La fotografía de la cubierta de este número es una obra del artista Michelangelo Pistoletto, la misma que nos ha sugerido el título «La sociedad civil en el espejo mediterráneo»: una mesa hecha con un espejo que tiene la forma del mar Mediterráneo, a cuyo alrededor se encuentran sillas de diferentes estilos para acoger, en uno u otro momento, a representantes de los países mediterráneos. Esta obra nació en 2002, de la mano del movimiento Love difference, en Biella (Italia), como síntesis y emblema del Movimento Artistico per una Politica InterMediterranea. El objetivo de este movimiento era reunir a personas e instituciones de los países de ambas orillas mediterráneas para crear una nueva perspectiva que aportara otra mirada sobre la diversidad cultural, que nos ayudara a «amar la diferencia». A través de su obra, el artista Michelangelo Pistoletto nos ha recordado en múltiples ocasiones que «estamos en un mundo que pide a gritos ser transformado».
Movimientos sociales: más allá de las manifestaciones
¿Qué podemos decir con relación a esta cuestión, una vez transcurridos casi veinticinco años del Proceso de Barcelona? ¿Existe otra mirada o las viejas visiones intentan parapetarse, a pesar de que los desafíos son inminentes? En 1995, el Proceso de Barcelona, o Partenariado Euromediterráneo, tenía como objetivo principal conseguir una cierta convergencia en la zona euromediterránea, a pesar de las diferencias existentes y a través de vías financieras y políticas. De todo ello, quizás el aspecto más novedoso de la Declaración que se firmó durante el encuentro fue que, por primera vez, se valoraba la sociedad civil como factor clave para el desarrollo y la democratización de los países del Sur.
Durante esta última década nos encontramos con que, tanto en el Norte como en el Sur, y a pesar de que los resultados políticos no son óptimos y el futuro, incierto, difícilmente se puede negar la fuerza de este asociacionismo para promover cambios, incluso de mentalidades. En este número 28-29 de Quaderns de la Mediterrània, reconocidos analistas se centran en las perspectivas de la sociedad civil; nos hablan de los movimientos sociales, del binomio entre el cambio de relato propuesto por la sociedad, especialmente por los jóvenes y las mujeres, y el autoritarismo que no cede fácilmente ante esas voces. Nos recuerdan también cómo en cada país este análisis varía, como resultado de su historia particular y de la manera en que las tecnologías de la información y comunicación influyen poderosamente en los individuos y la sociedad.
En el Magreb, las asociaciones de voluntarios constituyen uno de los principales actores sociales con vocación de representar la heterogeneidad y el pluralismo de la sociedad civil. Según los sectores en los que intervienen, las causas que defienden y la autonomía de acción de la que gozan, estas asociaciones son portadoras, implícita o explícitamente, de un relato que contrarresta a menudo la hegemonía de los relatos oficiales de los gobernantes. Así, Thierry Desrues señala en su artículo que, desde 2012, una vez pasadas las movilizaciones de las Primaveras árabes, y a pesar de la existencia de tres regímenes políticos distintos en cada uno de los países implicados –joven democracia en proceso de institucionalización en Túnez, monarquía autoritaria con dispositivos democráticos subalternos en Marruecos y república gerontocrática, presidencialista, pretoriana y corporativista en Argelia–, se observa una tendencia convergente hacia la restauración del control sobre el tejido asociativo. No obstante, en la región mediterránea nos encontramos con una nueva percepción, expuesta por la socióloga tunecina Bochra Kammarti en su artículo, que nos recuerda que, para analizar los acontecimientos sociales ocurridos en Túnez desde 2010, es necesario adoptar un enfoque fenomenológico del espacio público en cuanto que escenario donde los actores adquieren visibilidad pública y actúan de una manera determinada. Aunque los dirigentes políticos autoritarios hayan intentado apropiarse del espacio público, los ciudadanos tunecinos, desde 2010, han desencadenado una revolución –que se ha llevado a cabo en varias etapas– cuyo objetivo es el cambio social, el cual no tendría ningún sentido sin esa reapropiación del espacio público.
