Argelia y la sociedad civil: el movimiento de protesta popular y las transformaciones del escenario político argelino

Laurence Thieux

Profesora de Relaciones Internacionales, Universidad Complutense de Madrid

En Argelia, desde principios de 2019, el movimiento Hirak, cuyo origen se sitúa en la sociedad civil, ha conmocionado el escenario político. Después de haber forzado la dimisión del presidente Abdelaziz Bouteflika, este movimiento ha demostrado una gran madurez política en las calles, ya que ha sido capaz de mantener la unidad a la vez que frustrar las maniobras detentadas por el poder político con el objetivo de dividir el movimiento. Las organizaciones de la sociedad civil argelina, constituidas por un gran número de estudiantes y mujeres, se encuentran ahora mismo en plena ebullición mientras luchan por exigir una serie de reivindicaciones. El movimiento Hirak responde así a un sentimiento que ya viene de lejos porque, durante los últimos años, la sociedad argelina ha protagonizado numerosas protestas con las que ha dado voz al malestar general de la población frente a un régimen de gobierno incapaz de satisfacer sus necesidades más elementales.


El movimiento popular conocido con el nombre de Hirak que, desde febrero de 2019, reivindica un cambio radical del sistema político ha conseguido conmocionar el escenario político argelino. Las manifestaciones que se suceden un viernes tras otro (y los martes les toca a los estudiantes) han sorprendido al conjunto de la élite política y la comunidad internacional por su amplitud, su constancia y su determinación, así como por el pacifismo y el civismo que exhiben los manifestantes. Aunque, en un principio, el levantamiento popular se organizó en torno al quinto mandato del presidente Abdelaziz Bouteflika, enfermo y postrado en una silla de ruedas desde 2013, las reivindicaciones populares han acabado por apuntar al conjunto del sistema y a las personalidades políticas que lo encarnan. Uno de los eslóganes más repetidos, Yatenahaw ga3 [Largaos todos], se ha escuchado una y otra vez en todas las manifestaciones para dejar claro a los representantes del actual régimen que las calles no aceptarán soluciones a medias. 

Aunque, como respuesta a estas manifestaciones, el ejército –a través de la figura de Ahmed Gaid Salah, jefe de Estado mayor– dejó de apoyar al clan presidencial y obligó a dimitir al presidente Bouteflika el 2 de abril de 2019, no ha cedido en lo esencial y ha mantenido una postura ambigua con el fin de mantener el control de la hoja de ruta de la transición. El artículo 102 de la Constitución, invocado para legitimar la sustitución de Bouteflika por el presidente del Senado, Abdelkader Bensalah, pudo servir como solución institucional provisional pero, desde luego, no ha resuelto la crisis política. Ni el gobierno presidido por el ex ministro del Interior, Nouredine Bédoui, tras la destitución de Ouyahia, ni el nuevo presidente suplente cuentan con el apoyo de los argelinos, que han reclamado también su dimisión. Según la hoja de ruta antes mencionada, las elecciones iban a celebrarse el 4 de julio, pero el rechazo de la calle ha conducido, finalmente, a la anulación de estos comicios.  

Aunque, por un lado, el poder se aferra a su postura y, desde el inicio de las manifestaciones, solo propone medidas destinadas a ganar tiempo y distraer a la población –como la operación «manos limpias», lanzada contra los oligarcas próximos al poder–, el movimiento Hirak ha demostrado una gran madurez en las calles, ya que ha sido capaz de mantener la unidad a la vez que frustrar las maniobras detentadas por el poder para dividirlo y sofocarlo. De momento, los cálculos de las élites dirigentes han fallado pero, ¿hasta cuándo?  

El ejército ha intentado jugar la baza de la cristalización identitaria al prohibir banderas amazighs en las manifestaciones. En efecto, el 19 de junio en Bechar, el general Ahmed Gaïd Salah alertó contra las «tentativas de infiltración» que encarnaban aquellos manifestantes que ondearan banderas distintas del emblema nacional.

