Mauritania: la ‘rectificación’ de la democracia

La victoria del golpista Aziz se debe a factores de sociología electoral, marcada por el culto al hombre fuerte y el clientelismo, así como a acciones juiciosas y populares.

Alain Antil

Mohamed Uld Abdelaziz es un golpista reincidente. Cabecilla del golpe de Estado del 3 de agosto de 2005 contra Maauya Sid’Ahmed Uld Taya, destituyó al presidente Sidi Uld Cheij Abdallahi tres años más tarde, el 8 de agosto de 2008. No obstante, junto con otras personas, contribuyó a que éste saliera elegido en los comicios presidenciales de marzo de 2007, que pusieron fin a una transición democrática celebrada de forma prácticamente unánime en el extranjero. Al contrario de lo que sucedió en el golpe de Estado de 2005, los miembros de la junta que asumió el poder durante la apatía de Nuakchott en agosto de 2008, que no tarda en bautizarse como el Alto Comité de Estado (ACE), nunca se comprometieron solemnemente a no presentarse a unas posibles elecciones.

Por eso, la participación de Abdelaziz en las elecciones presidenciales previstas inicialmente para junio de 2009 y aplazadas hasta el 18 de julio no fue una sorpresa. Antes de perfilar las lecciones que pueden extraerse de las últimas elecciones presidenciales mauritanas, hablaremos una vez más del “movimiento rectificador” y de las presiones internas y externas que dieron lugar a los Acuerdos de Dakar del 4 de junio, que permitieron organizar unas elecciones pluralistas con la participación de la gran mayoría del espectro político mauritano.

El “movimiento de rectificación”

Lejos de ser contrincantes políticos, Mohamed Uld Abdelaziz (Aziz) y Sidi Uld Cheij Abdallahi (Sidioca) eran parientes. Durante la transición (2005-07) fue Aziz quien propuso y apoyó la candidatura de Sidioca, figura política de tercera fila, a las elecciones presidenciales de 2007. Los dos tienen hasta un vínculo de parentesco, ya que Sidioca está casado con una prima de Aziz, Jatu mint El Bujari. No obstante, el general no toleró que el presidente elegido en 2007 en un escrutinio considerado transparente por todos se emancipara de su tutela. Al ser nombrado jefe del Estado Mayor particular del presidente de la República tras las elecciones, pasó evidentemente a reunirse a diario con el presidente Sidioca. La solidaridad entre ambos se fue agrietando a medida que el presidente intentó emanciparse de este paternalismo abrumador.

En particular, la formación de un segundo gobierno en marzo de 2008 marca el comienzo de importantes tensiones políticas entre el presidente y la mayoría de diputados y senadores que lo habían apoyado hasta entonces, sobre todo uniéndose a él en el partido presidencial, el Pacto Nacional por la Democracia y el Desarrollo (PNDD-Adil), creado en enero de 2009. Esta tensión es consecuencia de la composición del gobierno que había sido testigo de la entrada de miembros de partidos de la oposición, sobre todo islamistas, pero también antiguos barones del régimen de Maauya Sid’Ahmed Uld Taya (1984-2005). Estas fuerzas, esencialmente figuras importantes de las diferentes wilayat, consideraban que su apoyo al presidente había quedado recompensado a medias. Aziz instrumentalizó en secreto su descontento para desestabilizar al presidente. La tensión entre Sidioca y su mayoría desembocó en la caída del segundo gobierno y en intentos por llevar al presidente ante un alto tribunal de justicia por haber encubierto malversaciones, sobre todo las supuestamente relacionadas con la fundación de su mujer.

