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Coedición con Estudios de Política Exterior
Elecciones municipales en Marruecos
“Una reflexión de fondo está pendiente en Marruecos y las elecciones de junio de 2009 y las derivas peligrosas que han mostrado, la hacen más urgente”.
ENTREVISTA con Bernabé López por Driss Ksikes
Con ocasión de la publicación en árabe del libro Las elecciones marroquíes desde 1960 hasta la actualidad, editado por Ediciones Az-Zaman, Rabat (2009), traducido por Badia al-Yarrazi, el periodista y consejero de redacción de AFKAR/IDEAS, Driss Ksikes, entrevista a su autor, el especialista en temas electorales de Marruecos, Bernabé López García.
AFKAR/IDEAS: Partiendo del principio de que 65% de los votantes están inscritos en las listas electorales, de los cuales 54% han acudido a las urnas en las últimas elecciones municipales, y que las tasas de participación más altas se han registrado en las zonas rurales o ruralizadas, ¿podemos concluir que el proceso democrático se banaliza en Marruecos sin que el país se democratice realmente?
BERNABÉ LÓPEZ: La esfera comunal debería ser sin duda la que más se resistiese a la banalización electoral, porque el ciudadano ve más de cerca en ella la resolución o no de sus problemas cotidianos: basuras, asfaltado de las calles, alcantarillado y saneamiento, transportes… De ahí que sea en las elecciones comunales donde el porcentaje de participación se mantiene más elevado de manera global. Aunque, si vemos los datos pormenorizadamente, nos damos cuenta de que en las grandes ciudades la abstención ha estado prácticamente al mismo nivel que en las legislativas de 2007 (63%). Sólo que el maquillaje oficial de los datos dificulta verlo. La publicación de datos por parte del Ministerio del Interior ha sido incompleta en lo que a la participación se refiere. Ha ofrecido en su web datos a nivel provincial, mezclando así el mundo rural con el urbano, pero no ha hecho público el porcentaje de participación de cada municipio o comuna.
Tan sólo en los distritos de Casablanca se muestra el dato de la participación real, que oscila entre el 22,07% del distrito de Mers Sultan, el 22,66% de Hay Hassani o el 23,63% de Casa-Anfa y el 32,07% de Ben Msik. En la periferia rural del Gran Casablanca, la participación se disparaba al 56,88% de Nuasser y al 68,04% de Mediuna. La democratización del país es algo que va mucho más allá de las elecciones, puesto que éstas no son la puerta de las verdaderas instituciones que gestionan la vida cotidiana de los ciudadanos. La democratización del país no vendrá hasta que se desmonte esa estructura paralela de tutela de las instituciones y de los individuos ejercida desde el Ministerio del Interior y todo su aparato de dominio que constituye la armadura del Majzen.
A/I: Tal como muestra en su obra (recientemente traducida al árabe) sobre la historia de la elecciones en Marruecos, el sistema se ha sofisticado sin liberalizarse realmente. Incluso sin fraude manifiesto, ¿los resultados de estas elecciones le parecen previsibles a posteriori?
B.L.: La democracia es incertidumbre, lo que no quiere decir imprevisibilidad. El juego democrático radica en la influencia sobre la opinión para hacerla bascular en una u otra dirección. Pero cuando los sistemas están estabilizados, los márgenes de incertidumbre son muchas veces muy reducidos. Los sondeos ayudan a medir o a prever –muchas veces con gran error– los resultados. La historia electoral de Marruecos es la historia de la lucha del poder efectivo contra la imprevisibilidad y la incertidumbre, para asegurarse los resultados. Tras los primeros fracasos del poder en la previsión de los resultados en 1960 y 1963, todo el acento se puso en el montaje de un sistema de manipulación electoral para asegurar los resultados perseguidos. El sistema contaba –y sigue contando– con todo ese aparato de control de instituciones e individuos (walis, cadis, chiujs, muqaddems) que ha desempeñado un papel primordial en el control de los resultados. Pero no puede olvidarse la complicidad de los partidos a partir de 1977 en lo que ha resultado un sistema de “elecciones consensuadas”. Recientemente Mohamed Lahbabi contaba en su libro USFP.Un demi-siècle d’Ecole de Patriotisme et de Citoyenneté, la negociación entre el ministro del Interior en 1977, Mohamed Benhima y los dirigentes socialistas de la época a propósito de los escaños a conseguir en las elecciones. El ministro ofrecía 42 escaños seguros que los usefepistas rechazaron por antidemocrático, convencidos de que podrían obtener 80. “Sois muy golosos”, fue la respuesta de Benhima quien sugirió que sería una pena que el líder del partido, Abderrahim Buabid, no fuera elegido en Agadir. Y efectivamente, no sólo no salió elegido, por las maniobras para impedirlo, sino que la Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP) debió de conformarse con tan sólo 15 escaños. Según Lahbabi, el Istiqlal –que sí aceptó la negociación– obtuvo 45 diputados y su secretario general obtuvo el cargo de ministro de Asuntos Exteriores. Esto es sólo un ejemplo de lo que ocurría en los subterráneos de los procesos electorales. La naturaleza “negociada” de las elecciones implicaba admitir que los partidos contaban con unos feudos que había que reconocer o destruir (como en el caso citado de Agadir) si no se aceptaban las reglas de juego.
