Aunque hoy en día la geografía humana parece repartir grosso modo el espacio mauritano en un norte arabobereber y un sur negroafricano, tanto los hallazgos arqueológicos como las tradiciones orales cuestionan esta visión. Las fuentes históricas procedentes de autores árabes y occidentales, así como las crónicas sudanesas, nos revelan que varias poblaciones negras ocuparon el territorio mauritano hasta el sur de Marruecos. Así, establecer una cronología de la ocupación de este espacio permite conocer las respectivas aportaciones de las poblaciones que se asentaron en él sucesivamente. Este será el objeto de la primera parte de este artículo, seguida de un análisis de la situación geográfica y humana actuales que intentará explicar las evoluciones inherentes a la convivencia de los distintos grupos que forman parte del espacio mauritano, y que van desde la resistencia a la asimilación, pasando por las alianzas.
La convivencia multisecular entre las poblaciones negroafricanas, bereberes y árabes en el espacio sahelosahariano se concreta en mestizajes a distintos niveles. En el plano étnico y lingüístico, estas mezclas dieron lugar, entre otras, al grupo beidan, cuya lengua es el hasanía, y al antiguo grupo macina, cuya lengua era el azeriyya. El primero agrupa a los bereberes y los árabes hassanis, mientras que el segundo agrupa a los soninkés y los bereberes.
A pesar de que las lenguas bereberes han ido desapareciendo de Mauritania, país tapón entre el África del Norte blanca y el África subsahariana negra, encontramos trazas suyas tanto en los topónimos de los pueblos y ríos como en la vida cotidiana. Las prácticas artesanales parecen reflejar una simbiosis entre estas culturas distintas. El espacio mauritano reagrupa en su seno a distintas poblaciones, negras y blancas, cuya historia de asentamiento no corresponde a la geopolítica actual del país. En efecto, Aunque hoy en día la geografía humana parece repartir grosso modo el espacio mauritano en un norte arabobereber y un sur negroafricano, tanto los hallazgos arqueológicos como las tradiciones orales cuestionan esta visión. Las fuentes históricas procedentes de autores árabes y occidentales, así como las crónicas sudanesas, nos revelan que varias poblaciones negras ocuparon el territorio mauritano hasta el sur de Marruecos. Así, pues, establecer una cronología de la ocupación de este espacio permite conocer las respectivas aportaciones de las poblaciones que se asentaron en él sucesivamente. Este será el objeto de la primera parte de este artículo, seguida de un análisis de la situación geográfica y humana actuales que intentará explicar las evoluciones inherentes a la convivencia de los distintos grupos que forman parte del espacio mauritano, y que van desde la resistencia a la asimilación, pasando por las alianzas.
Historia del asentamiento poblacional en el espacio mauritano
El territorio mauritano, cuyo nombre procede de Mauritania, antiguo nombre fenicio o púnico con el que se designaba a los habitantes del Magreb, está situado entre Marruecos y Argelia al norte, Mali al este y sudeste, Senegal al sur y el océano Atlántico al oeste.
La observación de los antiguos emplazamientos y las herramientas de uso doméstico halladas en las excavaciones arqueológicas, las tradiciones orales recogidas ante algunas tribus mauritanas de Trarza y Adrar, las conservadas por los soninkés y publicadas por varios autores, así como los textos árabes, muestran que los negros fueron los primeros ocupantes del país. Estos eran agricultores sedentarios, como indican las piedras de molino y los fósiles de cereales hallados en los emplazamientos.
Así, por orden de llegada a este espacio sahariano, tenemos a:
- Los negros: gangaras, aswaniks o fulanis (antes de nuestra era)
- Los sanhajas: lemtunas, ladems o lemtas, del siglo v de la hégira (siglos x‒xi)
- Los árabes de Beni Hassan : siglo xi de la hégira (finales del siglo xiii)
Las poblaciones negras primitivas de Mauritania
Las primeras poblaciones negras de Mauritania eran, en su mayoría, de lengua soninké (gangaras, aswaniks, sarakolés según los autores). Las tradiciones orales del Adrar mauritano les atribuyen «todas las antiguas tumbas conocidas con el nombre de riadh lekouar y todos los objetos de piedra pulida o restos de cerámica». A ellos debemos el nombre de chinguitti que se da al territorio y que resulta de una deformación del término soninké si nguede o peso de los caballos. Más tarde, los autores y sabios arabobereberes adoptaron este término y lo aplicaron con orgullo a su país Bilad Chinguitti, también conocido como «el país del millón de poetas».
