España-Marruecos: relación dinámica,vecindad compleja

A pesar del buen momento entre los dos países, aún falta mucho por hacer en el plano social y humano.

Haizam Amirah Fernández

Marruecos es, por muchos motivos, una prioridad para la política exterior española. Esos motivos quedan reflejados en un informe sobre las relaciones bilaterales hispano-marroquíes, publicado a finales de 2015 por el Real Instituto Elcano (Relaciones España–Marruecos, Informe Elcano 19). A pesar de su carácter prioritario, desde la Transición española no ha habido una política de Estado explícita –con objetivos definidos y consensos básicos sobre recursos, enfoques y medidas– que guíe la política de España hacia su vecino del Sur. Sin embargo, a pesar de esa carencia y de los altibajos, las relaciones hispano-marroquíes han estado marcadas por una estabilidad relativa durante las tres últimas décadas. Ahora bien, esa estabilidad en las instituciones y en los mecanismos de toma de decisión no debe darse por sentada, máxime en un periodo en el que ambos países se enfrentan a importantes retos internos y en el que el Mediterráneo tiene que superar varias crisis simultáneas en sus dos orillas.

Dos rasgos han caracterizado tradicionalmente las relaciones entre España y Marruecos: su complejidad y los frecuentes vaivenes. La proximidad geográfica, sumada a la presencia de una importante comunidad marroquí en España (más de 800.000 personas), al diferencial de renta per cápita (27.095 euros frente a 2.825 euros en 2014, según el Banco Mundial) y a las diferencias políticas, demográficas y culturales, suponen un terreno abonado para las divergencias y fricciones. No obstante, esas mismas realidades hacen que también existan motivos para cooperar más y buscar fórmulas de complementariedad beneficiosas para ambas sociedades, máxime cuando se solapan múltiples crisis económicas, sociales y políticas a ambos lados del estrecho de Gibraltar.

Historia reciente de la relación

Es sabido –pero siempre conviene destacarlo– que, en las últimas décadas, las relaciones entre Marruecos y España se han vuelto más extensas, profundas e interdependientes. A pesar de esa evolución, hay una coincidencia a ambos lados de que aún falta mucho por hacer para que esas relaciones sean más sólidas, provechosas y sostenibles. En numerosos ámbitos, los niveles de cooperación e intercambios son considerablemente inferiores al potencial que existe entre dos países contiguos y con importantes complementariedades.

Desde hace algunos años, se ha constatado una mejora en el clima de las relaciones bilaterales hispanomarroquíes tras periodos de tensiones cíclicas y cierta crispación. Eso es debido, en buena medida, a la voluntad de ambos gobiernos de emplear un enfoque práctico y realista que ha permitido intensificar la cooperación en ámbitos económicos, migratorios y de seguridad. No obstante, lo que algunos denominan “etapa dulce” parece ser el resultado de que no se aborden aspectos de fondo que han enturbiado la relación en el pasado y que, con bastante probabilidad, podrían volver a hacerlo en el futuro.

En la actualidad, España se sitúa casi a la par con Francia como principal socio comercial de Marruecos (en 2012 y 2014 fue el primero). De hecho, Marruecos es ya el segundo cliente de España fuera de la Unión Europea, solo por detrás de Estados Unidos. Eso está permitiendo a empresas y profesionales españoles de distintos sectores buscar oportunidades en este país, y viceversa.

La fórmula del “colchón de intereses” que sigue estructurando buena parte del pensamiento estratégico español hacia el vecino del Sur resulta estrecha para acomodar una realidad cada vez más compleja: Marruecos y España han cambiado mucho, y también lo ha hecho el contexto regional y global. La concepción original del “colchón” ha quedado superada y, en todo caso, no es capaz de gestionar las crecientes interdependencias de la relación bilateral. Las nuevas realidades requieren una narrativa de complementariedad y no de competencia, de convergencia de preferencias en vez de divergencias. La buena noticia es, precisamente, que el excelente tono durante los últimos tiempos de la relación política bilateral entre España y Marruecos, capaz de gestionar asuntos que, en otras circunstancias, hubiesen podido acarrear disgustos importantes (como le ocurrió a Francia durante 2014), hace innecesaria la instrumentalización de los intereses económicos.

