Entre neootomanismo y kemalismo

La política exterior turca en Oriente Próximo se debate entre el neootomanismo, partidario de una ambiciosa visión geoestratégica, y el kemalismo, que opta por la moderación.

Ömer Taspinar

Uno de los acontecimientos en Oriente Próximo que han pasado más desapercibidos es la nueva predisposición de Turquía a colaborar con el mundo árabe. Tras muchas décadas de pasividad y falta de atención hacia Oriente Próximo, Turquía se está convirtiendo una vez más en un país activo en esa región. Durante la mayor parte de su historia moderna, Ankara no ha considerado a Oriente Próximo como una prioridad de su política exterior. La ideología oficial de la República, el kemalismo, le dio la espalda al mundo islámico y siguió una senda exclusivamente occidental. Esta orientación sesgada empezó a cambiar con el fin de la guerra fría y la aparición de nuevos horizontes, amenazas y oportunidades geoestratégicas en las regiones que rodean Turquía. Como consecuencia, primero bajo el mandato de Turgut Özal (primer ministro entre 1983 y 1986, y presidente entre 1989 y 1993) y, más recientemente, bajo el del Partido Justicia y Desarrollo (AKP, de 2002 a la actualidad), Turquía se ha implicado más en los asuntos del nuevo Oriente Medio.

Por poner algunos ejemplos, en los últimos años Ankara ha enfocado de una forma mucho más activa el problema entre Israel y Palestina; ha enviado tropas a la misión de la OTAN en Afganistán; ha contribuido a las fuerzas de la ONU en Líbano; ha asumido el secretariado general de la Organización de la Conferencia Islámica; ha asistido a conferencias de la Liga Árabe; ha estrechado relaciones con Irán, Irak y Siria; y ha mejorado sus relaciones económicas, políticas y diplomáticas con la mayoría de los Estados árabes y musulmanes. Más recientemente, en 2008, Turquía ha mediado en la celebración de conversaciones diplomáticas secretas entre Tel Aviv y Damasco, y se ha brindado a hacer lo mismo entre Washington y Teherán. Además de estas iniciativas en Oriente Medio, Turquía también se ha mostrado activa en el Cáucaso, tras la guerra entre Rusia y Georgia ha propuesto la creación de una “Plataforma para la Estabilidad y la Cooperación en el Cáucaso”. Normalmente, esos actos de apertura deberían considerarse cambios positivos para una potencia regional. Pero Turquía es un caso especial.

El país está profundamente polarizado en cuanto a su identidad musulmana, secular y nacional. Y la orientación de su política exterior suele ser víctima de esos problemas de identidad. Por un lado, los detractores laicos del AKP sostienen que el activismo de Turquía en Oriente Próximo traiciona la trayectoria occidental y laica de la República. Este grupo, integrado por escépticos kemalistas, observa los antecedentes políticos musulmanes del AKP y ve en él un programa islámico oculto. En el lado opuesto están aquellos que sostienen que ese programa islámico sencillamente no existe. Su argumento es simple: el AKP es el partido político más favorable a la Unión Europea (UE) de la escena política nacional turca. A pesar de sus raíces islámicas, lo cierto es que el AKP se ha esforzado mucho más que los anteriores gobiernos turcos por mejorar las posibilidades de Turquía de integrarse en la UE.

Esos esfuerzos se han visto finalmente recompensados en diciembre de 2005 con la apertura de negociaciones encaminadas a la adhesión. Sin embargo, las relaciones de Turquía con la UE se han deteriorado considerablemente en los últimos cuatro años, sobre todo por culpa del problema de Chipre. Con la ampliación de la UE en 2005, la República de Chipre se convirtió en miembro de pleno derecho y empezó a vetar las negociaciones de Ankara con Bruselas. Además, Francia y Alemania se oponen radicalmente a que Turquía se convierta en miembro de pleno derecho de la UE. Estos dos países cruciales de la Unión se inclinan más bien por una indefinida relación de “colaboración privilegiada” con Turquía. Todo esto complica mucho el futuro de las relaciones entre Turquía y la UE.

Como consecuencia, uno de los mayores retos a los que se enfrentan las relaciones euroturcas hoy es la creciente frustración nacionalista de Turquía respecto a la UE. Existe una frustración similar respecto a Estados Unidos. Mientras que el resentimiento turco respecto a Europa se centra en sus reducidas posibilidades de integrarse en la UE, la frustración respecto a EE UU se debe principalmente al problema de los kurdos en Irak. La mayoría de los turcos cree que los kurdos acabarán creando su propio Estado en Irak y culpa a Washington de cerrar los ojos ante este problema.

¿Qué impulsa la política turca hacia Oriente Próximo?

