En el año 2000, la ONU reconoció el papel central y las responsabilidades de las mujeres en la agenda de política internacional sobre seguridad. Puesto que hoy en día la mayoría de los conflictos afectan a la sociedad civil y, especialmente, a las mujeres y los niños, estas deben tratarse como agentes capaces de proporcionar importantes recursos y voces potentes en favor de la paz, para prevenir y resolver esos conflictos. Desde que Naciones Unidas hizo este reconocimiento, la participación de las mujeres en los procesos de mediación y la sensibilización de género en los acuerdos de paz han aumentado hasta cierto punto, pero no lo suficiente: las mujeres casi siempre pueden encontrarse, pero no siempre pueden verse en la primera línea de los conflictos y las innovaciones para la prevención de la violencia. Las redes de mujeres adquieren, así, un papel fundamental a la hora de destacar sus logros y habilidades. La Red Mediterránea de Mujeres Mediadoras es un buen ejemplo de ello, ya que trabaja para fomentar las contribuciones de las mujeres en la estabilidad de la región mediterránea.
Destacar la participación de las mujeres en los procesos de mediación y paz
La participación de las mujeres en todos los aspectos de la sociedad y su inclusión en los procesos de toma de decisiones mediante la adopción de una perspectiva de género, son esenciales para el buen funcionamiento de las sociedades inclusivas y democráticas. Aunque este objetivo está aún por cumplir en su totalidad, en las últimas décadas ha habido avances importantes en cuanto a la visibilidad del papel decisivo que desempeñan las mujeres a la hora de contribuir en el desarrollo de una seguridad y una paz sostenibles.
En octubre de 2000, la resolución 1325 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas resultó transcendental en este sentido. La adopción de esta resolución significó un paso adelante muy significativo en la historia de la organización con respecto a los derechos de las mujeres ya que, por primera vez, colocó el papel y las responsabilidades de estas en el centro de la agenda internacional de seguridad. Así señalaba, además, el impacto que los conflictos armados tienen en las mujeres y reconocía que la emancipación y la igualdad de género son indispensables para asegurar la estabilidad y el crecimiento sostenibles, ya que generan bienestar y relaciones funcionales entre el Estado y la sociedad.
Esta resolución señala que la experiencia de las mujeres hace que estas se enfrenten a los conflictos de manera distinta a los hombres, lo que requiere una atención personalizada y gran pericia. Hoy en día, la mayoría de los conflictos se desarrollan en el seno de un estado, más que entre estados distintos, y afectan cada vez más a la población civil, especialmente a las mujeres y los niños. Por tanto, a la hora de abordarlos, la atención no debería centrarse en la seguridad estatal, sino a la seguridad de la población, que engloba, claro está, la seguridad humana. La resolución de la ONU reconoce, asimismo, que las mujeres son agentes capaces de proporcionar importantes recursos y voces potentes en favor de la paz a la hora de prevenir y resolver los conflictos, y señala el papel esencial que las mujeres pueden desempeñar, y de hecho ya lo hacen, en la consolidación de la paz. La implicación de las mujeres constituye un beneficio no solo para ellas mismas, sino para el conjunto de la sociedad. Por todo ello, la resolución insta a todos los actores a incrementar la participación de las mujeres y a incorporar perspectivas de género en todos los procesos llevados a cabo por Naciones Unidas en pos de la paz y la seguridad.
Desde que entró en vigor la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidad, se ha establecido una Agenda de Mujeres, Paz y Seguridad con siete resoluciones más (UNSCR 1820, 1888, 1889, 1960, 2106, 2122 y 2242) y en continua ampliación. Estas resoluciones, que han facilitado la aparición de numerosos esfuerzos nacionales e internacionales para implementar los compromisos adquiridos, reclaman una mayor y más efectiva participación de las mujeres en los procesos de mediación de conflictos; un mejor tratamiento de las necesidades y preocupaciones específicas de las mujeres y las niñas en estos procesos y, finalmente, una mayor prevención de la violencia sexual relacionada con los conflictos.
