La creación de las mujeres es hoy una realidad presente en todos los ámbitos artísticos y literarios, al menos en aquellas regiones del mundo donde existe un Estado democrático que protege la libertad de expresión en su conjunto y, más concretamente, la de las mujeres, una libertad que los integrismos y las ideologías retrógradas enseguida intentan ignorar para confinar a esas mujeres a su papel de progenitoras. En este sentido, la asociación francesa Forum Femmes Méditerranée lleva muchos años creando espacios de diálogo entre las mujeres más allá de sus divergencias políticas y religiosas; espacios que les permitan encontrar un lugar propio y afirmarse en su condición de ciudadanas. A través de la palabra, estas mujeres establecen diálogos escritos y orales que les dan la posibilidad de mostrarse tal y como son, encontrar puntos en común y reconocerse en la Otra.
«La escritura es un juego de construcción. Podemos construir refugios, podemos construir historias, podemos construir migraciones». Esta última construcción, propuesta por el escritor argelino Tahar Djaout, es la que posibilita los intercambios y los desarraigos, y donde se sitúan, asimismo, sus proyectos literarios: talleres de escritura, concursos de relatos, encuentros. Djaout, en su condición de símbolo del poder y la fragilidad de la palabra, fue asesinado en 1993 por terroristas extremistas que temían la fuerza de su pluma. Tras su asesinato, el Carrefour des Littératures de Estrasburgo lanzó una convocatoria con el fin de crear una estructura protectora para los escritores, que fue la semilla del Parlamento Internacional de Escritores.
Históricamente, el Mediterráneo ha sido un lugar de encuentros e intercambios a través de la palabra y la escritura, y han sido muchas las iniciativas llevadas a cabo para lograr un mayor acercamiento entre sus dos orillas, en las cuales ha querido inspirarse el Forum Femmes Méditerranée. Tal y como explica Claude Ber: «Alrededor de esta mar matriz desgranamos sus diversas culturas con una raíz común para abrir el Forum Femmes Méditerranée a toda la región, con la voluntad de crear vínculos y puentes, circulación e intercambios; navegar, en fin, de una orilla a otra con un fardo que constituye el bien más preciado, capaz de intercambiarse sin perderse: las palabras».
Así, las iniciativas literarias (talleres, concursos, encuentros) que el Forum Femmes Méditerranée ha emprendido a lo largo de su trayectoria han permitido crear, a través de la belleza y la amargura de las palabras, un espacio social donde las mujeres pueden adquirir un lugar propio y afirmarse en cuanto que ciudadanas. Un espacio de diálogo más allá de las divergencias políticas y religiosas, y a pesar de los conflictos y las guerras. En este sentido, cabe señalar la anécdota que se produjo el año en que varias libanesas, palestinas e israelíes resultaron ganadoras del concurso de relatos gracias a la calidad de sus obras. Al principio, se conocieron en un centro de acogida junto al resto de las ganadoras, donde residieron durante varios días, en que coincidieron tanto en las comidas como en las veladas literarias que se celebraron. Todas ellas se negaban a hablar entre sí. Una de ellas, incluso, llegó a poner una servilleta en la mesa a modo de barrera de separación. Sin embargo, poco a poco, con el paso de los días, las palabras empezaron a circular, aparecieron anécdotas compartidas y elementos afines en cuanto a su forma de vida, las discriminaciones que todas ellas habían sufrido en algún momento, sus esperanzas. Cuando terminó la estancia, se habían hecho amigas. Ese diálogo constituye, para mí, la prueba de que las mujeres mediterráneas comparten destinos comunes.
Otro año fui testigo de un acontecimiento conmovedor que constituye un ejemplo de la fuerza y el poder de la escritura. Una ganadora marroquí había escrito un texto basado en el tema de las herencias, en el que alertaba a las jóvenes generaciones acerca de la única transmisión que el país permitía entonces a las mujeres debido a la poligamia imperante: la sumisión y la negación de sus identidades. En aquella época, un hombre podía volver a casarse e invitar a su familia y amigos a la boda sin hablar con su esposa, para luego desaparecer y fundar un nuevo hogar lejos de ella, abandonándola a su suerte y su soledad. Al presentar esa historia durante un encuentro de mujeres del barrio de la Busserine, en Marsella, asistimos a un momento muy emotivo en el que se compartió un trozo de vida y de sufrimiento. Una de las mujeres allí presentes se levantó y, por primera vez en su vida, rota por el llanto, confesó que la historia del relato era también la historia de su vida. Por suerte, la resistencia y la lucha de las mujeres han conseguido cambiar la ley marroquí. Ocurre a menudo que, a partir del análisis y la reflexión provocados por una experiencia compartida o cercana, las mujeres son capaces de crear su propio discurso, encontrar su voz y elevarla para protestar contra una situación injusta, a la vez que crear redes con otras mujeres y comprometerse, de este modo, en una lucha que reafirme su identidad individual.
