Entre 2008 y 2018, se produjo en Cataluña una llegada masiva de personas foráneas que ha provocado una transformación social espectacular. Estas personas, de orígenes y procedencias muy variadas, componen un perfil muy diverso de la sociedad catalana y la enriquecen. El tejido asociativo del territorio ha reflejado claramente esta transformación, ya que la inmigración ha entendido que asociarse al estilo tradicional catalán puede resultar muy útil para hacerse visible, conseguir un objetivo concreto para una comunidad específica o recibir ayudas de la administración pública. Así, hay muchos ejemplos de asociaciones que trabajan tanto para mejorar la vida de los inmigrantes como para responder a una necesidad específica de los mismos. Sin embargo, a veces estas asociaciones resultan algo endogámicas y, por ello, es necesario trabajar en red para que las personas de origen inmigrante puedan llegar a integrarse realmente en la sociedad multicultural catalana e interactuar en ella de un modo transversal que alcance todos los ámbitos.
Consideraciones previas
Hay pocos artículos sobre asociacionismo e inmigración y los que existen son académicos y poco divulgativos. Este texto pretende ofrecer una mirada comparativa de lo que ha sucedido en Cataluña con la incorporación de la inmigración al tejido asociativo entre los años 2003 y 2018, período en el que se ha producido la mayor llegada proporcional de personas foráneas a un territorio de la Unión Europea. El artículo no quiere ser solo descriptivo, sino que pretende analizar las causas de este fenómeno y apuntar conclusiones. Todo ello gracias, sobre todo, al aprendizaje y conocimiento disperso adquirido durante diez años de interlocución directa con entidades y personas. Una experiencia profesional y personal que ha transformado mi mirada sobre la inmigración y me ha ayudado a entender que nada ni nadie podrá hacer que las sociedades actuales dejen de ser diversas. Que todo esfuerzo por preservar la uniformidad es, ante todo, inviable y estéril. La riqueza que supone tener contacto con personas venidas de las partes más recónditas del planeta sea cual sea el motivo que las ha llevado a dejar su país– es algo sobre lo que no solemos reflexionar. Lo ignoramos, consciente o inconscientemente, por pereza o desconfianza. Salvar reticencias y prejuicios sobre personas que agrupamos bajo la etiqueta de inmigrantes, y que tendemos a asociar mecánicamente con pobreza y vulnerabilidad, implica cierta consciencia y esfuerzo. Un esfuerzo no baldío, ya que conocernos mejor, ayudarnos mutuamente a vivir juntos –respetando las identidades y voluntades de cada cual–, es la única manera de avanzar como sociedad. A pesar de que en el artículo utilizo términos como «colectivos», «comunidades» y «segundas generaciones» para identificar grupos de personas, en todo este tiempo he aprendido que nadie puede ser encasillado por ser de un lugar u otro, practicar una determinada religión o ser hijo de inmigrantes.
La ola migratoria en Cataluña entre 2003 y 2018
Cataluña ha vivido en la última década una transformación social espectacular. Según el padrón municipal de habitantes, de los 7’5 millones que actualmente residen en el territorio, 1.082.099 son extranjeros de 167 nacionalidades, lo que representa el 14,2% de la población catalana. La presencia más nutrida procede del norte de África (219.000) y Rumanía (103.000), seguida por la de ítalo argentinos (63.000) y los llegados de China (62.000) y Pakistán (48.000). En los últimos meses se aprecia un repunte de entradas de Honduras y Venezuela, debido a los conflictos políticos y sociales en estos países. No obstante, son las llamadas «segundas generaciones» las que capitalizan la nueva inmigración, ya sea por el fenómeno de la reagrupación familiar o como fruto de la descendencia de los propios inmigrantes. El 78,6% de menores de quince años de padres marroquíes ya han nacido en Cataluña, porcentaje que en el caso de la descendencia china llega al 76,6%.