No deja de ser cierto que el encaje de las distintas tendencias que componen este movimiento transversal supone un gran reto que, de momento, ha quedado, por así decirlo, paralizado a causa de la fuerza del objetivo perseguido, es decir, la partida de la élite dirigente. Así pues, la estructuración del movimiento y la traducción de las reivindicaciones expresadas por los manifestantes en una hoja de ruta concreta de cara a abordar la transición plantean aún numerosos interrogantes.

El primer interrogante surge al observar la relación entre la sociedad civil organizada y el movimiento popular. Cabe recordar, en este sentido, que el movimiento estuvo acompañado desde el principio por las organizaciones de la sociedad civil, pero estas no han liderado en modo alguno las protestas. Durante mucho tiempo, estas organizaciones se han visto, por una parte, obligadas a moderar sus demandas y, por otra, hostigadas por los insidiosos métodos de represión que han utilizado las autoridades argelinas para neutralizarlas. Por tanto, son organizaciones muy debilitadas que, a lo largo de las últimas décadas, han tenido muchas dificultades para canalizar sus reivindicaciones a través de redes o iniciativas conjuntas.  

No debe extrañarnos, pues, que las protestas en Argelia hayan adoptado nuevas formas de expresión y que las organizaciones de la sociedad civil se hayan subido al tren cuando este ya estaba en marcha.  

El movimiento popular de febrero de 2019 comenzó en Kherrata, en Cabilia, y a partir de entonces las manifestaciones se han ido expandiendo por todo el país y han llegado tanto a las principales ciudades del norte de Argelia (Argel, Orán, Annaba, Tizi Ouzou, Buira o Bejaia, en Cabilia), como a las del sur (Tamanrasset, Ouargla…). A las manifestaciones de cada viernes se han agregado, asimismo, manifestaciones sectoriales de diversos gremios profesionales como los abogados, jueces o periodistas. Esta sociedad en plena ebullición se vio golpeada con fuerza por la humillación del quinto mandato del presidente enfermo, hecho que actuó como catalizador para que emergiera toda esa energía colectiva sin precedentes que, ahora mismo, está conduciendo a los argelinos y las argelinas a reapropiarse de un espacio público que, durante mucho tiempo, el Estado mantuvo confiscado. 

El movimiento popular de 2019, independientemente de cómo llegue a su fin, rompe con la visión predominante, condicionada por las autoridades argelinas y transmitida por los medios occidentales, que muestra una Argelia estable y sólida en un contexto regional muy agitado. El estereotipo de la estabilidad está estrechamente vinculado a la invisibilidad de los profundos cambios que han modificado la sociedad argelina durante los últimos veinte años.

Según la comunidad internacional, la estabilidad del régimen ha relegado a un segundo plano las numerosas manifestaciones que han expresado un profundo malestar surgido en distintos sectores de la sociedad. El Hirak no es un despertar del pueblo argelino. En el transcurso de las últimas décadas, la sociedad argelina no ha dejado de protestar y expresar su malestar ante un sistema de gobierno incapaz de satisfacer sus necesidades más básicas. En efecto, a partir del año 2000, en Argelia se han sucedido numerosas «microrrevueltas» (el Ministerio del Interior registró 10.000 en el año 2010) que no representaron un gran peligro para el régimen, el cual se contentaba con responder parcialmente a las reivindicaciones adoptando medidas casi siempre paliativas y contando, para ello, con una renta abundante procedente del petróleo.

A partir de la primavera negra de 2001, la región de Cabilia empezó a acoger diversas movilizaciones que surgían de distintos sectores como los funcionarios, los médicos e incluso los policías. Asimismo, en el sur del país, las manifestaciones empezaron a desplegar nuevas formas de movilización social, como la de los graduados en paro a través del Comité nacional de defensa de los derechos de los graduados en paro de Ouargla  o la del colectivo contra la explotación del gas de esquisto en Ain Salah. 