De este modo se fue elaborando un mapa electoral del país relativamente estable que dejaba, no obstante, ciertos espacios para la libre concurrencia. El sistema electoral uninominal a una vuelta permitía manipulaciones burdas para apoyar a tal o cual candidato, bien oficialista o de la oposición, según lo pactado. Eso duró hasta el final del reinado de Hassan II. Las elecciones de la alternancia en 1997 no quedaron fuera de ese juego de falsificaciones. Buena prueba fue la reacción del Partido del Istiqlal ante los resultados que favorecieron a la USFP (se dio el caso de que dos diputados socialistas denunciaron la falsificación de los resultados a su favor). El congreso istiqlalí se negó a reconocer los resultados y sólo tras presiones reales, otro congreso extraordinario del partido terminó por aceptarlos dando paso a la formación del gobierno de la alternancia.
En la era de Mohamed VI el mecanismo se sofisticó y entró en juego el dinero como el gran actor en las elecciones. El sistema proporcional dificultó las manipulaciones groseras y el aparato administrativo apostó por una neutralidad pasiva que la llegada del Partido Autenticidad y Modernidad (PAM) en las elecciones municipales de 2009, ha puesto de nuevo en duda.
A/I: En Sidi Ifni, han sido los mismos militantes que ayer estaban en la cárcel, y fueron liberados o declarados inocentes, militantes de izquierda (Partido Socialista-PS y Partido Socialista Unificado-PSU) que estaban permanentemente en contacto con las poblaciones, a través de los tansikiat, la Asociación marroquí de derechos humanos (AMDH) entre otras, los que han salido elegidos por mayoría. ¿Cómo interpreta usted este giro en la situación?
B.L.: Hay quizás una lectura positiva de este hecho. Los partidos administrativos han sido barridos por los electores de esta ciudad que vivió hace un año una auténtica insurrección popular con enfrentamientos muy duros con las fuerzas del orden y una represión violenta. Sólo tres concejales del PAM han sido elegidos frente a los 20 del PS, uno de la USFP y otro de la alianza de izquierda. El hecho de que hayan sido los dirigentes de la revuelta o gentes cercanas a ellos los que se han impuesto en el ayuntamiento indica que en circunstancias de movilización fuerte la población reacciona.
En un orden diferente, puede decirse que ha ocurrido algo parecido en el Sáhara, sobre todo en El Aaiún. Allí la lectura de lo ocurrido tiene otras claves. Candidatos poderosos ligados a la tribu dominante, Rguibat, aunque con la etiqueta de partidos nacionales como el Istiqlal o el Movimiento Popular (MP), han barrido al PAM que pretendía romper su monopolio. Los registros tribales han funcionado de tal modo que pese a que este partido tenía un secretario general saharaui, la población ha reaccionado masivamente frente a lo que veían como una injerencia exterior. Naturalmente el dinero ha tenido una contribución importante. Teniendo en cuenta eso, tratar de presentar a la opinión pública la alta participación en el Sáhara como factor de apoyo a las tesis marroquíes para el Sáhara es un error que no engaña a nadie.
A/I: Corrupción, notabilización, trashumancia, falta de neutralidad de los agentes de la autoridad, lucha abierta de los servicios secretos contra los islamistas. La lista de irregularidades es larga. ¿Son más numerosas que en el pasado o sólo están más mediatizadas?
B.L.: Probablemente no son más. A lo largo de toda la historia electoral marroquí, y eso lo constato en mi libro, las denuncias de irregularidades han sido numerosas y la prensa recogió muchas de ellas. Muy pocas veces la denuncia ha servido para algo. Pero esas irregularidades eran parte del juego. Pues no hay que olvidar las complicidades de los partidos políticos. A veces, no sólo eran cómplices de las irregularidades, sino que hubieran deseado que hubiera más todavía, siempre que fuera a su favor, naturalmente. Contaré una anécdota: tras el fracaso de la alternancia en las elecciones de 1993, un conocido dirigente de uno de los partidos de la Kutla me describió así el resultado de los comicios: “Qué esperabas que ocurriera, Bernabé: el rey quería que ganase la Kutla, pero no ha hecho todo lo posible para que ganase”.
Otra malformación del sistema, la transhumancia, debida a la falta de ideología en los partidos y en los candidatos, provoca que las etiquetas bajo las que se presenta un gran porcentaje de éstos fueran intercambiables. Y el Ministerio del Interior, en los momentos en que era regido por Driss Basri, lo puso de manifiesto, tal vez para provocar el descrédito de los partidos. Tras las elecciones locales de junio de 1997, Le Matin du Sahara publicó de fuente de este ministerio, un cuadro que mostraba que en los partidos administrativos más de la mitad de los electos lo habían sido por otro partido en las anteriores elecciones. Sólo en los de la Kutla la fidelidad de los candidatos a su partido oscilaba entre el 70% y el 80%.
