Nuevas perspectivas para la educación euromediterránea: educación transcultural para una ciudadanía intercultural

Nayla Tabbara

Directora del Departamento de Estudios Transculturales, Fundación Adyan (Líbano)

En los últimos veinte años, y desde la puesta en marcha del Proceso de Barcelona, la comunidad internacional ha estado apoyando diversas iniciativas euromediterráneas en un marco de educación intercultural implementado tanto por organizaciones no gubernamentales de nivel internacional como por organizaciones de la sociedad civil de carácter nacional. La suma total de estas iniciativas y su efecto acumulativo todavía está por evaluar. Sin embargo, se puede constatar la proliferación de programas educativos, cursos y formación interculturales sobre diálogo, cuestiones interculturales y retos globales, que aspiran a crear un entendimiento mutuo y un marco de valores y principios compartidos en las dos orillas del Mediterráneo y entre jóvenes de diferentes extracciones culturales. Pero el contexto que llevó al Proceso de Barcelona ha cambiado. En la medida en que las revoluciones producidas en los países árabes desde 2011 están alterando la dinámica de poder en el mundo árabe, pero también están creando una nueva oleada de violencia y un nuevo problema de refugiados en todo el Mediterráneo, y cuando el extremismo religioso y el terrorismo en nombre de la religión se están convirtiendo en un problema global, la educación intercultural debería adoptar nuevas formas.


Qué hay detrás de la nueva situación contextual

Desde 2014 se ha puesto en jaque a la comunidad internacional tras el surgimiento del Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS, por sus siglas en inglés) y su proliferación, ya sea geográfica o virtualmente o entre jóvenes de distintas extracciones culturales. El número de combatientes extranjeros que se unen a ISIS muestra que no se trata solo de un fenómeno local o regional, ni tampoco únicamente religioso. En otras palabras, si cada vez más jóvenes se unen a ISIS, ello no solo se debe a creencias religiosas, sino también al hecho de que algunos jóvenes creen erróneamente que ISIS puede llenar el hueco existencial que sienten.

Aunque la acción militar y de seguridad es lo que se requiere, y lo que hoy se está haciendo, para afrontar el fenómeno ISIS, no basta con este tipo de acción. Hay que diseñar una acción contra corriente y a largo plazo para prevenir la formación de otros grupos similares a ISIS y detener el efecto galvanizador de los movimientos extremistas sobre los jóvenes.

Creo que esta acción contra corriente ha de ser doble: por una parte, ISIS representa una llamada de atención para que la comunidad islámica revise su discurso e interpretación textual de temas tales como el islam y el Estado, el islam y el otro, o la yihad y la sharía, conforme a los principios universales de los derechos humanos. Por otra, la situación actual constituye también una llamada a reflexionar acerca de qué huecos están llenando ISIS o sus grupos asociados a fin de proporcionar una contrapartida a los jóvenes.

En mi opinión, hay tres necesidades que tienen los jóvenes en nuestro mundo contemporáneo:

  • la necesidad de una causa, de algo en lo que creer;
  • la necesidad de reconocimiento de la propia valía, de la propia dignidad, especialmente teniendo un papel y una voz;
  • y la necesidad de formar parte de una comunidad, de fraternidad.

La primera y tercera necesidades se relacionan con nuestro mundo postmoderno, donde el individuo está cada vez más abandonado a sí mismo, donde las identidades están en crisis y donde las causas idealistas se han visto reemplazadas por las necesidades del mercado. La segunda difiere de un contexto a otro (esto es, entre las dos orillas del Mediterráneo), pero se relaciona con un sentimiento de injusticia y desigualdad que comparten los jóvenes de ambos lados del Mediterráneo: injusticia en políticas internacionales, desigualdad en dignidad humana entre el Norte y el Sur, disparidad de recursos, discriminación contra poblaciones o comunidades o minorías…

Mi opinión es que este sentimiento de injusticia y de selectividad de los gobiernos en su percepción de la dignidad humana (Norte) y en el favoritismo hacia unas comunidades por encima de otras (Sur) desencadena una ira reprimida que se alimenta del discurso de la victimización. La violencia política engendra violencia, y la deshumanización conduce a actos inhumanos por parte de quien se siente deshumanizado.[1]

En vista de este contexto, la educación intercultural ha de tener en cuenta esas necesidades y de dónde provienen para proporcionar nuevas vías en todo el Mediterráneo. Además de las necesidades psicológicas de los jóvenes anteriormente mencionadas, los países árabes requieren la implementación de una ciudadanía que acepte la diversidad en sus constituciones, leyes, educación y mentalidades. En los países europeos la gestión de la diversidad debería revisarse, porque en la misma medida en que hay sociedades donde los individuos provenientes de la inmigración sienten que son ciudadanos de pleno derecho o incluso ciudadanos globales, sigue siendo cierto que algunos de ellos sienten que son ciudadanos perdidos sin conexión con la sociedad civil y sin reconocimiento en la esfera pública.

