El movimiento Juventud por el clima, iniciado en 2018 por la estudiante y activista sueca Greta Thunberg, ha provocado hasta ahora una respuesta muy positiva entre jóvenes estudiantes de numerosos países, que han organizado una serie de huelgas, marchas y protestas para instar a los gobernantes ‒cuyas respuestas, a veces, han sido significativamente airadas‒, a detener el calentamiento global y el cambio climático con políticas efectivas a largo plazo. Sin embargo, en los países árabes, que son especialmente sensibles al cambio climático, la respuesta de los jóvenes no ha sido igual de entusiasta. Aunque ha habido buenas intenciones, estas no se han traducido en acciones visibles, de modo que los estudiantes apenas han participado en las protestas mundiales. Transformar la conciencia en acciones reales y significativas en favor del cambio climático constituye, pues, uno de los retos actuales más importantes de la sociedad civil en los países árabes.
Cuando, durante el verano de 2018, la estudiante sueca de dieciséis años Greta Thunberg inició una huelga en solitario para exigir una serie de acciones más comprometidas para afrontar el cambio climático, decidió sentarse cada día enfrente del Parlamento sueco de Estocolmo para llevar a cabo su protesta. Por entonces no esperaba que esa vigilia desplegara todo un movimiento de protesta a escala mundial, llamado Juventud por el clima. Sin embargo, durante los meses siguientes, las protestas se extendieron por más de un centenar de países y millones de estudiantes de secundaria y universitarios participaron en huelgas por el clima, que se extendieron desde Alemania, Bélgica y Gran Bretaña hasta Australia, Japón y Estados Unidos.
En diciembre de 2018, Greta se dirigió a los líderes mundiales en la Cumbre del Clima de las Naciones Unidas, en Polonia. En su discurso, Greta les pedía que dejaran de comportarse como niños irresponsables. Más tarde, en enero de 2019, emplazó a los empresarios y líderes del Foro Económico Mundial de Davos a dejar de ignorar los principios humanitarios fundamentales mediante la destrucción de las riquezas naturales en todo el mundo, motivada únicamente por el ansia de generar más beneficios.
Debido a que el aluvión se protestas de extendió por 123 países, en marzo de 2019 la iniciativa ya había crecido hasta transformarse en un movimiento global que no podía seguir ignorándose. Era la primera vez que los estudiantes salían en masa a las calles en defensa del medio ambiente, ya que los movimientos surgidos hasta entonces de cariz similar clamaban contra las guerras y en favor de la paz, sobre todo durante la época de la guerra de Vietnam. En este caso, el informe científico del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático aparecido en octubre pudo haber encendido las protestas. Este informe afirmaba que solo nos encontramos a doce años de poder emprender acciones para prevenir las consecuencias catastróficas del aumento global de la temperatura, que asciende a más de 1,5 grados.
Los estudiantes consideran que los líderes empresariales y los gobiernos están paralizando y retrasando de forma deliberada las acciones necesarias para asumir el reto de detener el cambio climático. En respuesta a algunas peticiones oficiales para que los estudiantes vuelvan a clase a «hacer los deberes», estos han pedido a los representantes gubernamentales que sean ellos quienes hagan sus deberes, es decir, que salvaguarden el derecho de las generaciones futuras a acceder a los recursos y crecer en un entorno saludable, en vez de proteger los intereses privados de algunas empresas. «Yo haré mis deberes cuando ustedes hagan los suyos», fue la respuesta de un estudiante en Bélgica, donde el ministro se vio obligado a dimitir ante la presión de las protestas y acusaciones de incumplimiento del deber. En Alemania, otro estudiante acusó en público al ministro de industria de estar al servicio de compañías contaminantes en vez de defender los intereses de la población y las generaciones futuras.
