Las lenguas francas y el papel de la traducción: paradojas históricas

Juan Manuel Cid

Fundación El Legado Andalusí

A principios de abril aparecía una noticia en el periódico en inglés “The Internacional Herald Tribune” que pronto sería reproducida por otros medios afines, entre ellos el diario “El País”. El encabezado de la noticia decía así: “La lengua inglesa jamás será destronada”. La frase así, de manera tan taxativa, habría sido pronunciada  por el lingüista inglés David Crystal en su obra El inglés como una lengua global; a quien seguiría John Mcwhorter en el libro El poder de Babel, que también se pronunciaría sobre la supremacía de la lengua de Shakespeare en los mismos términos. Para el primero, la lengua inglesa “nunca será destronada como reina de las lenguas”; para el Sr. Mcwhorter, lingüista del Manhattan Institute, “el inglés es dominante de una forma en que ninguna otra lengua lo ha sido antes”, y recalca: “No veo muy claro qué mecanismo podría desenraizar al inglés, dadas las condiciones que existen”.

Según estos dos autores, y conste que no conocemos las razones que aducen para sostener esta tesis, la lengua inglesa no sufriría la misma suerte que las diferentes lenguas que en algún momento de la historia habrían dominado como lingua franca: latín, griego, árabe, francés, etc.

Una de las opiniones más extendidas desde hace décadas es que todas las lenguas son iguales; o por decirlo de otra manera, se encuentran en el mismo plano de igualdad en cuanto a su valor de “vehículo de comunicación de saber”. Esta postura ecuménica hoy tan extendida no ha sido siempre así, y aún hoy cabría preguntarse cuánto de verdad tiene, habida cuenta del destacado papel de campeón lingüístico que tiene la lengua inglesa en el mundo. No cabe sorprenderse de que esto sea así porque, en cierto modo, siempre hubo en cada época una lingua franca que destacaba por encima de las demás, y que servía de faro para la producción de un pensamiento, por decirlo de alguna manera, “superior” a los demás.

Lo que siempre me ha sorprendido no es ya la existencia de estas lenguas que poseen en determinados épocas “un estatus superior”, sino las afirmaciones del tipo “sólo algunas lenguas tienen capacidad para desarrollar el pensamiento filosófico-científico” que arguyen algunos revitalizadores de la supremacía de unas culturas sobre otras. Que sepamos, los señores Crystal y Mcwhoter no habrían llegado a emitir un tal juicio, por lo menos aún; pero no parece que puedan estar tan lejos de llegar a una conclusión semejante. La historia tiene significativos ejemplos. Uno de ellos es el conocido caso del orientalista francés Ernest Renan. En el siglo XIX, Renan se había erigido poco menos que en un demiurgo filológico, y había colocado al filólogo en el lugar que anteriormente poseía Dios como autor-autoridad de los textos sagrados. Como nos señala Edward Said en su obra El mundo, el texto y el crítico, Renan, en la Vida de Jesús, “llegaría a insinuar que los denominados textos sagrados, transmitidos a través de Moisés, Jesús o Mahoma, no podían tener nada de divino si el medio mismo de su supuesta divinidad, así como el cuerpo de su mensaje en y para el mundo, estuviera constituido por una materia comparativamente tan pobre y mundana”. El autor francés, a través de la esta maniobra de desacralización de los textos sagrados, conversión de los textos sagrados de categoría divina a objetos de materialidad histórica, según Said, habría situado la figura del filólogo como autoridad textual en el lugar que anteriormente ocupaba la autoridad divina.

Tenemos que recordar, siguiendo al autor palestino recientemente fallecido, que Vida de Jesús había sido escrito por Renan después de su conocida obra de 1855 Histoire générale et système comparé des langues sémitiques. Estos dos libros, como sabemos, dieron lugar a una nueva disciplina científica, los estudios orientales, que desarrollaba un discurso basado en el sentimiento de superioridad de la cultura europea sobre las culturas no occidentales, que se reflejaba perfectamente en la obra de Renan cuando éste calificaba de inferiores a las lenguas semíticas con respecto a las lenguas indoeuropeas.

Algunos revitalizadores de la supremacía de unas culturas sobre otras arguyen que sólo algunas lenguas tienen capacidad para desarrollar el pensamiento filosófico-científico. Entre los más férreos defensores de esta tesis a lo largo de la historia, encontramos a Renan

A pesar de la fuerza de las tesis de Edward Said, cuya obra, y especialmente su clásico Orientalismo, es origen todavía hoy de polémicas, no queremos cargar todo el peso de nuestra crítica en la obra de los orientalistas tipo Renan o Gobineau. Si bien éstos habían contribuido a crear una extendida imagen degenerada de la cultura oriental, englobando aquí a lo árabe y semítico en general, también es necesario fijar la mirada en la situación que la cultura árabe vivía desde el siglo XIV. Si bien estamos de acuerdo con autores como Juan Vernet y Ahmed Djebbar cuando afirman que la ciencia árabe vivió un momento de esplendor de casi ocho siglos, y que los avances científicos del mundo arabo-islámico contribuyeron en buena manera al despliegue científico del Renacimiento europeo, no es menos cierto que a partir del siglo XIV-XV, la civilización árabe-islámica sufre un colapso y declive acerca del cual todavía discuten los autores árabes, intentando argumentar cuándo se podrá poner fin a este ya prolongado letargo.