Así, gracias a este concurso de relatos dirigidos únicamente a las mujeres, desde la asociación les hemos ofrecido espacios de expresión, circulación de ideas, intercambios y enriquecimientos de toda clase, y ellas, a su vez, nos han entregado de una forma preciosa y delicada sus destinos de mujeres procedentes de sociedades y culturas muy distintas. De esta forma hemos podido demostrar que escribir es desafiar, transgredir, chocar, hacer vibrar una lengua en todo su conjunto, y al mismo tiempo, es ser uno mismo en un instante de complicidad con la palabra, la sílaba, la puntuación, la imagen poética; de modo que podemos sumergirnos, en ese instante, en un significado, sin tener por qué otorgar a las palabras sus significados convencionales y dejar, así, el texto abierto a varias posibles interpretaciones.
La primera edición de nuestro concurso se celebró justo cuando comenzaba la Década Negra argelina, y es preciso señalar que los textos más bellos que nos han llegado hasta ahora proceden de este país. La escritura activa los mecanismos de la memoria, pero las escritoras van más allá de un simple ejercicio de memoria. Un buen ejemplo de ello es Assia Djebar, que empuja la escritura hasta el límite de sus fuerzas para explorar qué puede esta frente a la devastación: «Escribo, escribo para describir el horror, para no olvidar jamás, para que las jóvenes generaciones se acuerden y nunca más sientan la tentación de la aventura criminal del fundamentalismo», afirma la autora argelina.
Históricamente, las mujeres han visto cómo se les negaba el derecho a la escritura, a expresarse libremente y a ser leídas por otras mujeres, creando así la posibilidad de tejer redes, tradiciones literarias capaces de mantenerse con el paso de las generaciones. Los cánones literarios, las estructuras socioeconómicas y las imposiciones del mundo artístico han impedido, durante muchos siglos, esa transmisión literaria femenina, para reducirla a la oralidad y el ámbito doméstico. Cuando la creatividad de las mujeres se expresa a través de la magia de las palabras, inquieta y perturba. El tabú sigue ahí y obliga a atrincherarse en un universo compuesto por sombras y silencios mutiladores. Cada vez que una mujer abandona ese universo, se arriesga a entregarse a las garras de una sociedad que ha adquirido la costumbre de contener toda palabra que contenga una marca femenina. Así, cada gesto de una mujer que escribe se inscribe totalmente en la esfera de la transgresión, puesto que entra en el terreno prohibido de la ley. Las escritoras de lengua árabe que, a lo largo de la historia, han adoptado un nombre masculino para escapar de la categorización sexual y convertirse en escritores son, seguramente, más numerosas de lo que cabría esperar.
Sabemos que decir y escribir son actos mediante los que exorcizamos la violencia ejercida en nuestros cuerpos y nuestras almas. Son actos rompedores. En el primer número de la revista Étoiles d’Encre, la escritora argelina Maïssa Bey, exponía, asimismo, esa irrupción de las mujeres en la escritura: «Durante demasiado tiempo han sido portadoras de la memoria y la palabra de otros, pero ahora, por fin, las mujeres se atreven a decirse, y transgredir así el orden establecido que quiere acallar sus voces, convertirlas en murmullos en medio del silencio de las casas cerradas».
La escritora libanesa Vénus Khoury-Ghata afirma, en este sentido, que la escritura de las mujeres que viven en la región mediterránea por fin abandona su mutismo: «Después de siglos sometidas a los hombres, en que estos controlaban sus propósitos y les dictaban sus pensamientos, ahora están resarciéndose y abriendo la lengua a las palabras que hablan de sus cuerpos, sus frustraciones y sus carencias».
Actualmente, siguen vigentes varios debates en torno a la escritura de las mujeres: ¿Es cierto que la escritura femenina se caracteriza por una especificidad, una sensibilidad y una temática más o menos determinadas? Dicho de otro modo, ¿existe un modo de contar y contarse propio de las mujeres?