La Agenda de Mujeres, Paz y Seguridad contiene un gran potencial de transformación para prevenir o superar los conflictos, elaborar resoluciones pacíficas más inclusivas y democráticas y promover el diálogo local, así como unos acuerdos de paz más equitativos y con políticas más efectivas. Además, en un sentido más amplio, la Convención para la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés) prohíbe la discriminación y el tratamiento discriminatorio basados en el género. Dos recomendaciones de la CEDAW se refieren, concretamente, a la aplicación de medidas especiales temporales para fomentar la participación de las mujeres (recomendación 25) y al papel de las mujeres en la prevención de conflictos y las situaciones de conflicto y post conflicto (recomendación 30).
Actualmente existe un acuerdo cada vez más extenso en cuanto al hecho de que los puntos de vista de las mujeres son esenciales a la hora de entender bien el impacto de un conflicto y establecer una paz duradera. Un proceso de mediación con sensibilidad de género no solo debe procurar la representación de las mujeres en el mismo, sino también una perspectiva de género que asegure que todas las políticas y actividades consideren el efecto que van a tener sobre los individuos según su género, así como la inclusión de dimensiones de género en asuntos esenciales de la agenda. Al asegurar una participación sistemática y estructurada de mujeres líderes, expertos de género y organizaciones de mujeres que ayuden a identificar las dimensiones de género de la negociación y aportar una comprensión distinta de las causas y consecuencias del conflicto, se podrá elaborar un acuerdo o un proceso de paz y generar propuestas más comprensivas y mejor orientadas a la resolución. Finalmente, cabe señalar que el fomento de la representación femenina y la inclusión de las necesidades y preocupaciones de las mujeres en estos procesos permiten emitir una respuesta más adecuada para crear una paz más segura y estable.
Por todo ello, es necesaria una perspectiva de género no solo porque los principios de igualdad de género y empoderamiento de las mujeres se encuentran firmemente asentados en el derecho internacional y deben reflejarse en todas las legislaciones y políticas, sino también desde el punto de vista de la eficacia, la exhaustividad y la efectividad del proceso y, por último, en pos de una seguridad y estabilidad postconflicto verdaderamente sostenibles.
Aun así, tanto la participación de las mujeres en los procesos de mediación como la sensibilidad de género solo se han incrementado hasta cierto punto y, con frecuencia, las mujeres quedan excluidas de las tomas de decisiones. Así pues, aún debemos conseguir que las aspiraciones y los compromisos en este sentido se hagan efectivos en la realidad.
Según el Informe del Secretario General de 2018 sobre mujeres, paz y seguridad, «las mujeres permanecen aún infrarrepresentadas en los esfuerzos por negociar resoluciones políticas y pacíficas a los conflictos […]. Aunque las mujeres siguen desempeñando funciones decisivas en todos los esfuerzos de resolución de conflictos, incluidos los acuerdos de ayuda humanitaria, alto el fuego y otros esfuerzos equivalentes, sus logros, muchas veces, no se reconocen y su trabajo no queda en modo alguno reflejado en el acceso de estas mujeres a los procesos políticos subsecuentes al conflicto. Entre 1990 y 2017, las mujeres constituyeron solo el 2% de los mediadores, el 8% de los negociadores y el 5% de los testigos y signatarios de los principales procesos de paz». El informe señala, asimismo, que «la inclusión de cláusulas con perspectiva de género en los acuerdos de paz aún resulta poco habitual» y que «las barreras a la participación completa y efectiva, así como al liderazgo de las mujeres en la toma de decisiones están aún muy presentes». A este respecto, el informe señala que «los progresos llevados a cabo en el incremento de la representación política de las mujeres en países con conflictos y postconflictos son mínimos […]» y «En julio de 2018, solo diecisiete países eligieron a una mujer para desempeñar el cargo de jefe de Estado o gobierno, y ninguno de ellos es un país en conflicto o postconflicto».
