Con motivo de los cambios y las revueltas acaecidos en los países árabes en estos últimos años, las disciplinas artísticas también han experimentado una evolución acorde con los nuevos tiempos. En este sentido, cabe destacar el trabajo de toda una generación de directoras de cine árabes que ofrecen una mirada única e innovadora de las sociedades retratadas en sus películas. Así, cineastas como la libanesa Nadine Labaki, las tunecinas Kaouther Ben Hania y Hinde Boujemaa o la argelina Mounia Meddour han sabido llevar a la pantalla historias universales a la vez que actuales, ya sea a través del documental o la ficción, desafiando las estrictas normas sociopolíticas que rigen el mundo árabe y aportando, asimismo, una perspectiva personal y reflexiva que apela a las emociones tanto como a la crítica.
Hace ya diez años que el mundo árabe fue testigo de las primeras revueltas populares, que se alzaron para reivindicar la libertad de expresión y la justicia social. La situación política y económica del sur del Mediterráneo no deja de metamorfosearse en la imagen de esos países árabes, que siguen buscando una verdadera democracia, la cual, hoy en día, parece todavía lejana e indefinida. En esos países cuyas estructuras fundamentales se están cuestionando de lleno, resulta inevitable que el arte sacuda la homeostasis política y social en cuanto que sigue siendo una preocupación estética y generando una imagen que refleja esa sacudida, una especie de génesis para una nueva lectura del mundo. La historia de las civilizaciones no ha dejado de enseñarnos que todo movimiento popular de cierta importancia ha engendrado una nueva mirada artística y crítica que ha redefinido la organización cultural social. El cine, en cuanto que espejo «realista», no solo refleja los problemas materiales de la sociedad, sino que ahonda, asimismo, en todo cuanto se calla, los tabús, las agitaciones subyacentes, en fin, en el inconsciente colectivo. Frente a dichas agitaciones y debatiéndose entre el miedo a perder los derechos adquiridos, por una parte, y el deseo de ganar una mayor libertad para desvelar ese inconsciente, por otro, el cine árabe se encuentra en pleno proceso de redefinición y de cambio, a partir del cual propone una nueva lectura fuertemente inspirada en la atmósfera política, ideológica y moral contemporánea en que se inscribe. En dicha lectura, las mujeres cineastas se están imponiendo más que nunca en el ámbito del cine árabe, y proponen miradas muy específicas y comprometidas que exaltan un profundo, intenso y responsable anhelo de hablar, justamente, de sus respectivos países.
Pese a que la palabra se está liberando en algunos países mucho más rápido que en otros, existe un efecto de contagio que está ganando terreno y permite que emerjan nuevas cineastas que saben muy bien cómo conjugar la expresión individual con el testimonio social y se unen, así, a un movimiento cinematográfico femenino claramente precursor. Para todas ellas, dirigir una película supone ser plenamente consciente de que los tiempos cambian, igual que las reglas del juego. Hacer una película consiste en poder atravesar esos momentos difíciles, inciertos, en los que una se siente incomprendida, y tiene miedo de hablar del Otro, o de su propio país, a la vez que denuncia y critica y de ese modo, paradójicamente, reivindica su propia libertad de palabra. Para estas directoras, hacer una película consiste en introducir en el proceso algo nuevo, que no ha sido previsto en la organización de la humanidad. Todo esto es normal, puesto que una película es ese extraño y perturbador objeto que sacude todo orden preestablecido: el orden social, político y estético. A partir de ese momento, estas cineastas árabes adquieren una extraordinaria responsabilidad: contemplar el mundo no tal y como es, sino como debería ser según su mirada, y para ello, hacen tambalearse el conjunto de normas del corpus social.