Las políticas turcas hacia a Oriente Próximo están condicionadas por dos factores opuestos. El primero es la preocupación kemalista por el nacionalismo kurdo. El segundo es el neootomanismo. La política turca en Oriente Próximo está cada vez más marcada por la tensión entre estas dos visiones y prioridades contrarias. El neootomanismo entra en conflicto con el enfoque centrado en los kurdos por una sencilla razón: el problema kurdo de Turquía está definido por las normas kemalistas de la República, que el neootomanismo pretende superar.

El kemalismo considera que la etnia y las aspiraciones nacionalistas kurdas constituyen una amenaza existencial para la integridad territorial de Turquía. Hasta el idioma y los derechos culturales kurdos se consideran peligrosos, basándose en que hacen que la asimilación de los kurdos (la política oficial de la República desde 1923) sea mucho más difícil. Las aspiraciones nacionalistas de los kurdos de Irán, Irak y Siria plantean un desafío similar para la política exterior turca. Como consecuencia, cuando el problema kurdo domina el programa político de Ankara, la política exterior turca se vuelve más aprensiva, reactiva e insegura. La incursión militar de Turquía en el norte de Irak con el fin de combatir al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) o las reacciones nacionalistas de Ankara contra los planes de los kurdos de Irak de anexionarse Kirkuk son ejemplos de la influencia kemalista en la política turca para Oriente Próximo.

El neootomanismo, en cambio, pretende ir más allá de esta obsesión kemalista por el problema kurdo. En comparación con el kemalismo, el espíritu neootomanista está más seguro de sí mismo y menos centrado en la amenaza kurda. El neootomanismo se muestra partidario de una grandiosa visión geoestratégica en la que Turquía es un agente regional efectivo y comprometido que trabaja para resolver los problemas regionales, así como para hacer de puente entre Oriente y Occidente. Desde que el AKP llegó al poder a finales de 2002, su política exterior se ha basado en lo que el actual ministro de Asuntos Exteriores, Ahmet Davutoglu, llama “profundidad estratégica”. Davutoglu sostiene que la política exterior turca ha estado desequilibrada, con un énfasis excesivo en las relaciones con Europa occidental y EE UU, a expensas de los intereses de Turquía respecto a otros países, especialmente los de Oriente Próximo. Su visión presenta elementos habituales en el neootomanismo, que se suma a los planteamientos del ex presidente Turgut Özal.

Según este punto de vista, Turquía tiene que redescubrir su legado imperial y buscar un nuevo consenso nacional que permita la coexistencia de las múltiples identidades turcas. Hay tres factores que ayudan a definir las tendencias neootomanas del AKP. El primero es la disposición a reconciliarse con el legado musulmán y otomano de Turquía en el interior del país y en el extranjero. El neootomanismo no predica un gobierno islámico en Turquía ni el imperialismo turco en Oriente Próximo y los Balcanes. En su lugar, promueve un secularismo menos militante dentro del país y una “sutil” influencia turca en los antiguos territorios otomanos. En la práctica, la preferencia del neootomanismo por el secularismo moderado equivale a una mayor tolerancia hacia el Islam, especialmente en asuntos como el derecho a llevar velo en las universidades.

De forma análoga, la disposición del neootomanismo a abrazar el legado imperial e islámico de Turquía abre la puerta a un concepto menos étnico de la identidad turca. En otras palabras, el neootomanismo está en paz con la naturaleza multiétnica y cosmopolita del Estado. Gracias al denominador común que proporciona el Islam, esa filosofía no ve una gran amenaza en los derechos culturales kurdos ni en la expresión de la identidad nacional kurda. Esta mentalidad más flexible conduce a su vez a la segunda característica del neootomanismo: una sensación de grandeza y una mayor seguridad en la política exterior. El neootomanismo ve a Turquía como una superpotencia regional. Su visión estratégica y su cultura son un reflejo del alcance geográfico de los imperios otomano y bizantino. Turquía, como Estado fundamental, debería por tanto desempeñar una función diplomática, política y económica muy activa en una amplia región de la que constituye el centro.

Los kemalistas, sin embargo, consideran que esta ambiciosa visión es absolutamente irrealista. Desde su punto de vista, constituye un peligroso punto de partida para alejarse de las normas republicanas (con ideas como la de permitir que los kurdos tengan derechos culturales u otorgar al Islam más espacio político). El paradigma kemalista considera que el neootomanismo es ingenuo, arriesgado y posiblemente perjudicial para los intereses nacionales de Turquía. La política exterior republicana tradicional se niega a plantearse una apertura al Islam o a una Turquía más amplia por considerar que va en contra de la estricta visión de Ataturk de un nacionalismo laico dentro de las fronteras del Estado. En ese sentido, la política exterior kemalista da mucho valor a la estabilidad y el statu quo, en contraposición al activismo y el cambio.