Hoy en día, el Magreb cuenta con una nueva generación de mujeres que están invadiendo el espacio literario. El mundo árabe atraviesa actualmente una profunda crisis marcada por una serie de terribles sacudidas. En dicho contexto, las mujeres son vulnerables, puesto que sufren en gran medida la represión y las prohibiciones. Con respecto al debate que nos ocupa, la escritora argelina Ghania Hammadou piensa que sí existe, en efecto, una voz específica femenina y novedosa en el mundo árabe, y nos recuerda, en este sentido, las palabras de Kateb Yacine: «Toda mujer que escribe vale su peso en pólvora […]. Las mujeres del mundo árabe escriben como quien profiere un grito. Existe una autenticidad violenta en su escritura que no puede ser fingida en modo alguno, un cuerpo a cuerpo con la memoria, con todo aquello que son, lo que la sociedad quiere que sean y lo que sueñan ser». Zineb Labidi confirma estas palabras y, a su vez, se plantea algunas preguntas sobre el género en la escritura: «Leemos un texto dentro de un conjunto de parámetros y signos. Entonces, ¿la escritura no es ni femenina ni masculina ? En efecto, pero entonces, si la escritura no puede vincularse con el sexo, ¿podemos afirmar que no tiene género? ¿Podemos desposeerla de su dimensión social e histórica? La escritura, en cuanto que soledad, exilio y confrontación con la ley, no surge del vacío. Los textos no son páginas perdidas en el desierto, sino que son recibidos en una sociedad precisa, a la cual están destinados incluso si dan un rodeo por medio de otro lugar de escritura. Todos ellos, en efecto, acaban vinculados a su mundo, por muy tránsfugas que se afirmen. Ninguno de ellos puede escapar a su solidaridad histórica, en cuanto que forman parte de la literatura. Tanto los que los publican como los que los leen saben de dónde vienen esos textos (lugar), quién los escribe (mujer u hombre) y de qué y cuándo hablan».
Sin embargo, Yasmine Khlat, nacida en Egipto de una familia libanesa francófona, se rebela contra este punto de vista: «No creo que exista una especificidad de la escritura femenina en la literatura del mundo árabe. Creo que esa perspectiva merma la importancia de la mujer árabe y la limita a un tipo de escritura reivindicativa. Cuando escribo, no soy hombre ni mujer. Un libro no es un panfleto político. Escribir, tanto para una mujer como para un hombre, es volver a transcribir la vida y, a partir de ahí, dar cuenta del universo interior que nos atraviesa».
Quizá sea más lícito hablar, en este sentido, de condición femenina en la creación de las mujeres. La poeta y ensayista Claude Ber opta por la expresión «creación de mujeres» en vez de «creación femenina», ya que, aunque la creación de las mujeres está vinculada a la condición de estas, así como a las características de una experiencia concreta, ello no tiene por qué limitarla a la definición reductora de una «creación femenina», afirmación que constituye, según ella, una aserción discutible, a la vez que un peligro. Para ella, en toda creación se dan dos elementos simultáneos: la expresión de una extrema individualidad y la aspiración a lo universal.
Nosotros hemos elegido soñar con otra clase de destino para el Mediterráneo, vínculo del que hoy en día se hace una barrera hasta convertirlo en un mar de separación. Así dejará de ser un espacio de circulación y se convertirá en un espacio de estereotipos. Esta mar, en femenino, nos ofrece la posibilidad de transgredir las fronteras para consagrarnos a la alegría, tejer sueños, acompañar los pasos que las mujeres mediterráneas logran dar cada día para acercarse unas a otras, construir sus propios territorios de pertenencia y esperanza, los cuales un día podrán, al fin, bordear una mar humana, posible, plural.
¿Escribir como mujer? Sin ánimos de querer zanjar el debate, no debemos olvidar, no obstante, el peso de los arcaísmos que, aquí y allá, aprisionan nuestros cuerpos, nuestro pensamiento e incluso nuestro lenguaje. El cuerpo como signo, el cuerpo como fuente, es el lugar donde se inscriben y ritualizan las ideologías que gobiernan el mundo del ser humano. Atrapado en las redes de la posesión, el cuerpo femenino es, por excelencia, el instrumento real y simbólico a través del cual se ejercen toda clase de coerciones: religiosas, sociales, económicas y políticas.
Por ello, nuestro compromiso empieza a expresarse solo cuando el cuerpo iza las velas.