De este modo, afirma la autora: «A través de las manifestaciones, las inmolaciones, los grafitis, las sentadas, las danzas o los eslóganes escritos en el cuerpo, los ciudadanos tunecinos luchan por expresar sus aspiraciones sociales, así como su voluntad de redefinir las normas públicas y establecer un diálogo capaz de volver a trazar las fronteras morales de la comunidad nacional». De la misma forma, la investigadora Laurence Thieux, luego de reconocer la dura deriva a la que se ha visto sometido el pueblo argelino, considera que el Hirak –«movimiento», en árabe– responde a un sentimiento que ya viene de lejos porque, durante los últimos años, la sociedad argelina ha protagonizado numerosas protestas con las que ha dado voz al malestar general de la población frente a un régimen de gobierno incapaz de satisfacer sus necesidades más elementales.
Asimismo, es interesante considerar, en el artículo del analista Khaled Hroub, algunas observaciones que plantea el autor sobre las dinámicas y los cambios que se han producido en el seno de la sociedad civil del mundo árabe, y en torno a esta, y para ello distingue tres períodos entre los años 2011 y 2019. Tras su análisis, concluye que las oleadas de revueltas masivas en la región árabe son parte integrante de este cambio histórico actualmente en curso. Por lo que, añade, en el marco de este proceso, los próximos años presenciarán un aumento de la tensión y el conflicto entre dos formas de resiliencia que actualmente chocan en la región árabe: por una parte, la resiliencia «desde abajo» de la oposición política organizada y el activismo cívico, que se perfila en diversas formas familiares o novedosas y, por otra, una resistencia autoritaria «desde arriba» que se reinventa a sí misma tanto a escala local como regional. Así, afirma que «el activismo de la sociedad civil reside en el corazón de este proceso; un proceso histórico que probablemente será largo».
En el número 26 de Quaderns de la Mediterrània, «Imaginar el Mediterráneo» (www.iemed.org/ quaderns), la socióloga turca Begum Özden Firat manifestaba, con relación a las protestas acaecidas en las plazas públicas del Norte y el Sur del Mediterráneo, que aunque resulta evidente que las revueltas de Egipto y Turquía y las ocupaciones de plazas en Grecia y España no son equiparables, ya que difieren de forma compleja, sí se hallan vinculadas por una serie de imágenes comunes, o un lenguaje visual, e incluso una ideología. Como expresó de forma muy poética el denominado Comité Invisible, «Los movimientos revolucionarios no se difunden por contaminación, sino por resonancia. Lo que se constituye aquí resuena con la onda de choque emitida por lo que se ha constituido allí. Pero un cuerpo que resuena lo hace a su propia manera. Una insurrección no es como una plaga o un incendio forestal, un proceso lineal que se extiende de un lugar a otro a raíz de una chispa inicial; más bien adopta la forma de una pieza musical, cuyos puntos focales, aunque dispersos en el tiempo y el espacio, logran imponer el ritmo de sus propias vibraciones, adquiriendo cada vez mayor densidad».
Si bien en Europa, como manifiesta Michel Wieviorka al referirse a los chalecos amarillos franceses, la violencia se convirtió en un tabú durante cuarenta años, por lo que a Francia respecta, acabamos de entrar en una nueva era. El intelectual nos advierte que «quizá podemos considerar las revueltas de los suburbios que tuvieron lugar en 2005 como precursoras de esta afirmación: la violencia social de la época, en efecto, y contrariamente a lo que afirman las mentes reaccionarias y mal informadas, no era ni étnica, ni racial ni religiosa, tampoco constituía un “pogromo antirrepublicano”. Era, básicamente, la cólera y la indignación de una juventud excluida, sin futuro social y sometida al racismo y la discriminación, y esta violencia suscitó una profunda comprensión en sectores sociales muy importantes». Pero sería un error pensar que el autoritarismo solo se da en el Sur y Este del Mediterráneo: en Europa, treinta años después del final de la Guerra Fría y la proclamación de una nueva era liberal en la política mundial, los valores y las instituciones liberales también se han visto atacados en las democracias occidentales.
