Con el asalto en aguas internacionales de la flotilla que navegaba hacia Gaza, Israel da un paso más hacia su aislamiento. Nueve muertos son muchos cuando son gratuitos, evitables. Mientras escribimos, junio de 2010, la alegría de Hamás debe ser inextinguible. La flotilla, cuenta desde Jerusalén el diario Haaretz, lleva a Israel a adentrarse en el Mar de la Estupidez. El Estado judío está al borde de la ruptura con Turquía y Egipto mientras crece la inquietud de la Casa Blanca. Barack Obama no ha exigido nada a Benjamín Netanyahu. En España, quizás, se abusa del verbo exigir. Pero Obama ha insistido en el cese inmediato de los asentamientos. Gaza está en poder de Hamás, clasificada como terrorista por Estados Unidos y por la Unión Europea. Pero no es impensable una rápida evolución de Hamás hacia la política.
Desde 1948 a hoy, las sucesivas violencias y guerras han hecho un número indeterminaado de muertos superior a 700.000. Proporcionalmente, son cifras cercanas a las pérdidas de Rusia y Alemania en la Segunda Guerra mundial. Entre Israel y sus vecinos árabes o musulmanes –Turquía o Irán son musulmanas pero no árabes– los enfrentamientos bélicos se reproducen en los últimos años con alarmante frecuencia. Desde 1948, Israel y su estatuto internacional es el asunto más inquietante para Estados Unidos y para sus aliados europeos. David Ben-Gurion proclamaba entonces la independencia: desde aquel día han pasado 62 años y ni uno solo de verdadera paz. Ben- Gurion supo ganar para la nueva nación el inmediato reconocimiento de EE UU y de la Unión Soviética. Más de 800.000 árabes asentados en los territorios ocupados por Israel fueron expulsados de su tierra. Surgía así un enorme problema humanitario añadido a una incógnita jurídica. Los palestinos privados de sus campos de cultivo eran desposeídos de algo estrictamente suyo, private property, como señaló con escándalo James Baker III. En 50 años, Israel se transformó en una gran potencia tecnológica. El despliegue no asombró sólo a sus vecinos árabes y europeos sino al mundo.
Las instalaciones de Dimona, levantadas con discreción extrema en el desierto del Neguev, produjeron 120 bombas atómicas. El general De Gaulle, vuelto al poder en 1958, no fue ajeno a esa transferencia de fuerza nuclear. En un momento crítico deben recordarse algunas claves. Israel es una democracia, imperfecta, más imperfecta que la suiza: pero una democracia, es decir, un Estado en que el poder judicial no depende del Parlamento o del poder ejecutivo. Segundo, Israel es un país en guerra; guerra contínua, latente o declarada. Tercero, el laborismo, dominante durante la larga etapa constituyente, acabó por dar paso a un partido tradicional de la derecha, el Likud. Cuarto, Isaac Rabin y Yaser Arafat ganarían años después de Menachem Beguin y Anuar el Sadat el premio Nobel de la Paz. Rabin sería asesinado por un militante de extrema derecha en 1995.
Quinto, la Intifada, rebelión incruenta, instalada en la resistencia palestina, incitada por la irrupción provocadora de Ariel Sharon en la Esplanada de las Mezquitas, dio paso a la derecha dura. Sharon, otro general israelí, como Isaac Rabin, combatiente en la guerra de 1967, sufrió un año después un derrame cerebral, pero la división de la derecha originada por la creación de Kadima, rival del Likud, fraccionaría aún más la política israelí. La coherencia de la sociedad judía no ha sido puesta en duda, pero la división del Parlamento, la Knesset, no anuncia buenas perspectivas. El 62% de los israelíes, según encuestas de 2008, son partidarios de un acuerdo de paz que reconozca al Estado palestino.
Casi dos millones de palestinos se agolpan en Gaza en condiciones infrahumanas. La ley del Retorno, norma básica del Estado, establece la prioridad del judío para obtener un puesto en la administración. Puede parecer un asunto menor, pero no lo es. Precisamente para defender a ese Estado ¿no marca una discriminación desconocida en cualquier otro punto del planeta? En los anteriores presupuestos, los gastos de defensa de Israel alcanzaban el 30% de su producto interior bruto. La inseguridad es cara; además provoca injusticias que generan más inseguridad. Es hora de revertir este círculo pernicioso hacia otro de mayor virtud.