La tercera característica del neootomanismo es su objetivo de acercarse tanto a Occidente como al mundo islámico. Al igual que la ciudad imperial de Estambul, que hace de puente entre Europa y Asia, el neootomanismo tiene dos caras, como Jano. Incluso en su lecho de muerte, el Imperio Otomano era conocido como el “enfermo de Europa”, y no de Asia o Arabia. En ese sentido, el legado europeo tiene gran importancia para el neootomanismo. Estar abierto a Occidente y a las influencias occidentales exige pragmatismo y la voluntad de adaptarse a normas cambiantes. Ese alejamiento del dogmatismo y esa flexibilidad ideológica están muy ausentes en la mentalidad de los kemalistas más acérrimos, que consideran el Islam, el multiculturalismo y el liberalismo enemigos en potencia de la revolución republicana. No es sorprendente que la capacidad del AKP para acercarse a Occidente no haya impresionado a los kemalistas, que sospechan de la existencia de un programa islámico oculto.

De hecho, en comparación con el neootomano AKP, el sector kemalista tiene más problemas con Occidente. Los kemalistas consideran a Washington y la UE los principales intercesores del nacionalismo kurdo. Su lógica es simple. La UE quiere que Turquía reconozca los derechos de las minorías kurdas. De forma análoga, los kurdos de Irak se han convertido en los mejores amigos de EE UU en ese país. Por tanto, la mayoría de los turcos cree que la UE y EE UU apoyan las aspiraciones nacionalistas kurdas. Los kemalistas están igual de preocupados por el apoyo occidental hacia el islamismo moderado del AKP. Consideran al AKP un peligroso movimiento islámico respaldado por una ingenua superpotencia americana que cree que el AKP servirá como modelo de “Islam moderado” en Oriente Próximo. La percepción de que el AKP está empleando el proceso de democratización de la UE para reducir la influencia política del ejército laico es otro elemento añadido a la frustración kemalista respecto a Occidente.

Como consecuencia, los dirigentes kemalistas sospechan de los occidentales, a quienes consideran permisivos con los islamistas y peligrosamente tolerantes con el nacionalismo kurdo. En resumen, hay diferencias claras entre el kemalismo y el neootomanismo en estos tres aspectos principales de la estrategia. Mientras que el neootomanismo defiende una ambiciosa política regional en Oriente Próximo y más allá, el kemalismo opta por la moderación y la precaución. Mientras que uno defiende el multiculturalismo y el laicismo liberal, el otro prefiere las medidas estrictas contra el velo islámico y la identidad étnica kurda. Mientras que uno está cada vez más resentido con la UE y EE UU, el otro busca activamente la integración en la UE e intenta, pragmáticamente, mantener buenas relaciones con Washington. Hoy, las políticas turcas hacia Oriente Próximo parecen divididas entre estas dos visiones opuestas de la política exterior.

Mientras que el desafío kurdo obliga a Ankara a reaccionar y a mostrarse prudente y a veces demasiado insegura, el neootomanismo impulsa a los políticos turcos a ser más audaces, imaginativos y activos. Ni que decir tiene que la mentalidad kemalista laica se siente muy incómoda con la visión neootomana. La considera no realista, arriesgada y favorable al Islam. Resulta evidente el contraste entre el neootomanismo y las motivaciones centradas en los kurdos de la política exterior turca. A la hora de tratar con Oriente Próximo, el reto al que se enfrenta Ankara es equilibrar sus instintos kemalistas y neootomanos. A corto plazo, es probable que el problema kurdo siga siendo un elemento fundamental en el momento de elaborar la política sobre seguridad nacional de Turquía.

El problema que plantea el PKK juega a favor de los kemalistas acérrimos del ejército. Aunque Turquía tiene motivos legítimos para preocuparse por el terrorismo, está claro que las acciones militares por sí solas no resolverán el problema kurdo. Hay muchas cosas que dependen de que consiga convertirse en una democracia más liberal, en la que los derechos culturales y políticos de los kurdos no se consideren una amenaza para la seguridad nacional. Finalmente, para que Turquía pueda colaborar de forma constructiva con Oriente Próximo y resolver su dilema con los kurdos será necesaria una reconciliación entre los puntos de vista neootomano y kemalista, tanto en la política nacional como internacional. Además, a la hora de tratar con Turquía y de abordar el problema kurdo, los políticos europeos y americanos deberían familiarizarse más con la compleja dinámica que hay tras los debates sobre la política nacional y exterior de Turquía.