Durante los últimos años, muchos estados miembros de la UE han experimentado un dramático aumento de las tendencias autoritarias e intolerantes, mientras que algunos países candidatos se han ido deslizando hacia la zona gris que se sitúa en algún punto entre el autoritarismo y la democracia liberal. Como explica el investigador Cengiz Günay, este aumento de las tendencias autoritarias e intolerantes ha producido una serie de efectos negativos en la sociedad civil. Por una parte, hemos visto emerger una infinidad de organizaciones de derechas, xenófobas y nacionalistas que defienden valores intolerantes y antidemocráticos; por otra, vemos que los gobiernos están intentando estrechar el control de las organizaciones de la sociedad civil (OSC) y restringir sus actividades cuando estas chocan con los intereses políticos de turno. Este ha sido, concretamente, el caso de las organizaciones de defensa de los derechos humanos consagradas a la ayuda y el rescate de migrantes y refugiados.
Las OSC que actúan en esos ámbitos han recibido presiones financieras y legales y, en muchos casos, las actividades de estas organizaciones han acabado criminalizándose. Italia y Hungría son dos ejemplos de estados miembros de la UE cuyos gobiernos han limitado el alcance operativo de las OSC que trabajan con refugiados y migrantes. Lo que sucede en el Mediterráneo desde hace años y, de modo muy particular, la ausencia de una reacción eficaz ante el reiterado escenario de pérdida de vidas humanas constituye, a juicio de Javier de Lucas, el mayor de los retos que se plantea en el seno de la sociedad civil, no solo en su condición de agente concurrente del espacio público, sino en la más radicalmente política, esto es, en la del conjunto de la sociedad civil como sujeto del demos: como soberano. Por ello, concluye el catedrático de derecho y filosofía política, «nos encontramos con una de las grietas más graves de legitimidad política democrática».
Movimientos interculturales: cambio climático, migraciones y refugiados
Los jóvenes y las mujeres son, quizás, los sujetos más adecuados para producir ese cambio de paradigma deseado. En Occidente, el movimiento Me Too o las asociaciones feministas del Sur del Mediterráneo, que han impulsado cambios jurídicos en las tres últimas décadas, son claros ejemplos de la valentía de las mujeres que luchan contra los malos usos patriarcales. En este sentido, la politóloga Loredana Teodorescu argumenta en su trabajo cómo en el año 2000, respondiendo a una necesidad muy evidente, la ONU reconoció el papel central y las responsabilidades de las mujeres en la agenda de política internacional sobre seguridad. Dado que la mayoría de los conflictos afectan a la sociedad civil y, especialmente, a las mujeres y los niños, estas deben tratarse como agentes capaces de proporcionar importantes recursos y voces potentes en favor de la paz, para prevenir y resolver esos conflictos.
La analista asevera que, en estos últimos años, la participación de las mujeres en los procesos de mediación y la sensibilización de género en los acuerdos de paz han aumentado hasta cierto punto, pero no lo suficiente: «Las mujeres casi siempre pueden encontrarse, pero no siempre pueden verse en la primera línea de los conflictos y las innovaciones para la prevención de la violencia. En este sentido, las redes de mujeres adquieren, así, un papel fundamental a la hora de destacar sus logros y habilidades. La Red Mediterránea de Mujeres Mediadoras es un buen ejemplo de ello, ya que trabaja para fomentar las contribuciones de las mujeres en la estabilidad de la región mediterránea». Cada día son más jóvenes aquellos que hacen oír su voz, especialmente frente al cambio climático.
El movimiento Juventud por el Clima, iniciado en 2018 por la estudiante y activista sueca de quince años Greta Thunberg, ha provocado hasta ahora una respuesta muy positiva entre jóvenes estudiantes de numerosos países, quienes han organizado una serie de huelgas, marchas y protestas para instar a los gobernantes –cuyas respuestas, a veces, han sido significativamente airadas– a detener el calentamiento global y el cambio climático con políticas efectivas a largo plazo. Greta Thunberg exclama en sus discursos: «¿Por qué voy a ponerme a estudiar para un futuro que quizá pronto deje de existir, mientras nadie hace nada para salvarlo? ¿Y qué sentido tiene aprender teoría cuando los datos más importantes claramente no significan nada para nuestra sociedad? No hemos venido aquí para rogar a los líderes mundiales que se preocupen. Nos han ignorado en el pasado y nos volverán a ignorar. Nos hemos quedado sin excusas y nos estamos quedando sin tiempo». La movilización inédita por el clima no solo corre a cargo de los adolescentes, sino que también tiene su respuesta en las urnas de las últimas elecciones europeas, especialmente por parte de los menores de treinta años.