En una primera fase, el protosoninké evolucionó con el contacto de las poblaciones bereberes para dar lugar a la lengua azeriyya, una mezcla en la que destaca el habla de los primeros ocupantes del territorio, es decir, los soninkés. En efecto, la lengua azeriyya presenta muchas similitudes con el sarakhoulé y todo aquel que conoce una de estas dos lenguas puede hacerse entender y comprender la otra.
Los últimos hablantes de esta lengua azeriyya son los macinas (o masenas o macenas), población negra que estuvo presente en todo el territorio mauritano, así como en el Sahara occidental, hasta hace muy poco: Jacques-Meunié encontró a esta población en Tichit en 1947-1948. Estos macinas tuvieron que emigrar de la última localidad mauritana, Tichit, para instalarse en diversos pueblos de Sudán (actualmente Mali), donde la lengua azeriyya sobrevivió hasta hace muy poco. ¿Por qué razones emigraron? Jacques-Meunié se lo preguntó, pero no pudo llegar a «precisar en qué época y bajo la presión de qué circunstancias se produjo el éxodo». Aun así, sí que pudo suponer que su partida no debe de remontarse a una fecha muy antigua, ya que todavía pueden identificarse algunas de sus casas en Tichit. Los macinas que se quedaron se fundieron entre la población mora mediante la adopción, en primer lugar, del vestuario (velo y peinado, en el caso de las mujeres) y, en segundo lugar, de la lengua hasanía.
Hay que señalar, asimismo, una ascendencia soninké para otra tribu mora: los laghlals. Estos afirman descender de un ancestro soninké llamado Mohamed Khoulé, que algunas tradiciones consideran también el ancestro de los macinas. Por ello, François Manchuelle afirma que «los lazos de sangre entre los laghlals [y los soninkés], reales o no, permiten afirmar que, desde muy antiguo, estos mantenían vínculos comerciales».
Junto a los soninkés vivían los fulanis (peuls o fulbes), cuya lengua es el peul (fulfuldé para algunos). Las tradiciones moras que testifican su presencia en el norte de Mauritania son poco numerosas; sin embargo, varios hechos abogan por esta hipótesis. Maurice Delafosse (1912), citado por Modat, habla de una tradición que sitúa el origen de los peuls en «Akka, y también pasaron por la región llamada Tor, país rocoso y lleno de cavernas; estos habrían sido expulsados del país por los árabes, que los hicieron retroceder hasta Tagant y Senegal». Esta región de Tagant, conocida en la tradición peul como Tye’e-Gene o tyche-gene, significa «tumbas antiguas» y, por extensión, «pueblos antiguos». Aboubacry Moussa Lam, historiador senegalés y discípulo de Cheikh Anta Diop, avanza que «los peuls, en su periplo de este a oeste, habrían ocupado Mauritania entre los siglos ii y vii d.C, fecha a partir de la cual comenzaron a abandonar la región hacia Futa Toro (en el valle central de Senegal), adonde llegaron a finales del siglo viii y principios del ix». Existe una tendencia a dividir a la población peul según su modo de vida. El grupo de pastores nómadas se denomina fulbés aynabés (peuls nómadas), mientras que los sedentarios se llaman fulbés sarés (peuls urbanos). Sus vecinos, que se han podido asimilar a ellos, completan el grupo bajo la denominación haal-Pulaar’en (hablantes de peul, lengua de los peuls).
Les poblaciones blancas de Mauritania: los beidanes
Antes de la invasión almorávide, sabemos que existió una población blanca en el territorio mauritano, conocida como los bafures, aunque sabemos muy poco de ella. Abderrahmane Bâ, historiador senegalés, estima que ni el término «bafour» ni el de «zenaga» tienen sentido alguno. «En cambio, cuando –tal y como permite la lingüística– sustituimos la f de bafour por una v, tenemos bavares. Los bavares son un pueblo libio que ocupó la Mauritania Cesariana (centro y oeste de la Argelia actual). [Estos] se habrían acabado asentando en el Adrar mauritano». Aun así, quedan sus vestigios, tanto en la región del Adrar como en otras localidades del país. El vestigio más importante fue la introducción de la palmera datilera en el territorio.
