Gracias a la proliferación de las antenas parabólicas, la televisión mantiene una posición predominante en la configuración de los idearios colectivos, especialmente en los países del Sur. Internet, de forma más lenta pero irreversible, sigue sus pasos. Frente a la voluntad de los poderes políticos y económicos de controlar estos inmensos caudales de información, debe potenciarse la pluralidad de medios y el consenso sobre un código ético universal para el periodismo.
La gran revolución tecnológica de los medios de comunicación abre la posibilidad de establecer una mejor percepción mutua entre los países de las dos orillas del Mediterráneo.
«Se prohíben las parabólicas.» Ésta fue una de las primeras medidas que adoptaron los jerarcas del Frente Islámico de Salvación tras casi arrasar en las primeras elecciones municipales pluripartidistas que se celebraron en Argelia, en 1989. Manifestaban así el propósito de impedir las influencias consideradas perniciosas que llegaban de Occidente. Era un objetivo plenamente en consonancia con el de imponer la sharía o ley islámica, en virtud de la cual en los departamentos bajo control de los islamistas se vetaron las bebidas alcohólicas –incluso en los hoteles–, los cines, las discotecas u otros lugares y modos de esparcimiento estimados reprobables. Asimismo, se promocionó el velo o chadory desterraron la minifalda para salvaguardar una nueva moral no contaminada por las –a juicio de los líderes islámicos– «depravadas» costumbres de la laicidad, heredada de la colonización francesa.
Éste es un ejemplo más de los muchísimos que se dan hoy día en países del llamado Tercer Mundo. De ahí las prohibiciones de las parabólicas, el negar el acceso a Internet, e impedir la entrada de libros, prensa y revistas extranjeras. La obsesiva preocupación de todos los regímenes autoritarios ha sido y sigue siendo controlar los flujos informativos que llegan a la ciudadanía. Porque con ellos entra la posibilidad de introducir imaginarios colectivos distintos y, con mucha frecuencia, opuestos a costumbres y tradiciones que se quieren preservar obligatoriamente.
No hablaremos aquí de los sistemas empleados en el Primer Mundo para presionar e incluso manipular a la prensa, porque no es motivo de este artículo. Obviamente, son mucho más sutiles y no precisan de drásticas prohibiciones.
El caso de Marruecos, por hablar de los países más próximos del mundo islámico, los del Magreb, es paradigmático por cuanto oficialmente goza de libertad de prensa, a diferencia de sus vecinos: Túnez (sin ninguna) o Argelia (muy acosada). Un principio legal que incumple el mismo gobierno de Mohamed VI mediante el cierre de revistas satíricas, el encarcelamiento de sus directores y la imposición de fuertes multas. Cabe mencionar un caso reciente: el del semanario Nichane, suspendido por tres meses y cuyo director, Driss Ksikes, fue condenado a tres años de prisión y al pago de 80.000 dírhams (unos 7.200 €) por haber publicado una tira humorística bajo el epígrafe: «Cómo se ríen los marroquíes de la religión, el sexo y la política.» Más antigua, pero aún vigente, es la suspensión de otra publicación de humor, Dumane, del periodista Alí Mrabet, a quien –tras cumplir encarcelamiento– las autoridades marroquíes le han retirado el permiso para publicar en su país durante diez años. Tal encarnizamiento sólo se explica si se tiene en cuenta que en países con altos índices de analfabetismo, como son los de la otra orilla del estrecho, tiras cómicas, chistes y viñetas son altamente peligrosos ya que no hace falta saber leer para entenderlos.
Un ejemplo de cómo influyen los medios de comunicación en las sociedades receptoras del mensaje sería el caso de las famosas viñetas de Mahoma que publicó el año pasado el diario danés Jyllands-Posten y que provocaron una revuelta en los países islámicos, con quema de embajadas occidentales en Irán, Siria y el Líbano, y con varios airados manifestantes muertos en los disturbios generados en Palestina. Reprobables incidentes que tuvieron en la misma Europa coincidentes e inexplicables ecos casi condenatorios en las reacciones del Vaticano, las Naciones Unidas y la Unión Europea. Inadecuada actitud a la que hay que sumar el «piérdete de vista por un tiempo» del Jyllands-Posten a los humoristas daneses responsables de las viñetas.
