La crisis del Golfo con Doha

Con la nueva política intervencionista de saudíes y emiratíes, que ha provocado la crisis actual, asistimos a un cambio de paradigma en materia de liderazgo en la región.

Fatiha Dazi-Héni

Las crisis en el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG, formado por Arabia Saudí, Bahréin, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Omán y Catar), que enfrentan a menudo a Arabia Saudí con los demás miembros por su voluntad de imponer su visión regional, son habituales desde su nacimiento. De hecho, su programa político no siempre coincide con el de los otros vecinos, lo que provoca tensiones. Entre Arabia Saudí y sus vecinos han existido numerosos conflictos territoriales: con Kuwait por la zona neutral, con Catar por la disputa en 1992 en Al Khaffus, el triángulo fronterizo entre Omán, Arabia Saudí y EAU por el oasis de Buraimi, por no mencionar el contencioso entre Arabia Saudí y Yemen que finalizó con la firma del tratado de Yeda, el 12 de junio de 2000. No obstante, nunca ha habido una crisis como la que estalló el 5 de junio de 2017 con Catar que haya puesto tanto en peligro a esta organización regional (Fatiha Dazi-Héni, “Drôle de guerre dans le Golfe”, Le Monde diplomatique, julio de 2017).

Más allá de un cierto consenso y de la solidaridad inquebrantable entre las dinastías que caracterizaba a este pacto regional, con la nueva política intervencionista de los saudíes y de los emiratíes, que ha provocado esta crisis, asistimos a un cambio de paradigma en materia de liderazgo en la región. Ésta se traduce por el aumento del poder personal de los dos hombres fuertes: en primer lugar, el del príncipe heredero de Abu Dabi, Mohamed bin Zayed al Nahyan (MBZ), desde el empeoramiento de la salud de su hermanastro, el jeque Jalifa, presidente de la Federación de los EAU y emir de Abu Dabi a principios de la década; y luego, más recientemente, el de Mohamed bin Salman (MBS), que fue nombrado príncipe heredero por su padre, el rey Salman, excluyendo al antiguo príncipe heredero y ministro del Interior, Mohamed bin Nayef, el 22 de junio de 2017 (Fatiha Dazi-Héni, Mohammed bin Salman: The remaking of the Foundations of Saudi Monarchy?, www.arab-reform. net, noviembre de 2017). El primero es el mentor, y el segundo, probablemente, está destinado a ejercer el liderazgo en la región. Ambos culpan a los Hermanos Musulmanes que, a principios de la década, en el punto álgido de la Primavera Árabe, hizo que la región se tambaleara (Egipto, Túnez, en parte en Marruecos y en Siria buena parte de los rebeldes que se oponen al régimen de Al Assad, así como Al Islah en Yemen durante el levantamiento contra el presidente Ali Abdallah Saleh en 2011). También están de acuerdo con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en lo relativo a intensificar la presión e incrementar las sanciones económicas contra Irán para contener su influencia a través de sus poderosos intermediarios locales (el Hezbolá libanés y otras milicias chiíes) sobre los países árabes: Irak, Siria, Líbano y Yemen.

Consecuencias de la crisis sobre el futuro del CCG

Arabia Saudí sigue inspirando desconfianza entre las monarquías vecinas del CCG, lo que explica que Omán, un Estado nacional que forma parte de ese pacto, siempre se haya mantenido a distancia de las iniciativas político-militares impulsadas por Riad. La política diplomática altisonante catarí iniciada a partir de 1996 con Al Yazira por el emir Hamad y Hamad Bin Jassim (HBJ), y después el intervencionismo financiero-militar “sin complejos” de EAU desde el principio de la Primavera Árabe en Libia, y más aún en Yemen, han complicado una situación regional hasta entonces dominada por el programa saudí. Éste coincidía con el de Washington hasta los cambios de tendencia de la política regional estadounidense introducidos por la administración Obama, que quería desvincularse de los conflictos en la zona a principios de la década de 2010, es decir paralelamente a la Primavera Árabe.

Es cierto que todos los países miembros (incluido Omán) consideran que Irán es una potencia hegemónica, pero la forma de actuar que quiere imponer Riad para contener la amenaza iraní divide al CCG en dos bloques. Por un lado, están Arabia Saudí y EAU, entre los que Abu Dabi y Bahréin abogan por una línea dura frente al intervencionismo iraní en Oriente Medio desde el principio de la década. Y, por otro, están Omán y Kuwait, con un enfoque más abierto y partidario de una diplomacia de mediación, que se oponen al enfrentamiento preconizado por Riad y Abu Dabi. Por su parte, el Catar del emir Tamim, que sucedió a su padre el 25 de junio de 2013, se ha decantado por situarse, movido por el pragmatismo, en el bando que prefiere el apaciguamiento.

