Mercados de destrucción masiva

El patrimonio cultural de Oriente Próximo está sometido al saqueo por parte de Daesh para financiarse, mientras la comunidad internacional no sabe cómo reaccionar.

Neil Brodie

En abril de 2015, Daesh añadió a su lista cada vez más larga de atrocidades la de volar el palacio neoasirio de Nimrud (Irak), del siglo XIX antes de Cristo. Este ataque tuvo lugar justo a continuación de otros ocurridos en el museo de Mosul y el yacimiento arqueológico de Hatra. Son indicativos de una campaña mayor y más sistemática de destrucción cultural cuyo objetivo es arrasar los edificios y yacimientos religiosos e históricos y a los pueblos que hay tras ellos. Es una campaña aparentemente motivada por el perverso deseo de Daesh de liberar su autoproclamado “califato” de la existencia y el recuerdo de toda comunidad religiosa diferente a la suya. Pero cuando Daesh no se entrega a la destrucción total, se dedica a lanzar una mirada más mercenaria a los restos antiguos, y excava en busca de antigüedades, reliquias valiosas del pasado, para traficar con ellas ilegalmente y venderlas en el mercado internacional. Cuando no excava en busca de antigüedades por sí mismo, cobra dinero a quienes lo hacen. En todo el mundo se publican titulares indignados afirmando que Daesh está ganando millones de dólares con la venta de “antigüedades de sangre” para financiar su continua campaña de terror. Es probable que la realidad sea menos sensacional.

Por lo que se sabe acerca de la estructura de precios del comercio de antigüedades, la mayor parte del dinero se obtiene en los países de destino de Europa y Norteamérica. Es improbable que Daesh esté ganando millones de dólares gracias a un impuesto del 10 o 20% sobre el comercio en Irak y Siria. Pero eso no le resta gravedad al problema. Porque, se trate de sumas grandes o pequeñas, el patrimonio cultural del “califato” está en venta. Nada de esto es nuevo, ni debería resultar sorprendente. Desde 1990, durante los episodios de disturbios y conflictos civiles o de invasión extranjera, el patrimonio cultural de los países de Oriente Medio ha resultado, por sistema, dañado o destruido. Los ladrones, soldados e ideólogos han puesto el punto de mira en los yacimientos arqueológicos, monumentos, bibliotecas y edificios religiosos.

El “momento Nimrud” de Afganistán tuvo lugar en 2001, cuando los talibanes emplearon una espectacular explosión para reducir a escombros los budas gigantes del valle de Bamiyan. Nunca quedó claro si se trató de un ejercicio de iconoclasia o de un acto de violencia étnica, pero la reacción internacional fue atronadora en su condena (y en su aparente impotencia). Quizás algunos que en el futuro se convertirían en combatientes de Daesh estaban observando y aprendiendo, para repetir el ejercicio en Nimrud y celebrar la “cólera contra los infieles”. Pero durante todo este tiempo, aunque el patrimonio cultural ha sido atacado por motivos ideológicos y militares, la principal causa de daño, y sin duda la más fácil de prevenir, ha ido el saqueo generalizado de los yacimientos arqueológicos, los museos y otras instituciones culturales, por los objetos susceptibles de ser vendidos, por sus antigüedades. En toda la región, la gente ha estado excavando, robando y vendiendo antigüedades para comprar comida en épocas de necesidad, y armas en tiempos de guerra.

El saqueo de los yacimientos arqueológicos y los museos de Afganistán ya era muy habitual antes de que los talibanes llegasen al poder a mediados de la década de los noventa. En 1993, el Museo Nacional de Afganistán sufrió daños durante un combate entre distintas facciones de muyahidines, que robaron una parte de su colección. Por entonces, ya se excavaba en los yacimientos arqueológicos en busca de sus valiosas antigüedades, con la connivencia de los gobernadores y los caudillos militares de la región. Lo normal era cobrar un impuesto del 20% sobre las ventas, algo que, de nuevo, era un presagio de las posteriores prácticas de Daesh. En Irak, varios museos regionales y algunos yacimientos arqueológicos fueron saqueados a principios de esa década. En abril de 2003, durante la invasión de la Coalición, el Museo Nacional de Bagdad fue desvalijado.

El pillaje generalizado de los yacimientos arqueológicos que tuvo lugar acto seguido causó un revuelo internacional y el Consejo de Seguridad de la ONU decidió anunciar que, aunque levantaría el embargo comercial impuesto inicialmente a Irak en 1991, las sanciones seguirían en vigor en el caso de las antigüedades. Aún hoy siguen vigentes. Incluso en Siria, los yacimientos arqueológicos sufrieron saqueos durante la década de los noventa, y tras el estallido de la guerra civil en 2011, todos los bandos excavaron en ellos para tratar de sacar provecho, mucho antes de la intervención de Daesh. Fuera de las zonas de guerra de Afganistán, Siria e Irak, otros países se han visto afectados por la desestabilización regional y el alcance cada vez mayor de las redes de traficantes especializados. Jordania se hundió en una recesión económica a causa de la guerra del Golfo de 1991, lo que empujó a la gente a involucrarse en excavaciones y compraventas ilegales, y los yacimientos arqueológicos de todo el país han sufrido cuantiosos daños.

