Dar testimonio pero, sobre todo, comprender

El cine, fuera de control del régimen y posterior a 2011, cumple la función de documentar, pero también de explicar cómo ha podido Siria llegar a la situación actual.

Nicolas Appelt

Numerosos testimonios han subrayado, poco después de que empezase la guerra siria y posteriormente, la importancia de la imagen tanto para el régimen de Damasco como para la oposición (Récits d’une Syrie oubliée. Sortir la mémoire des prisons, de Yassin al Haj Saleh, o también À l’est de Damas, au bout du monde. Témoignage d’un révolutionnaire syrien, de Majd al Deek). Mientras que para el régimen se trataba, desde el principio, de difundir imágenes en las cadenas de televisión del Estado, y en las que lo apoyan, con fines propagandísticos (lucha contra un complot exterior y contra los “terroristas”, así como apoyo incondicional de la población hacia el régimen), para sus adversarios, sin embargo, las imágenes grabadas cumplen diversas funciones, cuya clasificación se ha tomado de distintos trabajos de Cécile Boëx sobre la utilización del vídeo y sobre el cine sirio.

En primer lugar, según la autora, se puede mencionar la coordinación de la revuelta; esto significa que, en un contexto de fragmentación territorial causada por los actos represivos del régimen, el vídeo permite dar a conocer las posturas políticas de diferentes actores de la oposición presentes en los territorios no controlados por las fuerzas de Damasco. Cécile Boëx, por otra parte, ha descrito con precisión los elementos constituyentes de estas declaraciones, que adquieren una dimensión solemne y oficial: el uniforme militar de los oficiales que se han unido a la oposición, la identificación de quienes hablan mediante su carné de identidad o la bandera de la oposición. En su documental 300 miles (2016), el joven director sirio Orwa al Mokdad graba a un grupo de miembros de la oposición que registra una declaración publicada en Internet inmediatamente después. Se muestra también la importancia del texto leído, del tono adoptado por el lector, del modo en que se disponen las personas en el cuadro de la cámara en función de su importancia y de la expresión grave de los opositores, que acentúa el valor y la solemnidad del momento y sirve para atestiguar su determinación. A través de esta puesta en escena que recoge Orwa al Mokdad en su película, se comprende el valor concedido a estas declaraciones y a otras demostraciones de posicionamiento. Siempre según Cécile Boëx, las imágenes grabadas con teléfonos móviles y pequeñas cámaras web desempeñan al mismo tiempo funciones de documentación y testimonio. De hecho, para los miembros de la oposición se trata de demostrar la realidad y la veracidad de los actos que llevan a cabo, y también de dar testimonio de la ferocidad de la represión ejercida por el régimen. Además de los ejemplos de relatos testimoniales antes mencionados, la utilización del vídeo aparece en distintos documentales sirios, como Morning Fears, Night Chants (Salma Aldairy y Roula Ladqani, 2012), donde se insertan imágenes fechadas y ubicadas de excesos cometidos por el régimen durante las manifestaciones. Por otra parte, en 300 miles, cuando se produce una explosión por la noche en un barrio de Alepo controlado por la oposición, se ve a gente salir a la calle grabando con el teléfono móvil. Este aspecto está también muy presente en el documental The War Show (2016), de Obaidah Zytoon y Andreas Møl Dalsgaard, entre otros, a través de Amal, una joven de 19 años que graba manifestaciones en Zabadani, pequeña localidad cercana a Damasco. La voz en off de Obaidah Zytoon explica, en el momento de presentar a Amal, que no hay nada a lo que el régimen tema tanto como a los que llevan una cámara, de manera que constituyen su blanco prioritario. En este contexto, además de los cientos de miles de vídeos publicados en Internet que conviene aprehender a través de ejemplos que no pretenden ser exhaustivos, la creación cinematográfica siria, compuesta casi exclusivamente de documentales, ha escapado al control del régimen desde marzo de 2011. Se trata, por tanto, de tomar nota de determinados aspectos recurrentes en distintos documentales, para entender cómo se articula lo que constituye, de hecho, una forma de compromiso, aunque solo sea grabando sin permiso de las autoridades, a través del cine y los puntos de vista personales que en él se desarrollan.

Ante todo conviene precisar que esta creación cinematográfica es obra al mismo tiempo de directores, intelectuales y activistas de los derechos humanos que actuaban más o menos al margen de los canales oficiales antes de la revuelta de 2011, así como de hombres y mujeres jóvenes que se han orientado hacia la realización. En consecuencia, las películas de Talal Derki (Return to Homs, 2013), de Ali Atassi (Our Terrible Country, 2013, codirigida con Ziad Homsi), de Ziad Kalthoum (Le sergent immortel, 2014) e incluso del colectivo de cineastas Abounaddara, creado en 2010, se mezclan con las de Sara Fattahi (Coma, 2015), Orwa al Mokdad (Under the tank, 2014; 300 miles, 2016) o de Obaidah Zytoon, por mencionar solo algunos ejemplos. Por otra parte, estos sirven para ilustrar el lugar tan importante que ocupan las directoras, a las que se suma, además de las ya mencionadas, Liwaa Yazji (Haunted, 2014).