La Agenda de Mujeres, Paz y Seguridad y el papel de la sociedad civil: las redes de mujeres mediadoras
El papel de la sociedad civil a la hora de respaldar la Agenda de Mujeres, Paz y Seguridad es muy importante y, por ello, se están llevando cabo diversos proyectos con el fin de aumentar la concienciación sobre este asunto, crear una red de mujeres más potente y reforzarla. Las redes de mujeres mediadoras se encuentran en continua evolución y permiten crear lazos entre las regiones de todo el mundo como una forma de incrementar la influencia de las mujeres en los procesos de paz, así como proporcionar una herramienta importante para compartir conocimientos y capacidades en los esfuerzos de mediación local e internacional.
Las organizaciones de mujeres son, asimismo, especialmente activas en cuanto a la adopción de iniciativas en favor de la paz de la sociedad civil y, por ello, son capaces de elaborar soluciones políticas alternativas a los conflictos, crear un clima de confianza, comprometerse en proyectos comunes u ofrecer a las distintas partes de un conflicto puntos de partida sobre los que establecer un diálogo. Además, suelen constituir una fuente de información muy valiosa y son capaces de colaborar tanto con mujeres como con hombres, aunque estos últimos puedan impedirles el acceso a algunos segmentos de la sociedad.
Tal y como señala Sanam Naraghi Anderlini «las guerras actuales están afectando, en su mayoría, a las sociedades; no se trata solo de dos naciones peleando entre ellas» y «Las mujeres suelen estar en primera línea de los conflictos pero no son solo víctimas pasivas que se ven afectadas, atacadas o desplazadas y, a veces, violadas o sexualmente agredidas. Muchas veces son, también, las primeras en levantarse y empezar a intentar terminar con el conflicto, aportar consuelo o tender puentes entre las comunidades».
He tenido la oportunidad de conocer a Sanam, reputada internacionalmente por su trabajo pionero en el terreno de las mujeres, la paz y la seguridad, que consiste en asesorar y formar a mujeres activistas de todo el mundo. Su origen iraní le permitió conocer de primera mano la experiencia de la revolución en este país, lo que suscitó su interés en la transformación de conflictos hacia la no violencia y le permitió darse cuenta del papel fundamental que suelen desempeñar las mujeres en tanto que agentes de paz. Así, empezó a escuchar las voces de estas mujeres y a darles apoyo, a la vez que trabajaba en favor de la Resolución 1325 de Naciones Unidas. Escribió un libro sobre sus experiencias: Women Building Peace: What They Do, Why It Matters (Lynne Rienner, 2007) y también fundó la red Women’s Alliance for Security Leadership, con sede en Estados Unidos.
Cuando le pregunté por qué es tan importante implicar a las mujeres en los procesos de paz, señaló que siempre pueden encontrarse mujeres en primera línea de los conflictos locales y las innovaciones por la prevención de la violencia, pero muchas veces nadie las ve porque su trabajo suele permanecer ignorado. Sin embargo, el papel que desempeñan estas mujeres, normalmente en condiciones de peligro, necesita ser reconocido junto con las habilidades, la experiencia y el conocimiento que adquieren, que pueden resultar muy útiles en las negociaciones de paz. También hizo hincapié en la importancia de poner sobre la mesa las perspectivas de estas mujeres, ya que su implicación puede favorecer el diálogo. Finalmente, apuntó que las mujeres conocen el contexto cultural del conflicto, así como las formas de dirigirse a la población autóctona, lo cual constituye un impagable recurso.
En efecto, la participación de las mujeres tiene efectos muy amplios. En primer lugar, está relacionada directamente con la sostenibilidad de la paz. En segundo lugar, si las mujeres están implicadas, las posibilidades de llegar a un acuerdo con perspectiva de género son mayores. Por último, y esto atañe directamente al núcleo de la democracia, permite que se llegue al consenso mediante la escucha de distintas voces.
Cuando pregunté a Sanam Naraghi Anderlini si puede constatar algún progreso en los diecinueve años que han pasado desde que se lanzó la Resolución 1325, se muestra cautelosa. Admite progresos en algunos aspectos, como el reconocimiento y la concienciación: la sociedad civil es muy activa y la cifra de países que apoyan esta agenda es cada vez mayor. Sin embargo, el cambio requiere su tiempo: aún queda mucho por hacer para conseguir que los procesos de paz sean realmente inclusivos y para traducir en prácticas y políticas efectivas las promesas integradas en la Resolución 1325 de Naciones Unidas.