El perfil del inmigrante es variado, como lo es el sector profesional en que se ocupa. Si nos fijamos en la inmigración paquistaní, el 75% son hombres que se dedican al pequeño comercio, mientras que la boliviana está formada por mujeres (65%) que se dedican, sobre todo, al cuidado de las personas y el servicio doméstico. La inmigración china se acostumbra a llamar «familiar» por la presencia de más de una generación y su actividad comercial y laboral es la más variada y diversificada, por estar dispuesta a trabajar para dar continuidad a negocios autóctonos y singularmente adaptados a los gustos del país de acogida. Un colectivo en auge es el de la población activa femenina africana que, en los últimos años, ha pasado del 34,3% (2007) al 53,3%. Pese a la diversificación laboral de los inmigrantes persiste un problema sin resolver: el paro entre la población extracomunitaria casi triplica el de la autóctona.
Análisis del asociacionismo inmigrante
¿Qué tipo de entidades se crean y por qué se asocian?
A la manera como la inmigración empieza a llevar a cabo su vida en el país de destino y a interactuar con la población autóctona se le ha llamado de varias maneras: integración, adaptación, acomodación, etc. Palabras que tienen la voluntad de respetar la cultura e identidad del inmigrante a la vez que valorar todo esfuerzo por compartir, también, la cultura y las costumbres del país de destino.
Tradicionalmente, Cataluña se ha caracterizado por tener un rico tejido asociativo. Es frecuente que un grupo de tres o más personas que comparten un interés en común se planteen la posibilidad de colaborar y acaben creando una asociación. Tanto es así que existen entidades sin ánimo de lucro, colectivos y organizaciones de lo más variopinto, desde la Asociación de Constructores de Iglús a la pintoresca Amigos del Caganer o la Associació Catalana de F bol Botons, una verdadera Champions league de los botones. Al margen de los condicionantes culturales de esta disposición colectiva, los incentivos han sido múltiples. Uno de los principales es disponer de una plataforma legal desde la cual reivindicar colectivamente derechos políticos y espacios de libertad, prohibidos o restringidos durante los cuarenta años de dictadura franquista. El derecho a manifestarse o a hablar la lengua propia del país, por ejemplo, fue canalizado a través de entidades diversas, culturales, folklóricas o deportivas, en tiempos en que la reivindicación y la disidencia explícita suponían un pasaporte al activismo clandestino. La inmigración reciente ha entendido que asociarse al estilo tradicional en Cataluña es útil para ayudar a los conciudadanos. Obviamente, no todo inmigrante que reside en Cataluña es miembro de una asociación, pero me atrevería a asegurar que sí conoce alguna que pueda ofrecerle ayuda con fines múltiples, como obtener el arraigo o reagrupar a un familiar. Pero la actividad de las asociaciones varía, en buena parte, en función del origen de las personas que la constituyen. Las primeras organizaciones que se crearon eran endogámicas y difícilmente agrupaban a personas que no fuesen del mismo país de origen. La actividad de esas primeras entidades se orientó hacia servicios de tipo asistencial y de orientación, como el asesoramiento jurídico de extranjería, el acceso a la vivienda o la ayuda en la búsqueda de trabajo. Otra característica común del fenómeno asociativo es la voluntad de mantener ciertos vínculos sentimentales con el país de origen correspondiente. En este sentido, las entidades se convierten en un lugar donde compartir vivencias y hacer el duelo, individual y familiar, más llevadero. Las de naturaleza cultural, religiosa o gastronómica facilitan especialmente, por un lado, el contacto con las costumbres y los lugares de procedencia y, por otro, el conocimiento de otras personas con las mismas raíces. Entre las primeras asociaciones de inmigrantes en Cataluña destacan las de origen marroquí. Este colectivo es uno de los primeros en integrarse en el paisaje de festividades populares de las ciudades y los pueblos catalanes, por ejemplo, mediante la instalación de jaimas donde realizan talleres de henna y pueden degustarse té y pastas típicas. Esta fase no solo sirve para reunir conciudadanos, sino también para darse a conocer e interactuar, en cierto modo, con la población autóctona. A mediados de los años 2000 empiezan a proliferar las asociaciones de latinoamericanos, a quienes la identificación con la cultura del país de acogida resulta más fácil debido a la cercanía lingüística y religiosa. Estos colectivos frecuentan menos las fiestas populares locales y tienden a utilizar espacios abiertos en las afueras, en las que son frecuentes las celebraciones religiosas y gastronómicas de gran formato. Las entidades que agrupan a los venidos de Asia no aparecen hasta pasados unos años, especialmente la inmigración china, que funciona como una gran organización de facto, pero a la que cuesta constituirse como entidad. El caso subsahariano, en cambio, es uno de los más estructurados y reivindicativos desde sus inicios. Su actividad se orienta más hacia la mejora de su condición y el reconocimiento de sus derechos como inmigrantes y la cooperación con sus países de origen. Junto con los amazighs, son los primeros en entender la importancia de aprender la lengua catalana como herramienta de ascenso social y reconocimiento por parte de la población autóctona.