También en Egipto, la crisis económica de 2007, seguida por el descontento civil y las posteriores turbulencias económicas de la Primavera Árabe en 2011, trajo consigo los predecibles pillajes de museos y las excavaciones ilegales. Podrían añadirse a la lista Libia, Palestina, Yemen, Líbano, Irán, entre otros. ¿Pero quién compra todas las antigüedades robadas? ¿Quién es lo bastante estúpido o insensible para adquirir antigüedades con un historial de compraventa que podría seguirse hasta Siria o Afganistán, y con un rastro de dinero que termina en las arcas de guerra de Daesh o los talibanes? El problema es que las antigüedades no tienen una marca que diga: “Encontrado en Siria y robado por Daesh”.

En vez de eso, llegan acompañadas de documentos falsificados, de historias inventadas sobre su adquisición en tiendas de antigüedades de Beirut en la década de los setenta, sobre su pertenencia a antiguas colecciones familiares jordanas reunidas durante la década de los cincuenta o de que son producto de la afición al coleccionismo de los oficiales coloniales y los ingenieros británicos de antes de la Segunda Guerra mundial. Todo muy tranquilizador para el coleccionista ingenuo. Y más aún para el coleccionista avaricioso, indiferente al daño que el tráfico cause al patrimonio cultural. Pero si bien la proveniencia engañosa les viene de perlas a los coleccionistas sin principios, es la pesadilla de las autoridades policiales y aduaneras. Aparte de un especialista en arqueología o historia del arte, ¿quién está cualificado para decir si un mosaico romano se encontró en Siria, Turquía o Líbano, o si una tablilla cuneiforme apareció en Siria, Irak o Irán? Desde luego, no un desbordado inspector de aduanas, al que se le presentan unos documentos de aspecto convincente y una historia plausible sobre una colección reunida hace mucho tiempo.

En marzo de 2001, la autoridad aduanera de Estados Unidos interceptó cuatro envíos diferentes de antigüedades que llegaron a la zona aeroportuaria de Nueva York desde Reino Unido y Emiratos Árabes Unidos (EAU). Las antigüedades parecían iraquíes, pero los documentos afirmaban que su origen era sirio y el personal de aduanas no pudo demostrar lo contrario. Se liberó el material y hoy se encuentra en paradero desconocido. Probablemente se haya vendido. (Ahora sería un error afirmar que la procedencia es siria; Líbano o Jordania serían una apuesta más segura). Pero aunque los funcionarios de aduanas no poseen ni pueden poseer los conocimientos arqueológicos o histórico-artísticos necesarios para identificar las antigüedades, no son estúpidos. En noviembre de 2008, un inspector de aduanas detuvo un envío de algo descrito como “paneles de madera antiguos” que llegó al aeropuerto JFK de Nueva York, procedente, según se indicaba, de EAU. El inspector dudaba de que las piezas de madera fuesen originarias de EAU porque, como anotó, allí el “suelo es casi completamente arenoso”. Los paneles resultaron formar parte de un ataúd de la época romana sacado ilegalmente de Egipto.

La investigación posterior destapó una red de contrabando que trasladaba antigüedades desde Egipto e Irak hasta Nueva York, a través de EAU. Hubo dos detenciones y se confiscó material valorado en 3,5 millones de dólares, según su precio en el mercado de Nueva York. En Egipto o Irak, su valor habría sido considerablemente menor. Pero aquello fue un éxito inusual. La mayor parte del material llega a su destino. Desde 1990, se han reunido en Europa y Norteamérica grandes colecciones privadas de antigüedades antes desconocidas procedentes de Oriente Próximo. Se rumorea que hay más en Israel y la zona del Golfo Pérsico.

Los manuscritos antiguos y otros materiales escritos o grabados parecen ser especialmente populares. Se ha informado de que hay toda una serie de objetos que se venden en el mercado y aparecen en las colecciones: tablillas cuneiformes y cuencos con conjuros grabados provenientes de Irak y Siria, manuscritos sobre corteza de abedul y hoja de palma de Afganistán y, lo más reciente y polémico, fragmentos de papiros sacados clandestinamente de Egipto. Una colección privada de EE UU, por ejemplo, ha acumulado desde 2007 más de 30.000 libros y otros documentos escritos relacionados con la época de la Biblia. Gran parte de este material se habrá adquirido legalmente, pero los propietarios de la colección afirman poseer una de “las mayores colecciones de tablillas cuneiformes del hemisferio occidental”, la “segunda mayor colección privada de pergaminos del Mar Muerto” y una de “las mayores colecciones de papiros bíblicos y clásicos inéditos de todo el mundo”. No existe información sobre quiénes eran los anteriores propietarios de todo este material.

