El cómic, pintura para todos, de un acceso más fácil y más inmediato que la novela o los libros de historia, constituye una sucesión de caricaturas simplificadoras y reductoras destinadas al consumo de masas. Con relación a otros medios de comunicación, como el cine, el cómic goza de una libertad de expresión que permite que los arquetipos de los tópicos emerjan de lo más hondo del inconsciente occidental. La afectación desaparece, se difumina, y sólo quedan las imágenes más exuberantes y apropiadas para golpear las ya ahítas imaginaciones.
En otro artículo anterior, intenté resituar el sistema de las imágenes de los cómics en la genealogía del imaginario colectivo occidental sobre los turcos.1 Desde su aparición, hace ya casi dieciocho años, el debate sobre una eventual adhesión de Turquía a la Unión Europea sigue suscitando ríos de tinta y discursos políticos hostiles, que reflejan temores imaginarios, fobias inconscientes y tópicos fosilizados, provenientes de una educación tradicionalmente eurocentrista más que de una apreciación medida y realista de la Turquía de hoy. Nolens volens, los cómics participan en la fijación de esas fobias, reforzando los miedos y los tópicos en el imaginario colectivo de las generaciones contemporáneas europeas.
Después de rebuscar un poco, hemos podido identificar una cincuentena de cómics cuya temática Los turcos, entre el exotismo del deseo y la angustia de lo prohibido en los cómics Alain Servantie. Jefe de Unidad, DG Ampliación, Comisión Europea El cómic, pintura para todos, de un acceso más fácil y más inmediato que la novela o los libros de historia, constituye una sucesión de caricaturas simplificadoras y reductoras destinadas al consumo de masas. Con relación a otros medios de comunicación, como el cine, el cómic goza de una libertad de expresión que permite que los arquetipos de los tópicos emerjan de lo más hondo del inconsciente occidental. La afectación desaparece, se difumina, y sólo quedan las imágenes más exuberantes y apropiadas para golpear las ya ahítas imaginaciones. está más o menos relacionada con Turquía, publicados en el transcurso de los últimos cincuenta años, entre los que se encuentran algunas reediciones antiguas.
De los cómics para niños (Bécassine chez les Turcs [1919], Le canon turc [1967] o Jéromba le Grec [1969], de la serie «Bob et Bobette», Les mystères du télépathophone [1986]), y otros de vocación abiertamente erótica, casi pornográficos (Pichard, Marie-Gabrielle en Orient [1981] [Marie-Gabrielle en Oriente], Les voluptés de l’Orient Express [1989]; Serrano, Les croisades de l’amour; Manara, Dufaux y Miralles con las aventuras de Kim Nelson, de la serie «Djinn»), se pasa a los de aventuras pseudohistóricas que tienen lugar en la época de las cruzadas (Les sentinelles de la nuit, de la serie «Vasco») y en el Renacimiento (L’Ermite des météores [2006], de la serie «Galata»), o a otros con una marcada predilección por la época de la guerra de 1914, tema de numerosos volúmenes (La maison dorée de Samarkand [La casa dorada de Samarkanda]; Lawrence d’Arabie ou le mirage du désert [1983]; las aventuras de la serie «Djinn» y las de la serie «Ian Kalédine»; la elección de ese período no tiene nada de inocente, ya que se trata de mostrar a un sultán muy poderoso y cruel); también cabe mencionar los de temática policíaca (Le poignard d’Istanbul [Un puñal en Estambul], L’héritier [El heredero]; de tráfico de drogas en La boîte morte, le vengeur et son double, o de espías en Le miroir du Sphinx [1988], y las aventuras de Stéphane: À l’Est de Karakulak, Le repaire de Kolstov). Finalmente, los temas comunes, con persistencia de viejas imágenes y tópicos, aparecen claramente en los volúmenes de carácter puramente turístico (Istanbul et les Stambouliotes; Istanbul, serie «Carnets d’Orient [recueil]»). La Porte d’Orient [La puerta de Oriente] se desarrolla en 1938 durante la caza llevada a cabo contra Trotski, refugiado en las islas Príncipes, por parte de los soviéticos. Una sola obra transcurre en el futuro: Le Héros (2006), de la serie «Cyclopes», que tiene lugar en la década de 2050 y pone en escena una especie de ejército privado enviado al este de Turquía para proteger una supuesta misión de mantenimiento de la paz en nombre de la ONU.2 Este primer examen pone de manifiesto que la mayoría de los autores publicados en lengua francesa pertenecen a la escuela franco-belga; también se han publicado las obras de algunos autores italianos y de un autor español. En cambio, no nos ha sido posible encontrar ningún cómic estadounidense sobre Turquía (sólo los eróticos que transcurren en Oriente, pero sin una localización concreta, como Les mil et une nuits, de Corben y Strnad). Las razones que explican la concentración de la temática de los cómics estadounidenses en la ciencia ficción y su falta de interés respecto al exotismo geográfico son múltiples:3 los limitados contactos con el mundo exterior, la convicción de que el espacio de Estados Unidos es el mejor mundo posible, de que el resto del mundo está atrasado y, por último, de que es más fácil que una posible amenaza venga de un futuro mal controlado que del pasado.