Los jóvenes franceses y alemanes y, en menor medida, los belgas, han votado masivamente por los ecologistas. Sin embargo, la tendencia no es unánime en Europa: en España, Italia, Grecia y los países del Este, los partidos ecologistas tienen muy poco peso. Con mucha razón, los expertos medioambientales Jérémie Fosse y Najib Saab nos advierten de la fragilidad del ecosistema mediterráneo, que alberga una diversidad ambiental, humana y cultural de una riqueza excepcional. Por desgracia, la región está sufriendo un proceso acelerado de desertificación, acompañado de una creciente escasez de agua y una serie de eventos climáticos cada vez más frecuentes y dañinos. La concentración de la población y las actividades económicas en las zonas costeras incrementan su vulnerabilidad frente a la subida del nivel del mar, la acidificación de los océanos, las sequías, las inundaciones o los incendios.
Estas alteraciones del sistema climático ya están provocando una reducción de la productividad agrícola, a la vez que aceleran las migraciones desde el Sur hacia el Norte y hacen menos atractivos y competitivos sus destinos turísticos. Najib Saab sostiene que la población y los gobernantes árabes son más conscientes de la gravedad del impacto del cambio climático, ante el cual sus países se encuentran entre los más vulnerables. Sin embargo, a pesar de que veintidós países miembros de la Liga Árabe firmaron el Acuerdo de París, Saab lamenta que no haya habido acciones en la región para afrontar de forma cohesionada los riesgos del cambio climático: «En los países árabes, que son especialmente sensibles al cambio climático, la respuesta de los jóvenes no ha sido entusiasta. Aunque ha habido buenas intenciones, estas no se han traducido en acciones visibles, de modo que los estudiantes apenas han participado en las protestas mundiales».
Por ello, «convertir la conciencia en acciones reales y significativas en favor del cambio climático constituye uno de los retos actuales más importantes de la sociedad civil en los países árabes». Necesitamos, pues, acciones concretas vinculadas a la realidad local. En 2017, Marruecos fue testigo de las mayores protestas sociales desde 2011. A diferencia de entonces, los puntos focales se encontraban ahora en la periferia rural marginada, especialmente en el Rif, la región del norte, en la costa del Mediterráneo, que también presenta la tasa más alta de migración hacia Europa. Un movimiento masivo de protesta, el Hirak, se formó ahí tras la muerte de un pobre pescador de la ciudad portuaria de Alhucemas, en octubre de 2016. En comparación con las protestas de 2011, el Hirak consiguió movilizar a la diáspora marroquí en Europa en muy mayor medida, en particular a aquellos de origen rifeño. El movimiento Hirak es un caso relevante para los estudios mediterráneos, tanto en lo que se refiere a la espacialidad como a la temporalidad, porque ilustra los complejos enredos socioeconómicos y políticos que producen los procesos migratorios en el Mediterráneo.
En este sentido, Christoph H. Schwartz, doctor en sociología, ofrece un caso muy interesante que permite analizar el papel de la migración transnacional en la socialización política, así como la relevancia política de la superposición concomitante de diferentes identidades e identificaciones nacionales, regionales y locales. En cuanto a los casos concretos de inmigración, estas páginas ofrecen dos reflexiones. Por un lado, Orland Cardona muestra el caso de Cataluña, donde el tejido asociativo del territorio ha reflejado claramente una transformación, porque la inmigración ha entendido que asociarse al estilo tradicional catalán puede resultar muy útil para hacerse visible, conseguir un objetivo concreto para una comunidad específica o recibir ayudas de la administración pública. Así, hay muchos ejemplos de asociaciones que trabajan tanto para mejorar la vida de los inmigrantes como para responder a una necesidad específica de los mismos.