La comunidad musulmana crea entidades alrededor de la práctica religiosa con la intención de preservar la actividad en los oratorios. Son espacios de oración, pero también de encuentro, enseñanza, vida social y conocimiento del entorno. La mala noticia es el lugar que suelen ocupar los oratorios, que se establecen en bajos, pisos y garajes. Espacios que, con frecuencia, no suelen reunir las condiciones mínimas de salubridad, son inadecuados para el culto religioso y entorpecen su visibilidad e interlocución con los vecinos. Esta situación tiene que ver con las reticencias que despierta el culto islámico y, por ende, las dificultades legales y técnicas que el Estado español plantea para construir una mezquita. El recelo de las autoridades locales y religiosas –no musulmanassuele justificarse mediante el riesgo de la entrada de dinero e influencia provenientes de países del Golfo. El resultado se aprecia en el hecho de que, en pleno siglo xxi, en una ciudad como Barcelona no existe ninguna mezquita del estilo de Londres o París. Sí, en cambio, 29 oratorios (500 centros de culto de diversas tradiciones religiosas).
El mimetismo que se produce por parte de algunos inmigrantes en Cataluña con la población autóctona lleva a la aparición de agrupaciones de lo más heterogéneas, algunas de las cuales suelen acabar transformándose en asociaciones. No obstante, dar de alta una asociación en el registro de entidades implica respetar unas determinadas reglas de juego, es decir, redactar y aceptar unos estatutos que a menudo chocan con la mentalidad de sus integrantes. Se da el caso de que muchos de ellos tienen tendencia a reproducir sistemas organizativos propios de sus países de origen. En este sentido, he podido observar cierta tendencia al caciquismo en algunas presidencias, juntas u órganos de gobierno no siempre democráticos. Los colectivos provenientes del sur de Asia son los que tienen más dificultades para mantener una base social estable. Sus líderes son poco representativos, bien por desconocimiento, bien por la rivalidad que se crea entre sus integrantes. La acumulación de cargos en una sola persona es muy frecuente.
¿Qué es lo que realmente lleva a buena parte de la inmigración a constituirse en una asociación?
Los motivos ad extra tienen que ver, a mi juicio, con una mayor facilidad de acceso a los centros de poder; esto es, con la oportunidad de interactuar directamente con las administraciones. Presentarse como presidente de la Federación de Entidades Latinoamericanas de Cataluña ante el alcalde de un municipio o un representante político es más fácil que hacerlo como un ciudadano de a pie. Por supuesto, no pretendo poner en duda la noble motivación de los propósitos explícitos que persigue la entidad. La actividad de lobby se orienta, mayormente, a la consecución de tales objetivos, que incluyen beneficiarse de apoyos institucionales, en forma de ayudas económicas y de otra índole. Tangencialmente, puede usarse para ensalzar la imagen en su ámbito de influencia, no siempre con fines tan lícitos. Pero no todas las entidades de inmigrantes buscan con ahínco codearse con el poder, público y privado. Las hay que trabajan discretamente por la mejora de vida tanto de sus miembros como de quien lo necesite. Este tipo de entidades suele salir menos en la foto pero, a cambio, consigue ganarse la credibilidad necesaria para tener una base social amplia. Este apoyo extenso las ayuda a mantener su actividad a lo largo del tiempo.
Los motivos ad intra buscan la influencia directa en la propia comunidad. El líder de una entidad que pueda presumir de haber conseguido algún éxito o «favor» de los círculos de poder –convenio, acuerdo, apoyo para una actividad o presencia por parte de algún miembro destacado de la administración–, dispondrá de suficiente credibilidad entre sus seguidores para hacer y deshacer a su antojo. Y por extensión, para acceder a un lugar privilegiado entre el colectivo y disputarse el puesto con otros supuestos «líderes». He tenido ocasión de presenciar auténticas luchas fratricidas por la disputa de un lugar preeminente en el grupo. Estas organizaciones, representadas normalmente por falsos líderes, suelen tener poca o nula actividad social. En cambio, están presentes en la agenda institucional. Se da la paradoja de que la visibilidad pública del líder de la entidad suele ser inversamente proporcional a la capacidad de acción social de la misma y a la representatividad real entre su colectivo.