La (re)apropiación del espacio público

En primer lugar, observamos que una parte de la población se ha (re)apropiado del espacio público, bien sea a través de manifestaciones festivas, aunque no exentas de riesgo (The War Showo Return to Homs), y de los espacios dedicados a la creación artística (Home, 2015, de Rafat Alzakout) que ofrecen al público un grupo de jóvenes amigos, uno de ellos apasionado por el ballet clásico, o a través de luchas armadas (Return to Homs, 300 miles o Frontline, 2014, de Said a Batal y Ghiath Had). En varios documentales encontramos las fracturas territoriales mencionadas. Este aspecto ocupa un lugar central en la película 300 miles, pues el título hace referencia a la distancia que separa al director que se encuentra en Alepo, de su familia, y sobre todo de su sobrina, que está en Deraa. La película muestra a la vez las fronteras interiores que se han erigido en el país, y la semejanza de algunas situaciones de un extremo a otro del país. Con un enfoque muy próximo, Our terrible country sigue el recorrido tumultuoso del intelectual Yassin al Haj Saleh desde Duma (suburbio de Damasco) a Raqqa (al noreste de Siria). Ya sea en Frontline, 300 miles o Le sergent immortel, estas divisiones territoriales se encuentran incluso en las ciudades y en los barrios, lo que, en este último ejemplo, refuerza la sensación de esquizofrenia presente en el documental de Ziad Kalthum. De hecho, el rodaje de la película de ficción Une échelle pour Damas (2013, Mohammad Malas), en la que trabaja de ayudante, se desarrolla en diferentes lugares del centro de Damasco, mientras la aviación del régimen bombardea la ciudad de Duma. En cuanto al documental The War Show, además de a los frentes que se establecen en el país (“Frontlines” es también el título de uno de los capítulos de la película), concede cierta importancia a los consejos locales, lo que saca a la luz la implicación de una sociedad civil, a la manera de Our terrible country, donde se ve cómo se establecen en Duma formas de organización social. Estas fracturas territoriales se conjugan con fracturas en el seno de la sociedad, como en The War Show, donde se unen las imágenes de las protestas de la oposición con las de una manifestación en el centro de Damasco para reunir apoyos al régimen. Además, la joven filmada en Morning Fears, Night Chants se enfrenta a su familia, que sigue apoyando al régimen, mientras que ella se opone acudiendo a las manifestaciones y componiendo canciones a favor de la revolución que después se graban y se difunden. En cuanto a Ziad Kalthum, reúne ante su cámara varios testimonios, la mayor parte de ellos figurantes y miembros del equipo de la película en la que es ayudante, algunos a favor y otros en contra del régimen.

Aunque algunos documentales muestran esta (re)apropiación del espacio público, otros, pero a veces los mismos, ponen en perspectiva cierta forma de repliegue del espacio público. Así, a través del día a día de tres mujeres, la abuela y la madre de la directora, que aparecen confinadas en su apartamento, el documental Coma se puede entender como una metáfora del país, con una parte de su población sometida a la espera, a la degradación de las condiciones de vida, a la inquietud que provoca el ruido de la guerra que nunca está lejos, y a lo que podríamos resumir como una forma de asfixia. Por su parte, Haunted se centra en los lugares de residencia, dañados, devastados, o incluso destruidos, así como en quienes tuvieron que abandonar su hogar y buscar uno provisional, y en otras personas que se negaron a dejarlo. Por otra parte, el espacio privado es utilizado por las mujeres jóvenes para prepararse para la manifestación contra el régimen (recortes de la bandera de la oposición para ocultar la cara), también es el mismo lugar en que la joven de Morning Fears, Night Chants , se compromete con la oposición al régimen a través de sus canciones. Aunque el rodaje de interiores corresponde también a una imposición ligada a la peligrosidad de rodar en espacios públicos, en la realización encontramos varios elementos que reflejan este sentimiento de espera y confinamiento: primeros planos de las caras (Coma), persianas bajadas y cortinas corridas (Coma, Home), rituales cotidianos (las series de televisión egipcias cuando hay electricidad en Home; el café en la cocina de gas en Haunted y Coma). Por último, es importante mencionar que algunas películas muestran también un retroceso forzado hacia el espacio privado. Es el caso de 300 miles, cuando uno de los jóvenes oponentes al régimen que filma Orwa al Mokdad vuelve a su casa y se pone a barrer frenéticamente una habitación, a la vez que cuenta que la escuela que él ayudó a poner en marcha ha sido cerrada por hombres armados pertenecientes a una brigada islamista, porque consideran que no concuerda con su concepción de la enseñanza. Del mismo modo, los jóvenes que forman la tropa en Home confiesan no entender nada de la situación política que les rodea, en la ciudad de Manbij, y se encuentran cada vez más cercados en sus movimientos y actividades.