La cineasta más relevante del mundo árabe es, sin duda, la libanesa Nadine Labaki, actriz, guionista y directora que ha llevado al cine libanés a ocupar un puesto muy destacado en el panorama internacional. Su última película, Cafarnaúm (2018), seleccionada para los premios Óscar en la categoría de mejor película de lengua extranjera, constituye un himno a la humanidad entera que contiene toda su crudeza, su injusticia y su fragilidad. El absurdo que encierra el ser humano se presenta a través de la mirada de Zain, un niño refugiado sirio que deambula por la enorme ciudad de Beirut.
A lo largo de la última década, es decir, desde el nacimiento de la revolución tunecina, la cineasta Kaouther Ben Hania ha rodado cuatro largometrajes: el docuficción Le Challat de Tunis (2014), el documental Zeineb detesta la nieve (2016) y dos películas de ficción: La bella y los perros (2017) y El hombre que vendió su piel (2020), seleccionada para los Óscar en la categoría de mejor película en lengua extranjera. En todas sus obras, la directora se enfrenta de una forma muy evidente al orden sociopolítico dominante, salvo en el documental, que considero el menos logrado de sus largometrajes. En ellos, la cineasta tunecina propone un nuevo discurso cinematográfico muy subversivo, de contundente denuncia. La cuestión de la dignidad humana se encuentra en el centro de sus reflexiones, que manifiesta mediante elecciones puramente técnicas de puesta en escena y realización.
Otra directora tunecina muy interesada en las historias de mujeres de origen humilde, abandonadas pero decididas a salir adelante, es Hinde Boujemaa, que inauguró su carrera cinematográfica con un largometraje documental, Era mejor mañana, estrenado en 2012, en el que muestra la injusticia social reinante justo después de la revolución, a partir de la figura de una madre que se encuentra en la calle, en un país enormemente agitado e inestable. La directora persigue a su personaje a través del objetivo de la cámara y es testigo de su desesperación y sus arrebatos de cólera, proponiendo al espectador una vertiente oculta de la revolución tunecina. En su segundo largometraje de ficción, El sueño de Noura (2019), cuya protagonista es una mujer tunecina de origen humilde, incomprendida y juzgada, la directora explora un ambiente similar. Aquí, Hinde Boujemaa opta por una articulación fílmica para escenificar la andadura de Noura, una madre de familia que vive un adulterio, un acto severamente castigado en el mundo árabe, y se debate entre un marido agresivo y un amante enamorado, pero actúa, en todo momento, dominada por un anhelo de amor y placer.
Los aires de la libertad de expresión soplan, asimismo, en el cine marroquí, pese a que Marruecos no haya conocido una revuelta popular propiamente dicha. Sin embargo, las directoras de este país se encuentran casi exclusivamente atraídas por temas tabúes y relacionados con las mujeres, como la prostitución y la maternidad en solitario. Maryam Touzani, una actriz de comedia que decidió pasarse al otro lado de la cámara, es una de estas cineastas que han tratado ambos temas, el primero a través del documental Bajo mi vieja piel (2014), y el segundo con Adam,largometraje de ficción estrenado en 2019, donde la directora se reafirma no solo como cineasta, sino también como portadora de un discurso que perturba de forma explícita a la sociedad marroquí, a saber, la libertad de las mujeres.
Papicha, la película argelina que tanto dio que hablar con ocasión de su estreno en 2019, de la directora Mounia Meddour, narra los inicios de la Década negra en Argelia. A partir de la historia de una joven estudiante de literatura francesa que sueña con convertirse en estilista, la cineasta construye una verdadera historia de libertad y dignidad femenina a través de su protagonista (interpretado por Lyna Khoudri, premio César a la mejor actriz revelación), así como de su entorno, compuesto por jóvenes estudiantes que ven cómo sus vidas cambian radicalmente con la llegada de los integristas religiosos. Este primer largometraje contiene, ciertamente, algunos fallos, que en modo alguno niegan la audacia de la propuesta y la puesta en escena de la autora, que gracias a su buen hacer en la dirección de actores consiguió el premio César a la mejor ópera prima. Con ocasión de su estreno, Papicha provocó un claro malestar en las autoridades argelinas, lo cual no impidió que fuera nominada a los premios Óscar 2020.