Más allá de la originalidad de la historia, vamos a estudiar el modo en que los diferentes cómics han tratado a Turquía en lo referente al paisaje, la arquitectura y los personajes, y a todo aquello que puede tener relación con la orientación política.
El viaje y la travesía
La mayoría de los cómics empiezan con un viaje o con una llegada que implica una traslado; dicho de otro modo, una transgresión principalmente hacia Estambul, el destino más citado.
El modo de locomoción que con más frecuencia se cita en los cómics de carácter histórico es el barco, un medio esencial hasta finales del siglo XIX, que conducía al puerto de Estambul, al mítico Cuerno de Oro. Se trataba de descubrir Estambul cuando el sueño y los deseos insatisfechos todavía nublan la memoria, en la opacidad gris de la acolchada niebla matutina, cuando el mar y el cielo se confunden; ver perfilarse en Oriente un disco rojo cuyos reflejos van a dorar las puntas de los minaretes de Santa Sofía o de la Mezquita Azul; silueta de una ciudad inmensa y soberbia que emerge en el humo, la bruma, el vaho, el polvo… (La Porte d’Orient, Le chant du Muezzin, À l’Est de Karakulak, L’héritier, Istanbul et les Stambouliotes y Aziyadé). El tren, el Orient Express, inaugurado en 1891, pero en desuso desde la década de 1960, sólo aparece ocasionalmente en los cómics (Les voluptés de l’Orient Express), aunque esté más presente en las películas, como en la adaptación cinematográfica de Asesinato en el Orient Express (Murder on the Orient Express, Sidney Lumet, 1974) de Agatha Christie, o en el James Bond de Desde Rusia con amor. A partir de la década de 1960, el avión se convertiría en el medio de trasporte más común para llegar a Turquía (L’héritier, Le mystère du télépathophone).
En À l’Est de Karakulak aparecen sucesivamente todos los modos posibles de transporte que pueden utilizarse en Turquía: avión, barco (en el mar Negro), tren, autobús, dolmus (taxis colectivos), pero en otras obras sólo se representan parcialmente (por ejemplo, en La boîte noire).
Son bastante raros los cómics en los que las historias de sus héroes se desarrollan fuera de Estambul. En Anatolia, Samsun, Gümüshane Sivas y Erzurum, À l’Est de Karakulak; en Afyon, La boîte morte, le vengeur et son double; en una ciudad del mar Negro, Sang d’Arménie; en Adana, Shan Pacha; en Tarsus y Van, La maison dorée de Samarkand (en la costa sur); en Marmaris (la única representación de playas para turistas), Le treizième apôtre; en Capadocia, Les mystères du télépathophone, Shan Pacha y Les sentinelles de la nuit, y sobre todo Rêver, peut-être [Tal vez soñar], de Manara, donde las chimeneas de hada llegan a tener formas fálicas. Es de destacar la ausencia de Ankara, la capital, ciudad cuya arquitectura es tan mediocre y triste que no interesa a nadie; no obstante, la película de espías Operación Cicerón, de Joseph L. Mankiewicz (1952), ofrecía unas vistas de una Ankara que hoy ya no existe. Y en À l’Est de Karakulak (publicado en 1986), se mencionan los frecuentes terremotos que tienen lugar en Anatolia.
Algunos cómics mezclan Turquía con Oriente Próximo, dando la impresión de que el desierto, con sus camellos y sus palmeras, está cerca (Bécassine chez les Turcs, Le chant du Muezzin, Les 30 clochettes [Las 30 campanillas], Le tatouage [El tatuaje], Le trésor [El tesoro], La boîte morte, le vengeur et son double, Le treizième apôtre).
Estambul: minaretes, cúpulas y laberintos
Tal como hemos dicho anteriormente, el lugar preferido para las descripciones sigue siendo Estambul, ciudad mundana y laberíntica, en la que el mar es omnipresente. El Bósforo, con sus orillas cubiertas de yalis y de pequeños palacios, como el de Beylerbey (en la serie «Djinn», Shan Pacha, Istanbul et les Stambouliotes, y también en La Porte d’Orient).