Otro estereotipo muy difundido y que el Hirak ha hecho volar en pedazos es el que muestra una juventud argelina apática, despolitizada y con el único objetivo de huir del país de la hogra. A pesar de que una parte importante de esa juventud responde, en cierto modo, a ese estereotipo, los rasgos sociológicos y políticos de esta generación incomprendida son mucho más complejos. Un estudio realizado por el Centre de Recherche en Économie appliquée pour le Développement en 2015, en el marco del proyecto Sahwa, señalaba que dos tercios de los jóvenes encuestados no mostraban interés por la actualidad política. Sin embargo, el papel central que ha venido desempeñando la juventud argelina en el movimiento popular desde febrero de 2019 ofrece una imagen completamente distinta: vemos jóvenes comprometidos, dinámicos, informados, creativos y pacíficos que se manifiestan, los martes y los viernes, en favor de un cambio político en profundidad. Al haberse alejado de las formas tradicionales de participación política, como la militancia en el seno de los partidos o la implicación en asociaciones, les jóvenes argelinos se habían vuelto invisibles para los responsables políticos. Este rechazo mostrado hacia los partidos políticos es una consecuencia directa de la falta de credibilidad y de funcionalidad de estos a la hora de reformar desde la base el sistema de poder instaurado en Argelia, así como de su complicidad (en el caso de algunos partidos) con la farsa democrática que han exhibido los verdaderos detentores del poder: el ejército y el círculo presidencial.   

La capacidad del sector asociativo y los sindicatos de atraer a los jóvenes ha sido muy limitada. Las asociaciones y los sindicatos independientes han estado, durante mucho tiempo, en el punto de mira de la política represiva del régimen. Además, sus divisiones internas han limitado en gran medida su campo de acción y su capacidad tanto para construir una base sólida en el seno de la sociedad como para renovar su capital humano. La habilidad del régimen y los servicios secretos para activar mecanismos de neutralización, cooptación y represión de toda expresión, individual o colectiva, susceptible de amenazar el statu quo político han debilitado mucho las competencias de la sociedad civil a la hora de erigirse como una fuerza capaz de hacer oír sus propuestas e influir en la vida política del país. Cabe señalar, en este sentido, que tras las movilizaciones de la Primavera árabe de 2011 y el limitado impacto que tuvieron en Argelia, la Asamblea Popular Nacional (es decir, el Parlamento argelino) adoptó una ley tremendamente restrictiva sobre la libertad de asociación.  

Además de contar con un marco legal muy represivo, las asociaciones y los sindicatos deben enfrentarse a una serie de trabas administrativas. Los sindicatos independientes que han conseguido federarse para formar parte de la Confederación de Sindicatos Argelino (CSA), que en noviembre de 2018 contaba con trece sindicatos independientes de la función pública, aún no han conseguido obtener la autorización del gobierno y han estado especialmente vigilados por parte de los poderes públicos, que han desplegado contra ellos unas estrategias de infiltración y duplicación extremadamente insidiosas. A título de ejemplo, para neutralizar el Sindicato Nacional Autónomo de Personal de la Administración Pública (SNAPAP), el régimen impulsó la creación de una entidad similar para sembrar dudas sobre la orientación política del sindicato y provocar escisiones con vistas a debilitarlo.  

Aunque las maniobras del poder son, en buena parte, responsables de la fragmentación del tejido asociativo argelino, la atomización de la sociedad civil organizada también es el resultado de las dinámicas internas de las asociaciones, a menudo sumergidas en tensiones y disputas internas de liderazgo o de apropiación de poder por parte de algunas personalidades, y todo ello ha contribuido a degradar su imagen frente a la juventud.  

Además de la imposibilidad de acceder al espacio público y poder llevar a cabo libremente acciones de sensibilización u otras actividades que permitan ampliar su base, las asociaciones también sufren una falta de renovación de las élites dirigentes, o bien de relevo generacional.  

La escasa participación de los jóvenes en las asociaciones y los partidos no debería interpretarse como un signo de pasividad o desinterés por los asuntos públicos. Muchos de ellos han participado en acciones cívicas o solidarias, o bien en proyectos de protección del medioambiente o recuperación del patrimonio, lo cual demuestra que estos jóvenes han concebido una nueva forma de conciencia ciudadana y civismo.  

