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Coedición con Estudios de Política Exterior
Religión, política y hegemonía en el Golfo
Hablar de proamericanos ‘moderados’ y proiraníes ‘radicales’ es no tener en cuenta la nueva dinámica política de Oriente Medio.
Graham E. Fuller
La política del golfo Arábigo no tiene prácticamente nada que ver con el islam, y todo con la política de poder. ¿Qué está pasando realmente en el golfo Arábigo ahora mismo? En la región se arremolinan nuevas e importantes corrientes y fuerzas; la mayoría de ellas no coincide con lo que la prensa diaria o el gobierno de Washington aseguran que son. De hecho, a juzgar por la prensa americana, se podría creer que la zona se halla devastada por el enfrentamiento entre los Estados árabes moderados y el radical Irán con su puñado de aliados.
Irán, la gran potencia
Es Irán una amenaza para el Golfo? Lo cierto es que Irán constituye, de un modo aplastante, la gran potencia del golfo Arábigo en lo que se refiere a tamaño, población y ubicación geopolítica. Irán es un país “auténtico”, por cuanto tiene una decidida identidad propia y una visión coherente de sí mismo como nación y pueblo con una historia de por lo menos tres milenios. Algo que no puede decirse de ningún otro Estado de Oriente Medio, salvo Egipto. Irán siempre será por naturaleza la potencia hegemónica regional en el Golfo. Ahora bien, eso no significa que pretenda dominar y conquistar a sus vecinos.
En los últimos siglos, las fuerzas iraníes casi nunca han abandonado el país para atacar a sus vecinos, excepto cuando fue invadido primero por Sadam Husein en 1980. Por desgracia, el eje que determina la política exterior de la Casa Blanca en Oriente Medio es la “amenaza” que Irán supone para la región. Washington lleva chocando con Teherán desde la revolución iraní de 1979, y parece incapaz de alcanzar la reconciliación. Es más, todavía no puede descartarse la posibilidad de que Estados Unidos entre en guerra con Irán; Israel, por su parte, toma la delantera, pregonando la causa a los cuatro vientos. Desde la perspectiva israelí y americana, la cuestión nuclear parece resumirlo todo.
Sin embargo, lo cierto es que la amenaza principal que Irán representa procede de su liderazgo de un bloque extremadamente nacionalista y antiamericano en Oriente Medio. El nacionalismo es una cuestión candente en la cultura iraní, sin depender del islam, aunque Irán enarbole la bandera del islam para representar su ideología. Si esta religión desapareciera del país, éste seguiría teniendo las mismas sólidas ambiciones nacionalistas en la región. Y sí: Irán podría llegar a estar en posesión de un arma nuclear. Hay que ser realistas en cuanto a lo que puede y no puede hacerse para impedir que Teherán adquiera capacidad nuclear. La propagación de armas atómicas, sea donde sea, nunca es deseable. No obstante, también hay que tener en cuenta que se trata de una tecnología que vio la luz hace tres cuartos de siglo. Es casi imposible detener la adquisición del conocimiento nuclear a cualquier país que quiera invertir el esfuerzo y el dinero necesarios para adquirir capacidad nuclear.
Cada vez es más probable que los países que se tienen por actores fundamentales del mundo lleguen a dominar el ciclo del combustible nuclear, aunque no se destine a armamento. Son muchos los países, incluyendo Japón y Brasil, por ejemplo, que consideran importante obtener nociones suficientes del ciclo del combustible nuclear como para poder, en caso de necesidad, generar un arma en poco tiempo. Eso es, con toda probabilidad, lo que Teherán está haciendo en la actualidad. Hasta la fecha, nadie ha acusado de verdad a Irán de fabricar un arma nuclear. Y el derecho internacional permite a Teherán desarrollar conocimiento del ciclo del combustible nuclear. Washington e Israel pretenden negar incluso ese derecho legal, por miedo a las intenciones iraníes a largo plazo. Si Irán llegara a producir una bomba nuclear, el principal beneficio sería un incremento de su prestigio en la región.
Y lo que es más importante: una bomba bloquearía la capacidad de Estados extranjeros, sobre todo EE UU e Israel, de amenazar, atacar o invadir el país. Se trata de un arma por encima de todo disuasoria, y ésa es la razón de que Irán la persiga. Si Teherán se planteara utilizarla contra Israel, los centenares de armas atómicas de que dispone éste acabarían con él. El ejecutivo iraní es poco atractivo, se ha vuelto más autoritario y muestra una retórica a menudo irresponsable. Sin embargo, el poder no reside en manos de ningún líder, y no hay observador serio que opine que el gobierno del país está “loco”.