En Egipto, el cine femenino nació con la legendaria Aziza Amir; desde entonces, una vena femenina muy característica ha marcado para siempre el cine egipcio. La última década ha visto surgir a muchas jóvenes directoras, que firman, principalmente, films documentales que ofrecen una mirada a Egipto tras el régimen de Mubarak. Una de las experiencias más logradas, en este sentido, es la de la directora y guionista Ayten Amin, que firmó el documental Tahrir 2011, el bueno, el malo y el político (2011) y dos largometrajes de ficción: Villa 69 (2013) y Souad, que formó parte del Festival de Cannes 2020. La joven realizadora siente debilidad por las historias de jóvenes egipcios, que acierta a narrar con todas sus contradicciones y complejidades, sin artificios, pero deteniéndose en los detalles que componen a cada uno de sus personajes. Ejemplo de ello es la película Villa 69, donde la directora explora las peculiaridades de la vida cotidiana encarnadas no solo por actores profesionales, sino también por otros que se ponen por primera vez ante una cámara. Las películas de Ayten Amin son realistas, actuales y universales porque sabe muy bien cómo contar las pequeñas historias de la gente anónima.
En cuanto a las directoras de cine saudíes, cabe señalar su valor a la hora de desafiar la estructura política y moral de su país, donde la mera idea de protestar es extremadamente arriesgada, para consagrarse al séptimo arte. Así, consiguen que se hable de ellas en los festivales internacionales más prestigiosos, junto a otras cineastas del mundo árabe. En 2012, después de varios cortometrajes y un documental, la guionista y productora Haïfa Mansour realizó el largometraje de ficción Wadjda, y en 2019, Chahd Amin estrenó su primer largometraje en blanco y negro, Scalls. Ambas directoras fuerzan de un modo sutil los límites de la escritura y la puesta en escena para hablar de la emancipación de la mujer saudí, prisionera de una sociedad terriblemente machista que, escudándose en la religión, considera a la mujer inferior al hombre. Scalls es una verdadera experiencia cinematográfica muy personal, basada en un guion poético, pocos diálogos y una puesta en escena bella y expresiva. La directora Chahd Amin inventa todo un mundo imaginario dominado por los hombres, pero cuya protagonista femenina sobrevive a un extraordinario ritual que consiste en sacrificar a las mujeres al mar para que se conviertan en sirenas que alimentan a los hombres. Asimismo, cabe destacar otro nombre que seguramente dará que hablar: el de Maha Al Saati, joven directora saudí independiente y experimental, muy interesada en la cuestión de las mujeres de Arabia Saudí con un estilo propio y original que deja adivinar una gran audacia en el tono y el tratamiento de la sátira.
Hoy en día, pesa una gran responsabilidad posterior a las revueltas en el mundo árabe, que no pueden reducirse a una «primavera». El panorama árabe está vinculado, por una parte, a la precariedad de la producción cinematográfica, especialmente con la crisis sanitaria que ha paralizado al sector al completo, y por otra, a las expectativas de los espectadores, ávidos de que surjan nuevos escenarios e inquietudes. Todas las experiencias cinematográficas que hemos descrito descubren a una generación de directoras árabes que emprenden un camino constreñidas por una serie de obstáculos sociopolíticos y reglas preestablecidas por los esquemas sociales, pero guiadas por las emociones, las cuales nos permiten entrar en sus películas y configurar un orden del mundo a partir de una mirada muy original y focalizada en el mundo árabe. Estas directoras, vinculadas entre sí y conmovidas, todas ellas, por las sacudidas sociopolíticas de la región, nos plantean preguntas terribles concernientes a nuestra época, que parecen todavía irresolubles y aun así, consiguen llegar a todo el mundo gracias a la emoción y la sutileza de sus lenguajes cinematográficos.