en el que al mismo tiempo se destaca la estrecha relación que hay en la obra entre elementos artísticos y literarios, véase Lola Badia, «Poesia i art al Llibre del gentil de Ramon Llull», en su Teoria i pràctica de la literatura en Ramon Llull, Barcelona, Quaderns Crema, 1992, pp. 19-29.
[5] Véase el libro II, cap. 4, flor 2, «De bonea caritat», en la edición del Llibre del gentil citada, pp. 67-68.
[6] Véase el libro IV, art. 3, flor 1, «De bonea granea», en la edición del Llibre del gentil citada, pp. 162-163.
[7] Véase el libro III, art. 6, flor 1, «De bonea granea», en la edición del Llibre del gentil citada, pp. 116-117.