De hecho, Occidente ya se las ha visto con gobernantes “locos” mucho más importantes de Estados hostiles con armas nucleares en su poder: Stalin en la URSS, Mao Tse Tung en China, Kim Jong II en Corea del Norte, o India y Pakistán, países más responsables. Washington insiste en la idea de que los Estados vecinos de Irán temen al armamento desarrollado por ese país y apoyan los esfuerzos americanos para detener a Teherán cueste lo que cueste. Esta actitud plantea un aspecto importante a la hora de considerar la política de Oriente Medio: la mayoría de árabes, turcos o afganos –aunque Irán no les caiga bien– no creen que Teherán vaya a usar un arma nuclear contra ellos y no viven con el miedo de que eso llegue a pasar. Entonces, ¿cómo es que los gobiernos árabes de la región parecen tan aterrorizados ante la “amenaza iraní” y secundan las políticas de la Casa Blanca con respecto a Teherán?
La “auténtica amenaza” de Irán es su discurso claro sobre temas que afectan e indignan a los ciudadanos y pueblos de la región: la presencia militar americana, las campañas bélicas encabezadas por EE UU en países musulmanes incluidas en la guerra global contra el terrorismo, y el apoyo de Washington a la violenta persecución israelí de los palestinos, así como la negativa a concederles un Estado, tras más de 40 años de ocupación israelí. Irán desafía abiertamente a EE UU en estos temas de un modo en el que casi ningún gobierno árabe se atreve a hacerlo, a pesar de que contaría con el respaldo de la población. Irán también apoya a los movimientos islamistas populistas, como la organización palestina suní Hamás y el partido chií libanés Hezbolá, ambos conocidos por sus sólidos vínculos de base, su profunda implicación en el gobierno local y su apoyo público a la causa palestina.
Y ambos llaman a la violencia, si es precisa para acabar con la ocupación israelí. Irán es chií, de eso no cabe duda. Ahora bien, sus políticas en Oriente Medio son más partidarias de los movimientos populistas suníes que se oponen a los líderes impopulares y autoritarios de la región cuya supervivencia depende de EE UU, como Egipto, Jordania y Arabia Saudí. Ésta es la razón principal del “temor” que inspira Irán en el Golfo y en el mundo árabe: lo temen los líderes débiles, no la opinión pública árabe. Es más: los sondeos indican que, en general, la ciudadanía de Oriente Medio se muestra favorable a cualquier intento de obtener un arma nuclear por parte de Teherán, y condenaría un ataque americano a Irán. Quienes acogen con agrado la presencia militar norteamericana en la región son básicamente los propios regímenes que carecen de cimientos democráticos. Si de la opinión pública dependiera, las bases militares americanas en el Golfo no contarían con respaldo alguno.
Y es que hasta a los gobernantes que se aferran a Washington en busca de apoyo les horrorizan las políticas de la Casa Blanca, que corren el riesgo de generar una enorme inestabilidad en la zona. Las guerras americanas en Irak, Afganistán, Pakistán y Yemen, las amenazas bélicas y las sanciones contra Irán, todas ellas muy desestabilizadoras, son las mayores inquietudes de la ciudadanía de la región. Además, los que más han salido ganando con la presencia militar norteamericana en Oriente Medio son los yihadistas islámicos radicales. Gracias a esta presencia, se permiten afirmar que trabajan para liberar a estos países del imperialismo americano. Ni tan siquiera la mayoría de los moderados de esas tierras que viven al borde de la guerra aprueban la ideología radical y violenta de Al Qaeda. No obstante, cuando estas fuerzas radicales y sus aliados aseguran que luchan contra la ocupación norteamericana, a los moderados les quedan muy pocas opciones más allá de la condescendencia. Así pues, la presencia militar americana se ha convertido en el motor actual de la radicalización en el territorio.
Irán también hace uso de esos sentimientos, y su apoyo a la lucha antiamericana le granjea simpatías en la calle. Hasta los gobernantes proamericanos temen una guerra entre EE UU e Irán, pues desestabilizaría la región y abriría camino a fuerzas populares o radicales que podrían desencadenar la revolución en estos Estados autoritarios. Tal vez a Arabia Saudí le convenga tener a Washington de su lado para equilibrar el poder que tiene Irán por naturaleza; sin embargo, a Riad le preocupa que las actividades americanas puedan sumir la región del Golfo en una confusión aún mayor, el mayor miedo del gobierno.