Relaciones con entidades autóctonas de «apoyo»
Cuando hablamos de asociacionismo e inmigración distinguimos, por un lado, las entidades formadas por personas inmigradas y, por otro, las entidades sociales llamadas «de apoyo». Estas últimas se dedican a ayudar a las personas vulnerables, sean o no extranjeras, pero en los últimos años se han visto desbordadas por la demanda de servicios por parte de los inmigrantes. Dentro de ellas hay diferentes grupos, como las tradicionales, que cuentan con amplia capilaridad y capacidad de acción, como es el caso de Cáritas y Cruz Roja, de presencia generalizada en el territorio, y otras vinculadas a los barrios, como el Secretariat d’Entitats de Sants o 9Barris Acull, en el caso de la ciudad de Barcelona.
Destacan, asimismo, las que se crean ex profeso con la llegada masiva de la inmigración (Comisión Española de Ayuda al Refugiado, Accem, SOS Racisme, etc.), que combinan la denuncia del racismo y la xenofobia con el rol asistencial. La actitud y el esfuerzo de adaptación a la nueva situación de todas ellas han sido inmediatos y ejemplares. El tejido asociativo ha entendido que el momento requiere abrir las puertas a la diversidad social y comprometerse con la atención y ayuda al recién llegado. Los esfuerzos no son en vano. Hacer frente a tal aumento de la demanda –a menudo sin un aumento de recursos– en ocasiones llega a colapsar la entidad. Hay que destacar el papel que juegan las asociaciones vinculadas a las iglesias católica y protestante, que en un principio se orientan hacia la ayuda asistencial, pero que acaban incorporando a inmigrantes en sus estructuras directivas. La adaptación de los servicios se traduce en actividades de acogida, inserción laboral, enseñanza de las lenguas catalana y castellana, alfabetización y conocimiento del entorno; todas ellas complementan las políticas públicas del gobierno regional y las autoridades locales.
Cataluña cuenta, asimismo, con entidades surgidas en la década de los años sesenta a raíz del boom migratorio proveniente de otros territorios de España, las cuales cuentan con gran experiencia en la acogida. Es el caso de la Fundación Paco Candel, creada en homenaje a la figura del escritor y periodista homónimo.
Otro ejemplo lo encontramos en los sindicatos que, lejos de ignorar el fenómeno de la inmigración y sus reivindicaciones específicas, han sabido interpretar la conveniencia de incorporar a personas de orígenes diversos a sus estructuras organizativas.
Esta evolución, tanto de entidades como de sindicatos, es digna de observación. A diferencia de las estructuras empresariales, la propia administración pública o los medios de comunicación, como las televisiones locales –en las que no se aprecia la diversidad social que existe en las calles, de modo que la presencia de inmigrantes es testimonial y estereotipada–, las entidades sociales van un paso por delante. Han sabido apreciar y valorar las capacidades y el talento de personas venidas de fuera, y han dejado de lado los estigmas o prejuicios sin hacer distinción de si su trabajo es o no para inmigrantes.
Participación y politización de las entidades de inmigrantes
El fenómeno de la llegada masiva de inmigrantes a Cataluña tampoco ha pasado desapercibido para los políticos y agentes sociales, tal y como demuestra la creación de órganos consultivos y de participación. Los más importantes son:
- La Taula de Ciutadania i Immigració, un órgano consultivo creado por la Generalitat de Cataluña para dar voz a las asociaciones de inmigrantes, pero que funciona más como un refrendador top-down de las políticas del momento que como un órgano de participación real. Una iniciativa política refrendada por la Taula siempre tendrá más «legitimidad» que si se lleva a cabo sin la implicación de sus miembros
- El Consell Municipal d’Immigració del Ayunta miento de Barcelona, creado en 1997 a partir de dieciséis entidades y que cuenta con una sólida estructura basada en grupos de trabajo y cuya vicepresidencia asume un representante del sector asociativo.