Sin embargo, a veces estas asociaciones resultan algo endogámicas y, por ello, apunta este experto en mediación, es necesario trabajar en red para que las personas de origen inmigrante puedan llegar a participar realmente en la sociedad multicultural catalana e interactuar en su seno de un modo transversal, que abarque todos los ámbitos. Desde una perspectiva nacional, la historiadora Leila Boussaid expone el caso de Argelia, un país de emigración mayoritaria que, en estos últimos años, también ha experimentado un auge del fenómeno inmigratorio. Asimismo, las migraciones de asentamiento han cedido paso a las de carácter temporal. Las mujeres y los jóvenes son cada vez más numerosos entre la población migrante, que anteriormente estaba compuesta en su mayoría por trabajadores masculinos no cualificados. Por otra parte, el número de migrantes ha aumentado debido, sobre todo, a los conflictos de la región del Sahel.
Así, muchos inmigrantes que llegan a Argelia son demandantes de asilo y refugiados. Cierra la perspectiva de este apartado el sociólogo y filósofo Edgar Morin, quien, mediante la reflexión que ofrece en «Educar en la paz para resistirse al espíritu de la guerra», hace una llamada a la reforma de la enseñanza para que la educación sea un antídoto contra la violencia gracias al conocimiento: «Debemos integrar en la enseñanza, desde primaria a la universidad, el “conocimiento del conocimiento”, que permite detectar en la edad adolescente, cuando la mente está aún en formación, las perversiones y los riesgos de la ilusión, así como oponer a la reducción, el maniqueísmo y la cosificación un conocimiento capaz de aunar los diversos aspectos, a veces antagonistas, de una misma realidad para reconocer las complejidades en el seno de una misma persona, una misma sociedad, una misma civilización».
Arte y comunicación: espacios de memoria cívica
Durante las revueltas y revoluciones de las llamadas «Primaveras árabes», desencadenadas a partir del invierno 2010-2011, los grafitis y murales proliferaron en las paredes de los países que participaron en estos movimientos. Históricamente, el arte urbano está ligado intrínsecamente a la oposición al orden público. Los grafitis y las firmas (tags) se contemplan, generalmente, como un medio de expresar la cólera y la frustración, y su irrupción en el espacio público, como un símbolo de la desestabilización y la pérdida del orden social por parte de los gobiernos.
El artículo de la investigadora Soléa Bulfone trata de cuestionar las estrategias y la voluntad del impacto del arte urbano en los países del Sur del Mediterráneo y Oriente Medio teniendo en cuenta los acontecimientos políticos de los últimos años. El arte urbano, además de ser un medio de comunicación y revuelta, es asimismo un medio al alcance de la población para reapropiarse del espacio público. Bulfone afirma que «gracias al arte urbano, la población reconquista los temas artísticos y políticos en un principio reservados a una élite en la esfera privada –museos e instituciones públicas– por su trasposición a un lugar público: la calle», y acompaña su reflexión de una serie de ejemplos tunecinos y palestinos. En este tercer apartado mostramos diversas iniciativas de gran valor artístico y comunicativo, normalmente llevadas a cabo por el mundo asociativo y universitario, como la que presentan Emanuela Baldi y Filippo Fabbrica sobre la asociación cultural artway of thinking, que trata de considerar la realidad desde una perspectiva creativa con el fin de expresar formas y lenguajes en contextos y comunidades específicos según observaciones previas. Normalmente trabaja con grupos y usa métodos interdisciplinarios con el objetivo de elaborar visiones colectivas y participativas.
A través de la práctica de diversas actividades interdisciplinarias, los participantes son capaces de expresar sus preocupaciones y valorar mejor sus capacidades a la hora de desenvolverse por sí mismos en el país de acogida. Asimismo, presentamos en este apartado la Asociación de Productores Independientes del Mediterráneo (APIMED), que nació en el marco de la Conferencia Permanente del Audiovisual Mediterráneo de Marsella, en 1997, como respuesta a la necesidad de crear un organismo representativo que agrupara a profesionales independientes de la región. Muy pronto, APIMED se erigió como una agrupación capaz de reforzar las relaciones entre los asociados, facilitar las coproducciones, estimular la circulación de proyectos basados en las culturas mediterráneas, intercambiar experiencias y aprender de nuestras diferencias. A través de iniciativas como el mercado de documentales MEDIMED, los participantes pueden mostrar sus proyectos audiovisuales y promocionarlos para su distribución internacional.