Parte de ese regreso de la política a la relación bilateral se debe a que los intereses o preferencias compartidas se extienden ahora mucho más allá de la economía y afectan a cuestiones de seguridad en las que los instrumentos económicos solo pueden actuar como acompañamiento. Un colchón diversificado a ámbitos más allá de la economía y un discurso más sofisticado en materia económica puede ser un patrón de transición hacia un modelo en el que las relaciones políticas se establezcan en torno a preferencias convergentes, más que sobre intereses económicos que en ocasiones pueden acabar percibiéndose como excluyentes.

Condicionantes de la relación

España es el único país europeo con presencia territorial en el norte de África y, en consecuencia, con frontera terrestre con Marruecos. Esa realidad, sumada a la intensidad de la agenda bilateral y la naturaleza diferente de los sistemas políticos, condicionan sus relaciones. Por otra parte, éstas vienen marcadas por la existencia de conflictos cíclicos, por la rivalidad entre Marruecos y Argelia por la hegemonía regional y por la competencia entre Francia y España por ejercer su influencia en el Magreb. Las grandes diferencias existentes en la naturaleza de los regímenes políticos a ambas orillas del Mediterráneo occidental y la interacción entre la política nacional y exterior dotan a estos conflictos de un carácter estructural.

Numerosas cuestiones que afectan a las relaciones con Marruecos son parte de la política nacional española, más que cuestiones pertinentes a las relaciones internacionales (la inmigración, el Sáhara Occidental, las posesiones españolas en el Norte de África, la amenaza terrorista y el tráfico de drogas, entre otras). Las percepciones desempeñan un papel muy importante a la hora de definir las relaciones entre ambos países, tanto a nivel social como en la elaboración de políticas. A pesar de que las encuestas demuestran que las poblaciones marroquí y española son conscientes de la gran importancia que el vecino tiene para el propio país, aún falta mucho por hacer para fomentar el conocimiento recíproco, conectar a ambas sociedades y desmontar estereotipos en las dos direcciones.

Marruecos es para España un socio clave y viceversa. La Estrategia de Acción Exterior publicada en octubre de 2014 por el Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación de España considera a Marruecos como un “socio imprescindible”. En ella se fija como objetivo compartido por ambos países “seguir tejiendo una densa malla de relación e intereses cruzados” que amortigüen las divergencias ocasionales. Los asuntos espinosos siguen ahí y son conocidos por todos. La buena disposición mostrada por los dirigentes debería servir para entablar una comunicación franca y constructiva sobre cómo resolver esos asuntos espinosos de forma aceptable y gradual, en lugar de no actuar y dejar que las situaciones de conflicto puedan reaparecer en el futuro.

A pesar del buen momento político y económico entre los dos países, aún falta mucho por hacer en el plano social y humano. Entre las dos poblaciones existen grandes niveles de desconocimiento mutuo, que se extiende a sus élites y dirigentes. Hace falta dedicar más atención y esfuerzo a construir más puentes entre ambas sociedades. Los malentendidos y la desconfianza se nutren de la falta de conocimiento del “otro”, algo que no se resuelve únicamente mediante mayores contactos a nivel de las élites.

El camino hacia delante

A España le interesa –y mucho– la modernización de Marruecos por múltiples motivos que se plantean a lo largo del Informe Elcano antes citado. Entre ellos, cabría destacar la importancia de tener un vecino meridional estable con el cual se puedan desarrollar todo tipo de relaciones mutuamente beneficiosas y contener las amenazas comunes. También interesa el desarrollo del conjunto del Magreb, área de influencia natural de España, con cuyos países se deberían buscar asociaciones para la proyección conjunta en África, en la cuenca atlántica y en América Latina.

La sociedad española tiene mucho que ganar si Marruecos se convierte en un espacio privilegiado de inversión y desarrollo común. Y también la sociedad marroquí tiene mucho que ganar en desarrollo humano. Para que sea una realidad, hay que aprovechar las complementariedades entre ambos países, fortalecer los lazos entre sus sociedades civiles, intensificar el contacto entre sus instituciones, abordar los asuntos delicados y mantener un diálogo fluido y crítico cuando sea necesario.

Si se quiere consolidar la buena relación actual entre España y Marruecos, hace falta tejer más relaciones humanas y profesionales, lo que pasa por la creación de nuevos espacios de cooperación, el fomento de los intercambios, la revisión de la actual política de concesión de visados y una presencia cultural y comunicativa más eficaz y proactiva en las dos direcciones.