En cambio, cuando Catar apoyó a los Hermanos Musulmanes durante las revueltas árabes contra la línea promovida por Riad y Abu Dabi, fue castigado inmediatamente. Entre el 5 de marzo y el 16 de noviembre de 2014, Riad, Manama y Abu Dabi retiraron a su embajador en Doha. Omán y Kuwait no se unieron a esta decisión y ofrecieron su mediación, como lo hacen ahora para tratar de poner fin a la crisis actual, que es una continuación de la de 2014.

El cuarteto formado por Arabia Saudí, EAU, Bahréin y Egipto es el que ha provocado el pulso que se mantiene contra Catar. Estos cuatro países han roto sus relaciones diplomáticas con el emirato, al que acusan de apoyar al terrorismo y de participar en diversos intentos de desestabilización junto a Irán. Es más, Riad, EAU y Manama han prohibido a Doha cruzar su espacio aéreo y marítimo, así como la única frontera terrestre que existe entre Catar y el reino saudí. Estas imposiciones afectan a Doha, que se ve obligado a aumentar las distancias de estos vuelos y a encontrar otros países para importar bienes de consumo, el 90% de los cuales transitaba por su única frontera terrestre. Sin embargo, este bloqueo también afecta a Dubái, que organizaba decenas de vuelos diarios a Doha y viceversa, y a Riad, que era el polo de exportación fundamental de los bienes de construcción y de alimentos hacia Doha. Desde entonces, Omán, Kuwait, Turquía e Irán son los países que sirven de alternativa a Doha a la hora de abastecerse.

En realidad, la cuestión es la política exterior catarí. Lo que está en tela de juicio es su apoyo a los Hermanos Musulmanes durante la Primavera Árabe, y no su apoyo al terrorismo o su connivencia con Irán, como se ha afirmado a bombo y platillo. El príncipe heredero de Abu Dabi, MBZ, cuya aversión hacia los dirigentes cataríes y los Hermanos Musulmanes es manifiesta, es el instigador de la virulenta campaña mediática contra los cataríes (Karen De Young, Ellen Nakashima, “UAE orchestrated hacking of Qatari government sites, sparking regional upheaval, according to US intelligence officials” en, www.washingtonpost. com, 16 de julio de 2017).

El objetivo de Riad y de Abu Dabi es convertir esta crisis en “un ejemplo”. Los dos se aprovechan de que su visión coincide con la de Washington (contraria a Irán y a las corrientes islamistas, especialmente los Hermanos Musulmanes) para obligar a Doha a pasar por el aro. Exigen que Doha respete el Acuerdo de Riad de 2013 firmado por los miembros del CCG, que vino seguido de unas medidas de aplicación rechazadas en 2014 durante la crisis temporal con Catar, pero que este último no había respetado.

Esta crisis constituye un precedente en la historia del CCG. Nunca se había alcanzado semejante nivel de enfrentamiento entre los Estados miembros del CCG. La tradición establecía que las rivalidades y las tensiones entre las dinastías se solucionasen “en familia”. Este revuelo mediático con repercusiones internacionales señala el fin de una visión regional y el nacimiento de una nueva generación (emires de Catar, padre e hijo, y, sobre todo, el príncipe heredero de Abu Dabi, MBZ, y el nuevo heredero actual saudí, MBS).

Esta visión rompe con la cultura del compromiso que prefería la vieja generación representada por el rey Salmán de Arabia Saudí, el emir Sabah Al Ahmad de Kuwait y el sultán Qabús de Omán, todos ellos ancianos y enfermos. La guerra mediática creada por Abu Dabi, y respaldada por Riad, a la que Doha ha respondido con las mismas técnicas de desinformación, es inédita en la historia del CCG. Esta escalada verbal, el nivel de desinformación, los ciberataques, así como el hecho de que nadie quiera hacer concesiones, impiden salir de la crisis.

Esta nueva generación ha sabido aprovechar las divisiones de una administración estadounidense atrapada entre, por un lado, su inclinación por los saudíes y los emiratíes representada por el clan presidencial, el propio presidente y su yerno, Jared Kushner, y por otro, los secretarios de Estado y de Defensa, Rex Tillerson y James Mattis, que son partidarios del apaciguamiento y de una solución negociada con Catar.

