Un largo camino hacia la modernidad

Dos siglos de historia común y de buenas relaciones entre Turquía y España marcan la unión a ambos lados del Mediterráneo.

Pablo Martín Asuero

Los inicios de la transformación de las sociedades española y otomana se pueden situar a principios del siglo XVIII. Por una parte en España se produce un cambio dinástico y pasa a ocupar el trono un nieto de Luis XIV, girando la órbita de la defensa de los valores imperiales de los Habsburgo a las reformas ilustradas de Francia y su política de pactos de familia, lo cual permitirá a Carlos III la paz con los otomanos en 1783, acabando con varios siglos de enfrentamiento en el Mediterráneo. Carlos III abrió una legación en Estambul y se sucedieron varias expediciones, algunas de ellas cargadas con regalos para la corte del Sultán, con productos españoles e hispanoamericanos como cajas de cacao. Sin embargo, el tímido acercamiento entre España y Turquía tras las paces de 1783 se verá interrumpido con la aparición en escena de un Napoleón Bonaparte que atacará primero a los otomanos en Egipto y Siria durante la Campaña de Oriente y posteriormente invadirá la península Ibérica.

Tras la invasión extranjera, los sultanes otomanos y los reyes españoles vieron cómo sus imperios empezaban a resquebrajarse. Así, Selim tuvo que poner orden en la península Arábiga donde surgían nuevas corrientes religiosas como el wahabismo. Las ciudades santas de La Meca y Medina expulsaron a las autoridades otomanas y se hicieron con el control. Será necesaria una guerra de siete años (1811-18) para reconquistarlas. Algo similar sucede en Argentina que en 1816 rompe definitivamente los vínculos con una España imperial herida de muerte tras la invasión francesa. La debilidad de estas dos monarquías y las nuevas ideas del Siglo de las Luces afectan, de manera diferente pero efectiva, a unas colonias turcas y españolas que empiezan a marcar sus propias trayectorias. 1808 fue un año nefasto para las dos monarquías, tres sultanes se suceden en Turquía y tres reyes en España, demasiados para dos imperios, uno conocido como “El Enfermo de Europa” y el otro que bien habría podido llamarse “El Enfermo de América”. En estas circunstancias entre 1810 y 1825, España pierde sus posesiones en América con excepción de Cuba y Puerto Rico, reduciéndose al Caribe y Filipinas.

El Imperio Otomano en este mismo momento logró someter a las provincias árabes, pero no a los griegos que tras una larga guerra logran independizarse en 1829. Las derrotas militares otomanas restan popularidad al cuerpo de los jenízaros, situación que será aprovechada por Mahmud II para aniquilarlos en una espectacular matanza que tuvo lugar en sus cuarteles de Sultan Ahmed en 1826. Los turcos ponían fin a los ejércitos que les dieron tantas victorias en el siglo XVI en beneficio de la creación de un ejército moderno, con uniformes, armamento e instructores europeos, un hecho que les valió el reconocimiento del resto del continente. Aunque este sultán no llegara a verlo con vida, el Edicto de Gülhane de 1839 marca un hito en la legislación otomana. No se trata de una Constitución que limitara los poderes del Sultán, sino más bien de una Carta Magna que garantizaba la vida, honor y propiedades de sus súbditos; establecía un sistema de recaudación de impuestos y seguía adelante con la creación de un ejército moderno. El nuevo sultán, Abdül-Mecid continuará con la política de su padre en el período conocido como Tanzimat. Se puede afirmar que tras los sucesos de 1808, las monarquías otomana y española recuperan las riendas del poder.

Ese es el caso de la reina Isabel II que accede al trono, deslegitimada por su tío y por la España más conservadora decidida a luchar contra los liberales en las guerras carlistas. La primera, 1833-40, dio el poder a los liberales y supuso el compromiso entre el ejército y el liberalismo, un hecho que también se producía en la Turquía del Tanzimat donde el nuevo ejército se mantuvo fiel al sultanato hasta principios del siglo XX. Los problemas internos entre reformistas y conservadores afectaban de manera diferente al Imperio Otomano, especialmente en el Egipto de Mehmet Ali que había emprendido un proceso de reformas que iban más lejos de lo admitido por la Sublime Puerta. Egipto se revela y las tropas de Mehmet Ali ocupan Siria y parte de Anatolia durante la década de 1830 en una guerra civil que contó con la presencia de Inglaterra que puso fin al conflicto.