Uno de los propósitos que se han hecho explícitos en las recientes campañas electorales por parte de la mayoría de partidos es la participación de la inmigración en la sociedad de acogida. Salir a la caza de simpatizantes y adeptos –o del voto, si se trata de las elecciones municipales, donde no solo pueden votar las personas que han adquirido la nacionalidad española– se convirtió en una auténtica obsesión de ciertos partidos políticos, especialmente entre los años 2008 y 2014.
En nuestro país, los partidos políticos ven en la inmigración una oportunidad para ensanchar la base de simpatizantes y votantes. Si bien es cierto que el discurso va en la línea de la inclusión y la interacción con la sociedad de acogida, a la hora de la verdad la politización llega a extremos ridículos. Crear fundaciones ad hoc vinculadas a partidos, cuyo objetivo es incorporar líderes de orígenes di versos por razones fundamentalmente estéticas es un buen ejemplo. Este tipo de entidades persigue la complicidad de los inmigrantes fomentando, en la mayoría de casos, el clientelismo y la fidelización al partido a partir de las expectativas de favores o promesas sobre el reparto de cargos en el caso de una victoria electoral. Este planteamiento suele traducirse en el desplazamiento del proyecto de integración social como eje vertebrador de la implicación de sus miembros y en la fragmentación en espacios, según la procedencia de los socios (el espacio afro, el asiático o el latino) al frente de los cuales se sitúa a personas afines, en una obvia intención de controlar y politizar la actividad de la entidad. La «participación» suele ser otro resorte para ganar adeptos y votantes potenciales. La movilización masiva de personas de origen diverso en los mítines de campaña se usa, con frecuencia, como señuelo electoral a cambio de contrapartidas para las asociaciones alineadas con posiciones de poder. La cesión directa de locales o las asunciones de gastos de mantenimiento presentan formalmente la apariencia de subvenciones y demás actividades de fomento de la cultura, pero pueden generar dudas razonables sobre la discrecionalidad de su concesión y la pulcritud de su justificación.
Sin embargo, los líderes de las entidades saben leer más allá de los intereses de los políticos. Si se trata de apostar por la enseñanza del catalán, la entidad puede convertirse en una academia de este idioma, lo que le permitirá mantener el local en funcionamiento gracias a las ayudas públicas recibidas. Es el caso de la Associació de Treballadors Pakistanesos de Catalunya, cuyo local es utilizado por el Consorci de Normalització Lingüística de Catalunya para la enseñanza gratuita de la lengua catalana. Por este local pasan diariamente decenas de paquistaníes en búsqueda de un requisito que saben que los ayudará a acreditar el arraigo. A pesar de ser esa la motivación principal por la que acuden al local, en la asociación se congrega buena parte del colectivo paquistaní del emblemático barrio del Raval de Barcelona. La asociación se convierte así en un centro informal de información más que de formación.
Otro campo de batalla donde se disputa un espacio de protagonismo para el asociacionismo inmigrante se encuentra en las llamadas «fiestas patrias», festividades culturales organizadas por entidades latinoamericanas que conmemoran la independencia de sus respectivos países de la corona española. Este tipo de evento, que se celebra en espacios abiertos y puede llegar a congregar hasta 30.000 personas, no pasa desapercibido para alcaldes, presidentes regionales, diputados, cuerpo consular y todo tipo de representantes políticos, que aprovechan el momento para lanzar su mitin particular. En muchos casos, el protocolo establecido por la organización da la palabra solo a quien ha participado económicamente o quien forma parte del partido con el que se alinean las entidades que realizan el acto. Pero se da la circunstancia de que muchos de los líderes que pertenecen a una u otra entidad con vinculaciones políticas no acaban de sentirse del todo a gusto. Una de las razones es que los postulados de los partidos catalanes no siempre coinciden con los de los partidos de origen. Se da la paradoja de que algunos partidos que en Latinoamérica defienden la hispanidad, en Cataluña reniegan de ella y defienden la independencia, lo que genera confusión y a veces perplejidad entre sus miembros. Mientras los festejos de la inmigración pasan sin pena ni gloria en muchos países de la UE, en Cataluña se convierten en un verdadero target electoral. Los partidos conservadores quedan descolocados por no saber cómo orientar su discurso ante el público inmigrante, hasta el punto de que estos cambian totalmente según el público sea o no autóctono, con lo que acaban desconcertando a propios y ajenos.