El puente de Gálata –con su estruendo de coches tocando el claxon, y su hormigueo de gentes atareadas, cargadas hasta los topes, corriendo de un lado para otro–, símbolo de una muchedumbre cuya actitud podría ocultar, si no hostilidad, alguna clase de segundas intenciones (À l’Est de Karakulak), se convierte en un centro estratégico, en un filtro obligatorio de acceso: un topos. El puente simboliza la necesaria trasgresión del estatus occidental de los grandes hoteles modernos con aire acondicionado, provistos de filtros y de puertas giratorias que se abren hacia el exterior, hacia la ciudad histórica, «oriental» (La Porte d’Orient, Le poignard d’Istambul, Istanbul et les Stambouliotes, Aziyadé). Uno de los puentes sobre el Bósforo sólo aparece en ciertos álbumes bastante recientes (L’héritier); es como si en los otros cómics lo hubieran borrado del paisaje –esos puentes demasiado modernos no son «suficientemente exóticos»–, del mismo modo que en el siglo XIX los pintores orientalistas eliminaban de los paisajes de Estambul las primeras fábricas que comenzaban a aflorar. Los grandes hoteles apenas aparecen; no obstante, el Pera Palace, un hotel de lujo de principios del siglo XIX, se convierte en un lugar exótico que nos trae a la memoria el Orient Express y a Agatha Christie (Istanbul et les Stambouliotes, L’homme qui fait le tour du monde).
La ciudad parece un amasijo, un informe montón de viejas casas de madera labrada ubicadas en calles empinadas, que ofrecen una impresión de desorden y de falta de planificación (Le chant du Muezzin, La Porte d’Orient, Aziyadé), y en las que ni tan siquiera los palacios parecen haber sido construidos según un plano preciso (véase el Topkapi en Les 30 clochettes, Le tatouage, Le trésor).
De entre ese amasijo, y a menudo desde la primera página de los álbumes, emergen los minaretes, asociados algunas veces a la Torre de Gálata (Le chant du Muezzin, La Porte d’Orient), y las cúpulas de las mezquitas, que simbolizan la diferencia de religión, acentuada a veces por escenas de oración que tienen lugar en su interior (Bécassine chez les Turcs [Mezquita Azul en La Porte d’Orient y Le poignard d’Istambul], Le chant du Muezzin, Les mystères du télépathophone, La favorite [La favorita], Istanbul et les Stambouliotes), pero también repetidas como un eco por las estelas de los cementerios (Istanbul et les Stambouliotes), inspiradas en postales antiguas (serie «Carnets d’Orient ») (los cementerios pueden llegar a ser lugares de encuentros amorosos clandestinos [Aziyadé]). Los minaretes constituyen, más o menos inconscientemente, símbolos fálicos (véase en especial la serie «Djinn», o más abiertamente cuando aparece un minarete erguido, cortando toda una página, precisamente en el transcurso de una noche de amor, como en Aziyadé), tal como señalaron quienes visitaron la ciudad en el siglo XIX y principios del XX. Le Corbusier soñaba con el éxtasis de «palpar la generosa panza de un jarro y acariciar su cuello grácil, y después explorar las sutilezas de sus curvas […] El arte excita la sensualidad, despertando ecos profundos en el ser físico. Da al cuerpo –al animal– la parte que le corresponde, y luego, sobre esa base sana y limpia en la expansión de la alegría, sabe levantar las más nobles columnas […] Las formas son expansivas y rebosantes de savia… el volumen que se expande [es] el más bello […] Andrinopla es como una elevación en medio de una vasta planicie, resuelta en una magnífica cúpula. Formidables minaretes, que en la lejanía parecen finos como los juncos de los pantanos, exaltan y dirigen directamente hacia arriba ese gran impulso. [En Estambul] sólo hay dos tipos de arquitectura: los grandes tejados aplanados, surcados de tejas, y los bulbos de las mezquitas de donde brotan los minaretes […] Las orillas que retienen [los flujos de las aguas dulces de Europa] son torneadas como inmensos cuernos de la abundancia […]».4Y el abad Michon observaba: «Mezquitas de graciosas cúpulas, perforadas por ventanas de medio punto, ofrecen el contraste de sus inmensas curvas con la ligereza de los infinitos minaretes que se alzan como un bosque de mástiles […] La única cosa que es verdaderamente original en las mezquitas, aunque pertenezca al islamismo, y que merece ser admirada, es el minarete. Me da envidia que no exista en el cristianismo. ¡Qué bello es el minarete! ¡Qué concepción más noble! […] columnas esbeltas, divididas en varias filas de tribunas, posiblemente inspiradas en las columnas de los estilitas, sobre las cuales, a los cuatro vientos del mundo, se repite el canto del muezín.»5
El particularismo religioso está aún más acentuado por la representación de derviches danzantes en Bécassine chez les Turcs, Shan Pacha, Le tatouage, Istanbul et les Stambouliotes, La maison dorée de Samarkand, esta última obra también evoca escenas de posesión entre los yezidis en el sudeste de Turquía, o de tintes cómicos en Gurus, derviches and Co. En cambio, los derviches aulladores –ampliamente descritos por los viajeros delsiglo XIX (Gautier, Mme de Gasparin, o Zonaro [véase el cuadro de este último])– no aparecen, sin duda porque resultan más difíciles de representar gráficamente. También se citan poco los vestigios bizantinos (en especial, Santa Sofía o las murallas de Teodosio) (en la serie «Vasco» o Jéromba le Grec).