Sin duda, Catar ha ganado la batalla de la comunicación, ya que la comunidad internacional considera que el bloqueo es contraproducente porque favorece la credibilidad regional de Irán en detrimento de un CCG que corre el riesgo de fragmentarse (Taimur Khan, The GCC was born amid turmoil. Will it fade away in the same way?, www.thenational.com, 5 de julio de 2017), pero no le quedará más opción que renunciar a su deseo de convertirse en una línea diplomática alternativa a la de Riad y Abu Dabi.

El endurecimiento de la estrategia regional en materia de seguridad fomentado por el duopolio saudíes-emiratíes

El beneficio político que obtienen los saudíes y los emiratíes con esta crisis es innegable. Su firme visión regional frente al expansionismo iraní en la región y a las corrientes islamistas de toda índole (violentas y no violentas), respaldada por Washington, se impone actualmente. Riad y Abu Dabi comparten la misma opinión sobre la contención de la influencia iraní en la región, que se suma a la de EE UU e Israel, que querrían que la comunidad internacional impusiese sanciones a Teherán relacionadas con su programa balístico, aunque éste no esté incluido en el acuerdo alcanzado sobre la cuestión nuclear el 14 de julio de 2015 y al que Irán se somete según los informes trimestrales de Organismo Internacional de la Energía Atómica. El otro punto de convergencia es la lucha contra el extremismo, en la que los nuevos líderes saudí y emiratí, pero también la administración Trump y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, incluyen a las corrientes del islam político, los Hermanos Musulmanes y el islam político chií vinculado a Irán (el Hezbolá libanés y las milicias chiíes en Irak, y también el movimiento rebelde de los hutíes que intenta acercarse a Irán desde 1988 y que lo hace con más intensidad desde el inicio de la guerra de Yemen, el 26 de marzo de 2015).

Si saudíes y emiratíes incrementan por todos los medios la presión sobre Irán y Catar, que representan aquello contra lo que lucha principalmente el eje Riad-Abu Dabi, es porque son conscientes de que las redes de alianzas establecidas con Washington y Tel Aviv, que hoy les favorecen, son temporales y desparecerán tras la presidencia de Trump. Así es como se pueden interpretar las políticas sin complejos de enfrentamiento contra Catar, con un bloqueo organizado para obligar a Doha a aceptar la línea diplomática impulsada por Riad y Abu Dabi.

Asimismo, el anuncio de la dimisión del primer ministro libanés, Saad Hariri, desde la capital saudí, junto a las acusaciones contra la influencia de Irán en su país y el predominio de Hezbolá en el seno del Estado libanés, forma parte de la misma estrategia.

Este tipo de intromisión en los asuntos políticos de Estados vecinos es muy novedoso, y parece que es uno de los elementos que caracterizan al nuevo duopolio que dirige el CCG. Y más si cabe, supone una ruptura con la diplomacia tradicional, que consistía en dialogar y encontrar un consenso alejado de todas las miradas, porque se lleva a cabo en el centro de la escena internacional y se esfuerza al máximo para no detenerse an te ningún obstáculo, aun a costa de humillar a un socio (Hariri en el caso libanés) o a un país vecino (Catar en el del CCG).

El duopolio ejercerá una influencia determinante mientras sus intereses coincidan, pero ¿no es ya una piedra en el zapato de este eje duro Riad-Abu Dabi el caso de Yemen? Parece que los programas políticos del reino saudí y del emirato de Abu Dabi sobre el conflicto en Yemen divergen. De hecho, Riad está obligado a conseguir un triunfo decisivo sobre los rebeldes hutíes expulsándolos de los territorios que han conquistado (Saná, Taiz y Hodeida). Además, también debe lograr que los hutíes dejen de atacar con sus misiles de fabricación iraní a las ciudades saudíes. Mientras tanto, Abu Dabi está mucho más ocupado en incrementar su presencia en Yemen del Sur, e incluso en imponerse en los confines del sultanato de Omán.

No estamos asistiendo al final del CCG, pero sí a su fractura. Kuwait y Omán, que siguen siendo Estados bisagra que prefieren la mediación y la negociación, no aceptarán una línea política tan autoritaria que se opone a su concepto diplomático pacifista. Además, las diferentes prioridades en el conflicto de Yemen podrían constituir uno de los límites de la entente “cordial” del eje duro Riad-Abu Dabi.