El varias veces galardonado director de cine Khaled El Hagar es uno de los cineastas egipcios más significativos de las dos últimas décadas y se ha ganado una sólida reputación como uno de los directores más controvertidos e interesantes de su generación en Egipto. Su película de graduación, A Gulf Between Us (Un golfo entre nosotros), sobre la relación entre un hombre egipcio y una muchacha judía en Londres durante la guerra del Golfo de 1991, causó conmoción en la prensa egipcia cuando se exhibió en El Cairo en 1995. El Hagar, que no solo dirigió el filme, sino que también lo protagonizó, fue acusado de promover la normalización con Israel, y no pudo volver a Egipto hasta 2003. Su primera película como guionista y director, Una cama a cualquier precio, protagonizada por Juliette Lewis y el actor francés Said Taghmaoui, atrajo la atención del público internacional, ganando numerosos premios, cuatro de ellos a la mejor película. La profundidad y variedad de sus excepcionales filmes abarcan múltiples culturas y géneros, incluyendo la comedia, el baile, los musicales y los dramas contemporáneos. El Hagar siempre ha sido un director que pone de relieve los tabúes de su país natal. A través de sus películas, consideradas parte del nuevo realismo, hoy muestra a las jóvenes generaciones de cineastas egipcios cómo podría ser el futuro de la industria cinematográfica de Egipto.
Sergi Doladé: Me interesa saber cómo afronta el hecho de haber vivido tantos años lejos de su país de origen, Egipto. ¿De qué modo ha afectado esto a su trayectoria creativa?
Khaled El Hagar: Creo que en mi caso ha funcionado. Nunca imaginé que viviría una clase de vida distinta, pero está muy bien existir entre dos hogares, dos culturas, dos países. ¡Si me aburro de uno siempre puedo trasladarme al otro! Es creativo vivir dos vidas, aunque a veces resulta confuso. A veces quisiera solo vivir en un país con mi familia e ir a por todas, pero siempre echo de menos el otro. Supongo que a estas alturas me he acostumbrado a ello, y es un privilegio poder hacer películas en Egipto y en Inglaterra o Europa. Me considero afortunado.
S.D.: ¿De qué modo ha influido esto en sus películas?
K.E.H.: Estoy muy influido por los filmes europeos y las viejas películas egipcias de maestros del cine egipcios como Youssef Chahine y Salah Abou Seif. En Egipto aprendí el oficio trabajando con nuestro gran director Youssef Chahine como ayudante en tres de sus películas, y en Inglaterra hice el curso para Directores de Ficción de la Escuela Nacional de Cine y Televisión, una de las mejores de Europa, de modo que estoy influido por ambas culturas y puedo trabajar fácilmente en cualquier país. En Egipto la gente siempre dice que mis películas están influidas por Occidente, mientras que en Inglaterra dicen que están influidos por Egipto. Estoy seguro de que las dos culturas forman parte de mí, y no puedo separarlas. Eso me hace ser libre cuando hago películas, porque me dirijo al mundo entero, y no solo a un país o a una cultura.
S.D.: En 1994 rodó A Gulf Between Us (Un golfo entre nosotros), una historia de amor sobre un musulmán egipcio y una mujer judía israelí durante la primera guerra del Golfo. Por entonces se hizo usted muchos enemigos tanto entre la censura como entre los Hermanos Musulmanes. ¿Podría filmar la misma historia hoy en día?
K.E.H.: Aquella fue una época muy difícil, porque en Egipto todo el mundo estaba disgustado conmigo. Casi me pusieron en la lista negra de la industria cinematográfica egipcia. Regresé a Inglaterra tras estrenar el filme, y durante cuatro años no volví a Egipto. Pero estuvo bien ir contra corriente. El cine y el arte han de ir contra corriente, y los cineastas no deberían tener miedo de expresar sus ideas y pensamientos políticos en sus películas. Lo bueno después de haber hecho esta película fue que, posteriormente, en Líbano y Palestina se hicieron dos o tres filmes sobre el mismo tema. Creo que ahora es mucho más fácil hacer una película así porque mi película facilitó que los jóvenes cineastas no tuvieran miedo. Recuerdo que Youssef Chahine me dijo: «Ahora eres un cineasta y eres responsable de todo lo que hagas y digas en tus películas, y debes luchar por tus ideas». Sin duda pienso que debo.