China, India y Japón
En este panorama interviene un segundo elemento, esencial y nuevo: las potencias asiáticas de China, India y Japón. En conjunto, estos países usan más petróleo de Oriente Medio que EE UU o Europa occidental, y su consumo no deja de crecer. La estabilidad de la región y la seguridad de las rutas de los petroleros les interesan aún más que a Occidente. En las tres últimas décadas, Washington ha recurrido tradicionalmente al pretexto de “proteger el flujo libre de petróleo” para mantener una presencia militar creciente en el Golfo. Ha pedido muchas veces a Europa que contribuyera a los gastos que suponen esas tropas, pero el Viejo Continente siempre se ha negado, por considerar que el “flujo libre de petróleo” nunca se ha visto gravemente amenazado, por lo que no se requiere presencia militar en el territorio.
Algunos europeos han llegado incluso a sugerir que las fuerzas americanas presentes en la zona desestabilizan la región. Cabe recordar que las exigencias iniciales de Osama bin Laden fueron producto de la presencia prolongada del ejército norteamericano en la “sagrada” tierra de Arabia Saudí. De modo que es probable que estos tres Estados asiáticos asuman gran parte de la “seguridad” de las rutas que conducen el petróleo a Asia. Además, posiblemente los chinos desempeñarán un papel cada vez más importante en el Golfo, al poder suministrar seguridad, armamento y formación sin todos los antecedentes políticos negativos que reúne Washington. China, en cambio, no arrastrará el equipaje sionista y otras demandas ideológicas que Washington trae consigo.
Turquía
Hay una tercera fuerza: la de Turquía. En tan solo 10 años, este país ha llegado a convertirse en un actor fundamental en la región. Turquía representa un Estado democrático, estable, relativamente maduro, que ha aprendido a integrar los movimientos islámicos moderados en el orden político, miembro de la OTAN y que aspira a serlo también de la Unión Europea. Asimismo, Ankara discrepa en muchos de los aspectos principales de la política de la Casa Blanca en Oriente Medio.
Mientras Washington ha perseguido presionar, desestabilizar e incluso derrocar regímenes como los de Irak, Siria, Palestina e Irán, para Turquía la estabilidad de la región es primordial para todos los actores. De ahí que Ankara se haya embarcado en una política exterior que aspira a abrir el diálogo, las negociaciones y a fomentar una actitud pacífica para resolver todos los contenciosos regionales. En consecuencia, ha abogado por las negociaciones entre EE UU e Irán, entre Israel y Siria, y entre Israel y Hamás, entre otras cosas. Estas políticas desafían la estrategia americana actual, lo que ha molestado considerablemente a Washington. No obstante, Turquía supone un modelo para la mayoría de Estados de la zona, y sus poblaciones –aunque no siempre sus gobernantes– cada vez admiran más a Ankara.
El país otomano ofrece un patrón alternativo a la política “anticuada” que muestra Washington y que, antes que él, ya practicaba Gran Bretaña. Europa, hoy escenario de sentimientos contrarios a los inmigrantes, debe afrontar una crisis con respecto a la aceptación de Turquía en la UE como importante actor regional, o el rechazo a su integración por no pertenecer a la civilización europea. En cualquier caso, hoy no puede negar la importancia creciente de Turquía. En definitiva, hay nuevos factores destacados que influyen en el futuro de la región, necesitada de estabilidad y mayor participación democrática, para no caer bajo la influencia de un islam más radical (Washington ha demostrado no ser un defensor convincente de la democracia, al respaldar una mayor participación democrática como arma únicamente contra los Estados que no le gustan –Irak, Irán, Siria–, sin exigir la democracia a Estados amigos como Egipto, Túnez, Jordania y Arabia Saudí, entre otros.
Hace algunos años, Washington rechazó los resultados de los comicios libres palestinos, que dieron el poder a Hamás en Gaza). El islam radical sólo se afianza allí donde se dan condiciones de violencia e inestabilidad (como en Irak, Palestina, Somalia, Yemen, Afganistán y Pakistán). Para evitar una escalada de la radicalización y el terrorismo, es imprescindible que las fuerzas militares occidentales se retiren de estos territorios. El golfo Arábigo seguirá siendo una región geopolítica vital para gran parte del mundo, debido a sus extraordinarios recursos energéticos. No obstante, hay que reconocer que el antiguo orden dominado por EE UU está abriendo paso a un orden político diferente con la participación de muchas nuevas fuerzas. Hablar de proamericanos “moderados” y proiraníes “radicales” es no tener en cuenta la actual dinámica política de Oriente Medio.