La política exterior egipcia en la encrucijada

Mientras busca la reconciliación entre las facciones palestinas y entre israelíes y palestinos, Egipto no debe permitir que su política en la región se juzgue sólo por el proceso de paz.

Gamal Soltan

Egipto es un Estado clave en Oriente Próximo. Un Estado es considerado clave si su evolución interna o los cambios en su política exterior causan importantes efectos en toda la región. Las políticas interna y exterior de Egipto han influenciado notablemente Oriente Próximo durante los últimos 50 años. En relación con la política exterior, las decisiones de Egipto han provocado cambios en Oriente Próximo en más de una ocasión. Durante la época de la guerra fría, el acercamiento de Egipto a la Unión Soviética llevó la dinámica de la guerra fría al centro de la región. Hasta 1955, año en que Egipto y la URSS firmaron el acuerdo armamentístico, Oriente Próximo estaba exclusivamente bajo la esfera de influencia del bloque occidental.

Hasta entonces, la guerra fría se había circunscrito a los países de la periferia, como Irán, Turquía y Grecia. Extenderla hasta Oriente Próximo fue una estrategia orientada a mejorar la capacidad de maniobra de Egipto entre las dos superpotencias. Atraer a la URSS, posicionándose a continuación frente a EE UU, fue la piedra angular de la estrategia de Gamal Abdel Nasser para ascender a una posición hegemónica en todo Oriente Próximo. Panarabismo, antiimperialismo, socialismo de Estado y no alineamiento fueron la base moral e ideológica de la política exterior egipcia en esta época. El hecho de que la ideología y la política exterior de Nasser hayan sido capaces de inspirar a algunos países árabes para seguir sus pasos es señal inequívoca de la centralidad de Egipto en las políticas de Oriente Próximo.

Los cambios de dirección, tanto en las políticas internas como exteriores, de países como Siria, Irak, Argelia, Yemen, Libia y Sudán, demuestran la capacidad de influencia de la política exterior e interior egipcia en toda la región. Durante los años setenta, el presidente Anuar el Sadat capitalizó la posición central de Egipto para cambiar el curso de los acontecimientos de los años cincuenta y sesenta. En la década siguiente, Egipto rompió con la Union Soviética y se realineó con EE UU; optó por la paz con Israel; abandonó el socialismo de Estado e introdujo reformas en el mercado; desmanteló el sistema de partido único y reintrodujo el pluralismo político. Las políticas de Sadat chocaron con una férrea oposición, sobre todo a nivel regional.

Sin embargo, estas políticas han demostrado ser sostenibles y de nuevo se han propagado al resto de la región, donde han sido adoptadas por un gran número de países. Por tanto, es justo decir que Egipto ha cambiado el curso de los acontecimientos en Oriente Próximo en dos ocasiones en el último medio siglo. En la era post-Sadat, se ha convertido en el guardián de la estabilidad regional. Sin embargo, el status quo en Oriente Próximo está seriamente amenazado por un gran número de fuerzas y procesos, que al mismo tiempo amenazan la posición central de Egipto en la región. Estas fuerzas desestabilizadoras son el islamismo radical, las políticas revisionistas de un emergente Irán, la amenaza de la proliferación nuclear, el aumento de la política étnica y sectarista, la creciente importancia de los grupos armados no estatales y el cada vez mayor número de Estados fallidos, desde Somalia y Sudán, en el Sur, hasta Irak, Líbano y Palestina, en el Norte.

Todas estas fuerzas desestabilizadoras están vinculadas entre sí. Sus locomotoras podrían reducirse a dos: el poder del Islam político radical a nivel ideológico e Irán a nivel interestatal. Ambas fuerzas se están consolidando mutuamente y su combinación es altamente peligrosa para el orden regional y la posición que ostenta Egipto. Desde la reorientación de la política exterior puesta en marcha por Sadat en los años setenta, la reconciliación entre árabes e israelíes ha sido el instrumento principal de la política exterior para las tan deseadas transformaciones en Oriente Próximo. Desde entonces, la paz y la estabilidad en la región han sido los principales pilares de la política exterior de Egipto.