Aquí reside la definición del concepto de ciudadanía intercultural desarrollado por la Fundación Adyan en colaboración con la Fundación Anna Lindh y promovido en las dos orillas del Mediterráneo.

Ciudadanía intercultural

El concepto de ciudadanía intercultural se fue desarrollando gradualmente para representar el marco para la convivencia en paz en nuestras sociedades actuales, teniendo en cuenta el reto de la gestión de la diversidad, y manteniendo los principios fundamentales de igualdad, dignidad humana y libertad. Aunque algunos todavía conciben esta forma de ciudadanía como algo que se da a la vez “dentro y a través de las fronteras del estado-nación”,[2] y consideran que el ciudadano intercultural es el ciudadano global,[3] otros tienden a centrarse más en el nivel local de la ciudadanía intercultural, que consideran que constituye la forma de contrato social apropiada en las sociedades multiculturales, donde todos son representados por igual y donde las distintas extracciones culturales se reconocen todas ellas como una fuente de enriquecimiento de la identidad nacional, en lugar de hallarse en un marco de competición o de tensión minoría/mayoría,[4] dado que existe una tendencia natural a que la mayoría (especialmente histórica y cultural) se haga hegemónica, marginando, o dejando de «ver» u «oír», las reivindicaciones de las minorías.

La ciudadanía intercultural, pues, viene a responder a estos desafíos, complementando tanto la ciudadanía global como la ciudadanía democrática y proporcionando una serie de matices esenciales al concepto de ciudadanía multicultural. De hecho, el modelo de ciudadanía multicultural va más lejos que el modelo democrático, reconociendo la dimensión cultural del ciudadano y el derecho a expresar las especificidades culturales de los grupos privados, teniendo en cuenta todos los componentes distintos de una sociedad y evitando así la marginación o la discriminación de determinados grupos. Sin embargo, el reto de este modelo es que, al tiempo que trata de asegurar que todos los componentes culturales de una sociedad se respeten y tengan su lugar en la esfera pública, plantea un riesgo de fragmentación de la sociedad[5] mediante el desarrollo de identidades comunales y causas comunitarias a expensas de la unidad nacional, de una identidad unificadora y de las posibles causas trans-comunitarias compartidas.

El modelo de ciudadanía global trasciende las sociedades locales y responde a la necesidad de ir más allá de la lógica de la lealtad nacional, que puede tener una dimensión nacionalista o segmentada, a fin de adscribir la propia lealtad a la humanidad y sus causas comunes, basadas en el avance en la comunicación mundial y la evolución del sentimiento de pertenencia a la sola familia humana y de solidaridad a nivel global. Pero este modelo de ciudadanía global no puede reemplazar la necesidad de un modelo de ciudadanía local. Además, está restringido a una parte de la población mundial: aquellos que pueden adoptarlo en la práctica mediante la educación y la movilidad. Por lo tanto, en esta etapa el modelo resulta contradictorio, puesto que, si bien se halla arraigado en los principios de justicia e igualdad entre todos los seres humanos, sigue siendo en sí mismo un ejemplo de desigualdad de oportunidades, quedando fuera del alcance de los pobres y marginados que todavía luchan por sus derechos más básicos a nivel local.

La ciudadanía intercultural como modelo se basa en la igualdad de derechos, deberes y libertades para todos de la ciudadanía democrática, así como en la aceptación de la diversidad del modelo multicultural, reconociendo todos los grupos culturales distintos existentes en el seno de una sociedad y evitando el predominio de un grupo sobre los otros o la imposición de una cultura monolítica. Pero asimismo ve la diversidad como una fuente de enriquecimiento mutuo y compartido. En el modelo de la ciudadanía intercultural, la diversidad está correlacionada con el proceso de interacción entre grupos, y no con la distancia que separa a estos. Dicha interacción se dirige a la formación colectiva, a través de la comunicación y la colaboración, de una cultura nacional global, identificando los hitos de la identidad nacional compartida.