Finalmente, fue la decisión de Sidioca de destituir a Aziz y a otros altos cargos de sus funciones el 6 de agosto de 2008 la que impulsó a estos últimos a organizarse en una junta y arrestarlo. Pero esta decisión y sus consecuencias no constituyen el epílogo del largo de divorcio entre los dos hombres. El Alto Consejo de Estado (ACE) y en particular su líder, el general Mohamed Uld Abdelaziz, pasaron a utilizar en esta nueva fase institucional una retórica de negación de su condición de golpistas, hablando de “movimiento de rectificación” más que de golpe de Estado. Por tanto, la versión oficial es que a los mandatarios les movió el deseo “de hacer más profunda la democracia” o de “salvaguardar la democracia” de cara a las “serias desviaciones del régimen del presidente Sidi Uld Cheij Abdallahi”. Se trataba de las malversaciones ya mencionadas, pero también de la incapacidad –al menos en su opinión– del presidente Sidioca para gestionar las cuestiones de seguridad. Este golpe de Estado contribuyó a reorganizar el paisaje político nacional entre, por una parte, los partidarios del golpe (una mayoría de diputados y senadores) y ciertos líderes políticos como Ahmed Uld Dadah e Ibrahima Moctar Sarr y, por otra, una plataforma de protesta cuyo pilar era el Frente Nacional de la Defensa de la Democracia (FNDD), que agrupaba a varios partidos políticos.

Este actor de la protesta estaba respaldado por numerosas ONG ciudadanas, así como por diversos sindicatos. La confederación de opositores al golpe de Estado luchó en un primer momento por la vuelta del “presidente destronado” y después, respetando la legalidad constitucional tras los Acuerdos de Dakar, terminó adscribiéndose a unas elecciones presidenciales pluralistas.

Resistencias-mediaciones y Acuerdos de Dakar

La protesta interna se apoyaba, al tiempo que la motivaba, en una condena internacional del golpe bastante unánime. Estados Unidos se desmarcó imponiendo sanciones serias e inmediatas (la suspensión de toda forma de cooperación y de ayuda salvo la alimentaria), al igual que los organismos de la ONU presentes en territorio mauritano, que ralentizaron considerablemente sus actividades. Una gran parte del resto de interlocutores internacionales de Mauritania (Liga Árabe, Unión Europea [UE], Unión del Magreb Árabe [UMA], Francia, los países de habla francesa, España…) se adhirieron a la mediación iniciada por la Unión Africana (UA) y, en particular, su Consejo de Paz y Seguridad (CPS), que amenazó al país con sanciones, unas sanciones que, por cierto, nunca se aplicaron. Tras la imagen de una comunidad internacional unida se perfilaban en realidad apreciaciones muy distintas del golpe de Estado mauritano.

Muamar al Gadafi, elegido el 2 de febrero de 2009 presidente de la UA, viajó a principios de marzo a Mauritania en calidad de mediador y, con la delicadeza que le caracteriza, adoptó desde su llegada una posición pro golpista, en completa contradicción con la postura de la UA. Asimismo, las reacciones de los vecinos directos de Mauritania presentaban muchos contrastes. Mientras Marruecos y Senegal condenaban el golpe de Estado de boquilla, Mali y, sobre todo, Argelia, que quizás temían ver cómo un aliado incondicional de Rabat subía al poder en Nuakchott, condenaron con dureza el levantamiento. Por su parte, Francia cultivaba la ambigüedad. A pesar de recibir a representantes de los golpistas en el Elíseo, París condenó de forma muy oficial a la junta. Sin embargo, la respuesta del presidente Nicolas Sarkozy a una pregunta sobre Mauritania durante su viaje oficial a Níger parecía denotar un apoyo a los golpistas por parte del Estado francés al más alto nivel, algo que nadie pasó por alto en Mauritania.