Curiosamente, es en esta crítica situación cuando se produce un nuevo acercamiento hispano-otomano que culminará con el II Tratado Hispano-Turco, firmado en 1827 el cual permitirá el acceso al mar Negro de los navíos españoles. España forma parte de la Cuádruple Alianza en 1834 con Francia, Inglaterra y Portugal, naciones que reconocen a Isabel II, la Reina Niña. Meses más tarde se suman otras naciones como Estados Unidos y la Turquía de Mahmut II. En estas circunstancias se comprende que en 1840 tenga lugar el III Tratado Hispano- Turco, donde España figura como nación privilegiada. Hay que tener en cuenta que las relaciones internacionales españolas estaban influidas por Inglaterra y Francia, aliados del Imperio Otomano. Por el contrario, las potencias conservadoras, defensoras del carlismo, eran enemigas de Turquía como una Rusia que no reconoció a nuestra reina hasta después de la Guerra de Crimea y buscaba desde la época de Catalina la Grande la salida al Mediterráneo a través del Imperio Otomano.

El acercamiento entre españoles y otomanos darán uno de sus frutos durante la Guerra de Crimea, 1853-55, en la que la España de Isabel II participará como observadora en el bando otomano en las filas de la Europa liberal, enviando al general Prim a las bocas del Danubio y una serie de barcos de apoyo a la península de Crimea. En esta guerra también tomaron parte en el bando prootomano numerosos voluntarios españoles, muchos de los cuales paradójicamente habían luchado contra los isabelinos en las filas del carlismo. Lo cierto es que la victoria otomana supone una aceleración en este proceso de reformas y en la integración en el panorama político internacional, especialmente tras la promulgación del Hatti Hümayun de 1856, una Carta Magna mucho más precisa que la de 1839, donde se garantiza a los no-musulmanes la libertad de culto y el respeto a sus bienes.

Un año más tarde, en 1857, Turquía abría una representación diplomática en Madrid. Sin embargo, el liberalismo no es capaz de hacer frente a una crisis que se arrastraba desde hacía varios siglos. Estas dos naciones no fueron capaces de conciliar la gran tensión existente entre reformadores y conservadores ni de sentar las bases de un desarrollo económico. Los monarcas no lograron adaptarse a los nuevos tiempos y serán depuestos por unos súbditos que habían logrado acceder al poder, legitimados por la Modernidad. Este proceso se produce en fechas similares en España y Turquía. Isabel II pierde el apoyo de progresistas y demócratas y en 1868 es destronada durante la llamada Revolución Gloriosa. Las Cortes españolas ofrecen el trono a Amadeo de Saboya que lo devuelve tras poco más de un año de reinado. Entonces sucede algo impensable: la proclamación de la República en 1873. La segunda guerra carlista se agrava y deciden llamar al hijo de Isabel II, Alfonso XII, en 1874 es el inicio de la Restauración. Si estos años están marcados por la inestabilidad en el trono español con dos monarcas locales, uno extranjero, una república y una guerra civil, algo parecido sucede en Estambul.

Abdül-Aziz, de manera similar a Isabel II, había cambiado la orientación de su política del liberalismo hacia un poder personal y es derrocado en 1876, acusado de llevar a la bancarrota a las finanzas otomanas. El nuevo sultán parecía el príncipe ideal para continuar los cambios del Tanzimat, pero, una vez en el trono empezó a dar muestras de graves desórdenes mentales que hicieron a los ministros otomanos reemplazarlo por su hermano tres meses más tarde. Tanto en Estambul como en Madrid son los políticos los encargados de materializar las reformas y de imponerlas a sus soberanos y Abdül-Hamid II sube a un trono donde permanecerá 30 años jurando la Constitución de 1876. El Imperio Otomano se convierte en algo también impensable: una monarquía parlamentaria, un régimen comparable al de las naciones modernas occidentales. El Sultán mantiene gran parte de sus poderes tradicionales, convoca el Parlamento y lo disuelve, promulga las leyes, es el jefe de las Fuerzas Armadas…; sin embargo son los diputados los que votan las leyes y los presupuestos económicos del Estado.

1876 es también un año en que los españoles estrenan Constitución y entran en un periodo de estabilidad y recuperación económica. No sucede lo mismo en Turquía donde los movimientos nacionalistas eslavos en los Balcanes no reconocen a los otomanos y, apoyados por la potencia zarista, se sublevan. Durante la guerra ruso-turca de 1877-78, Abdül-Hamid II suspende la Constitución, un conflicto que se salda con la pérdida de tres cuartas partes de sus territorios en Europa. Se reconoce la independencia de Rumania, Serbia, Montenegro y parte de Bulgaria, Austria-Hungría obtienen la administración de Bosnia-Herzegovina y Rusia amplios territorios en la Anatolia oriental. En 1882 el imperio español se reducía principalmente a Cuba, Puerto Rico, Filipinas y los territorios conquistados a Marruecos en 1860. Los otomanos conservaban Macedonia, Creta, Siria, la península árabe y la actual Libia.