En el marco de la ciudadanía intercultural el diálogo no es solo un elemento básico: es el ingrediente esencial de este modelo. El diálogo es en realidad la vía legítima para que los ciudadanos de extracciones culturales distintas organicen sus vidas de manera comunitaria y decidan con qué reglas comunes quieren vivir mediante procesos de deliberación pública. Constituye en la esfera pública un espacio abierto de interacción entre ciudadanos y un lugar donde reflejar la innovación resultante de la interacción libre y creativa. Esta dinámica también impulsa a las comunidades culturales (especialmente religiosas) a explicar y (re)interpretar sus valores a fin de promover valores compartidos, pero también para conocer y aceptar los valores no compartidos, esto es, los valores específicos de una comunidad.

El diálogo en este contexto se convierte en una vía de aprendizaje mutuo y crecimiento común, ayudando a desplazar el foco de la sociedad de la gestión de la diversidad a la interacción cultural creativa. Se hace parte del conocimiento, las habilidades y actitudes de cada una de las personas que viven en nuestra sociedad diversa y en nuestro mundo globalizado.

Así pues, la ciudadanía intercultural es el resultado, primero, de aceptar la diversidad en el seno de la misma sociedad y, segundo, de promover el diálogo y la interacción entre sus componentes basándose en la convicción de que tal diversidad es una fuente de enriquecimiento colectivo y de que la colaboración con otros ciudadanos pese a sus diferencias culturales forma parte del proceso de construcción de uno mismo y de la sociedad. En este modelo, el otro ciudadano se convierte, con su diferencia cultural, en parte del proceso de construcción de la identidad social, así como de la identidad individual del otro, en lugar de ser un competidor en adquisiciones o solo un igual en términos de derechos y obligaciones. Esta apertura al otro en el seno de la misma sociedad se complementa con la apertura al resto de la humanidad y a la solidaridad con los demás en todo el mundo.[6]

La educación transcultural sobre ciudadanía intercultural

Este modelo de ciudadanía intercultural representa, pues, una visión o una causa a la que pueden adherirse los ciudadanos de cualquier orilla del Mediterráneo y de cualquier comunidad cultural o religiosa, ya que representa la garantía de sus derechos, además de ofrecer un modelo de enriquecimiento positivo a partir de la diversidad. Mediante la educación sobre ciudadanía intercultural y la formación de formadores, podemos ofrecer un papel a los jóvenes y una comunidad de personas portadoras de la misma visión.

Volviendo a las tres necesidades mencionadas en el primer apartado, este modelo puede representar una causa para los jóvenes, proporcionándoles un papel y una responsabilidad en la concienciación y la creación de puentes, y creando en torno a él una comunidad de experiencia, interreligiosa e intercultural.

A lo largo de toda su experiencia, la Fundación Adyan ha implementado tres tipos de educación transcultural sobre ciudadanía intercultural, cada uno de los cuales tiene su propia especificidad y cada uno de los cuales crea una comunidad de experiencia y una referencia para la ciudadanía intercultural. El concepto clave de estas experiencias es la «movilidad cognitiva», un concepto desarrollado en el marco de un programa realizado en colaboración con la Fundación Anna Lindh y denominado Programa de Comprensión Adyan (2009-2011). La movilidad cognitiva se define como la capacidad de distanciarse de nuestro propio modo de pensar para intentar comprender el modo de pensar del otro. “Esta movilidad cognitiva, combinada con la alfabetización cultural, conduce a la comprensión del otro, así como a una comprensión más profunda de uno mismo, puesto que tiene en cuenta el aprendizaje no solo de “cómo” cada uno piensa y percibe las cosas, sino también de “por qué” cada uno, el otro y uno mismo, piensa y percibe como lo hace.”[7] Esto lleva, pues, a tener en cuenta las múltiples facetas de lo que afecta al otro, ya sean dimensiones históricas, sociológicas, religiosas, culturales u otras, al tiempo que somos conscientes de dónde venimos y de por qué pensamos como lo hacemos. Obviamente, esta movilidad cognitiva se construye a lo largo de todo el proceso de educación.

El primer tipo esla educación intercultural sobre ciudadanía intercultural dentro de un mismo país, esto es, unir a distintos componentes de una sociedad para pensar juntos, aprender juntos y convertirse en una comunidad local de educadores/formadores en ciudadanía intercultural. Esto permite la creación dentro de un mismo país de una estructura de jóvenes de extracciones culturales y religiosas distintas que promuevan el concepto de ciudadanía intercultural como una visión compartida de su país, donde todas las comunidades estén representadas por igual, donde todos participen en la vida pública y donde esa participación se base en la comunicación constante y en la elaboración conjunta del cemento de la unidad nacional enriquecida por la diversidad interna.[8]