Los orientalistas se aprovecharon de la debilidad que sufría el mundo árabe a finales del siglo XIX para afirmar de manera precipitada e insidiosa la inferioridad de una cultura y, por ende, de una lengua, la árabe, a la que calificaban de carente de poder. El árabe pertenecía a las lenguas europeas, que ahora además se arrogaban el derecho de colonizar a las lenguas semíticas.

Sin embargo, en el siglo XIX, llegaban del mundo árabe voces críticas más autorizadas que las de los aventajados orientalistas. Frente a la crítica “culturalista” de éstos, lo que algunos intelectuales árabes del siglo XIX hacen es anclar la crisis intelectual y científica árabe en un contexto preciso, a saber, el de unas sociedades en las que, como dice Abd el-Rahman al-Kawakibi (autor sirio del siglo XIX) en su obra Umm al-Qura: “el mayor desastre es la falta de libertades, la falta de libertad para hablar y publicar, y para desarrollar la investigación científica”.  Esta crítica nos parece más pertinente ya que se basaría en presupuestos históricos fácilmente reconocibles, y no en meras críticas “eurocentristas” faltas del rigor científico que, por otro lado, tanto se afanaban en proclamar los académicos orientalistas. Como ya hemos señalado antes, desde el siglo XIV el mundo árabe sufre una carencia de producción intelectual que no escapa a estos autores árabes (al-Kawakibi, Mohamed Abdu, al-Afgani, Alí Abdelrrazak, etc.). Los grandes pensadores árabes pertenecen al pasado; los referentes del pensamiento árabe, los Avicena, Averroes, al-Farabi, Ibn Jaldún, pertenecen a una época “dorada” demasiado lejana en el tiempo.

Algunos intelectuales árabes anclan la crisis en el contexto de unas sociedades en la que el mayor desastre es la falta de libertades, la falta de libertad para hablar y publicar, y para desarrollar la investigación científica

Finalmente, quisiera señalar la importancia que la traducción tuvo en la emergencia y vitalidad de la ciencia árabe en la Edad Media. Aquí me refiero a lo árabe como referencia no a una etnia sino a una lengua utilizada por árabes, persas, turcos, judíos y españoles durante la Edad Media y que sirvió de vehículo para la transmisión de conocimientos de la antigüedad – clásica (griega) u oriental (hindú) – a lo que se conocía como la civilización islámica.

El poderío de esta lengua se debe, aparte de la vitalidad de la nueva fe, a la facilidad con que se extiende por un vasto territorio que pronto abarca China, India o la actual Túnez, que da lugar a una copiosa acumulación de saberes, a los que además habría que añadir los que ya existían en áreas conquistadas por los tropas musulmanas (el pasado romano, Bizancio, por un lado, y el saber hindú y Persa por otro).

En su obra Pensée grecque, culture arabe, Dimitri Gutas afirma que el árabe es, después del griego y antes que el latín, la segunda lengua clásica. Las reelaboraciones, relecturas y traducciones que de las obras de los autores clásicos hicieron los científicos musulmanes, configuran un legado científico muy diverso y rico. Estos autores utilizaban el árabe como lingua franca en una vasta área que abarcaba el Mediterráneo, Oriente Medio, la región del Caucaso, y la India, y sus traducciones sirvieron más tarde para que estas obras pasaran a la cristiandad por medio de nuevas traducciones del árabe al latín y al romance, las nuevas “lenguas de saber”, por llamarlas de alguna manera, que vendrían a sustituir en dominio e influencia al árabe. Esto fue así más o menos hasta el siglo XIV. A partir de entonces las luchas internas, la descomposición de las sociedades islámicas, junto a otros problemas como la Peste Negra descritos por el pensador Ibn Jaldún; todo ello, unido a la endogamia cultural que padecerán las regiones en las que dominaba la lengua árabe, llevará a la inmovilidad y a la crisis de una civilización que había dominado en los siglos anteriores. La decadencia de la lengua árabe llegaría hasta nuestros días. La profesora Rima Khalaf Humaidi, principal impulsora del primer Informe sobre Desarrollo Humano Árabe (2002), ponía las cosas en su sitio al afirmar que los países árabes sólo traducen “unos 330 libros al año, que es menos de una quinta parte de lo que anualmente traduce Grecia”. El ejemplo es muy significativo y contundente, por lo que ahora corresponde a los intelectuales árabes analizar las razones de tal crisis cultural.

La historia nos ha enseñado cómo la fuerza de una lengua está siempre asociada al poder y dominio de la civilización que la acoge. La transmisión de saber es, en este sentido, un reflejo de la vitalidad de los componentes sociales de dicha civilización. El ejemplo de la civilización árabe y el dominio de su lengua como “lengua de saber” durante un importante período de la historia puede servir de muestra a lo que podría suceder con el inglés. Sabemos que, aunque en distintas épocas  históricas, se han sucedido la supremacía de las lenguas griega, latín o árabe como expresión de la supremacía de culturas que dominaron sucesivamente en el área geográfica mediterránea, pero ninguna de ellas fue eterna y en algún momento acabó sucumbiendo al empuje de otra.