S.D.: Su última película, El Shoq, fue extraordinariamente bien recibida por el público y los festivales árabes. De hecho, fue seleccionada como la candidata egipcia a la mejor película en lengua extranjera en los LXXXIV Premios de la Academia estadounidense. ¿Fue este reconocimiento el principio de la reconciliación con su país?
K.E.H.: Me sentí muy contento con las reacciones a la película internacionalmente y en Egipto. En Egipto la película gustó de verdad a la gente, especialmente a la gente joven, y pensaban que les recordaba el cine del viejo realismo egipcio y reflejaba la oscura realidad del Egipto anterior a la revolución. La película se estrenó unos días antes de la revuelta, y algunos críticos pensaron que predijo la revolución en el país. Cuando el filme fue seleccionado para representar a Egipto en los Óscar, sí, sentí que por fin pertenecía a la industria cinematográfica egipcia. Nunca había sentido eso antes, siempre me había sentido un inadaptado. Pero hicieron falta un montón de años y de lucha para llegar a ese punto.
S.D.: El Shoq es una película sobre las mujeres de El Cairo y acerca de cómo se las arreglan para afrontar las penalidades de la vida. ¿Qué le inspiró a acercarse al universo femenino que se retrata en el filme?
K.E.H.: Como director, me gusta trabajar con mujeres más que con hombres. Me gusta hablar sobre temas de mujeres. Tiendo a entender a las mujeres más que a los hombres. Mi primer corto, You Are My Life (Eres mi vida), trataba sobre mi madre; me siento fascinado por las mujeres, por su fuerza, su dolor, su poder. Amo y aprecio a las mujeres, y sin ellas no hay vida o humanidad. Las mujeres egipcias son muy fuertes y controlan todos los aspectos de la familia. Muchas personas creen que mis películas están dirigidas por mujeres. Para mí, la mujer enEl Shoq (Lujuria) era una metáfora de Egipto; por eso me gustó el guión: era un gran guión de Sayed Ragab.
S.D.: A usted se le considera uno de los cineastas más polémicos de Egipto. ¿Qué piensa al respecto?
K.E.H.: Me parece bien. Hago que la gente hable y piense y se enfade, y creo que eso es lo que deberían hacer las películas. Soy un director que expresa sus ideas en su trabajo, y si esas ideas disgustan a algunas personas la verdad es que no me preocupa. Todavía tengo mucho que decir en mis nuevas películas. Ser polémico es bueno, pero a veces los productores se asustan. Tengo dos guiones que he estado intentando hacer en el Reino Unido, pero a la mayoría de los productores les ha dado miedo respaldarlos. Pensaban que eran demasiado sexuales o demasiado políticos. Pero estoy seguro de que algún día los haré.
S.D.: ¿Por qué ha puesto de relieve los tabúes de su país natal en sus películas?
K.E.H.: Porque los tabúes son realidades ocultas, y están ahí para romperlos; las películas deberían hacer eso. Cuando hubo una tendencia en el cine egipcio denominada Cine Limpio (cine sin besos), yo rodé mi filme Kobolat Masroka (Besos robados), que contenía 120 besos, porque en Egipto los jóvenes no pueden permitirse casarse o tener una verdadera relación, de modo que lo único que pueden hacer es besarse bajo los puentes en la oscuridad. Es importante abordar cuestiones como el amor prohibido en las diferentes religiones, los derechos de la mujer, los temas homosexuales, la violencia, la corrupción y el fanatismo. En nuestras sociedades tenemos todos esos elementos, y deberían mostrarse en las películas e iniciar un debate. Descubrir la verdad es importante. Yo odio los tabúes, porque todos los violamos, pero a puerta cerrada.
S.D.: Usted ha producido, dirigido y hasta actuado en sus películas. ¿Necesita tener un control absoluto sobre su trabajo?
K.E.H.: A veces. Respeto el papel de los productores: necesitas a gente en la que confiar a tu alrededor para no hacer el ridículo. Pero también respeto mi voz interior. A veces siento que yo entiendo mi trabajo mejor que nadie. Creo que es bueno controlar tu trabajo y también escuchar a otras personas. Hacer una película es un esfuerzo colectivo; no puedes hacerlo solo.