Las autoridades francesas no perdonaban al presidente Sidioca lo suave que fue su reacción de cara al “peligro islamista”, sobre todo después de los asesinatos de residentes franceses de diciembre de 2007, y preferían todo tipo de escenarios antes que una vuelta del presidente electo al cargo. A pesar de las diversas presiones, Abdelaziz fue dejando cada vez más clara su participación en unas elecciones presidenciales, lo que a sus ojos constituía la única forma de salir de la crisis institucional. En un principio, el escrutinio se fijó para el 6 de junio. Aziz cesó en su puesto de presidente del ACE y fue sustituido por el presidente del Senado, Ba Amadu Mbaré, que tuvo que asegurar la suplencia, tal y como estaba previsto en las disposiciones constitucionales. Por tanto, el escrutinio se anunciaba bastante unilateral y caricaturesco, con contrincantes “marionetas” que se sospechaba que habían recibido dinero para presentarse. Después de unas elecciones marcadas por un resultado “a lo soviético” y una participación mediocre, Aziz corría el riesgo de verse considerado ilegítimo por una parte de la comunidad internacional.

Ésa es la razón por la que su bando aceptó hacer algunas concesiones a la oposición para que la mediación senegalesa pudiera dar lugar a los Acuerdos de Dakar del 4 de junio. Las principales disposiciones de este acuerdo eran: destitución del presidente Sidi Uld Cheij Abdallahi, formación de un gobierno de unidad nacional que aunara a los partidarios de Aziz así como a los miembros de la oposición (FNDD y el partido de Ahmed Uld Dadah), creación de una comisión electoral (CENI) pluralista y el aplazamiento de las elecciones presidenciales al 18 de julio.

Las elecciones presidenciales del 18 de julio

Las elecciones fueron testigo de la victoria en la primera ronda del candidato “saliente-entrante” (como se dice en Mauritania), Mohamed Uld Abdelaziz. Su triunfo no fue una sorpresa, pero una victoria tan clara en la primera vuelta parecía sorprendente a primera vista si tenemos en cuenta que estaba presente prácticamente la totalidad de figuras y partidos que conforman el espectro político nacional. Algunos contrincantes desairados, en concreto Ahmed Uld Dadah, Mesaud Uld Buljeir o Eli Uld Mohamed Vall llegaron a hablar de un fraude masivo, “químico”, (de hecho, el presidente de la CENI, Sid Ahmed Uld Deye, cesó de su cargo el 23 de julio tras manifestar sus dudas sobre la fiabilidad de las elecciones), sin aportar realmente pruebas de ello.

Si bien hubo ciertos problemas menores y localizados (el voto obligatorio de los militares, el relleno de urnas en algunos lugares aislados del país, listas electorales que no estaban del todo puestas al día desde el último escrutinio electoral…), las dos técnicas principales de fraude electoral de la época de Uld Taya (voto múltiple y tráfico de los resultados en el momento de la centralización de los datos) ya no son posibles gracias a las mejoras técnicas de la votación (mejora del Estado civil y de las listas electorales, carnés de identidad más difíciles de falsificar, varios canales de centralización de los resultados, presencia de una comisión electoral pluralista, observadores internacionales…).

En cuanto a los contrincantes de Aziz, se pueden extraer algunas lecciones: el resultado de Ahmed Uld Dadah, con el 13,66% de los votos, se desplomó un poco en comparación con las presidenciales de 2007 (20,68%), seguramente a causa de su posición tan ambigua en relación con el golpe de Estado del 6 de agosto de 2008; estas elecciones fueron testigo de la aparición de un nuevo líder de la oposición en la figura de Mesaud Uld Buljeir, el presidente de la Asamblea Nacional, que trazó una brecha muy interesante con el 16,3% de los votos; Eli Uld Mohamed Vall obtuvo un resultado mediocre en calidad de ex dirigente del país (3,61%); y, finalmente, estas elecciones indican el débil peso del Islam político en Mauritania (Mohamed Jamil Uld Mansur, candidato del partido Tawasul, cosechó tan sólo el 4,76% de los votos). La victoria de Aziz se debe a factores recurrentes de sociología electoral nacional, así como a algunas acciones particularmente juiciosas y populares: era el candidato favorito, lo que constituía una ventaja para atraer hacia sí el apoyo de las figuras importantes de las diversas provincias (que dominan el voto de sus respectivas comunidades).