Convengamos, pues, que las interacciones provocadas por la fuerza de los medios de comunicación alcanzan latitudes y amplitudes insospechadas; en este caso, manifiestamente indeseables.
Sin embargo, en un mundo tan globalizado, llega un momento en que es imposible frenar los flujos informativos. Cuando las nuevas tecnologías irrumpen con fuerza en las administraciones, las universidades y los hogares, es imposible practicar un blackout informativo. Sería como intentar poner puertas al mar. Por esta causa, para algunos –demasiados– gobiernos Internet es el gran enemigo a controlar. En Cuba, si se quiere comprar un ordenador es preciso obtener un permiso oficial. En China –para vergüenza del ansia capitalista por captar un mercado de 1.300 millones de personas– el gobierno ha llegado a un acuerdo con Google, Yahoo y otros grandes operadores a fin de que autocensuren determinados temas políticos, marcados por el gobierno de Pekín. En Irán se encarcela a los ciberdisidentes. Por no hablar de Eritrea, Corea del Norte y un largo etcétera de países que prohíben, censuran la información, y acosan, amenazan, amordazan al periodista. La represión se ha extendido también por el mundo musulmán. En Egipto este mes de febrero se dictó la primera condena importante contra un blogger. Cuatro años de prisión por un artículo titulado: «No hay más dios que el hombre», directamente atentatorio contra el principio del islam «No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta».
Tan reprobables agresiones contra la libertad de prensa son una clara expresión de la importancia que los gobiernos autoritarios dan a los medios de comunicación, tanto como formadores de opinión dentro de sus propios países como por la imagen que se proyecta hacia el exterior.
Pero Internet está ahí. Y las parabólicas también. Y, realmente, su fuerza en la creación del imaginario colectivo de los países que reciben las señales radioeléctricas o por satélite es enorme. Fabulosa. Para bien y para mal. Por si fuera poco, hoy por hoy el flujo informativo ha dejado de ser unidireccional, del Norte al Sur. Ahora se mueve en ambos sentidos desde que nacieron nuevas cadenas, nuevos medios que emiten del Sur al Norte. O del Este al Oeste. Para entendernos hay que subrayar el caso más notable y que ha marcado un antes y un después en este campo: la aparición de Al Yazira.
Recuerdo la primera guerra del Golfo, en 1991, en la que la americana CNN era la única fuente informativa de la contienda bélica que libraba la coalición, liderada por Estados Unidos y avalada por la ONU, contra la invasión de Kuwait por Sadam Hussein. No había forma de contrastar las informaciones. A los periodistas que cubrimos aquella contienda nos vendieron lo que quiso el entonces inquilino de la Casa Blanca, Bush padre. No había otras fuentes. Fue la guerra más mediática que nunca se haya visto. Pero de orientación prácticamente unilateral.
La segunda guerra del Golfo, la de la invasión de Irak para derrocar a Sadam Husein y así «democratizar» el país, ha sido, es, otro cantar. Desde el campo arabomusulmán, Al Yazira, Al Arabiya y otras cadenas difunden imágenes plurales, diversas versiones de una guerra, sucia en tantos aspectos, a las que nunca habríamos tenido acceso sin el concurso de las que se ha dado en llamar CNN árabes, especialmente la poderosa cadena catarí.
Es bueno tener visiones contrastadas de un mismo hecho. Especialmente cuando se trata de conflictos. Pero también es fundamental para profundizar en el conocimiento mutuo entre civilizaciones que se asoman a un mismo mar, pero que a veces se malinterpretan por ignorancia.