No solo los políticos ven en la inmigración una oportunidad para crecer. También las patronales y los sindicatos siguen con atención la evolución de entidades que llevan a cabo nuevas actividades comerciales y modelos de negocio –locutorios, carnicerías halal, peluquerías con precios competitivos y horarios extensivos o comercios abiertos las veinticuatro horas, regentados respectivamente por chinos, paquistaníes o bengalíes, etc.–. La desaparecida Confederación del Comercio de Cataluña diseñaba estrategias propias como Oberts al català, para fomentar el uso social del idioma en los comercios halal o los locutorios; El comerç t’acull [El comercio te acoge], un programa para favorecer la inserción laboral de los inmigrantes; o Estirem la manta [Estiremos la manta], una campaña para sensibilizar sobre los prejuicios de la venta ambulante conocida como «top manta». Con la repentina aparición de paquistaníes conduciendo taxis en Barcelona se crea la Asociación de Taxistas Paquistaníes, que hablan inglés y tienen los vehículos en funcionamiento a cualquier hora, lo que provoca cierta resistencia de los taxistas locales, aunque muchos de estos acaban subcontratando a los primeros. Se trata de un tema turbio, de posible explotación laboral, que requiere un tratamiento cuidadoso. De igual modo, la proliferación de peluquerías chinas que incorporan actividades de otra naturaleza (conocidas con el eufemismo «final feliz») llevó a la creación, en 2010, de la Asociación Artesana China de Salones de Belleza de Cataluña, que pretende acabar con ciertas prácticas encubiertas y dignificar su trabajo.
Un fenómeno propio de Cataluña es el papel de los sindicatos mayoritarios, que crean subentidades para temas de extranjería (el Centre d’Informació per a Treballadors Estrangers, por parte de Comisiones Obreras, y la Associació d’Ajuda Mútua d’Immigrants a Catalunya, por parte de Unión General de los Trabajadores) que acaban siendo gestionadas también por inmigrantes. A partir de esta relación, surgen asociaciones que exigen condiciones laborales dignas. Encontramos un ejemplo en las cuidadoras del hogar que, después de muchos años de trabajar sin horarios ni contrato, consiguen implicar a la administración para adaptar la legislación, de manera que esta permita denunciar casos de explotación laboral a través de la inspección del trabajo. Destaca, en este sentido, la asociación Las Libélulas, nacida en 2016 y formada casi en su totalidad por mujeres bolivianas, que crean una mesa para denunciar la explotación laboral que sufren. Cabe destacar, asimismo, la asociación Mujeres Pa’lante, que se define como un grupo de mujeres de numerosos países de origen que ha creado un espacio para «encontrarnos, reconocernos, acompañarnos, ser solidarias entre nosotras, encontrar un camino común para conseguir un mundo mejor y más justo para todas». Estas asociaciones son de gran ayuda para que sus conciudadanas tomen conciencia de su situación, no solo laboral, sino también en relación con el machismo que, según reconocen, está muy extendido en sus comunidades.
También los sindicatos minoritarios, de acción sectorial, vinculados a la reivindicación de una vivienda digna, la contención de los precios del alquiler o la lucha contra los desahucios, han incorporado la presencia inmigrante de forma natural.
Otro ejemplo de organización que lucha por unas condiciones laborales dignas es la cooperativa Diomcoop, gestionada por quince personas de origen subsahariano que realizan venta ambulante no autorizada (conocida popularmente como «top manta»), y que trabaja para dar respuesta a las necesidades de inclusión social y laboral de inmigrantes en situación de vulnerabilidad.
Evolución y situación actual, éxitos y lecciones aprendidas
Obviamente, las circunstancias mencionadas anteriormente incidirán en la consolidación o el fracaso de la entidad. Las hay que han sido víctimas de la politización, se han quedado en la fase de la «fiesta cultural» (henna y pastas) o simplemente han vivido al margen de la realidad social. Otras, en cambio, han evolucionado a base de desarrollar actividades para ayudar a sus colectivos con programas de inserción laboral, formación en lengua, alfabetización, conocimiento e interacción con el entorno, implicación en el éxito escolar de sus hijos, promoción de la actividad comercial propia o asimilada, etc. Otro factor determinante es cómo la entidad lleva a cabo su gestión financiera. El pago de cuotas por parte de los socios es poco frecuente, así que la entrada de recursos económicos suele provenir de ayudas públicas gracias a las convocatorias de subvenciones de las administraciones para proyectos de integración social. En ese caso, la entidad tendrá que saber adaptar o transformar su actividad de acuerdo con las bases de dichas convocatorias.