S.D.: ¿Cuál es actualmente su fuente de inspiración?
K.E.H.: La humanidad, siempre observo a la humanidad; cómo funcionamos en cuanto individuos unos con otros. La humanidad ocupa una buena parte de mis pensamientos. Me sabe mal que los medios de comunicación nos estén dividiendo, gastando un montón de dinero en hacer que las personas se odien unas a otras. Pienso que hoy los medios de comunicación se han vuelto muy racistas, islamófobos y parciales, y eso me preocupa mucho.
S.D.: Estoy seguro de que está usted trabajando en un nuevo proyecto. ¿Qué puede decirnos al respecto?
K.E.H.: Tengo demasiados proyectos de películas en la cabeza, pero en este momento estoy desarrollando dos proyectos fílmicos en Egipto, básicamente políticos, sobre lo que está ocurriendo ahora y lo que ocurrió antes y después de la revolución, y otro proyecto fílmico en el Reino Unido. Estoy intentando adaptar al cine una impactante novela que leí hace mucho.
S.D.: Dawaran Shubra, su serie coproducida por la BBC, cuenta la historia de un cristiano egipcio que está cargado de deudas y se enamora de la muchacha equivocada. He leído que pone de relieve los mismos problemas que en última instancia llevaron a la revolución: la corrupción, los conflictos religiosos, la violencia policial… ¿Es posible que su trabajo/visión abra el camino a los cineastas egipcios a una nueva forma de realismo en el cine y la televisión del país?
K.E.H.: Después de Dawaran Shubra hice otras tres series dramáticas para la televisión, cada una de ellas de 30 episodios, y cada episodio de 45 minutos, de manera que rodé ¡120 episodios en cuatro años! Fue mucho trabajo, pero descubrí que la televisión ciertamente puede influir en las vidas de la gente, y descubrí que, como cineasta, podía transmitir mis pensamientos e ideas políticos a millones de espectadores árabes. La televisión es una fuerza muy poderosa en los países árabes, hoy mucho más fuerte que el cine. Estoy seguro de que la serie televisiva ha aportado una nueva forma de filmar, nuevas ideas. Los críticos decían que mis dramas televisivos parecían largometrajes, no series de televisión. Dos de ellos eran de carácter político, y los otros dos trataban principalmente sobre las mujeres egipcias contemporáneas, la generación joven y el arte underground después de la revolución. Mi drama televisivo Farah Laila (La boda de Laila) fue la primera serie de televisión que mostró el baile moderno, la música underground y el arte de los graffiti en el Egipto posterior a la revolución.
S.D.: ¿Estaría de acuerdo con la idea de que la revolución egipcia sumergió el país en la era moderna?
K.E.H.: La revolución tuvo cosas buenas y cosas malas. Lo bueno es que los jóvenes se sintieron libres de tener voz para cambiar su país; lo malo es que algunos de ellos pensaron que el significado de la revolución era destruir el establishment, lo que traducían como la policía, el ejército y las leyes. Tras la revolución, la delincuencia aumentó abruptamente. Durante un tiempo predominó la ley de la selva, y lo peor fue el auge de los Hermanos Musulmanes y los grupos yihadistas, que la mayoría de los egipcios despreciaban; de ahí que el 30 de junio de 2013 estallara otra revolución. El 60 por ciento de los egipcios son jóvenes de menos de treinta años de edad. Muchos de esos jóvenes han sido utilizados por el antiguo régimen de Mubarak o por los Hermanos Musulmanes para provocar el caos en el país. Creo que la revolución era necesaria y tenía que ocurrir después de treinta años de opresión, y espero que en unos años Egipto sea más estable y la gente pueda cosechar el fruto de las dos revoluciones.
S.D.: ¿Hay nuevas formas de censura en Egipto? ¿Cómo se ha adaptado usted creativamente a la nueva situación en Egipto después del gobierno de Mubarak?
K.E.H.: Creo que ahora hay más libertad que antes. La revolución lo abrió todo; lo que estaba oculto ya no lo está. Las películas y el drama televisivo son más agresivos y más abiertos a hablar del Egipto real y los egipcios reales. A veces es feo, pero casi siempre cierto, y ahora siento que puedo hablar libremente sin temor. Algo cambió realmente en el alma egipcia después de aquellos cuatro años tan difíciles y perturbadores. Creo que vamos en la dirección correcta.