Siempre que se habla de visibilidad del otro, de alteridad, nos ceñimos al intercambio cultural como resultado de un mejor conocimiento a través de viajes, encuentros, mesas redondas, seminarios, etc., a celebrar entre los países del Mediterráneo. Teniendo en cuenta que a estos eventos sólo pueden acceder las élites con estudios, que son tan sólo una pequeña parte de las poblaciones del Sur, caeremos enseguida en la cuenta del gran trabajo que en este sentido pueden llevar a cabo los medios de comunicación. Especialmente la televisión por satélite. Llega hasta las casas más humildes de cualquier localidad de ambas orillas. Sinceramente, creo que la TV es el medio más potente de intercambio cultural que jamás haya existido, si tenemos en cuenta que el acceso a Internet está restringido también a las franjas de población con estudios, que en el caso del mundo árabe musulmán constituyen una porción aún muy minoritaria.
Se trata de nuevos y poderosos medios de hacer llegar informaciones, mensajes culturales, propuestas colectivas, maneras de ver el mundo y convicciones o necesidades humanas, a otras culturas muy distintas, mediante ya sea telediarios y noticias, o programas de entretenimiento, humorísticos, películas, concursos, etc. Y todo ello mediante un cruce simultáneo de direcciones. Sobre todo, como he indicado, Norte-Sur y Sur-Norte, así como Oeste-Este y Este-Oeste. Es un fenómeno que ya está en marcha. Seguramente, imparable. Ejemplos de que es así los tenemos en la ya citada emisora árabe Al Yazira, que este año ha iniciado una nueva etapa dirigida hacia un espectador foráneo que no entiende el árabe; concretamente, hacia Occidente. Para semejante audiencia, la cadena de Qatar ha inaugurado una desconexión en lengua inglesa, llegando incluso a contratar a «estrellas» mediáticas de la mismísima BBC.
De acuerdo con este propósito de saltar fronteras y borrar líneas divisorias de todo tipo, la asociación para la defensa de la libertad de prensa Reporteros sin Fronteras, con 12 secciones nacionales en todo el mundo, ha incorporado, desde el 1 de enero de este año 2007, una versión de su página web en lengua árabe, hasta esa fecha limitada al inglés, español y francés. ¿Qué quiere decir esto? Que la información ofrece ya las condiciones para llegar a ser mucho más plural. Y que la batalla en este terreno hay que ganarla a través de estos medios.
No obstante, esta cara positiva conlleva otra de muy distinto y peligroso cariz, sobre la que es obligado alertar. Donde hay posibilidades de una beneficiosa intercomunicación para un conocimiento mutuo conveniente y provechoso, las hay también, lamentablemente, para servir a torcidos propósitos totalmente opuestos. Es decir: transmitir lo que divide en vez de lo que une, en beneficio de lenguajes ideológicos exclusivistas que fomenten la incomprensión y hasta la hostilidad.
En este sentido, a determinados poderes políticos, económicos e ideológicos y monopolísticos de todo orden se les abren posibilidades insidiosas de una magnitud insospechada hasta ahora.
Por eso es más necesario que nunca conseguir métodos para la salvaguarda de códigos que preserven contra la contaminación de la mentira, la falta de entendimiento, el odio y la violencia. La línea que no debería traspasarse para alcanzarlo es el respeto a los principios fundamentales de los derechos humanos y las libertades civiles. Un fondo ético de valor universal. No se trata de generalizaciones más o menos bienintencionadas, sino de apremios actuales muy concretos. Por ejemplo, ¿supone golpear las conciencias de manera improcedente emitir los vídeos íntegros de los degüellos de secuestrados por Al Qaeda, como ha hecho en más de una ocasión Al Yazira? ¿O el ahorcamiento de Sadam Husein?