Si damos un breve repaso al número de asociaciones de inmigrantes que se han mantenido activas en el tiempo desde los inicios de los años 2000, observamos que el 90% han desaparecido. La razón es simple. Las que han sobrevivido se han incorporado a la red de entidades del tercer sector. Ya no ofrecen servicios solo a sus colectivos, se han despolitizado y muchas encuentran vías de autofinanciación. En general, mantienen su actividad porque han sido capaces de reinventarse en tiempos de crisis y conservar a su alrededor un sostén social lo bastante sólido. Los principales factores que ayudan a esta estabilidad son la disposición de estructuras transparentes en la gestión de la entidad, la apuesta por la rendición de cuentas, la elección democrática de sus cargos representativos y la facilitación de la participación de sus afiliados en la toma de decisiones.
La buena noticia es que buena parte de las entidades actuales han entendido la importancia de trabajar en red de forma coordinada para la inclusión social y la ciudadanía, evitando crear estructuras paralelas. Algunos ejemplos los encontramos en casos como el de la Coordinadora per la Mentoria Social, que reúne diversas asociaciones que apuestan por esta herramienta como fórmula para mejorar la integración social; la Associació Comissió de Formació, que confecciona material en ámbitos de alfabetización, acogida, mediación intercultural u orientación educativa y laboral; la asociación Mujeres Pa’lante, que crea una cooperativa a los diez años de su creación para el cuidado y la atención de las personas en situación de dependencia o que precisan atención domiciliaria; y la Associació de Dones Marroquines, que ofrece un espacio de autoaprendizaje para madres marroquíes con el fin de luchar contra el analfabetismo de este colectivo, a través de cursos de cocina autóctona y literatura.
Podría seguir con la lista, pero la pregunta del millón es (a partir de la observación evolutiva de los distintos colectivos) si realmente tiene sentido que persistan entidades formadas por personas inmigradas. Personalmente creo que sí, que son necesarias, y que las administraciones deberían seguir fomentando su creación y establecer partenariados para un diseño de actividades eficaz, acorde con la progresión social. Sin embargo, me permito introducir algunos matices. Me imagino, por ejemplo, el potencial de una asociación de hijos de la inmigración o jóvenes de orígenes diversos: chicos y chicas que llegaron de muy pequeños o que ya nacieron aquí, ejemplos de identidad múltiple y competencia plurilingüe que han ejercido de puente entre dos o más culturas, interpretando y conectando la cultura de origen de sus padres con la del país donde han crecido. Tal entidad, en sí misma, proyecta una imagen de asunción de la pluralidad y de tolerancia máxima para las opciones del individuo. En momentos de deriva política al totalitarismo, el teocentrismo y la uniformización, son necesarios referentes de la riqueza que supone vivir en una sociedad diversa y de la interacción en esta realidad multicultural.
Quizás la pregunta no es tanto si conserva algún sentido la persistencia de entidades de inmigrantes, y en qué forma y medida, sino cómo articular su presencia en el movimiento asociativo, libre de etiquetas por origen. En Cataluña existen los llamados Consells, entidades transversales que giran en torno a aspectos diversos de la vida social. En el momento de escribir este artículo no he sido capaz de encontrar a ninguna persona de origen inmigrante en el Consell de la Gent Gran, el Consell Esportiu, el Consell de la Joventut de Barcelona, el Consell Nacional de la Joventut de Catalunya (CNJC) –plataforma que reúne unas cien entidades juveniles de Cataluña y consejos locales de juventud– o el Consell Escolar de Catalunya, por citar algunos. El reto es precisamente que estas entidades sean el reflejo de la diversidad social catalana. La normalización de la presencia de estas personas de origen inmigrante en entornos diversos, especialmente en espacios apropiados de visibilización, sería una apuesta complementaria en la buena dirección. Ver a estas personas en los medios de comunicación, presentando contenidos genéricos u opinando sobre asuntos transversales, contribuye a romper estereotipos y facilita su incorporación inclusiva y su plena participación.