En cuanto a las poblaciones bereberes, Mokhtar Ould Hamidoun, historiador y estudioso de las tradiciones mauritanas, en su manual de historia de Mauritania avanza que «llegaron a este país en el siglo vde la hégira bajo el estandarte de Boubakar ben ‘Omar, que por entonces poseía un ejército compuesto por lemtunas, gdalas y masufas, tribus nómadas de los cenhadjas». Los genealogistas los remiten a cuatro ancestros: Guezoul, Lamt, Heskoura y Sanhadj. Al principio, según Modat, estos se contentarían con asentarse en la región que ofrecía pastos a sus camellos, «es decir, toda la zona de la llanura y las dunas al oeste y al norte». Al instalarse allí, los bereberes atacaron las poblaciones negras que se fueron encontrando: «expulsaron de allí a una parte y se pusieron al mando de la otra…y de ellos [los bereberes] proceden la mayoría de las tribus actuales». Impusieron su lengua a medida que extendían su dominio por el país. Esto está confirmado por «tradiciones moras, orales y escritas, procedentes de numerosos autores [que] prueban que el habla zenaga o lengua bereber era la lengua que hablaban, hasta el siglo xiv, todas las poblaciones blancas de Mauritania». Vincent Monteil, en un texto relativo a la toponimia bereber en el vocabulario moro, afirma que «la lengua de los moros (hasanía) es un dialecto árabe, más o menos berberizado en su vocabulario. Según nuestras investigaciones, que incluyen hasta ahora unos 3.600 vocablos, la proporción de términos bereberes es muy variable y se distribuye de la siguiente manera: más o menos un tercio de los mismos se refiere a la flora, un cuarto a la fauna y solo una décima parte correspondería a los términos relacionados con los camellos y, a veces, incluso menos». M’Hammed Ould Ahmed Youra, en Le livre des lettrés renseignés sur l’histoire des puits, publicado en 1920, enumera una lista de palabras bereberes que se han integrado en la lengua hasanía, entre las cuales se encuentra el nombre de la capital mauritana: «Nuakchot viene de In Ouakchodh. Akchoud significa, en zenaga, “sin orejas”, “que le han cortado las orejas”. Se refiere al pozo donde los franceses, en estos tiempos, han levantado su campamento».
La población árabe de Mauritania procede de los Beni Hassan, descendientes de los árabes Ma’qil, expulsados del norte por los Beni Merin (merinidas). Paul Marty, citado par Paris, estima que las tribus hassanas «forman actualmente apenas 2/10 de los pueblos moros… mientras que las tribus morabitas de origen bereber son cuatro veces más numerosas». A pesar de su reducido número, los Beni Hassan supieron imponer su lengua (el hasanía), que poco a poco suplantó el habla bereber antes de provocar su desaparición.
Relaciones en la sociedad mauritana contemporánea
El resumen que se ofrece a continuación muestra las relaciones existentes entre los diferentes componentes de la sociedad mauritana actual:
Formación de la comunidad beidan arabobereber
Los bereberes se han mezclado con los árabes hassanes para formar el grupo de los beidan, que se comunica únicamente en lengua hasanía, también llamada klam-el-Bidhan. En este caso, resulta paradójico descubrir que los vencidos, es decir, los bereberes, son fervientes defensores de la lengua del invasor árabe, así como de la cultura islámica. En efecto, en el seno de esta comunidad es donde se encuentran los profesores, jueces, poetas y grandes sabios del islam. La desaparición de la lengua bereber, que durante mucho tiempo constituyó el único medio de comunicación en el ámbito familiar, se aceleró cuando los profesores prohibieron usarla a los estudiantes (los cuales, muchas veces, eran hijos suyos), con el fin de evitar la mala influencia de esta lengua en la pronunciación del Corán. En este sentido, y tal y como afirma Dubié: «A su llegada, los árabes utilizaban intérpretes para relacionarse con los bereberes pero, en menos de tres siglos, la lengua de estos últimos desapareció prácticamente en favor del hasanía, dialecto árabe». Esta desaparición se justifica por el complejo de inferioridad que los hassanes crearon a los bereberes, confirmado por Dubié: «Los jóvenes berberófonos, cuando están en compañía de jóvenes de otras tribus, no sienten orgullo alguno de su conocimiento de la lengua zenaga e incluso, a veces, fingen no conocerla en absoluto… Algunos letrados berberófonos prohíben a sus hijos hablar zenaga porque temen que la práctica de este dialecto les impida pronunciar correctamente el árabe».
Esta voluntad de asimilación permitió una uniformización lingüística que, sin embargo, no consiguió eliminar la estratificación de la sociedad beidan. Dentro de esta aparente simbiosis, el grupo hassan (árabe) ocupa la parte más alta de la pirámide, seguido por los zuaya (sanhaja), los castés, los haratines y otros. Los distintos grupos, pues, quedan conformados de la siguiente manera:
- hassanes: árabes (guerreros)
- zuayas: morabitos, tolba (clérigos)
- zenagas: empleados blancos
- castés: igâwounes (juglares), maalemines (herreros), nemadi (cazadores), imraguen (pescadores)
- haratines: antiguos esclavos.