Un lugar inevitable en los cómics es el gran bazar –el bazar de las mil y una noches–, un dédalo de atestados pasillos y un laberinto que trae a la memoria el mercado de esclavos, obsesión de los viajeros y pintores del siglo XIX, y que aparece como un sistema de cavernas subterráneas, a semejanza de las cisternas bizantinas presentes en la serie «Carnets d’Orient», Jéromba le Grec, Istanbul et les Stambouliotes, las cuales desempeñan un papel primordial en el James Bond de Desde Rusia con amor. El bazar «no tiene nada de europeo», y en él el regateo constituye una especie de sutil sustitutivo de los preliminares amorosos, pero también es un lugar para los ojeadores y vendedores de alfombras, que trafican con todo tipo de mercancías, y que incitan a los ingenuos curiosos a caer en sus trampas (Bécassine chez les Turcs, Jéromba le Grec, L’héritier, La Porte d’Orient, Le poignard d’Istanbul, Le chant du Muezzin, Les 30 clochettes). Y hasta puede llegar a ser un lugar de crímenes (La Porte d’Orient, Le poignard d’Istanbul), o en el que, entre las librerías de lance (La favorite) o las chamarilerías de toda clase (Le poignard d’Istanbul), pueden descubrirse los indicios que permitirán conducir a un tesoro, o a una cueva de Alí Babá.
El laberinto de los callejones del bazar conduce a un lugar mítico y esencial: el café, lugar de encuentros (La Porte d’Orient, Le poignard d’Istanbul, La favorite) y lugar donde se ocultan los amores prohibidos –café Piyer Loti en las alturas de Eyüp (Aziyadé), Yakup Meyhane en Istanbul et les Stambouliotes–, tal como reproducen las imágenes de los pintores orientalistas del siglo XIX. En los cafés, los jugadores de chaquete y las bailarinas de la danza del vientre aparecen detrás de una pantalla de humo. El café también es una taberna en la que se pueden comer alimentos exóticos: bogavante (La Porte d’Orient), kebab pandeli (Le chant du Muezzin), adana kebab, köfte (À l’Est de Karakulak), sis kebab (Jéromba le Grec), pastirma de kayseri en Les sentinelles de la nuit, y beber raki (La boîte morte, le vengeur et son double). Pero sobre todo el tabaco y sus volutas –el humo– son parte integrante e imprescindible del café –«fumar como un turco» en Istanbul et les Stambouliotes–; su presencia se ve acentuada por el dibujo de narguiles de formas rotundas como las de las gaitas (La Porte d’Orient, Le poignard d’Istanbul, La favorite, La boîte morte, le vengeur et son double, la serie «Carnets d’Orient»). El narguile también nos habla de un modo distinto, y más fascinante, de fumar hachís u opio (La boîte morte, le vengeur et son double, La maison dorée de Samarkand), y hasta afrodisíacos (píldoras en La favorite, Le tatouage), a los que se hace alusión de una manera indirecta en las representaciones del mercado de las especias (el mercado egipcio, Misir Carsisi). En cambio, las chibuquíes, las largas pipas utilizadas en los siglos XVIII y XIX, que están muy presentes en la obra de los pintores orientalistas y en la descripción que Theóphile Gautier nos ofrece de Estambul, con el tiempo han ido desapareciendo, y en los cómics no figuran en ninguna parte.