Las redes de mujeres también desempeñan un papel fundamental a este respecto, y cada vez surgen más posibilidades para las mujeres de convertirse en actores en el terreno de la seguridad y realizar funciones esenciales en el mismo. La Red Mediterránea de Mujeres Mediadoras (MWMN) es un ejemplo muy importante en esta dirección.
Ambas orillas del Mediterráneo deben trabajar para superar retos comunes como la inestabilidad y la creciente inseguridad de la región, la migración, el terrorismo, la división cultural o la polarización. Al mismo tiempo, la estabilidad del Mediterráneo es un prerrequisito necesario para la seguridad de toda la región. Promover el papel de las mujeres en el complejo contexto sociocultural de la zona, así como su implicación para responder a estos retos, podría dar resultados muy positivos, desde la adopción de una perspectiva de género que ayude a las partes a dialogar en las negociaciones hasta el refuerzo del papel de las mujeres en la prevención de la radicalización y el fomento del desarrollo económico. Incluso en aquellos países que no se ven afectados directamente por problemas relacionados con la seguridad, las sociedades polarizadas son aún un obstáculo para el diálogo y la inclusión, y muchas veces las mujeres pagan un precio muy alto por ello.
La MWMN es un ejemplo del nuevo compromiso que surge desde la sociedad civil. La red se forjó durante el mandato de Italia como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU y se lanzó a finales de 2017 por el ministro italiano de Asuntos Exteriores y Cooperación Internacional, en cooperación con el Istituto Affari Internazionali (IAI) y la filial italiana de la asociación WIIS (Women in International Security). Entre las funciones de la MWMN destaca el apoyo a la diplomacia preventiva en el área mediterránea y el compromiso de impulsar el papel de las mujeres en la prevención de conflictos, los procesos de resolución y consolidación de la paz, así como la promoción de políticas de igualdad de género.
La red trabaja para satisfacer la necesidad de incrementar la cifra de mujeres implicadas en los procesos de paz y facilitar la disponibilidad de mujeres mediadoras a nivel local e internacional, con el fin de mitigar las carencias del trabajo en red que existen actualmente en la región mediterránea. Hasta ahora, la red ha puesto en contacto a 50 mujeres de distintas franjas de edad, formación y especialidad, procedentes de 25 países mediterráneos diferentes. El proyecto trata de potenciar las capacidades mediadoras de las mujeres mediante la impartición de programas educativos y redes de contactos, con el fin de incrementar sus contribuciones a la estabilidad regional. Ello podría catalizar los esfuerzos de mediación en las crisis ya existentes y en aquellas potenciales, así como en los procesos de estabilización postconflicto, y fomentar las sinergias y la coordinación entre las iniciativas ya existentes.
Según Maria Hadjipavlou, miembro de la MWMN y experta en resolución de conflictos y género, la contribución de la red regional está uniendo la diversidad de la zona mediterránea y poniendo en contacto a mujeres que se están enfrentando a los mismos retos en sociedades en las que, con demasiada frecuencia, predominan las voces y la comprensión masculinas. En su opinión, la red está creando realmente una nueva concienciación de género acerca de la contribución de las mujeres al cambio social, a la vez que aúna sus habilidades y exige que estas se empleen y reconozcan. Resulta muy útil reforzar e incrementar la concienciación de las capacidades que pueden tener las mujeres en diferentes ámbitos, las cuales pueden contribuir verdaderamente a sellar acuerdos, establecer mediaciones o unir a las personas. La iniciativa, asimismo, saca a relucir la necesidad de solidaridad entre las mujeres, es decir, de intercambiar experiencias, hablar cara a cara y ayudar a desarrollar un sentimiento de cercanía frente a las dificultades del Otro.