No solo los bereberes sufrieron la política árabe de dominación, rechazo y asimilación. Es muy probable la presencia de antiguas poblaciones negras autóctonas (no serviles) en el seno de la comunidad haratina. En efecto, el desplazamiento de esta población desde el norte hacia el sur no se llevó a cabo completamente. Una parte de la misma quedó bajo el dominio beidan, engullida en la masa de población negra de habla hasanía. Parece que los macinas corrieron esa misma suerte, tanto en el ámbito cultural como lingüístico e indumentario.
Los fulbés/peuls y sus vecinos soninkés
Desde el punto de vista de las poblaciones peuls del valle central de Senegal, el Futa Toro, la política de intercambio efectuada con los vecinos les permitía reducir las tensiones y fomentar la paz en el país. Esta política consistía, para los habitantes del Futa Toro, en ir a buscar esposas a los pueblos vecinos. El caso inverso, aunque se ha dado de forma ocasional, resulta prácticamente inexistente: nadie daba a una hija en matrimonio a un «extranjero». Según la tradición, la comunidad soninké había perdido a un grupo de familias que se habían instalado en el Futa y se habían fundido con la masa de la población peul. Entre estas familias, aparecen citadas los Touré, Sakho, Barro, Gassama, Camara, Douké, Yaal/Bathilly, Kébé, Soumaré, Korera, etc. Todas ellas se sometieron a las costumbres peuls y perdieron su lengua en favor del peul, en un proceso de asimilación que permitió a los soninkés adoptar una estrategia de implantación muy propicia a la conservación de sus tradiciones culturales y lingüísticas. Esta consistía, principalmente, en vivir todos juntos y concentrar sus hábitats en aglomeraciones seguras para la expansión cultural de sus hijos.
Con sus vecinos del este y el oeste, el Futa mantenía relaciones fluctuantes, pero las alianzas matrimoniales permitían normalizar los vínculos políticos. En la época de los deeniyankooße, el satigui Samba Bookar Sawa Laamu era conocido por su alianza con el Gajaaga (país soninké), una relación reforzada sobre todo por su matrimonio con una mujer llamada Moussa Silman, madre de su hijo Boubou Moussa. Así como es bien sabido que su sucesor, Samba Guéladio Djégui, era más bien aliado del Bundú y de los moros ehel heyba. Cuando, hacia el final de la época de los torodos (segunda mitad del siglo xix), Abdul Bokar se impuso como jefe del Futa, pactó un matrimonio con la hija del Almami del Bundú, Jiba Hamady Sy y otro con la hija del jefe del Khasso, Dinding Sambala Hawa Diallo.
Las alianzas entre el Futa y el país moro
El país moro estaba dividido en emiratos independientes dirigidos por emires, mientras que el Futa estaba dividido en provincias. Estas gozaban de una relativa autonomía porque cada una de ellas estaba dirigida por un jefe provincial que tenía bajo su autoridad a los jefes de los pueblos y, asimismo, estaban todas ellas sometidas a la autoridad de un único jefe, llamado satigui, bajo las dinastías peuls Dénianké (siglos xvi – xviii) y Almami, bajo los torodos (letrados musulmanes) entre los siglos xviii y xix. Estos últimos, debido a su antigua islamización, y quizá por un mero complejo, se relacionaban asiduamente con los árabes. A guisa de ejemplo, tenemos el caso de las familias Ly, que se reclaman descendientes del llamado Faddallah; los Touré de Hamet Habiballah (Hamet es la deformación de Mohamed), los Kane de Hamet Dioulđo Kane (dioulđo significa musulmán), los Bâ, Bari, Diallo de Brahim Malik Madaniyou, los Sy de Chamsedine, etc. Resulta difícil, sin embargo, distinguir entre la parte de mito y la de realidad que contienen estas afirmaciones.
Cheikh Moussa Kamara, islamólogo «antropólogo» del Futa, cree que, para aumentar su prestigio, los morabitos peuls intentaban emparentarse con los árabes pero, en realidad, todos estos torodos son de origen peul. Esta actitud puede entenderse, en primer lugar, por el hecho de que todos los torodos son musulmanes con una larga tradición a sus espaldas y, en segundo lugar, porque el islam tiene su origen en Arabia; finalmente, porque los conquistadores musulmanes que se asentaron en esta región debieron, sin duda, de dejar trazas humanas (progenie), reliquias culturales, nombres y apellidos árabes, etc. ¿No hablan las crónicas del Waalo de la unión entre el conquistador almorávide Aboubakr Ibn Oumar y una mujer torodo, Fatimata Sall? Sin embargo, paradójicamente, el niño nacido de esta unión se convertiría en un wolof.