Durante las últimas décadas, el compromiso de la juventud en el tejido asociativo ha sido marginal, tal y como señala la encuesta realizada por  Rassemblement Action Jeunesse en 2017 sobre una muestra de 1.462 personas en 41 valiatos, de las que solo un 2,5% declaraban ser miembros de una asociación y únicamente el 0,2% estaban afiliados a un sindicato.   

Los estudiantes, actores clave del Hirak  

La capacidad represiva del régimen no perdonó el ámbito universitario. Desde los años 90, los sindicatos de estudiantes han sufrido un férreo control, sobre todo porque la influencia del Frente Islámico de Salvación (FIS) había encontrado, ya en los años 80, un terreno favorable en los campus universitarios. Los sindicatos de estudiantes, como la Unión Nacional de Estudiantes Argelinos, quedaron en manos del régimen o bien controlados por las fuerzas políticas que manejaban el poder, como la Unión General de Estudiantes Libres, próxima al partido islamista del Movimiento de la Sociedad por la Paz. En 2011, la vigilancia sobre el entorno universitario se estrechó aún más, lo cual abortó los intentos de huelga, así como las iniciativas de estructuración o creación de estructuras independientes y autónomas en el sector estudiantil, como es el caso de la Coordinación nacional autónoma de estudiantes.   

Los estudiantes son actores clave de las protestas políticas contra el régimen. Su número se ha multiplicado por cuatro en los últimos veinte años: de 425.000 en 1999, han pasado a 1,7 millones, un tercio de los cuales son mujeres. Al igual que ocurre en el conjunto del movimiento popular, los estudiantes deben afrontar el reto de organizarse y organizar el paso de la reivindicación a la formulación de propuestas concretas para asegurarse de que sus voces no queden otra vez disueltas entre las fuerzas políticas, mejor preparadas, y para que sea posible recuperar el movimiento e imponerse en las próximas etapas. No es de extrañar –habida cuenta del potencial del movimiento estudiantil como fuerza de cambio– que el poder haya intentado, durante los primeros meses de las protestas, neutralizar a los estudiantes mediante el avance de las vacaciones del mes de abril y el cierre de las residencias universitarias durante un mes.

La coordinación, en el ámbito nacional, del movimiento de protesta en Argelia constituye, asimismo, un gran reto. La representatividad geográfica de las plataformas que pueden surgir del movimiento es esencial para asegurar la viabilidad y credibilidad del mismo. Las experiencias anteriores muestran que existen numerosos obstáculos que pueden acabar con las iniciativas de federación de las distintas corrientes, las cuales reflejan la diversidad y las contradicciones de la sociedad argelina. A título de ejemplo, podemos recordar la experiencia del movimiento contra la explotación de gas de esquisto que tuvo lugar en In Salah en 2015, y que se mostró muy reticente a ampliar el ámbito de sus reivindicaciones, tal y como solicitaron entonces numerosas organizaciones de la sociedad civil que deseaban apoyar el movimiento y darle una repercusión nacional (concretamente, ante el Foro Social Mundial que tuvo lugar ese mismo año en Túnez). Esta reticencia se explica, asimismo, por las numerosas tentativas pasadas que pretendían recuperar el movimiento con el fin de desviar los objetivos de este a través de las insidiosas estrategias del poder.

La baza de la división para debilitar el movimiento 

Habida cuenta de la reciente historia de Argelia, marcada por las divisiones ideológicas, religiosas y étnicas que durante décadas han fragmentado la sociedad argelina, no es realista minimizar el riesgo de fracturación del movimiento. Durante las marchas de cada viernes, el poder no ha dejado de utilizar una misma estrategia para intentar desactivar las movilizaciones: la presencia de líderes islamistas en la calle para despertar el miedo del regreso a los años negros. El hecho de que algunas iniciativas colectivas que proponían varias salidas de la crisis estuvieran firmadas por los antiguos líderes del FIS forma parte de la misma estrategia, así como la presencia de la plataforma Coordinación nacional por el cambio. 