Son comportamientos sobre cuya naturaleza conviene hacerse también preguntas en determinadas informaciones procedentes de Occidente. Para nosotros, con incidencia especial en la orilla norte del Mediterráneo. Por ejemplo, el sesgo que pueda tomar –y de hecho toma muchas veces– la información audiovisual sobre el flujo migratorio que llega a la Europa meridional y occidental. El peligro de que consciente o inconscientemente induzca a juicios de valor negativos de alarmismo social y rechazo, o, por el contrario, a reflejos de acogida indiscriminada, sin regulaciones, por razones humanitarias explicables. Las imágenes de oleadas de cayucos llevando a las costas de Canarias a inmigrantes magrebíes, subsaharianos y hasta paquistaníes o indios, y el drama de naufragios que ello comporta, son susceptibles de crear estados de opinión sesgados que no excluyen la xenofobia y el racismo.
Nuestro tiempo tiene uno de sus mayores retos en el desbordamiento de los movimientos migratorios, en las más variadas direcciones y por muy distintas causas. Pero principalmente se deben al contraste clamoroso entre el mundo rico y el pobre: el mundo ordenado, en paz, con garantías legales para la persona humana y su convivencia, y a la vez dotado de posibilidades históricas inigualadas para el desarrollo económico y la consiguiente oferta de trabajo, frente a amplísimas áreas donde dominan la arbitrariedad tiránica del poder, las guerras y toda suerte de formas de violencia o las pandemias. Es la imagen, en muchos aspectos distorsionada, de un mundo luminoso que provoca resentimiento y, a la vez, atracción en otro mundo oscuro, de miseria y desvalimiento generalizados.
Los medios de comunicación –sobre todo televisivos– tienen un papel extraordinario en la aportación de un enfoque apropiado para esta tragedia, que protagoniza los comienzos del siglo xxi. Es el punto de partida imprescindible para que tanto los países de origen como los de llegada puedan llegar a justas conclusiones respecto a cómo abordarla de mutuo acuerdo.
En resumen, la fuerza de persuasión y seducción que los medios de comunicación tienen en el imaginario colectivo de las dos orillas del Mediterráneo –aplicable a orillas de mayor amplitud– debería ser una herramienta de considerable eficacia para la honesta y sincera comprensión de las diferencias, y para rebatir los tópicos transmitidos por informaciones –demasiadas veces tendenciosas– que contribuyen a la deformación de la verdad. Debe prevalecer el establecimiento de puentes para el acercamiento, así como el hallazgo de sistemas de trabajo conjunto para eliminar desniveles dolorosos e injustos.
A veces se levantan muros entre los pueblos, como el que los israelíes edifican para aislar a Palestina y como el que se construye en Estados Unidos para impedir la entrada masiva de emigrantes mexicanos. Pero existen otros muros que no son de cemento, sino de una materia todavía más impenetrable y nociva por invisible. Los constituyen las ideas preconcebidas, la predisposición contraria a un prójimo considerado como ajeno e incompatible.
Con la salvedad de los países impenetrables para la libertad de prensa, como hemos indicado anteriormente, debemos convenir en que los medios audiovisuales serían eficacísimos abanderados del acercamiento de culturas, siempre y cuando fueran independientes, objetivos y alérgicos a la influencia de los poderes económicos, políticos e ideológicos que los sostienen. Está clarísimo en el caso de las cadenas de televisión internacionales de mayor audiencia, como la CNN y Al Yazira. Hemos recibido mensajes claramente tendenciosos de la primera, y cuando menos «dirigidos» de la segunda a propósito de la guerra de ocupación de Irak desde 2003. Quizá esto conlleve una ventaja: por lo menos, ahora se pueden equilibrar los inputs que nos llegan de una y otra parte.
Dejando de lado el ámbito puntual de la cobertura de conflictos armados, el hecho de que las citadas cadenas hayan pasado a emitir tanto en inglés como en árabe debería poder interpretarse como la posibilidad de un acercamiento entre dos modelos de sociedad que, desgraciadamente, aparecen con demasiada frecuencia alejados y contrapuestos.