En un segundo tiempo, es posible observar que varios documentales se esfuerzan por explorar la dimensión temporal inscribiéndose en una historia más larga que la de los últimos seis años. En el prólogo de 300 miles, en voz en off, Orwa al Mokdad, mezclando la gran y la pequeña historia, se pregunta qué relación mantiene la región con la violencia a partir de casos de miembros de su familia que tuvieron que abandonar Palestina durante la guerra de 1948, e Irak después de la invasión estadounidense en 2003. Además, el documental House without Doors (Avo Kaprealian, 2015), rodado en Alepo, se interroga, al mismo tiempo que el director de la película desde su balcón, sobre los cambios que han tenido lugar en su familia y en su barrio, y sobre las similitudes con las trayectorias de los sirios obligados a refugiarse donde un siglo antes los armenios huyeron del genocidio. En cuanto al cortometraje documental Hama 1982-2011 (Khaled Ibrahim, 2012), mezclando testimonios que describen la masacre perpetrada por las fuerzas del régimen de Al Assad padre con imágenes de las manifestaciones masivas de opositores al régimen en 2011, pone en perspectiva la falta de material de archivo, con la voluntad de documentar y testimoniar evocada anteriormente, así como el vínculo entre el aplastamiento ocurrido en aquel momento y el levantamiento de una parte de la población, a pesar del recuerdo del terror utilizado por el régimen como un medio para sofocar toda forma de protesta. El peso de la historia del régimen, incluida su dimensión militar, también se hace sentir en Le Sergent immortel a través de los carteles de miembros de la familia de Al Assad, a veces de uniforme, que adornan las paredes del teatro Bassel al Assad, donde se registra a Ziad Kalthum como reservista. Por último, en el documental Our terrible country, Ali Atassi persigue en cierto modo, a través del recorrido del intelectual y opositor Yassin al Haj Saleh, sus interrogantes sobre el compromiso político planteados con Ibn el Am(2001), Ibn El Am online (2012) y Waiting for Abu Zyad (2010), donde mantiene un diálogo con las principales figuras de la oposición al régimen de Al Assad.

Este último ejemplo permite abordar un aspecto central y común a todas las películas mencionadas: la inclusión del director o de la directora, que establece un diálogo con las personas filmadas que lo interpelan, aunque, en algunos casos, él o ella no aparezca ante la cámara, como en Le Sergent immortel, donde solo se ven sus piernas o la sombra en el suelo. Así, 300 milesmarca un auténtico hito, cuando el jefe de la brigada en el frente de un barrio de Alepo ordena a Orwa al Mokdad que se marche inmediatamente, o que permanezca con la cámara apagada. Por tanto, a través del diálogo establecido y de las vivencias compartidas con las personas filmadas, así como por la elección de la realización y el montaje, estas películas no pueden reducirse a una dimensión de documentación y testimonio, sino que también constituyen una búsqueda personal para responder a sus propias preguntas, como dijo Orwa al Mokdad en el prólogo de su película, y para tratar de explicar, incluso a sí mismo, cómo ha podido llegar Siria a esta situación. Además, la joven compositora y cantante de Morning Fears, Night Chants explica que para los jóvenes como ella es imposible limitarse a documentar lo que pasa, pues quieren ser protagonistas de los acontecimientos, igual que en la película en la que aparece.

Para terminar, el exilio como única escapatoria frente a la dureza de la represión o simplemente por haber rodado una película, ocupa un lugar importante en varios documentales, como Le Sergent immortel, Haunted, Our terrible country, The War Showy Home. Esta fragilidad de la creación cinematográfica siria ligada a la situación en que se encuentran los directores y directoras, obligados a abandonar el país, aunque tengan que volver a esas zonas escapando al control del régimen (Home o Father & Sons, el próximo documental de Talal Derki) debe compararse con las estructuras de producción o ayuda a la producción con base principalmente en Beirut, que le permiten existir, ya se trate de la asociación Bidayyat, el Screen Beirut Institute, o también el Fondo Árabe para las Artes y la Cultura (AFAC) o la oficina de la Fundación Heinrich Böll de la capital libanesa. A través de sus actividades de producción, apoyo financiero y ayuda a la distribución en el caso del Screen Beirut Institute, estos organismos son puentes entre la creación cinematográfica siria, cuyas múltiples miradas permiten captar mejor la complejidad del drama sirio, y Europa y Norteamérica, donde se celebran los festivales más importantes en los que se difunden estas películas. Por último, estos organismos ofrecen la posibilidad de seguir trabajando en Siria, más allá de la frontera, como demuestran los próximos proyectos de Sara Fattahi (Chaos) o Ziad Kalthum (The Taste of Cement), rodados en Beirut.