Los moros, población descendiente de los árabes de Beni Hassan y las tribus bereberes nómadas autóctonas del desierto del Sahara, establecerán numerosas relaciones con sus vecinos del sur: relaciones comerciales basadas en intercambios entre los cereales producidos en el valle y las diversas manufacturas moras (goma, sal, dátiles), relaciones políticas (que van desde el vasallaje hasta la igualdad según el período y los distintos testimonios) o relaciones matrimoniales de carácter variable. Esta última clase de relaciones atenúan, en cierto modo, los períodos de tensiones, sobre todo cuando el matrimonio concertado reviste un carácter político. En la memoria colectiva del Futa, la inseguridad unida a las razias moras contra las poblaciones negras condujo y, en algunos casos, llegó a forzar a estas a atravesar el río para refugiarse en la ribera izquierda. Ello quedó registrado en un refrán popular que reza: « Maa rewo ronkaa no worgo hođaa » [Tuvo que haber impedimentos en el norte para decidirse a vivir en el sur (norte y sur del río Senegal, se comprende)].
Bajo la dinastía Deeniyanke (siglos xvi‒xviii), la inseguridad provocada por las razias moras, añadida a la inestabilidad derivada de las rivalidades políticas, debilitaron mucho el régimen peul que, para sobrevivir, se sometió al protectorado moro, el cual exigía el pago de un tributo comúnmente conocido como moudo horma, con el fin de asegurar el apoyo o la protección del régimen peul.
En medio de este clima de derrota se desencadenó el movimiento dirigido por el morabito peul Thierno Souleymane Bal, que puso fin a ese tributo vergonzoso al tiempo que desencadenaba una revolución islámica (siglos xviii-xix). Los revolucionarios desbarataron las dinastías de los peuls, a quienes consideraban malos musulmanes, para instaurar en su lugar un régimen torodo, es decir, que daba poder a los clérigos del islam.
Durante las dos primeras décadas del régimen islámico, el Futa se mantuvo unido y fuerte bajo la rigurosa y totalitaria autoridad de Almami Abdul Kader Kane. Este poder se manifestará tanto en el interior como en el exterior de las fronteras del valle, donde cualquier elemento debía responder al espíritu de la teocracia instaurada, o bien desaparecer. Así fue como Almami Abdul arremetió contra el régimen de Eli Kowri, emir de Trarza, en 1786, para acabar con él y aliarse al jakani Mokhtar Ould Bouna (de la tribu tajakan). Diez años más tarde se produjo una situación análoga en el Kayor, pero se saldó con la derrota del Futa en 1796 frente a Damel de Kayor. Almami cayó prisionero y su puesto quedó vacante. Así asistimos a la emergencia de una nueva fuerza de interposición a través de la figura de los jaagorđe (los grandes electores) en medio de las turbulencias políticas. La elección provisional para asegurar el reemplazo recae sobre Abdul Sire Lamine Talla, conocido como Almami Muttar Kudeeja Talla. El encarcelamiento de Almami del Futa volvió a despertar el viejo demonio de la dominación mora. El emirato de Brakna no tardó en imponerse para mantener, bien es verdad, una política de dominación más sutil a la vez que reforzada por alianzas matrimoniales.
Los Awlad Siyyid se alían con poblaciones del Futa Toro, mientras que los Awlad Ahmed ponen la mira en los Halaybé. Los Awlad Noghmash eligen asentarse en el Laaw, área a la que están unidos por sus lazos de sangre con los Wane, encabezados por Ibra Almami, partisano e incontestable practicante de las alianzas matrimoniales. Los Alwad Ali se asientan en Yirlaabe-Hebbiyaabe, Booseya y Ngeenar, donde establecen una fuerte alianza con los Ahl Hayba (fracción de los AwladA’li) y con Abdul Bokar Kane, jefe de los Booseya, y contra los Yirlaabe, dirigidos por Mamadou Silèye Amar Anne. En cuanto a los Liitaama, prefieren establecer relaciones con las poblaciones de Ngenaar y Damnga.