La gente joven se está dando cuenta de lo crítica que resulta esta situación y teme por su futuro, porque tiene mucho que perder cuando los efectos catastróficos del cambio climático se hagan notar a gran escala, lo cual será muy pronto si no ponemos remedio rápidamente. Los jóvenes se plantean la vida a lo largo de toda la segunda mitad de este siglo, y no solo en un plazo de 20 o 30 años, que es la esperanza de vida más alta de la mayoría de los políticos. Durante una de las manifestaciones, un joven activista de Sydney exhibía una pancarta en la que podía leerse: «Estáis quemando nuestro futuro», lema que expresa justamente ese miedo. Las consecuencias del cambio climático, irreversibles si suceden a gran escala, van a imponer un precio muy alto que tendrán que pagar las generaciones futuras. Por ello, en estos momentos debemos otorgar a los jóvenes el derecho a decidir en este asunto.
Siempre habrá quien adopte una actitud escéptica ante las motivaciones de los estudiantes, del mismo modo que son escépticos ante el cambio climático en sí mismo. Un ministro belga declaró que tenía en su poder varios informes que confirmaban que había fuerzas exteriores detrás de las protestas, pero los servicios de inteligencia del país lo negaron y el ministro tuvo que pedir disculpas. Muchos se sorprendieron ante la imagen de los estudiantes saliendo a manifestarse bien organizados y llevando a cabo huelgas pacíficas en todo el mundo. Pero las viejas generaciones deben acostumbrarse a un nuevo sistema de vida regido por las redes sociales, que quizá los jóvenes manejan mejor que las agencias de inteligencia. Por otra parte, los escépticos del cambio climático han recurrido a su último cartucho de defensa al enfrentarse al consenso de los científicos, que confirma que el clima está cambiando debido a las crecientes emisiones que provoca la actividad humana. Ahora se dedican a promover los, según ellos, impactos «positivos» en el cambio climático. Por ejemplo, que la sequía de algunos lugares se verá compensada por el incremento de lluvia en otros, o que el deshielo polar abrirá nuevas rutas de navegación y asegurará el acceso a nuevos recursos naturales. También se dice que cuando las condiciones climáticas del Polo Norte sean más suaves, la población de las zonas más cálidas podrá trasladarse hacia el norte para crear nuevos asentamientos en zonas anteriormente heladas.
Sin embargo, estas fantasías absurdas ignoran abiertamente el hecho de que el incremento de lluvias en algunas zonas del planeta, a causa del cambio climático, vendrá acompañado por terribles huracanes y repentinas inundaciones, por lo que no podrá producir ningún beneficio real. Tampoco podemos pedir a comunidades enteras, por ejemplo las de la región árabe, que abandonen sus tierras y sus casas en un período de cincuenta a cien años para empezar una nueva vida y una nueva cultura en el Polo Norte. Es cierto que históricamente sí que ha habido migraciones masivas de este tipo, pero siempre sucedieron de manera gradual y duraron millones de años, mientras que el cambio radical sobre el que nos alertan los científicos puede tener lugar en cincuenta años, que es la esperanza de vida estimada de los estudiantes que se manifiestan actualmente.
Existe, claro está, una gran diferencia entre los motivos de los jóvenes, con menos problemas prácticos y financieros, y cuya preocupación legítima por el futuro los lleva en estos momentos a manifestarse, y los de una generación presionada por una serie de retos cotidianos. Entre ambas partes se sitúan, por una parte, los gobiernos, que creen que el problema se puede posponer mediante políticas populistas que venden a la población beneficios a corto plazo robados de sus propias y futuras cuentas; y, por otra, los líderes corporativos, ansiosos por duplicar sus beneficios aprovechando la limitada ventana de oportunidades que queda antes de que cambien las reglas del juego.
El logro más importante del movimiento Juventud por el clima es que ha conseguido que su voz se oiga y ha abierto una discusión crítica sobre problemas reales. Si echamos un vistazo a la historia, podremos ver que los jóvenes siempre han actuado como un agente catalizador de los cambios. Cuanto más alto protestan, más difícil resulta a los políticos hacer oídos sordos a esas protestas, porque los niños y los jóvenes de hoy en día muy pronto van a ser los que controlen el destino de esos políticos en las urnas.
Países árabes: una tímida respuesta al clima
Es sorprendente que el movimiento global de los jóvenes en favor del clima no resonara en los países árabes, donde no se aprecia ninguna respuesta tangible. Las huelgas escolares no se llevaron a cabo, y las reacciones se limitaron a una serie de declaraciones generales de apoyo procedentes de individuos y asociaciones que representaban, en gran medida, a las viejas generaciones. Aunque tenían buenas intenciones, estos activistas medioambientales se comportaron como si no quisieran otra cosa que subirse al carro.