El segundo tipo esla educación interreligiosa sobre ciudadanía intercultural. Este tipo de educación se centra en los líderes religiosos responsables de la educación religiosa, y pretende un cambio en el que pasen de ser absolutamente comunales y en algunos casos exclusivistas con respecto a otros a convertirse en portadores del mismo mensaje y concepto. Esto lleva a las autoridades religiosas a establecer una coherencia entre sus enseñanzas internas y los valores públicos compartidos por su sociedad, y a contribuir a la difusión de esos valores públicos de ciudadanía y coexistencia desde perspectivas basadas en la fe e interreligiosas.[9]

El tercero esla educación transcultural sobre ciudadanía intercultural, es decir, unir a personas de diferentes países, culturas y extracciones para aprender y reflexionar juntos y asimismo formar una comunidad de experiencia conjunta. En los dos últimos años, Adyan ha estado trabajando con la Fundación Anna Lindh en este nivel, ya sea en la dimensión euromediterránea o en la dimensión interárabe, en el marco del programa Dawrak / Ciudadanos por el Diálogo.[10] Esta experiencia permite el enriquecimiento mutuo no solo a partir de diferentes comunidades dentro de un mismo país, sino también de una diversidad más global, y de los ejemplos concretos y los retos afrontados por cada país en relación con los valores básicos de la ciudadanía intercultural; a saber: dignidad humana, igualdad y justicia, libertad cultural, empatía y solidaridad, y participación en la vida pública.

Conclusión

La sociedad civil, las ONG de ámbito internacional y las instituciones educativas han estado realizando un enorme trabajo en el nivel de la educación para la ciudadanía, así como en el nivel de la gestión de la diversidad en educación, transformando mentalidades y creando una cultura mundial de diálogo y apertura, y una cultura de derechos humanos. Sin embargo, para que todo este trabajo tenga un efecto sostenible, debe venir acompañado de un cambio en la política internacional. La sociedad civil está haciendo su parte. Es responsabilidad de los organismos políticos hacer también la suya y mantener los valores de transparencia, igualdad, dignidad y humanismo en la política internacional a través de unas políticas más equilibradas.

Por último, creo que los organismos políticos y la sociedad civil deben pensar conjuntamente en formas de establecer estructuras interculturales para los jóvenes donde estos puedan hallar un sentimiento de fraternidad y una causa digna, y trabajar juntos por la dignidad humana, por la solidaridad y por la salvaguardia mutua.

Notas

[1] La monstruosidad, en la mayoría de los casos, viene más tarde, como muestra este vídeo de James Dawes, http://edition.cnn.com/2013/05/15/opinion/dawes-syria-video/.

[2] M. Byram, «Intercultural citizenship from an internationalist perspective», http://www.nus.edu.sg/teachingacademy/article/intercultural-citizenship-from-an-internationalist-perspective/.

[3] Véase UNESCO, Intercultural Competences. Conceptual and Operational Framework, 2013 (http://unesdoc.unesco.org/images/0021/002197/219768e.pdf): «La ciudadanía intercultural hace referencia a un nuevo tipo de ciudadano, el que requiere la nueva aldea global», p. 16.

[4] Véase T. Cantle, Interculturalism: the new era of cohesion and diversity, 2012.

[5] Véase G. Bouchard, «What is Interculturalism?», McGill Law Journal, 56 (2), 2011, pp. 435-468.

[6] Puede verse una definición más completa de la ciudadanía intercultural y de otros modelos de ciudadanía en The Arab Toolkit for Education on Intercultural Citizenship, ALF/Adyan, 2014, http://www.adyanonline.net/course/view.php?id=67.

[7] F. Daou y N. Tabbara, «Roadmap for a Euro-Mediterranean Cross-Cultural Education: the Experience of Adyan Understanding Program», en Intercultural Dialogue and Multi-level Governance in Europe, P.I.E. Peter Lang, 2012, pp. 381-396.

[8] Véase, por ejemplo, la película sobre el proyecto «Muchas comunidades, una nacionalidad», en https://www.youtube.com/watch?v=mW5FVAUlnUM&index=24&list=PLkmV4L4fkj476mkIT3Lfak75Naf7y-AbB, y también la película sobre el proyecto Ciudadanos por la Unidad y por la Paz, en https://www.youtube.com/watch?v=sE-Y3xaEMvM.

[9] Véase la película sobre Educación Interreligiosa para la Ciudadanía Intercultural en el Líbano, en https://www.youtube.com/watch?v=Pz4y8uH23xo.

[10] Véase la película sobre el proyecto en https://www.youtube.com/watch?v=qAELPUuiZdU, y la película sobre el concepto en https://www.youtube.com/watch?v=E4y1oxAlCMQ.