Cabe señalar que en el Futa, al igual que en algunos reinos wolofs, las alianzas matrimoniales de carácter religioso unen a los discípulos con las familias de sus maestros. Por ejemplo, en el caso de la boda entre Thierno Souleymane Bal (futuro instigador de la revolución islámica en su pueblo) y una mujer mora que le dará un hijo, Taleb Boubakr. Este será el padre de Khadeijetna, madre de Cheikh Mohamed Fadel, que tuvo cien hijos, entre los que se encuentran Cheikh Mal’ainine (de Marruecos) y Cheikh Saad Bouh (de Senegal). Es, asimismo, el caso de los matrimonios concertados por el cadí Ahmadou Mokhtar Sakho de Boghé con dos mujeres moras. La primera, una mujer de los Oulad Iberi, tribu morabita de Trarza, llamada Mint Ahmeyyad, le dará una hija, Mounina Sakho, mientras que la segunda, una mujer de los Idab’lahcen, fracción idachagra, otra tribu morabita, será Asma’ou Mint Oumarou, madre de sus dos hijos Mohamed Lemine Sakho y Abdurahim Sakho. Aunque se llevaron a cabo muchos matrimonios de conveniencia, no es menos cierto que también hubo muchos enlaces por amor.
Las relaciones entre el Futa y sus vecinos moros no se limitan a este breve panorama. También hay otros importantes componentes de la región que no hemos citado hasta ahora como, por ejemplo, los moodi nalla (moodi nallankoobe, en lengua peul), morabitos peuls muy mestizos que habitan principalmente en Daw y Doolol, en el Futa, así como en varios pueblos de Guidimakha (Kalignoro, Salka Dakhna, Ould Yengé, etc.). Su mestizaje con los moros está tan extendido y resulta tan asombroso que la confusión entre las dos etnias es casi inevitable. Las relaciones entre los moros y los moodi nalla son fraternales, íntimas, ya que unos y otros se confunden. Una fracción de los ahel sidy mahmoud se identifica con los moodi nalla y a la inversa, los peuls consideran moros a los moodi nalla. Fuertes vínculos unen a todas estas tribus a los moros, los cuales las convierten en aliados privilegiados en cualquier parte y en mediadores cualificados ante los negros. Estos últimos los llamaban «morabitos blancos», por oposición a otros torodos, llamados «morabitos negros». Entre los moodi nalla y los idaw’ish(que viven en Tagant), las relaciones eran tan buenas que, en las repetidas incursiones que estos últimos hacían entre las poblaciones del valle, evitaban a los primeros. Los moodi nalla, incluso, llegaron a convencer a sus aliados idaw’ish para que devolvieran el ganado robado a sus dueños.
Les relaciones entre los fulanis (peuls) y los pueblos wolofs
Entre las excepciones a la regla que dice que la mujer del Futa no se puede casar con un extranjero, las crónicas del Waalo (citadas por Vincent Monteil) hablan de una mujer peul, Fatimata Sall, que tomó por esposo al legendario Aboubakr Ibn Oumar, bereber almorávide. De esta unión nacerá Amadou Boubakr, futuro Ndiadiane Ndiaye y posible ancestro de los wolofs. Él fundará el reino del Waalo antes de sentar las bases de los reinos Kayor y Jolof.
Según la misma fuente (Monteil), el territorio del Waalo dependía del Futa durante los «reinados de los Dyawogo, Manawogo, Matmuso, Tundyogo, Lamtarmus y Lamtakho», diversas dinastías que se sucedieron en el país. Ello explicaría los títulos diogomay y diogodo, términos peuls que designan, respectivamente, el maestro del río (jogo maayo) y el maestro de la tierra (jogo dow) que se daban a los ministros del brak (rey) del Waalo. En la época de Amadou Boubakr, el diogomay de entonces se casó con una mujer peul llamada Fatimata Djawando, que jugó un papel fundamental en la sucesión al trono al aceptar un soborno para influir en la decisión del brak gracias al poder que ejercía sobre él. El segundo brak del Waalo, Mbay Wade, también llamado Mbagny Wade, estará en deuda con ella por haber influido en la elección que recayó en él para acceder al trono.
Uno de sus hijos, el bey lawar (título relativo a las tierras que poseía) Bira Wade, se exilió en el Futa en el siglo xiii tras un incidente que lo enfrentó a sus aliados, los gaye, y al séptimo brak del Waalo, Yerim Mbagnik. Sus amigos encontraron un refugio para él en casa de Farba Waalalde, un dieng que, para reforzar el vínculo con su protegido, le dio a su hija como esposa. Gracias a esta unión, Bira Wade, cuyo nombre se transformó en Wane como recuerdo del sitio en que vivía (waande significa «termitero»), se convertirá en el ancestro de todos los Wane del Futa, así como de muchas otras familias.