Asimismo se aprecia la casi total desaparición de uno de los lugares favoritos de los viajeros del siglo XIX, cargado de valores eróticos: el hammam. Éste sólo aparece de una manera muy cruda en La favorite, es decir, como un baño turco donde ambos sexos se mezclan, como sucede en los actuales centros turísticos turcos, pero con la diferencia de que se trata de un burdel.
La utilización del vocabulario turco sirve para dar más color local; por una parte, en los nombres de los héroes –Ibram, Yusuf (en la serie «Djinn»)–, pero sobre todo en los letreros que aparecen en la calle: «Kösem büfe», al lado de «Burger King» (Istanbul, serie «Carnets d’Orient [recueil]»), ticaret («comercio», en L’héritier). Le chant du Muezzin muestra en 1914 letreros en caracteres latinos muy posteriores: Pandeli lokanta. Çerkez tavugu («Restaurante Pandeli, pollo circasiano»). Lenguaje de harén en Le trésor: baskadin, saray usta. En Aziyadé, junto a letras árabes de fantasía, la heroína se dirige al héroe en un turco perfecto –severim seni, Lotim («te quiero, mi Loti»)–, pero después, cuando él se entera de la muerte de su heroína, el dibujante copia la lengua en la que el propio Loti había escrito su novela: eûlmûch, eulû (ölmüs, ölü: «¡Está muerta! ¡Ha muerto!»). La preocupación de transcribir con toda precisión la lengua actual señala el deseo, por parte de los guionistas y dibujantes, de reproducir la realidad tal como es, y no sólo de dibujar figuras irreales.
En Le miroir du Sphinx, una falsa espía aprende turco para imitar a la verdadera espía nacida en Estambul. Las citas en turco muestran un especial cuidado con la lengua escrita, cosa que no sucede en Le treizième apôtre.
Los forzudos turcos de enormes mostachos
Los héroes de los cómics sobre Turquía son siempre europeos: belgas, como los héroes de la serie «Bob et Bobette»; bretones, como Bécassine; británicos, como Lester Cockney en Le roi des Dalmates, Sackville en Le miroir du Sphinx, Kim Nelson en la serie «Djinn», o el falso héroe de Aziyadé, y rusos, como Ian Kalédine en Shan Pacha. También aparecen muchos diplomáticos y espías de origen extranjero, lo que viene a reforzar la impresión de que Turquía es un centro del espionaje internacional, con un importante papel en la geopolítica mundial, especialmente en el período anterior a la caída del muro de Berlín, lugar de enfrentamiento entre el Este y el Oeste (véase en particular La Porte d’Orient y la película Desde Rusia con amor).
Los personajes turcos tan sólo aparecen como figurantes y, en general, son poco simpáticos; fríos comparsas o policías corruptos en L’héritier o Le repaire de Kolstov, taimados comerciantes falsa mente ingenuos, traficantes de pasaportes falsos (La Porte d’Orient) y de drogas (La boîte noire), o mafiosos que especulan con el tráfico de residuos envenenados (À l’Est de Karakulak). En los cómics contemporáneos aparecen personas autóctonas que desempeñan las funciones utilitarias en los lugares de paso obligado para los turistas, y pequeños y pintorescos oficios que en los países occidentales ya han desaparecido: ropavejeros, vendedores de alfombras (Le poignard d’Istanbul, Les sentinelles de la nuit), vendedores de babuchas, limpiabotas, portadores de linternas mágicas, vendedores de simit y avellanas, vendedores de refrescos y aguadores con su pequeña cisterna cargada en la espalda (L’héritier, Le mystère du télépathophone, À l’Est de Karakulak), cíngaros haciendo bailar a un oso o un mono al son del tamboril (Le chant du Muezzin), tañedores de oud, obradores de pasteles tradicionales –helva y lukum, verdes y rosas– (Istanbul et les Stambouliotes; Istanbul, serie «Carnets d’Orient (recueil)», vendedores de especias (La boîte morte, le vengeur et son double), encantadores de serpientes (Le tatouage), o criados como Samuel en Aziyadé. Istanbul et les Stambouliotes incluye retratos de oficios «típicos»: el piloto de un petrolero en el Bósforo, la camarera de un bar moderno.
El fez, prohibido desde Atatürk, aparece con toda naturalidad en los cómics de carácter histórico de antes de la República, pero también es posible encontrarlo en La maison dorée de Samarkand, Le poignard d’Istanbul, La Porte d’Orient, Geheim opdracht y Jéromba le Grec. La representación del fez marca la diferencia entre la imagen que suele tenerse de los turcos y la realidad de hoy en día. Por otro lado, los turcos siempre llevan bigote –un atributo esencial del hombre turco–, y van a afeitarse al kuaför o al berber, barberos cuya navaja de afeitar es altamente amenazadora (Istanbul et les Stambouliotes).