S.D.: ¿Cuál es su opinión sobre las actuales condiciones que afrontan los cineastas en la mayoría de los países árabes?
K.E.H.: En los últimos cuatro años se han hecho pocas películas en Egipto. Los productores tienen miedo de invertir en películas porque la gente no va al cine como antes debido a la violencia. Pero los pocos filmes que se han hecho son realmente interesantes, y los jóvenes cineastas están haciendo un gran trabajo. En lo que se refiere a los países árabes, es triste decir que todas nuestras películas se están volviendo políticas, sombrías, y tratan sobre la miseria de nuestros países. Las películas también deberían dar esperanza y crear sueños. Pero la mayoría de los cineastas árabes sienten que los fondos internacionales y los grandes festivales internacionales solo se interesarán por su trabajo si este es de talante político, sombrío, y refleja la situación actual de su país, y hay una enorme presión para sentir como un cineasta porque a veces necesitas ser simplemente un cineasta que quiere hacer entretenimiento, una comedia o un musical.
S.D.: ¿Qué es lo que más le intereses del cine árabe actual?
K.E.H.: Creo que es joven, enérgico, más rompedor, independiente y auténtico, y quiere mostrar al mundo la verdad sobre nuestros países, pero creo que cuando habla sobre la primavera árabe o la revolución no es lo bastante maduro. Todavía estamos intentando entender qué pasa; ha habido mucha confusión en torno a la primavera árabe. Creo que se necesita tiempo para hablar sobre la revolución, y me molesta ver que en grandes festivales de cine internacionales se proyecta una mala película subdesarrollada solo para seguir la tendencia o tratar de celebrar la primavera árabe. Eso es un error, y hace que los directores parezcan seguir la moda, pero no ser buenos cineastas.
S.D.: ¿Va a adoptar usted un enfoque más ideológico o político en su cine?
K.E.H.: He estado haciendo eso desde mi primera película, Ahlam Saghira (Pequeños sueños), e incluso mis cuatro series de dramas televisivos eran mayoritariamente políticas. Me gusta hacer comedias, y musicales, y simplemente dramas cotidianos, como Hob el banat (Amor de mujer), y los he hecho; pero ahora creo que necesito volver a mis raíces políticas. Soy político por naturaleza, y hoy es difícil no mirar el mundo con ojos políticos, con todas esas guerras, el fanatismo y el racismo a nuestro alrededor.
S.D.: ¿Qué temas son dramáticamente esenciales para usted?
K.E.H.: La gente, la injusticia, la humanidad, los derechos de la mujer, la libertad de expresión y la sexualidad.
S.D.: En un nivel más personal, ¿cómo es actualmente su relación con Egipto?
K.E.H.: Es buena. Pienso en los últimos diez años, me he hecho un nombre sólido por mí mismo en la industria egipcia y entre el público, y puedo trabajar fácilmente en Egipto, pero todavía hay algunas personas, algunas voces, a quienes no les gustan los artistas que tienen conexiones con Europa, y siempre intentan señalarte como el malo o incluso como un traidor. Ahora, desde la revolución, hay montones de personas así.
S.D.: El hogar es a menudo una cuestión de corazón y de mente. Tal como la realidad es subjetiva, también el hogar lo es. ¿Dónde está su hogar?
K.E.H.: Eso resulta muy difícil. Cuando estoy en Egipto me siento en casa, pero al cabo de unos meses echo de menos a mi familia en Inglaterra, y cuando estoy en Inglaterra echo de menos Egipto. Creo que el hogar está dentro de ti. Puedo vivir felizmente en distintos países, pero el desierto, las pirámides, el olor de Egipto es mi hogar. Crecí muy cerca de las pirámides, podía llegar allí caminando. De niño solía ir a sentarme en las pirámides y contemplar la puesta de sol; es algo mágico, y mi hogar está allí.
S.D.: ¿Cuál es el objetivo último de un cineasta?
K.E.H.: Hacer cine es hacer feliz a la gente, pensar, sentir, contar la verdad, provocar, romper los tabúes, intentar cambiar el mundo para que sea un lugar mejor. Creo que los buenos cineastas y artistas son mensajeros de Dios en la tierra.