Así, numerosos proyectos han visto la luz y han encontrado financiación para llegar al público. Mediante el tejido asociativo y la creación de redes se puede hacer frente a aquellos que contemplan el sector audiovisual como un mero producto comercial. Su gerente, Sergi Doladé, manifiesta al respecto: «Debemos aprovechar la fuerza de la imagen como creadora de estereotipos y convertirla en una herramienta de diálogo y conocimiento del Otro». El patrimonio, ya sea material o inmaterial, es un aspecto necesario para fraguar la ciudadanía y la propia autoestima con la que se puede contribuir a la expansión de una ciudadanía global activa, con capacidad para generar incidencia social y política. El doctor en patrimonio cultural de la Universidad de Valencia Ximo Revert nos impele a hacer una nueva valoración y forjar una conciencia cívica a través del patrimonio cultural, y su idea pedagógica puede aplicarse a cualquier localidad igual que hace él con la ciudad de Valencia.
Así, en su trabajo nos propone: «Más allá de conocer o consumir patrimonio, más allá de nuestro propio bienestar, estamos llamados a ejercer nuestro compromiso con el desarrollo humano en tanto en cuanto comprendemos la herencia de esos logros en forma de manifestaciones del patrimonio cultural que somos capaces de reconocer, usar o crear». También en el contexto universitario, y a partir de dos investigaciones realizadas en el Laboratorio de Prospectiva e Investigación en Comunicación, Cultura y Cooperación de la Universidad Autónoma de Barcelona, se sitúa el artículo de Teresa Velázquez. Ambas investigaciones centran su estudio en la prensa de Argelia, Egipto, España, Francia, Italia, Marruecos, Reino Unido, Siria y Túnez. A partir del análisis de los contenidos, se observan las transformaciones y variaciones en una muestra seleccionada durante 2009 y 2013 en relación con el tratamiento del tema de la mujer.
Por lo que manifiesta la directora del estudio, la propia Teresa Velázquez, «a tenor de lo observado, la mujer como actor en la vida pública está poco presente en las agendas temáticas de la prensa en la región mediterránea, por lo que es deseable y necesario que los medios traten y visibilicen los objetivos y las recomendaciones de género propuestas por los organismos internacionales». Hoy en día resulta patente la necesidad de que los medios de comunicación sean responsables y no fomenten estereotipos, sino la diversidad compleja del mundo actual. La iniciativa Periodismo solidario del Colegio de Periodistas de Cataluña lleva casi veinticinco años trabajando en la mejora del tratamiento de la multiculturalidad en los medios de comunicación.
Así, a través de la colaboración con ONGs y otras entidades, se han llevado a cabo numerosas iniciativas con el objetivo de erradicar cualquier rastro de xenofobia, racismo y discriminación de los medios de comunicación. La periodista Alícia Oliver señala en su artículo: «Gracias a las buenas prácticas impulsadas por este grupo, el periodismo puede contribuir de un modo decisivo a que la opinión pública contemple a las personas migradas con una mirada inclusiva de respeto y diálogo, y no influida por discursos alarmistas y sensacionalistas». Si, tal y como proclama el artista Michelangelo Pistoletto, así como los jóvenes activistas de Juventud por el Clima, «estamos en un mundo que pide a gritos ser transformado», entonces cuidar nuestro mundo ante el cambio climático, defender los valores en los que se asientan los derechos humanos, dar visibilidad a las mujeres y al conjunto de la ciudadanía son factores que pueden contribuir a esa deseada transformación.
Sin duda, un periodismo ético y culturalmente diverso, una educación que ayude a comprender la complejidad de las sociedades actuales y unas buenas prácticas privadas y públicas son hoy, más que nunca, necesarias para nuestro entorno mediterráneo y para el conjunto del planeta. El arte y la comunicación son elementos claves que pueden crear empatía para que los ciudadanos se apropien de las buenas prácticas interculturales de forma local y universal.