La presencia casi constante de mozos de cuerda (hamal) cargados con bultos voluminosos, o portando un piano, recuerda el tópico de «fuerte como un turco» (Le chant du Muezzin, Les mystères du télépathophone, Istanbul et les Stambouliotes, Aziyadé, Istanbul), y los dibujos de luchadores untados de aceite (Shan Pacha, Jéromba le Grec) se refieren indirectamente a la supuesta potencia sexual de los turcos, ampliamente citada en la serie «Djinn» y en particular en el álbum La favorite. Las alusiones a Karagöz, héroe del teatro de marionetas turco, cuyas pillerías, por no hablar de sus apariciones itifálicas y de sus obscenidades, desaparecerían bajo la presión de los occidentales puritanos de finales del siglo XIX –aunque llegaran a ser célebres entre ciertos autores, como Gérard de Nerval, en La maison dorée de Samarkand y Aziyadé–, constituyen los vestigios de antiguas fuentes literarias que presentan la imagen de un Oriente lascivo. Los mismos álbumes también hacen alusión a la homosexualidad masculina: «¡Salónica, tus minaretes se asemejan a viejas bujías enhiestas en medio de una ciudad sucia en la que florecen los vicios de Sodoma!», o «en el antiguo Oriente, todo es posible» (Aziyadé); asimismo se hace referencia a la violación de Lawrence de Arabia por los soldados turcos, o a la de un actor inglés en La maison dorée de Samarkand.
Por último, es necesario mencionar algunas minorías cuyos rasgos aparecen fuertemente marcados: un artesano armenio, un judío o una fuente sagrada en el fondo de una iglesia ortodoxa en Istanbul et les Stambouliotes e Istanbul, en la serie «Carnets d’Orient (recueil)»; gitanos en La boîte morte, le vengeur et son double; un armenio con un inglés tan perfecto como el corte de su chaqueta; un judío, Stein, de nariz reveladora; un judío trotskista, Stern, buscado por el NKVD soviético en 1938; emigrados rusos en La Porte d’Orient, coristas inglesas en un gazino de Estambul, dando a entender que los occidentales sólo se buscan a sí mismos aunque se hallen bajo otros cielos; una armenia que trabaja para los servicios británicos en 1914 (Le chant du Muezzin); armenios víctimas de matanzas en Shan Pacha y Sang d’Arménie. En los cómics históricos (Le miroir du Sphinx, Lawrence d’Arabie, La maison dorée de Samarkand, Les sentinelles de la nuit, Raid sur la Corne d’Or, Shan Pacha, Sang d’Arménie, la serie «Djinn») proliferan los soldados crueles, los pachás tiránicos, e incluso se representa a Abdul Hamid II, el «sultán rojo», el último soberano absoluto de Europa, aislado en su misma paranoia.
Los únicos protagonistas turcos un poco simpáticos son Chevket, sosias de Corto Maltés, en La maison dorée de Samarkand; un ingeniero inventor emigrado en el Télépathophone, el único intelectual; el mozo de cuerda Kemal en Jéromba le Grec, así como Ibram Malek, en la serie «Djinn», un personaje muy viril enamorado de la heroína.
La mujer ausente e idealmente lujuriosa
En los cómics, las mujeres están todavía menos presentes que los hombres. Muchas aparecen veladas en las calles, en las esquinas de las imágenes; es decir inaccesibles, casi inexistentes, soñadas (L’homme qui fait le tour du monde, Le trésor, Istanbul et les Stambouliotes, Aziyadé). Son mujeres observadas (y no me refiero a las que se ven normalmente, sino a aquellas que llaman la atención porque contrastan con las costumbres). El velo también puede servir para que los hombres se disfracen de mujeres (Bécassine chez les Turcs).
La mujer velada hace alusión a la mujer raptada, según las historias tradicionales sobre corsarios de los siglos XVI al XVIII, como puede verse en Raid sur la Corne d’Or, Marie-Gabrielle en Orient, La tête de turc d’Iznogoud [La cabeza de turco de Iznogud] y la serie «Corentin». Una heroína contemporánea, Kim Nelson, es raptada mientras investiga qué le ocurrió a su abuela, que a su vez fue raptada en 1912, pasando a convertirse en favorita del sultán (La favorite). El rapto de mujeres nos lleva a su venta en los mercados de esclavos, como en las reproducciones de los cuadros de los pintores orientalistas delsiglo XIX (La favorite, Les 30 clochettes); esa representación del mercado de esclavas venía a simbolizar el burdel, censurado en las imágenes del puritano mundo occidental.