La cuestión es que estas personas no tienen ningún interés en votar al perdedor porque luego sus comunidades corren el riesgo de sufrir sanciones económicas y, asimismo, su autoridad sobre las comunidades depende de su capacidad para tomar “la decisión correcta” o, resumiendo, para servir de “cuerpo intermediario” de calidad; estas figuras importantes a veces reciben una “remuneración” por parte del candidato, lo que les motiva aún más. Aziz estaba en campaña desde hacía más tiempo que sus contrincantes, oficialmente desde mayo, mientras que el resto comenzó a principios de julio.

Pero en realidad surcaba el país desde finales de 2008 “labrando” el terreno electoral; su presupuesto electoral era sustancialmente mayor que el de sus contrincantes, de lo que se deriva una clara ventaja logística (Mauritania es un país extenso) y una capacidad superior para “seducir” a las figuras importantes. Gracias a sus discursos sobre pobreza y corrupción y a varias visitas a los barrios marginales de Nuakchott, se forjó una imagen de “candidato de los marginados”; aseguró la continuación del programa de repatriación de los refugiados mauritanos de Senegal y, por tanto, de forma inteligente, no se alejó del voto de los negros africanos, y prácticamente rompió las relaciones diplomáticas con Israel, también una medida popular .

Por tanto, su resultado fue importante (52,58%). Para medir el impacto electoral de Aziz basta analizar el resultado que obtuvo en Nuakchott (45,16%), ciudad en la que la oposición suele ser fuerte y en la que es difícil cometer fraude. Con este resultado, obtenido de forma honesta en una verdadera competición electoral (si bien, en parte estaba manipulada por varias “ventajas estructurales” y porque Aziz dominaba la agenda), el general golpista se asegura una legitimidad internacional y Mauritania puede volver a entablar un diálogo con socios capitalistas, inversores y cooperantes en materia de seguridad. Para concluir conviene preguntarse sobre el verdadero significado de esta victoria. El ejército, que se instaló en el campo político desde el golpe de Estado contra Mokthar Uld Dadah en 1978, nunca se ha retirado.

El único presidente civil, Sidi Uld Cheij Abdallahi, estuvo en el poder poco más de un año y su victoria en las elecciones presidenciales de 2007 se debió en gran parte al apoyo de algunos miembros eminentes de la junta. Se puede calificar esta costumbre de síndrome mauritano. Algunas personas consideran al ejército una muralla contra las desviaciones (un bloguero hablaba de Aziz incluso como de un nuevo Atatürk), pero no ha habido ninguna desviación desde que los militares se hicieron con el poder. La sociología electoral mauritana sigue estando marcada por el culto al hombre fuerte, la influencia de las figuras importantes (de ahí el voto comunitario) y el clientelismo. Esta estructuración de la esfera política nos permite dudar de las promesas de Aziz en cuanto a la lucha contra la corrupción y el reparto equitativo de la riqueza.

La clientela electoral puede mantenerse únicamente en la relación de “toma y daca” en la que los hombres de negocios y figuras importantes desempeñan el papel de correa de transmisión. Lo más seguro es que el otorgamiento de mercados públicos y la gestión de los presupuestos de las distintas instituciones sigan padeciendo los mismos males. Además, Aziz pertenece a un “bloque hegemónico” que no tiene ninguna intención de cuestionar nada, aunque probablemente se realicen algunos ajustes (sobre todo, aunque no sólo, en lo referente a los pesos respectivos de los diversos conjuntos tribales dominantes, Ulad Bu Sba, Idawali, Smacid, Rgeibat…). El golpista Aziz ha dominado la agenda, arma política de las más temibles, y al final consiguió domar la hostilidad de la comunidad internacional, en concreto Francia, sensible a sus argumentos en materia de seguridad.