Tras esta célebre unión hubo otras, como la que unió al satigui Samba Boubacar Sawa Laamu con otra mujer del Waalo llamada Wuurannge, o la de Thierno Asso Lamine Bal, de Boode-Law, con Kumba Safiyatu Hamath Fall de Pire (Kayor), que dará a luz a Almami Hamath Lamine Bal. También cabe señalar la unión entre Almami Abdul Kader y dos mujeres del Waalo que se llevó de su expedición victoriosa en el territorio (y que, probablemente, lo enfrentó al brak Fara Peinda Teg-Rel). La primera de ellas, Aram Bakar, dará a luz a sus hijos Hamadi Alhadji y Fatimata Almami, mientras que la segunda, Mariam Mbodj, tendrá una hija, Raabi Almami. Asimismo, Almami Abdul Kader se llevó a otras dos mujeres del Waalo que entregó a sus amigos Alkaati Mboolo Tafsiiru Sawa Kudi y Sire Dara Dia. Después de su muerte, su viuda Aram Bakar, del Waalo, volverá a casarse en Thilogne con Thierno Molle Amadou Moctar Ly, a quien dará una hija llamada Paddel Aram Ly.
Durante el reinado de Mamadu Birane Wane, hacia 1855, este reino del Futa que antaño organizaba expediciones contra su vecino wolof del oeste se convertirá en tierra de asilo para los refugiados de allí, especialmente del brak Mo Mbodji Malik y los principales dignatarios del Waalo derrotados por Faidherbe. Cabe señalar que las relaciones entre el Futa y los wolofs no se limitan al territorio del Waalo, puesto que la tradición dice que Amadou Boubakr (Ndiadiane Ndiaye), un mestizo berbero peul que sentó las bases de los reinos de Kayor y Jolof. Este origen peul deja trazas, aunque deformadas, en la denominación de algunas familias reinantes, así como en expresiones utilizadas en las cortes de ambos reinos.
Entre las siete familias reinantes de Kayor encontramos a los Dorobe, término muy próximo al peul «torodos» (letrados). Los morabitos de Kayor, según Monteil, suelen ser de origen peul, pero esta hipótesis se basa, quizás, en la importante presencia de estudiantes del Corán procedentes del Futa en Senegal, donde se encuentra la célebre Universidad de Pire. Así, el matrimonio entre Thierno Asso Lamine Bal, padre de los dos Almami de Boode (Bokar Lamine y Hamath Lamine Bal) y Kumba Safiyatu Hamath Fall puede explicarse, de algún modo, por el refuerzo de las relaciones entre maestros y discípulos a través de las relaciones matrimoniales, una práctica que ya hemos visto en otros lugares.
En cambio, el matrimonio que unió a Ibra Almami Wane y Gaiciry Damel, hermana de Lat Dior, damel (rey) de Kayor y madre de Ahmadou Mokhtar Wane, revestía más bien un carácter político, en el sentido de que unía los intereses del jefe de Laaw a los de Kayor. Tras la ruptura del matrimonio por parte del damel Lat Dior, la mujer se volvió a casar con el burba (rey) de Jolof, Ali Bouri Ndiaye, lo cual creó una feroz rivalidad entre el marido rechazado y aquel que le arrebató la esposa. La colonia de Senegal será testigo de una campaña de denigración lanzada por Ibra Almami contra el burba. Este escribió el 24 de diciembre de 1881, en una carta dirigida a las autoridades de la colonia senegalesa: «No escuchen las palabras de Ibra Almami contra mí; aquel que toma a la esposa de otro hombre se convierte en su enemigo, y yo me he casado con la mujer de Ibra Almami».
Qué decir de las relaciones entre Jolof y el Futa más que repetir las palabras de Monteil, a saber, que Jolof está habitado por una mayoría de peuls (tres cuartas partes) y, aun así, está dirigido por wolofs, por no decir peuls «wolofizados», como parece creer Monteil. Así, el girom Buri-Dyelen (jefe peul de Jolof) habría restaurado a la dinastía de los Ndiaye en el trono de Jolof siguiendo los consejos de su madre, que habría dicho, en peul: «Mawdo Lawol, dyom ndyobari», y que Monteil traduce como: «El maestro del camino es aquel a quien pertenece la recompensa». Un refrán popular peul de Jolof afirma, en este sentido: «Sowana girom, ndyaybe nyami ako» [Si no hubiera sido por el girom, todos los Ndiaye habrían comido hierba]. Así, cabe suponer que la ayuda del girom fue determinante para que los Ndiaye recuperaran el trono de Jolof. Estos seguramente eran de origen peul, lo que confirmaría el mito que rodea al fundador de los reinos wolofs, Amadou Boubakr, alias Ndiadiane Ndiaye, tal vez mestizo berbero peul. La cuestión está aún por resolver.