Por otra parte, el riesgo de que se produzca un nuevo auge del islamismo se ha repetido sin cesar y de forma expresa por parte de los observadores internacionales (sobre todo, en Europa), que suelen aplicar un mismo análisis a los países del Sur sin considerar las particularidades de cada contexto. En Argelia, la ascensión política del FIS a finales de los años 80 y su previsible victoria en la segunda vuelta de las elecciones legislativas de 1991 condujeron a la interrupción del proceso electoral por parte de los militares en 1992, lo que provocó un conflicto de inusitada violencia que se alargó toda una década. El FIS acabó desmantelado y, tras el proceso de reconciliación nacional impuesto por el presidente Bouteflika para pasar página a una de las etapas más sombrías de la historia de Argelia, los partidos islamistas moderados, más o menos integrados en los juegos de poder políticos, perdieron sus apoyos populares. Por ello, la ausencia de una fuerza islamista tan estructurada como los Hermanos Musulmanes en Egipto hace que un escenario a la egipcia, donde los islamistas recuperaron en 2013 los beneficios políticos de la Revolución de 2011, resulte muy improbable. Sin embargo, nada permite predecir si de las cenizas del FIS renacerá un movimiento similar, ni a medio ni a largo plazo. El terreno es favorable a ello en la medida en que la sociedad argelina es conservadora y la religión sigue ocupando un lugar muy importante en la misma. 

Las voces de la disidencia, reprimidas durante mucho tiempo, ya fueran feministas, regionalistas o religiosas, podrían intentar aprovecharse de esta liberación del discurso para hacer avanzar sus propias agendas de reivindicaciones.  

Las mujeres de todas las generaciones también han estado presentes en el movimiento de protesta contra el régimen argelino. Los «cuadros feministas» hicieron su aparición en el seno de las manifestaciones de los viernes con el objetivo de reclamar una serie de reivindicaciones en favor de la igualdad. A pesar de que la causa feminista en Argelia cuenta con una larga tradición, la lucha de las mujeres argelinas por el reconocimiento de sus derechos no ha podido escapar a las brechas generacionales, como en el caso de los otros sectores de la sociedad civil. Desde el mes de febrero de 2019, se han empezado a crear nuevas dinámicas que siguen la estela de esta liberación general del discurso, y que acercan a la vieja guardia militante a una nueva generación de feministas. Sin embargo, como ya hemos señalado anteriormente, la puesta en marcha de una agenda feminista puede también dividir el movimiento popular y no está en modo alguno a salvo de la instrumentalización por parte del poder.  

Hasta el momento, el movimiento ha conseguido frustrar los intentos de sembrar la discordia en su seno. Las numerosas lecciones aprendidas han permitido a los actores del movimiento permanecer en guardia y no caer en la trampa de la división. La resistencia del movimiento a salir de su transversalidad a través del retraso voluntario de su propia estructuración o de la emergencia de líderes obedece, de algún modo, a la voluntad de protegerse.   

Así, la cuestión central de la estructuración del movimiento popular queda en el aire, aunque empiezan a surgir algunas iniciativas que pretenden cohesionar las distintas propuestas procedentes de la sociedad civil ‒asociaciones, partidos políticos, sindicatos autónomos‒ para salir de la crisis. El 15 de junio de 2019, numerosos actores de la sociedad civil se reunieron para redactar una propuesta común de hoja de ruta de la transición.

Los procesos de transición política son muy complejos, pero el papel de la sociedad civil en los mismos resulta fundamental. Las experiencias tunecina y egipcia nos han mostrado cuán importante es contar con una sociedad civil estructurada y alerta, para que los objetivos de la «revolución» no se desvíen en beneficio de las fuerzas contrarrevolucionarias. En el caso de Egipto, la carencia de una sociedad civil bien estructurada y coordinada ha impedido mitigar los efectos de la extrema polarización entre el ejército y los Hermanos Musulmanes. En Argelia, la estructuración del movimiento popular es, asimismo, una etapa ineludible hacia el progreso por la vía de la democratización del sistema político argelino.