Casi sin transición se pasa de la mujer «ausente» a la mujer extraordinariamente seductora: «El cuerpo de una mujer seguirá constituyendo el poder supremo ante el cual los hombres se doblegan», escribe el guionista de La favorite, que sitúa un harén-burdel en el Estambul de hoy. Más comúnmente, la fantasía se expresa a través de las cadencias de las bailarinas de la danza del vientre en las escenas de los cabarés, bailarinas alejadas de los héroes por una escena (Le poignard d’Istanbul, La Porte d’Orient).
Además de Aziyadé, que hace una discreta alusión a los amores carnales del héroe de Loti con la joven turca, la inmensa mayoría de los cómics no dejan que sus héroes lleguen hasta la culminación de su deseo con una mujer turca, a diferencia de los héroes de las novelas policíacas, OSS 117 o SAS, incorregibles seductores que seducen a las danzarinas, o a las estudiantes de ciencias políticas.6 En cambio, en la serie «Djinn», pueden verse varias escenas de lesbianismo (La favorite, Les 30 clochettes, Le tatouage).
Violencia y emoción
Más allá de la distancia que se mantiene respecto a unos personajes que, por voluntad de sus autores, no despiertan ninguna clase de simpatía, en los diferentes álbumes se presenta a Turquía como un país donde reinan la violencia, la opresión y el peligro (con la excepción de Bécassine chez les Turcs y de Le treizième apôtre).
El único álbum de Tintín en el que se habla de los turcos, Le sceptre d’Ottokar [El cetro de Ottokar], dedica toda una página a una falsa miniatura que representa una victoria de los sildavos sobre los turcos en la batalla de Zileheroum (sic), una hazaña que les permitiría reconquistar su independencia tras siglos de dominación otomana –reproduciendo, de paso, la presentación de la independencia de los países balcánicos en el transcurso del siglo XIX. Curiosamente, en este álbum pueden verse paisajes de pueblos con minaretes.
La serie «Une aventure de Stéphane», de Ceppi, es la única que se sitúa en la Turquía contemporánea, y en ella se habla especialmente de las políticas actuales, como la defensa del medio ambiente. El último álbum, L’Or Bleu, trata problemas como el del reconocimiento de las minorías kurdas, y habla del tema del reto estratégico que constituye el control del agua, el agua de los ríos Tigris y Éufrates, cuya distribución hacia otros países de Oriente los turcos creen que pueden administrar a través de un sistema de presas. Ningún álbum hace una alusión precisa a los dirigentes políticos turcos actuales, al tema de la adhesión de Turquía a la Unión Europea, ni tampoco a la intervención en Chipre.
Todos los demás álbumes transcurren en un pasado más o menos remoto con una predilección por el período 1894-1920, que permite eludir mejor las realidades actuales y representar, sin temor a ser criticado por caer en el anacronismo, un sultán cruel y episodios violentos; los tres últimos álbumes de la serie «Vasco», Shan Pacha, La maison dorée de Samarkand y L’île aux chiens, hablan de los pogromos contra los armenios y de su genocidio, y los de la serie «Djinn» se refieren al período de Abdul Hamid II, el «sultán sangriento»; otros álbumes, Lawrence d’Arabie, Le miroir du Sphinx y Les Éthiopiques [Las etiópicas] relatan las rebeliones árabes contra los turcos a principios del siglo XX. En Aventures du Kurdistan, de Micheluzzi, se presenta a los kurdos «como un pueblo orgulloso y antiguo, encerrado entre Irán e Irak», sin hacer la más mínima referencia a Turquía. La obra de Hugo Pratt transcurre inmediatamente después de la guerra de 1914, y en ella se hace alusión al movimiento de rebelión de Mustafá Kemal contra el sultán, y a las aventuras de Enver Pachá en Asia Central, episodios que con frecuencia los lectores occidentales desconocen.
La atmósfera de guerra, con la concentración de reporteros en el Pera Palace, impregna algunos cómics, como La Porte d’Orient (donde la presencia de rusos en Estambul parece inspirada por la estancia de Trotski en el exilio, o por la de Marc Lévy, empleado de Hachette en Estambul en la década de 1930, el cual afirmaba ser el autor de Roman avec cocaïne),7 Le chant du Muezzin o L’héritier.