Algunas figuras de la «vieja guardia» justificaron la ausencia de estudiantes árabes en las calles durante la huelga del 15 de marzo alegando que era mejor realizar las declaraciones sin dejar de asistir a clase, a pesar de que la huelga se limitaba a un solo día. Sin embargo, esa actitud choca con el verdadero propósito de la huelga, que es llamar la atención sobre las causas defendidas y promover el diálogo mediante la interrupción de los horarios fijos. No hemos tenido noticia de que un solo estudiante árabe se enfrentara a los políticos para pedirles que hicieran sus deberes antes de hacer él o ella los suyos, como ocurrió en Australia.
La falta de respuesta por parte de la gente joven contradice algunas predicciones anteriores muy ambiciosas y deja patente que, en los países árabes, las acciones no siguen necesariamente a las declaraciones de intenciones. Un artículo publicado por el Foro Económico Mundial como parte de las actas de la reunión anual que tuvo lugar en Davos en enero de 2019 proclamaba, ya en el título, que «La mejor arma del mundo árabe contra el cambio climático reside en sus jóvenes». El artículo se refería al Movimiento de la Juventud Árabe por el Clima, declarado en Doha (Qatar) en los meses previos a la Cumbre de Naciones Unidas sobre Cambio Climático COP18 celebrada en Doha en noviembre de 2012. A pesar de ello, solo dos meses después de que se publicara ese artículo rebosante de entusiasmo, los jóvenes árabes a los que se refería eran, por absurdo que parezca, los mismos que se encontraban ausentes de un movimiento a escala mundial que abogaba por la acción por el clima.
Cuando el Movimiento de la Juventud Árabe por el Clima arrancó en Doha, un artículo lo describió como «el nuevo grupo que iba a conquistar el verde». El entusiasmo es comprensible ante un movimiento así en la región árabe, especialmente cuando se origina en un país que lidera las emisiones mundiales de carbón per cápita. Sin embargo, las buenas intenciones no bastan para movilizar a la gente en favor de una verdadera acción contra el cambio climático. Paradójicamente, el fundador del grupo de Qatar resulta ser un indio residente en Doha, y el movimiento nunca atrajo realmente a la gente de allí. Una «manifestación» llevada a cabo por el grupo durante la COP 18 para exigir más acciones contra el cambio climático contó con la limitada participación de unas pocas docenas de extranjeros y resultó más bien una actuación de teatro para las televisiones internacionales que un acto destinado a influir en los lugareños y los políticos árabes para tomar medidas reales contra el cambio climático. Siete años después, con el «movimiento» luchando por extenderse por quince países árabes, no se aprecia ninguna movilización real o acción concreta.
La población árabe y los gobernantes son más conscientes de la gravedad del impacto del cambio climático, ante el cual sus países se encuentran entre los más vulnerables. Sin embargo, a pesar de que veintidós países miembros de la Liga Árabe firmaron el Acuerdo de París, no ha habido acciones en la región para afrontar de forma cohesionada los riesgos del cambio climático. Si tenemos en cuenta los retos de la escasez de agua y la seguridad alimentaria en la región árabe, que se verá agravada por el cambio climático, cualquier enfoque serio debe estar basado en el trinomio agua-comida-energía. Los responsables políticos de la región deberían, por tanto, revisar sus estrategias de desarrollo desde una nueva perspectiva. Los esfuerzos a nivel nacional e internacional para dirigir el reto del cambio climático nos brindan una oportunidad sin precedentes para abordar una reforma institucional muy necesaria para mantener la cohesión en el desarrollo y la implementación de las políticas. Los jóvenes deben apostar sin reparos por el apoyo a esos cambios pero, para incidir realmente en la acción, deben organizarse a nivel local alrededor de una causa común.
El reto continúa siendo transformar la conciencia en acciones reales y atraer a los jóvenes para que puedan desempeñar un papel más activo en una sociedad libre de represión, capaz de proteger y alentar las mentes libres. El cambio no puede convivir con el miedo.