El vínculo entre la paz árabe-israelí y la estabilidad regional se basa en la noción de centralidad del conflicto árabe-israelí en la política de Oriente Próximo. Los efectos de la radicalización y la influencia del conflicto se han visto desde el principio. La deslegitimación del régimen árabe semiliberal en los años cuarenta y cincuenta, la intervención militar en la política, el aumento de las fuerzas radicales panarabistas, seguido de la aparición de fuerzas políticas islamicas radicales, son manifestaciones del efecto radicalizador del conflicto árabe-israelí. El mayor reto al que actualmente se enfrenta la política exterior de Egipto es el fracaso en cumplir la promesa de paz árabe-israelí. Treinta años después del tratado de paz entre Egipto e Israel, en 1979, el final del conflicto árabe-israelí y el fin de la tragedia palestina no parecen estar a la vuelta de la esquina.

El estéril proceso de paz en Oriente Próximo somete a Egipto a grandes presiones de diferente orden. Se cuestionan los fundamentos morales de su política exterior, puesto que su política de paz podría calificarse de egoísta porque llevaba a abandonar a los palestinos e ignorar su situación crítica. Radicales, detractores y revisionistas de Oriente Próximo han difundido esta imagen para debilitar la posición regional de Egipto mientras progresaban sus intentos de hacerse con la supremacía regional. El estancamiento del proceso ha infringido daños irreparables en la comunidad política palestina. En primer lugar, la caída del moderado Fatah, que había basado su relevancia y su futuro en el compromiso histórico entre los palestinos e Israel. Y, en segundo lugar, están los islamistas radicales de Hamás, todavía reticentes a los principios básicos del proceso de paz.

El conflicto entre Fatah y Hamás ha provocado una nueva realidad geoestratégica de dos entidades palestinas, una en Cisjordania y otra en Gaza. Manejar Gaza, liderada por Hamás, se ha convertido en una de las prioridades de Egipto. En este sentido, su principal preocupación es que la consolidación de Gaza como una entidad palestina separada podría volver irreversible la división palestina. El control islamista de Gaza es otra de las preocupaciones de Egipto, donde la lucha entre el partido el poder, el moderado nacionalista Partido Nacional Democrático (PND) y pragmático y la oposición islamista es una de las principales fuerzas motoras en la política interna de Egipto. Egipto ha demostrado su compromiso en la búsqueda de la reconciliación entre Fatah y Hamás. Lo único comprable a la persistencia egipcia en esta búsqueda, es el rechazo de Hamás a cualquier tipo de compromiso.

El desafío de Hamás, sin embargo, no ha sido suficiente para frenar a Egipto en sus esfuerzos de mediación tras cada nuevo revés, y esto continuará así hasta que las circunstancias permitan un cambio político. Una cuestión fundamental que Egipto debería tener en cuenta en este ámbito es cómo diseñar una política que permita apretar las tuercas al desafiante gobierno de Hamás en Gaza, pero sin contribuir al deterioro de las condiciones de vida de los palestinos. Cualquier cosa que se haga en este sentido no es un sustituto para la revitalización de un proceso de paz en Oriente Próximo en el que Hamás esté integrado. Hamás nunca se va a marchar. No podemos ignorarlo, pero podemos intentar moderarlo. Sólo un proceso de paz creíble puede ayudar a moderar a Hamás y, al mismo tiempo, poner fin al conflicto en Oriente Próximo.

La llegada de Barack Obama a la presidencia de EE UU trajo motivos de esperanza. Tras 10 meses en el cargo, quizá el impulso ha perdido intensidad, pero aún no ha desaparecido. Teniendo en cuanta la fractura política en Palestina y el gobierno del ala dura de la derecha en Israel, la política de Obama para Oriente Próximo es todavía la esperanza en la región. Con todas las debilidades de la política de EE UU, es evidente que las perspectivas de paz en Oriente Próximo no son demasiadas. Para Egipto, un país que abandera la paz como elemento central de su política exterior, éstas no son buenas noticias. Sin un proceso de paz efectivo que contemple las fuerzas desestabilizadoras de la región, tanto en lo que se refiere a ideologías, sociedad y relaciones entre Estados, resulta una ardua batalla.

La política exterior egipcia se encuentra ahora mismo en una encrucijada en la que se tratan de encontrar nuevas políticas más efectivas para los problemas de siempre. Egipto necesita concebir nuevas políticas que desliguen su papel regional del proceso de paz en Oriente Próximo. Mientras se busca la reconciliación entre las facciones palestinas y entre los palestinos e israelíes, Egipto no debería permitir que su efectividad regional se juzgue sólo por el rasero del proceso de paz, que, por su parte, se ha convertido en objeto de manipulación por las posiciones más duras en Israel, Palestina, Irán y otros muchos lugares.