Hoy, las historias de espías han pasado a ocupar el lugar de las antiguas historias de amor; la mujer ha desaparecido del imaginario porque, al occidentalizarse, se ha trivializado. Las ciudades calificadas como antiguas son las que se escogen preferentemente para ambientar las novelas policíacas; Venecia es la ciudad de las lunas de miel; Estambul, la de los viajes de solteros. Turquía es un mundo límite, en el que en la época de la guerra fría, muy cerca del telón de acero, los agentes del Oeste y del Este (KGB) competían entre sí (L’héritier). Hoy, Turquía se ha convertido en un lugar de paso hacia el fanatismo musulmán, Irak e Irán.
El comportamiento especialmente sádico de los policías o los soldados turcos que se muestra en la película El expreso de medianoche (Midnight Express, Alan Parker, 1978) también aparece en algunos cómics, como Les 30 clochettes, L’héritier, Les sentinelles de la nuit, Le roi des Dalmates y Lawrence d’Arabie, de la serie «Corentin». La tortura del empalamiento se menciona en Raid sur la Corne d’Or. En la serie «Djinn» también proliferan las cabezas cortadas (La favorite, Les 30 clochettes, Le trésor), tema tradicional de los escritores románticos, como Lamartine.
Conclusión: uno se sorprende deseando que los turcos no se modernicen
Los cómics más recientes se inspiran en documentos históricos, en fotos y en periódicos. La imagen del cómic, al límite de la caricatura, se concentra en algunos temas que llaman la atención, temas que quieren representar el exotismo; es de destacar la repetida aparición de imágenes antiguas (sobre todo en lo referido al rapto de mujeres) vinculadas a un conocimiento meramente pictórico de los países.
Como es natural, la ecuación personal de los autores puede desempeñar un cierto papel, con la búsqueda personal de fuentes literarias, como puede verse en los álbumes de Ferry y Vernal, de Hugo Pratt, o hasta en la serie «Djinn».
Lo primero que se capta cuando se mira de una manera superficial es la diferencia (la mujer velada, el minarete, etc.); todo lo que tenemos en común no tiene interés y no merece la pena describirlo. El exotismo es un pretexto para pasar a lo fantástico; es decir, a los viajes iniciáticos o peligrosos, en un entorno extraño que todavía nos sigue pareciendo hostil: un Oriente mítico.
En última instancia, podríamos comparar esta tendencia con la de los antiguos cómics franceses sobre Alemania, que antes de 1945 eran muy germanófobos, como pudo verse en los álbumes de Hansi, o durante la guerra en la serie «La bête est morte!». Hoy en día ya no es políticamente posible hacer cómics como ésos. ¿Asistiremos a una desaparición de los cómics turcófobos cuando conozcamos mejor ese país? Sería interesante efectuar un trabajo de investigación sobre la difusión cuantitativa de los cómics, junto con un estudio cualitativo sobre la imagen que a los jóvenes lectores les queda del país sobre el que acaban de leer una vez cerrado el álbum.
Notas
[1] Véanse mis artículos: «Les médias modernes à grande diffusion, véhicules de stéréotypes politiques : bandes dessinées sur la Turquie», Cahiers d’études sur la Méditerranée orientale et le monde turco-iranien, n.° 8, junio 1989, pp. 25-78. «Le parcours du désir», Istanbul réelle, Istanbul rêvée, París, L’esprit des péninsules, 1998.
[2] La lista adjunta no es exhaustiva. En particular, no he podido consultar las obras de los «Pieds Nickelés»: Les Pieds Nickelés princes d’Orient, París, Badert, 1940; Les Pieds Nickelés dans le harem, París, Pellos, 1975.
[3] Hasta en el cine norteamericano se habla poco de Turquía. Operación Cicerón (5 Fingers, Joseph L. Mankiewicz, 1952); Topkapi (Jules Dassin, 1964); Desde Rusia con amor (From Russia with Love, Terence Young, 1963), son películas inspiradas en novelas de origen europeo.
[4] Le Corbusier, Le voyage d’Orient, Marsella, Parenthèses, 1987, pp. 12-16, 60, 66 y 73.
[5] Abbé J.-H. Michon, Voyage religieux en Orient, París, Mme Vve Comon, 1853, t. 1, pp. 219 y 222.
[6] Josette Bruce, Tête de Turc en Turquie, París, Presses de la Cité, 1976; Josette Bruce, Tuerie en Turquie pour OSS 117, París, Presses de la Cité, 1984; San-Antonio, Bosphore et fais reluire, París, Fleuve Noir, 1991; Gérard de Villiers, SAS à Istanbul, París, Plon, 1969.
[7] Libération, 2 de marzo de 1995.