Durante unos años, el reino Jolof fue invadido y gobernado por el morabito tukulor Amadou Cheikhou Bâ (1870-1875), con el objetivo de islamizar a los llamados Seßße (los paganos). La misteriosa fundación del reino por parte de un musulmán, en este caso el hijo del conquistador almorávide Aboubakr Ibn Oumar, no habría podido eliminar las raíces paganas que, siete siglos después, aún están muy presentes.
En 1883, para hacer frente al dominio francés en el valle, se forma una alianza entre el jefe del Futa Abdul Bokar Kane (jaagorgal de Daabiya, Booseya, que se impuso como líder de la resistencia a las fuerzas de ocupación y garante de la independencia del Futa), el jefe de Jolof, Ali Bouri Ndiaye, y el de Kayor, Lat Dior Ngoné Latir Diop; unión política que, por desgracia, nada podrá hacer contra las fuerzas coloniales. Para reforzar esta alianza, Mamadou Abdul Kane, hijo de Abdul Bokar, se csará con Khar Yalla de Jolof, lo que supone, pues, un caso más de alianza matrimonial de carácter político.
Las relaciones entre los moros y los wolofs
Una crónica revela que el primer hombre en sentar las bases de los reinos wolofs procedía de la unión entre el legendario Aboubakr Ibn Oumar (bereber del movimiento almorávide) y una mujer peul llamada Fatimata Sall. El nombre de este hijo mestizo, Amadou Boubakr, desaparecería frente al de Ndiadiane NDiaye, ancestro epónimo de todos los wolofs.
Más recientemente, se ha demostrado que una unión muy conocida agrupó a las fuerzas del emirato de Trarza (al sudoeste de Mauritania) y las del reino del Waalo: se trata del matrimonio entre el emir de Trarza, Mohamed Lehbib, y Njembeutt MBodj, reina del Waalo, el 18 de julio de 1833. De esta unión nació un hijo, Ely Njembeutt, que ejerció una notable influencia en ambos tronos y reforzó la paz entre los dos países. A pesar de los atropellos sufridos, este matrimonio permitió a las comunidades wolofs y moras rebelarse contra la administración colonial, que no deseaba ver cómo los moros asentaban su hegemonía a ambas orillas del río Senegal. Esta alianza entre las dos comunidades está asimismo, registrada por Mokhtar Ould Hamidoun, que cita entre los zuayas de origen cenhaja a los Tadjakant de Senegal, que se hicieron wolofs (los Babou), así como a los Idaw-el-Hadj, que se fundieron en la masa negra con los patronímicos Darmankou o Darmanko, Touré, Sougouffara, Ammar, Dioukhoumbo, Tandina, Ngombolla, Sadi y Diabbara.
Conclusión
A la luz de todo lo que hemos visto, el territorio mauritano ya aparece como un lugar de encuentros e intercambios mucho antes de nuestra época actual. Cada una de las poblaciones que vivieron aquí de forma sucesiva fue aportando su granito de arena a la construcción de esta civilización forjada a través de los siglos.
Los soninkés dieron a Mauritania su fabuloso nombre de Bilad Chinguitt, del cual se enorgullecen los intelectuales. El nombre de una de sus regiones, Tagant, tiene un origen peul, según la denominación tye gene o «pueblos antiguos». En la provincia oriental, crisol de encuentros de distintas etnias, el nombre de la antigua ciudad de Oualata sería una berberización del término mandé wa-la: lugar (la) donde se halla abrigo (wa). Una tradición peul otorga otro significado a la palabra Oualata: que no pasa la noche, a causa de los peligros.
Aunque las influencias lingüísticas entre el bereber y el soninké han dado lugar a la lengua azeriyya, las otras etnias también comparten muchos elementos en diversos ámbitos. En la vida cotidiana, todos los negros de Mauritania utilizan una deformación de los términos árabes o bereberes en todo lo referente a la religión musulmana. Es el caso de la denominación de los cinco rezos: Subaka, Salihana, Hana-Sala, Alasara y Foutouro. También ocurre lo mismo con el nombre de los días, los meses y los nombres árabes (Mohamed: Mamadou, Zeinab: Dieynaba, Aboubakr: Bocar, Said: Saydou, etc.).
En cuanto a la alimentación, los moros adoptaron la palabra mbourou (pan) en lugar del árabe khoubz, así como el de maro (arroz) antes que el ourz, quizá porque los productos agrícolas pertenecían a sus vecinos negros.
Las alianzas matrimoniales y políticas, así como los intercambios de todo tipo, dieron lugar a lo que constituye hoy la nación mauritana, una nación creada «contra viento y marea», citando al primer presidente del país, Me Mokhtar Ould Daddah. Mauritania es, en efecto, un Estado tapón entre el África del Norte, blanca, y el África subsahariana negra.
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