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Coedición con Estudios de Política Exterior
Editorial
Hablar de sexualidad en el mundo arabomusulmán es chocar contra un muro de tabús que hacen difícil una aproximación con rigor. Implica abordar cuestiones que interpelan a lo más íntimo del ser humano –placer, amor, tradiciones, creencias, valores– pero también a aspectos sociopolíticos y culturales de gran calado, como la transformación de las estructuras familiares, la salud, la evolución del rol de la mujer en la sociedad, el papel de la religión en la vida pública y privada, las estructuras políticas del autoritarismo y los resortes ideológicos para sostenerlo, etc.
Sin embargo, la presencia del sexo en la cultura araboislámica no es algo sobrevenido al calor de la llamada modernidad. Al contrario, las sociedades islámicas han contemplado el sexo como parte natural de las relaciones humanas. Su relevancia se traduce en una centralidad del erotismo y del sexo en el arte, la cultura e incluso la religión. A pesar de ello, nos encontramos con un puritanismo que configura un imaginario dominado por un código restrictivo en cuanto al cuerpo y de opresión en aras de la moralidad.
La identificación de este fenómeno con el factor religioso es, no obstante, engañosa. Si bien la religión determina lo permitido y lo prohibido en cuanto a sexualidad se refiere, es necesario explorar otras variables que sin duda han determinado la evolución –y en algunos casos involución– respecto a las libertades sexuales en la región.
El colonialismo y el impacto de la influencia europea en las sociedades árabes han tenido efectos perversos en todos los sentidos. El choque de la impronta europea y de una modernidad impuesta conllevó una percepción negativa respecto a todo lo que tal modernidad suponía, en especial la “liberación sexual”. Acompañado del progresivo influjo del wahabismo, sobre todo a partir de los años setenta y del auge del maná petrolero, el ultrapuritanismo irá ensombreciendo el legado erótico y sexual e implantará una moralidad represora y tantas veces cínica que conjugará a la perfección con un entorno sociopolítico autoritario, altamente hostil a la diversidad. La religión y la moralidad resultan instrumentos preciosos para el control social y la sexualidad se convierte en una herramienta al servicio de la opresión de la disidencia, también sexual.
Colonialismo, expansión del wahabismo y autoritarismo generarán una serie de dicotomías y paradojas de compleja gestión. Por un lado, las sociedades araboislámicas evolucionarán en sus estructuras sociales y familiares: más acceso de las mujeres a la educación, el mercado laboral y la información –especialmente en la era de Internet y las redes sociales– frente a una disminución de los matrimonios precoces y una postergación de la edad para casarse, con la consecuente dilatación del periodo vital entre la pubertad y el matrimonio, como rito de paso a la edad adulta y a la madurez. Un periodo de transición de difícil gestión, de ahí que se hayan rescatado mecanismos jurídico-religiosos, como los matrimonios urfi o muta, contratos de matrimonio temporal o consuetudinario, que sirven para legalizar la actividad sexual otrora extramatrimonial o justificar situaciones de explotación sexual o de hipocresía moral. Por fortuna, esta no es la única respuesta a tales desequilibrios. Las sociedades árabes se transforman, lenta y progresivamente, bajo el influjo de unas corrientes subterráneas, pero poderosas. El debate social es cada vez más intenso. Hombres y mujeres optan por trayectorias vitales que no pasan solo por el matrimonio. La literatura y el arte mantienen viva la llama del legado erótico. Los colectivos homosexuales se van organizando y son cada vez más visibles, a pesar de ser en muchas ocasiones el chivo expiatorio de la connivencia entre represión sexual y represión de la disidencia. Queda mucho por recorrer antes de emprender la estrategia de la visibilidad, demasiado peligrosa en contextos de criminalización penal de las relaciones entre personas del mismo sexo, pero el debate sobre esta y otras cuestiones como el aborto o la contracepción hace presagiar vientos de cambio.
No es una revolución sexual, pero es una evolución clara de la sexualidad, con sus virtudes y defectos, en la que los ritmos deben marcarlos precisamente aquellos que con su coraje luchan por la libertad.