Francia, que se había apoderado de Argel en 1830 había conquistado Túnez en 1881; Gran Bretaña, que había recibido Chipre por su neutralidad en la guerra ruso-turca, había ocupado Egipto en 1882 para asegurarse el tráfico por el canal de Suez entre Gran Bretaña e India. España y Turquía se ven muy reducidos en sus territorios, apartados de la política internacional pero tanto Alfonso XII como Abdül-Hamid II logran dar una estabilidad que permitirá que las reformas de sus predecesores lleguen a las clases medias de sus principales urbes. En este contexto se puede afirmar que los últimos 20 años del siglo XIX fueron los que asentaron los cimientos de las sociedades otomana y española modernas, al ser el origen de la clase dirigente e intelectual de la primera mitad del siglo XX. Tras 20 años de calma, la guerra turco-griega de 1897 se salda con la pérdida de Creta. Un año más tarde los españoles entran en guerra con EE UU y se ven obligados a cederles Cuba, Puerto Rico y Filipinas. El Imperio Otomano conocerá su fin poco después, Italia ocupa Libia en 1911, Albania se independiza en 1913, Grecia obtiene Tesalia y parte de Tracia en ese mismo año y en 1920 franceses e ingleses instalan sus protectorados en Siria y Palestina.

La aparición de los nacionalismos

La pérdida de las colonias es también el motor de un debate en España donde con la Generación del 98 se replantea nuestro papel en Europa o en Turquía donde surge un nacionalismo cuyos militantes fundaron la República de Turquía sobre las cenizas del Imperio Otomano. Una parte de las sociedades turcas y españolas estaba decidida a no perder el tren de la modernidad. La España del cambio de siglo conoce el nacimiento de los nacionalismos periféricos, los movimientos obreros o el socialismo. Se acordó en 1904 el descanso dominical, en 1909 la Ley de Huelgas y en 1918 la jornada laboral de ocho horas. El nacionalismo turco hace su aparición con los Jóvenes Turcos que en 1908 ponen fin a los excesos de poder de Abdül-Hamid II.

Por segunda vez en la historia, el Imperio Otomano entra en una fase de monarquía parlamentaria con una nueva Constitución y se vuelve a abrir el Parlamento. Esta fase es un claro precedente de la actual República turca: se aprobaron leyes sobre la obligatoriedad y gratuidad de la enseñanza y un nuevo sistema de impuestos, el caballo de batalla entre progresistas y conservadores. Los obreros turcos ejercieron su derecho a la huelga exigiendo salarios dignos y la reducción de la jornada laboral de 15-18 horas a 8-10 y el descanso semanal. Sin embargo, la situación internacional afecta de manera diferente a España y a Turquía que, antes de entrar en la Gran Guerra al lado de las potencias centrales, sufrió dos guerras balcánicas, 1912 y 1913. La Convención de Modros de 1918 marca el fin de la participación turca en la Gran Guerra, imponiéndoles unas duras condiciones que el nuevo sultán aceptó. Es en este momento cuando surge un nuevo líder, Mustafa Kemal Atatürk, que no reconoce esta convención.

El tratado de Lausana de 1923, firmado por los kemalistas, marca los límites de la actual Turquía y reconoce en el poder a los militares sublevados. El 29 de octubre de 1923 se proclama la República. España, que se había mantenido al margen de la contienda, tenía también en ese momento problemas internos a raíz de la crisis económica tras la Primera Guerra mundial. Los partidos políticos se radicalizaron y en Marruecos las tropas españolas sufren un duro revés. La situación se fue haciendo cada vez más tensa hasta llegar al golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923, el cual fue reconocido por Alfonso XIII, que acabará definitivamente con el prestigio de la monarquía, proclamándose la II República y la posterior guerra fratricida. Las primeras décadas del siglo XX son pues trágicas para lo que fueron los dos imperios, que intentan renacer de sus cenizas y redefinir su identidad orientándose hacia EE UU a principios de la década de los cincuenta en que Turquía entra en la OTAN y España permite la creación de las bases militares. Si bien las negociaciones españolas de ingreso en la CEE se prolongan entre 1979 y 1985, el caso turco es mucho más complejo y largo, al haberse iniciado en 1963.

A pesar de todo Turquía mantiene sus miras hacia Occidente como modelo y referente, tal y como se demuestra su persistencia para ingresar en la Unión Europea o su activo papel en la Alianza de Civilizaciones. Estambul será la capital de la cultura en 2010 y es lugar de encuentro de foros y conferencias como la organizada por el Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed) en abril. Por otra parte cada vez son más los intercambios de estudiantes en el programa Erasmus y los centros españoles que imparten turco, como la Universidad Autónoma de Madrid, donde en otoño de 2007 se celebró un encuentro sobre los 150 años de la creación de la representación diplomática turca en España, organizado en colaboración con la embajada de Turquía en España. El Instituto Cervantes de Estambul se ha convertido en un centro de referencia, gozando de una gran aceptación, en parte acreditada por el hecho de que nos unen un poco más de dos siglos de historia común y de buenas relaciones a ambos lados del Mediterráneo.