Gran parte se lo compraron a un marchante de Dallas (Texas), que nadie sabe cómo, ni a quién, ni dónde lo adquirió. En 2013, se supo que una importante universidad estadounidense tenía previsto devolver 10.000 tablillas cuneiformes a Irak. Se pensaba que las tablillas habían sido robadas en la década de los noventa. La universidad las había recibido como obsequio desgravable de un coleccionista privado en el año 2000. El hecho de que se hubiesen importado 10.000 tablillas, posiblemente robadas, a EE UU no parecía haber supuesto un problema. Tal vez fuesen acompañadas de documentos que afirmaban que su procedencia era siria. Estas colecciones y otras similares ponen de manifiesto que la mayoría de las antigüedades cambian de manos de forma privada, lejos del escrutinio público. A menudo, la primera noticia sobre un conjunto de objetos antes desconocidos y, por tanto, posiblemente robados, se tiene cuando una colección privada se pone a disposición de los expertos para su estudio.

Durante los años noventa, se podía ver ocasionalmente algún objeto sospechoso puesto a la venta en una subasta pública, pero las grandes casas de subastas saben que sus catálogos de venta se inspeccionan, así que suelen tener cuidado con lo que exponen, en especial, desde la condena pública generalizada del saqueo del Museo Nacional de Irak en 2003. Pero siempre está la opción de Internet. La compraventa de antigüedades en la Red se ha disparado desde comienzos de los años 2000. Antes, el mercado de antigüedades giraba en torno a la calidad; se trataba de encontrar piezas raras o importantes y, por tanto, caras. Internet ha hecho posible una nueva estrategia de comercialización basada en la venta de grandes volúmenes de piezas de mala calidad.

De este modo, se ha vuelto más fácil y rentable vender objetos pequeños y baratos como monedas, cuentas y sellos. Este es el incentivo para que se lleven a cabo pillajes más perniciosos de un material por el que antes nadie se habría interesado. En cuestión de minutos, se puede buscar una página web que venda “arte antiguo” y encontrar objetos de cerámica o vidrio “mesopotámicos”, “fenicios” o de “Tierra Santa”. Por supuesto, ninguno aparece marcado como originario de Irak o Siria. Es probable que haya bastantes piezas falsas, pero muchas son auténticas, se han extraído ilegalmente y se han vendido a lo largo de los 25 últimos años en alguno de los seis posibles países de origen de Oriente Medio. Es probable que algunas procedan de Siria. Tal vez Daesh cobró un impuesto por algunas de ellas. Pero nunca se sabrá.

Reacción de la comunidad internacional

Qué se puede hacer? Parece que no mucho. Han transcurrido casi 25 años desde que los primeros museos de Irak y Afganistán fueron saqueados. La comunidad internacional ha respondido con programas de formación profesional y concienciación destinados a los países afectados, pero suelen ser demasiado escasos y llegar demasiado tarde. En países como Siria, donde el conflicto continúa, son inviables. Muchos de los esfuerzos internacionales se ponen en práctica a través de la Unesco, pero esta es una organización para tiempos de paz. Como observaba un representante: “Nosotros solo tenemos ordenadores, papeles y bolígrafos… y nos enfrentamos a bandidos y criminales”. El Consejo de Seguridad de la ONU ha aprobado prohibiciones aplicables al comercio de antigüedades de Siria e Irak pero, en la práctica, han sido insuficientes. Resulta fácil sortearlas con documentos falsificados. En 1993, un arqueólogo estadounidense expresó en público su convicción de que “los coleccionistas son los verdaderos saqueadores”.

Apuntaba a la realidad económica básica de que la demanda del mercado hace que exista oferta, y si nadie coleccionase antigüedades, no valdría la pena que nadie las sacase de la tierra, las robase o las vendiese. Pero no se ha hecho mucho para disuadir a los coleccionistas de Europa y Norteamérica. En noviembre de 2014, como reacción a los imprevisibles expolios cometidos por Daesh, el gobierno de EE UU anunció un conjunto de nuevas iniciativas destinadas a proteger el patrimonio cultural de Siria e Irak. Llama la atención que no hubiese ninguna medida encaminada a frenar o prohibir el coleccionismo dentro del propio Estados Unidos. Mientras, los propietarios de la recientemente reunida colección bíblica con una de las mayores colecciones de tablillas cuneiformes del hemisferio occidental y una de las más grandes colecciones de papiros bíblicos y clásicos del mundo seguían adelante con sus planes de abrir un nuevo museo en Washington DC, a unas cuantas manzanas de la Casa Blanca. Pero el gobierno de EE UU no estaba mirando tan cerca de casa.