
2015: un año de incertidumbres preocupantes
El callejón sin salida en la política interna, los acontecimientos en los países vecinos y los desafíos en materia de seguridad marcan el futuro de Turquía.
Marc Pierini
El año 2015 se recordará en la vida política turca como un año de transición. Recep Tayyip Erdogan, que se convirtió en agosto de 2014 en el primer presidente de la República elegido por sufragio universal, participó personalmente en la campaña de las legislativas del 7 de junio de 2015 para obtener los medios necesarios y emprender una revisión constitucional para instaurar un régimen hiperpresidencialista. Al fracasar, decidió celebrar unas nuevas elecciones el 1 de noviembre, esperando así borrar las pérdidas del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). Estos acontecimientos políticos fuera de lo común se desarrollan con un trasfondo de guerra en Siria y de una importante ofensiva del ejército turco contra el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), la organización militar kurda.
A día de hoy, el resultado de las elecciones es incierto, y Turquía vive en una situación de incertidumbre económica y política perjudicial. Tras las elecciones de junio de 2015, podemos decir que Turquía se ha visto atrapada entre dos legitimidades democráticas: la de un presidente elegido por sufragio universal directo con el 52% de los votos y la de un Parlamento en el que su partido de origen, el AKP, ha perdido por primera vez en 12 años su capacidad para gobernar solo. Este resultado no solo ha complicado considerablemente la formación de un gobierno viable, sino que también ha puesto fin a las ambiciones del presidente de aprobar una reforma constitucional que instaurase un régimen hiperpresidencialista. Las elecciones legislativas, en las que el presidente hizo campaña (en contra de la Constitución, que normalmente le atribuye un papel por encima de los partidos políticos), supusieron, por tanto, un fracaso personal para Erdogan, ya que los tres partidos políticos de la oposición en su conjunto (que hicieron campaña en contra de una presidencia ejecutiva) obtuvieron un 59% de los votos. Pero la reacción contra el régimen hiperpresidencialista va mucho más allá de los partidos de la oposición porque los sondeos de opinión más recientes indican que solo entre un 25% y un 30% de la opinión pública apoyan ese tipo de régimen.
Eso quiere decir, por tanto, que también existe oposición a ese proyecto en el propio AKP, que obtuvo el 41% de los votos en las elecciones de junio. Por otra parte, hay que señalar que las conversaciones entre el principal partido de la oposición, el Partido Republicano del Pueblo (CHP), socialdemócrata, y el primer ministro en funciones, Ahmet Davutoglu, fracasaron no solo en cuanto al proyecto de régimen presidencial, sino también en el tema de la reanudación de las investigaciones judiciales sobre los asuntos de presunta corrupción de allegados del presidente que salieron a la luz en diciembre de 2013. La construcción, ilegal según la instancia judicial competente más alta, de un palacio presidencial de 1.150 habitaciones en una zona verde protegida también influyó en las conversaciones. Más allá de la postura personal del presidente de la República, el análisis de la situación política de Turquía se basa en seis elementos principales:
– los resultados socioeconómicos del AKP durante 12 años siguen siendo una baza importante porque el nivel de vida de una amplia capa de la población ha mejorado notablemente (infraestructuras de transporte, sociales y sanitarias, y una tasa de crecimiento sostenida durante mucho tiempo). Este éxito se atribuye a Erdogan personalmente;
– el creciente papel del partido kurdo HDP que entra por primera vez en el Parlamento como partido (y no como independiente), superando así el temido umbral del 10% de los votos, supone un cambio importante en el tablero político porque, con 80 diputados, el HDP se equipara al partido nacionalista MHP. Es el principal obstáculo al proyecto de reforma constitucional;
– la actitud ambigua de Turquía hacia los kurdos sirios durante la batalla de Kobane (aceptación de los refugiados civiles, por una parte, pero, por otra, ningún apoyo a los combatientes kurdos sirios contra el grupo Estado Islámico (EI), porque Ankara considera que el PYD/YPG en Siria es una organización terrorista al igual que el PKK) ha influido mucho en la pérdida del voto kurdo para el AKP;
– la guerra en Siria, y especialmente la tímida participación de Turquía en la coalición contra el EI, no solo ha creado dificultades con sus aliados occidentales, sino que ha hecho que el país sea más vulnerable a los ataques del EI;
– la creciente polarización de la vida política, tanto en el aspecto religioso (alevíes/suníes) y étnico (turcos/ kurdos, minoría turca de origen armenio) como en los comportamientos sociales (por ejemplo, el consumo de alcohol), ha incrementado las tensiones ya existentes;
– el claro deterioro del Estado de derecho desde 2013, que se ha traducido en ataques (a menudo personales) de las autoridades políticas contra periodistas, traslados masivos de funcionarios de policía y de magistrados, y actos contrarios a la Constitución (por ejemplo, la participación del presidente de la República en la campaña de las elecciones legislativas a favor de su partido de origen), crea un malestar constante en la sociedad.
En otras palabras, si bien el AKP sigue siendo el partido dominante en la vida política turca, su significativo retroceso en las elecciones del 7 de junio se explica por un fenómeno de rechazo y de “cansancio” de una gran parte de la opinión pública frente a un conjunto de comportamientos políticos tanto en el interior como en el exterior del país. Además, el temor a fraudes electorales ha dado lugar a la creación de un movimiento ciudadano a favor de la vigilancia del escrutinio de las papeletas de voto. Las elecciones han puesto de manifiesto la aparición de un “arrebato ciudadano” frente a lo que una gran parte de la opinión pública consideraba una trayectoria autoritaria y sectaria. Los acontecimientos que se han producido desde el 7 de junio también son muy significativos. En los días posteriores, un sondeo de opinión planteaba esta pregunta (chocante en una democracia): “Si hubiese conocido de antemano los resultados de estas elecciones, ¿habría votado lo mismo?”. Sin sorpresas, este sondeo otorgaba algunos puntos adicionales al AKP.