La red está recogiendo sus frutos en lo que respecta a la consolidación y el refuerzo de la implicación de las mujeres en ámbitos locales. La primera delegación de la MWMN se inauguró en Chipre en mayo de 2019, y a esta seguirá la de Turquía, en junio de este mismo año. Se trata de otro ejemplo de cómo este tipo de iniciativas pueden inspirar a muchas mujeres, ayudarlas a avanzar en sus propias agendas y, poco a poco, establecer cambios en las sociedades.
Las delegaciones nacionales pretenden funcionar según las necesidades locales de cada país. Por ejemplo, en Chipre, como bien señala Magda Zenon, activista por la paz y los derechos humanos y miembro de la MWMN, esta delegación representa una oportunidad, también física, de juntar a todas las mujeres de la isla y tender puentes entre las divisiones que aún afectan al país y ayudar a encontrar una solución para todas ellas. Además, en un país donde el conflicto se ha discutido, sobre todo, en torno a aspectos étnicos, la iniciativa puede ayudar a estructurar estas cuestiones de una manera más inclusiva, para enriquecer la discusión con nuevos aspectos del conflicto basados en la perspectiva de género y comprender mejor cómo las mujeres y los hombres sufren las consecuencias de la división social en su vida diaria.
Perspectivas de futuro: del compromiso a la acción
Existe un conocimiento cada vez mayor de los papeles fundamentales que pueden desempeñar las mujeres, además del compromiso internacional de mejorar las condiciones de vida de las mujeres y las niñas. Muchas iniciativas, promovidas por organismos, gobiernos y actores de la sociedad civil bilaterales y multilaterales, trabajan para reducir las desigualdades de género, empoderar a las mujeres y reforzar su participación en las tomas de decisión de cualquier ámbito. La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible incluye un objetivo específico para asegurar «la participación completa y efectiva de las mujeres y la igualdad de oportunidades para el liderazgo en todos los ámbitos de las tomas de decisiones en la vida política, económica y pública (5.5)».
La Declaración de Pekín de la ONU exigía medidas que aseguraran el acceso equitativo de las mujeres a las estructuras de poder y la toma de decisiones, así como su participación en las mismas, y reclamaba avances para aumentar la capacidad de participación de las mujeres. La Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre mujeres, paz y seguridad reconoce el papel fundamental que desempeñan las mujeres en la prevención y resolución de conflictos y emplaza a involucrar a las mujeres con el fin de garantizar la seguridad para todos.
Estas iniciativas proporcionaron, y pueden proporcionar aún, un impulso para situar el liderazgo y el poder político de las mujeres a la orden del día. Puesto que uno de los aspectos principales de las tareas de mediación, las negociaciones y los procesos de paz es fomentar el respeto a los derechos humanos, una de las mejores maneras de conseguirlo es mostrando en la práctica cómo puede llevarse a cabo, enfrentándose a los estereotipos y asegurándose de que las mujeres están situadas estratégicamente y ocupan posiciones de liderazgo que pueden servir de modelo para otras mujeres.
También la UE podría desempeñar una función más importante, trabajando para concienciar sobre la importancia de este asunto, motivando a sus miembros para apostar por políticas equitativas, designando a más mujeres para las misiones y apoyando iniciativas procedentes de la sociedad civil en ámbitos locales, nacionales y regionales. El compromiso por la igualdad entre hombres y mujeres, así como una mayor concienciación sobre la importancia de la participación de las mujeres en la resolución de conflictos, debe reforzarse con políticas concretas.
Quedan aún muchos desafíos que limitan los progresos. Como señaló la reunión del grupo de expertos celebrada en ONU Mujeres en mayo de 2018 acerca de este asunto, estos desafíos se enmarcan en los sistemas patriarcales y las persistentes desigualdades de género, los prejuicios y la discriminación institucionalizada, las barreras culturales e institucionales y el limitado reconocimiento otorgado a la experiencia y las habilidades de las mujeres. Las presunciones acerca de su «falta de capacidad» también suponen un obstáculo importante para la plena participación de las mujeres.
Después de todo, el factor más importante de cara al futuro consiste en cambiar realmente las mentalidades. Las organizaciones y redes de mujeres mediadoras podrían contribuir de forma muy positiva y tangible para lograr ese cambio.