A/I: El PAM, partido del amigo del rey, ha sido la atracción de estos comicios. Es el primero en número de escaños. ¿Cree que lo ha conseguido de manera regular? Con un actor tan sesgado, ¿puede la monarquía pretender tener una credibilidad democrática?
B.L.: No hay duda de que lo que el PAM ha aportado a la escena política marroquí ha sido una concurrencia desleal. Ha tratado de imponerse en el juego político usando abusivamente de la proximidad al rey. Esa ambigüedad calculada ha tenido sin duda efectos importantes en la campaña electoral y en los resultados. Durante la campaña, la prensa denunció el trato dado a Fuad Alí El Himma por parte de algunas autoridades locales y regionales, “como un Sultán”, según algunos. Se ha servido de la mentalidad popular que domina en el mundo rural que cree que siempre se obtendrán más cosas de quien está más cerca del poder. No hay que olvidar que finalmente su “victoria” sólo ha sido clara en el mundo rural, ya que en las grandes ciudades ha quedado en tercer lugar.
En las 25 ciudades de más de 100.000 habitantes obtuvo 250 concejales (14%), 114 menos que el Partido Justicia y Desarrollo (PJD, que ha superado el 20%) y 18 menos que el Reagrupamiento Nacional de los Independientes (RNI). Estas ciudades contabilizan más de 10 millones de marroquíes, es decir un tercio de la población según el censo de 2004. Por otra parte, la filosofía que ha inspirado la creación de este partido es majzeniana, paternalista, que no concibe un Marruecos sin una injerencia fuerte del ejecutivo en la vida política porque piensa que el pueblo no está preparado para la democracia.
A/I: Varios observadores han enterrado demasiado deprisa a los islamistas y los socialistas, tras la consagración del PAM. Ahora bien, la alianza de estas dos fuerzas les ha permitido estar más presentes a la cabeza de las grandes ciudades. ¿Existe una lectura política de las alianzas poselectorales?
B.L.: Siguiendo con esta argumentación, es evidente que el PJD está lejos de ser enterrado en el mundo urbano, en el que es, sin duda, la primera fuerza política. El ministro del Interior, Chakib Benmusa, en su comparecencia al día siguiente de las elecciones, presentó al PJD como el sexto partido del país, con tan sólo un 5,5% del total de concejales, frente al 21,7% del PAM, pero ocultó que era la primera fuerza a gran distancia en las grandes ciudades que suman la tercera parte de la población. Además no es una fuerza en regresión, puesto que es el único partido de los grandes –con la excepción del RNI– que no sólo no ha perdido votos con respecto a las anteriores elecciones comunales, sino que ha pasado de 320.299 en 2003 a 460.774 votos en 2009.
Cierto que se presentaba en muchas más circunscripciones que hace seis años. Por el contrario el resto de partidos ha retrocedido: el Istiqlal ha perdido 118.000 votos, el MP otros 115.000 y la USFP ha caído de 990.928 a 667.986. Este partido ha sufrido una pérdida espectacular, que se suma a la de las elecciones legislativas de 2007. Sus sucesivas escisiones, fugas de cuadros, como consecuencia de la pérdida de identidad, del alejamiento de sus principios de izquierda, agarrado fuertemente al gobierno a cualquier precio, le han hecho perder legitimidad, encontrándose expulsado de ciudades que antes eran su feudo en beneficio del PAM. Esta caída ha servido de revulsivo en la formación. Pese a que tradicionalmente el PJD era percibido por la USFP como su gran oponente, desde las elecciones de 2007 se ha producido un cierto acercamiento entre ambas formaciones que ha cuajado incluso tras las elecciones del 12 de junio en una cierta alianza en diversas ciudades para apoyarse mutuamente.
De este modo, el alcalde de Rabat, el ex ministro de Finanzas Fathallah Ualalu, ha sido elegido con los votos del PJD y lo mismo ha ocurrido en Larache, Tetuán y Chauen. Algunos ven en ello el origen de una nueva Kutla. Uno de los dirigentes de la USFP, Driss Lachgar, ha llegado a hablar en una entrevista- debate (Le Journal hebdomadaire del 18 de julio) de la constitución entre las dos formaciones de un “Frente nacional por la democracia” y otro dirigente del PJD, Mustafa Ramid, incluso de una alianza estratégica, un “Frente por la reforma constitucional”. Antiguos dirigentes socialistas por el contrario, como el abogado Omar Mahmud Benyelun, han tildado a la aproximación del PJD y la USFP de “suicidio político” de ésta. El debate está ahí.
Una reflexión de fondo está pendiente en Marruecos y estas elecciones y las derivas peligrosas que han mostrado, la hacen más urgente. Algunos han hablado de “limites au mélange de genres”, como el dirigente de la USFP, Alí Bouabid, que alerta sobre los riesgos de una alianza entre su partido y el PDJ. Aunque hay un terreno de convergencia entre ambas formaciones, probablemente las únicas entre las importantes con un fondo de credibilidad, es imprescindible aclarar que el objetivo debe ser una plena democracia con el reconocimiento del respeto a la libertad del individuo.