De forma más general, la actitud de numerosos responsables del AKP se ha caracterizado por una “negación de la realidad” y una propensión a considerar que el pronunciado retroceso del AKP es un error temconversaciones entre el AKP y el CHP para crear una coalición se lleven a cabo bajo la hipótesis permanente de recurrir a unas nuevas elecciones. Por tanto, no resulta sorprendente que se haya comunicado el fracaso de estas consultas varios días antes de la fecha tope del 24 de agosto y que el procedimiento que se anunció previamente (petición al CHP de formar una coalición en caso de fracaso del AKP) ni siquiera se haya seguido. El acuerdo entre Turquía y EE UU relativo a la lucha contra el EI es otro acontecimiento importante que se ha producido paralelamente a las consultas políticas. Según los términos de este acuerdo, Turquía otorga a Estados Unidos el derecho a utilizar tres bases aéreas (Inçirlik, Diyarbakir y Batman) para llevar a cabo ataques contra el EI, y obtiene a cambio el compromiso estadounidense de que las fuerzas kurdas sirias no cruzarán el Éufrates hacia el oeste y, por tanto, no unirán sus distritos orientales (Kobane y Jazira) con su distrito de Afrin.
La perspectiva de que una parte tan grande de su frontera con Siria estuviese en poder de las fuerzas kurdas era manifiestamente inaceptable para Ankara.
El problema kurdo
Al mismo tiempo, la campaña iniciada de forma autónoma el 24 de julio contra el PKK, fundamentalmente contra las bases de la retaguardia del movimiento situadas en el norte del Kurdistán iraquí, no solo ha causado inquietud entre los aliados occidentales de Turquía (que habían felicitado a Erdogan hace dos años por haber entablado un “proceso de paz” con los kurdos de Turquía), sino que ha provocado una espiral de atentados y de represión extremadamente peligrosa para el país, después de dos años de contención por ambas partes. Aunque Turquía, como cualquier Estado soberano, tiene el derecho y el deber de luchar contra el terrorismo, un cambio tan radical de política se explica por factores más generales.
Para el poder turco, la situación del problema kurdo ha cambiado radicalmente a causa del avance del EI. De hecho, en 2014, los peshmerga del Kurdistán iraquí demostraron rápidamente que eran los combatientes más activos contra el EI, y recibieron apoyo político y militar occidental. Después, los combatientes kurdos sirios (YPG) dieron muestras de ser eficaces y recibieron un apoyo aéreo decisivo de EE UU. Y, por último, el partido kurdo de Turquía, el HDP, se ha convertido en el principal adversario del proyecto de hiperpresidencialismo de Erdogan. Este último, al haber perdido la mayor parte del voto kurdo, tiene que contar ahora con el movimiento nacionalista (que se opone categóricamente al proceso de paz con los kurdos) para que el AKP recupere la mayoría y forme gobierno en solitario.
Esta apuesta electoral, muy arriesgada por lo demás, explica el proceso de demonización de los kurdos de Turquía (tanto del PKK como del HDP) por parte del poder político. En las nuevas elecciones que se celebrarán el 1 de noviembre (si la situación en el ámbito de la seguridad lo permite), si bien no hay que descartar la posibilidad de que el AKP recupere la mayoría simple de 276 escaños de 550, parece muy improbable que pueda alcanzar la mayoría del 60% (330 escaños) necesaria para someter a referéndum el proyecto de presidencia ejecutiva de Erdogan. Además, actualmente se considera que las probabilidades de que el HDP vuelva a caer por debajo de la barrera del 10% de los votos (y se vea por tanto excluido del Parlamento) son muy bajas. En otras palabras, es muy probable que tras las nuevas elecciones se llegue al mismo callejón sin salida político, es decir, la necesidad de una coalición (o un gobierno del AKP con una mayoría escasa, e incluso un gobierno en minoría) y la imposibilidad de conseguir que se apruebe un régimen hiperpresidencialista. Asimismo, el discurso político del presidente Erdogan –que indica que, como ha sido elegido por sufragio universal, el régimen es de facto presidencial y solo se trata de hacer que la Constitución se adapte a la realidad– incrementa aún más los temores de los que se oponen a él.
Por tanto, no hay que excluir que el AKP obtenga un resultado aún menos favorable que el pasado junio. Por tanto, una de las dificultades después de las elecciones de noviembre reside en el callejón sin salida político al que se puede llegar entre una votación democrática poco favorable, e incluso abiertamente hostil, a los proyectos de Erdogan y un presidente elegido democráticamente pero poco dispuesto a renunciar a su proyecto personal de dominio de la jerarquía institucional del país. Esta dificultad política interna podría surgir en un momento en el que la política exterior turca está más preocupada que nunca por los acontecimientos en los países vecinos: el acuerdo nuclear iraní otorga un papel regional más importante a Teherán y refuerza indirectamente al régimen de Bachar al Assad (cuya marcha desea Erdogan); los kurdos de Irak y de Siria son más fuertes desde el punto de vista político y militar que hace solo un año y cuentan con el apoyo de EE UU; Egipto (cuyo jefe del Estado es abiertamente criticado por el presidente turco) ha vuelto al juego político regional; la propia Turquía se ve arrastrada hacia un papel más activo (que no deseaba) contra el EI. A su vez, este conjunto de factores políticos internos y externos tiene consecuencias negativas para la economía y la divisa turcas, así como para la cohesión social del país. Además, la situación en el ámbito de la seguridad es extremadamente tensa. Por tanto, el futuro de Turquía se ve ensombrecido hoy en día por numerosas incertidumbres.