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Coedición con Estudios de Política Exterior
Editorial
La Unión por el Mediterráneo (UpM) tiene ocasión de mostrar su utilidad. La Unión Europea y la Liga Árabe son órganos fundadores de la nueva Unión. Francia ha empujado a la vida a esta criatura, nacida el 13 de julio de 2008. Egipto y su presidente, Hosni Mubarak, han apoyado la iniciativa de Nicolas Sarkozy. La Unión por el Mediterráneo ha elegido Barcelona como sede. Nadie sabe si existirá de aquí a unos años. Existir no sólo en los presupuestos ni en las burocracias estatales. La UpM existirá si alcanza a tener una presencia real, capaz de resolver problemas. Ahora surge uno grave, apremiante con el último episodio de la nuclearización de Irán.
El nuevo presidente iraní, de legitimidad dudosa tras su elección, mantiene tensa la cuerda: he aquí, resumido, el último episodio. Los servicios de inteligencia americanos, franceses, británicos y alemanes habían detectado, hace cuatro años, la construcción de instalaciones subterráneas cerca de Qom, 160 kilómetros al suroeste de Teherán. La actividad de la planta, destinada a la fabricación de combustible nuclear, no ha comenzado todavía. Durante cuatro años, Mahmud Ahmadineyad y sus colaboradores han ocultado el proyecto, aunque EE UU y sus aliados lo vigilaran desde el comienzo. A diferencia de la de Natanz, la dimensión reducida de esta planta no la haría útil para producir fuel civil. Sí lo sería para enriquecer combustible destinado al armamento atómico. La cumbre de Pittsburgh ha tenido así un desenlace inesperado.
El G-20 buscaba respuestas a la crisis económica. Pero el 25 de septiembre, los presidentes Obama y Sarkozy y el primer ministro Brown hubieron de salir al estrado ante la emergencia. El gobierno iraní, dijo Obama, ha tratado otra vez de sorprender a la comunidad internacional… “Trazamos desde este momento una raya en el suelo” dijo el presidente. Sarkozy y Brown se pronunciaron en términos aún más duros. La canciller Merkel, convocada pero reunida con el presidente ruso, pidió que se la considerara presente, aunque Alemania no tenga fuerza nuclear. Los servicios iraníes acababan de darse cuenta de que habían sido descubiertos por los servicios occidentales. La Casa Blanca decidió entonces hacer pública su reacción. Horas antes Ahmadineyad, puesto en evidencia, había informado al Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) de la nueva planta en construcción. El OIEA pidió de inmediato acceder al lugar para comprobar si “algún material nuclear había sido introducido en sus instalaciones”.
Ahmadineyad y sus colaboradores sostuvieron la legalidad de la nueva instalación, sobre la que se informaba con cuatro años de retraso. La planta de Qom, sostuvo Alí Akbar Salehí, responsable de la Agencia Iraní de Energía Atómica, es conforme con lo establecido por el OIEA. Pero Irán ha renunciado a cumplir las reglas del OIEA. En aquellos días de septiembre, Ahmadineyad, presente en Nueva York, no pronunció ni una palabra en los pasillos de la Asamblea General de la ONU sobre la nueva instalación iraní: se limitó a declarar que seguiría cooperando con los inspectores del organismo de Viena. ¿Qué puede hacer la UpM? Mucho. Por una parte, la Liga Árabe puede, en nombre de los países islámicos, advertir a Irán del riesgo que Ahmadineyad le hace correr: primero de sanciones muy graves; después, de una acción militar.
Puede también recordar al régimen de Teherán las probabilidades de que ese desenlace no querido provoque un desequilibrio en tres continentes, desde China a Casablanca o a Lisboa. Las ondas de la escala Richter se prolongarían quizá durante todo el siglo XXI. En 2008, cuatro grandes americanos, dos republicanos y dos demócratas, Henry Kissinger, George Schultz, William Perry y Sam Nunn, explicaron por qué había llegado el momento de suprimir las armas nucleares. El proceso podría durar 10, 20 años. Pero es, afirmaban, la única solución fiable. Un año después, el 24 de septiembre, el Consejo de Seguridad aprobaba por unanimidad una resolución para lograr un mundo libre de la amenaza atómica.
La Unión por el Mediterráneo, donde países desarrollados –Reino Unido, Francia, Alemania– pactan con la Liga Árabe y, por tanto, con otros Estados atraídos por el poder disuasor del átomo –Egipto, Arabia Saudí, Argelia– puede ser un instrumento útil cuando una fracción extrema de Irán amenaza al mundo.
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