En este texto, el artista visual Selim Birsel narra su periplo de varios años por diversos lugares mediterráneos marcados por la guerra y la violencia (la frontera turco siria, el norte de Chipre, el interior del Líbano), en un afán por descubrir el entorno y, a través de la interacción con este, hacer surgir de ese encuentro una obra de arte. El proceso creativo se desencadena, así, gracias a la mirada curiosa del artista, los paseos, las charlas con los lugareños y con otros artistas o el trabajo con los alumnos. A partir de todo ello, Birsel construye una obra siempre en diálogo con el entorno que la inspira, como una respuesta a las emociones y los pensamientos surgidos en la interacción. El artista cultiva de este modo su propio jardín, que no es sino un reflejo de todo aquello que lo rodea, conmueve y provoca.
El Cairo/Alejandría, Egipto
15.05.2007
Al aterrizar en El Cairo… ¡todo era polvo, arena amarilla del desierto, ruido, tráfico! Fui directamente a la estación de tren. Tomé el primer tren a Alejandría. Eran las cuatro de la tarde. Desde la ventanilla podía contemplar el paisaje cambiante a medida que el tren se acercaba al Valle del Nilo. En un momento me vi rodeado de verde, palmeras y pájaros, y seguía estando en África. A eso de las ocho llegué a Alejandría, el Mediterráneo. Aunque visto desde otro continente, sigue siendo el mismo mar.
Aley, Líbano
17.08.2008
Llegué al aeropuerto de Beirut ya tarde. Alguien con un papel que llevaba escrito mi nombre salió a mi encuentro y me condujo hasta las calles de Beirut. Me llevó a la casa Ghassan. Me dijo que mi habitación estaba al fondo del pasillo a la izquierda y que la compartiría con alguien más. En la habitación había dos camas y, en una de ellas, mi desconocido compañero dormía plácidamente, con una respiración tranquila. Una tenue luz anaranjada entraba por las finas cortinas de la ventana. Me desvestí a oscuras como pude y me metí en la cama. Calculé que serían las tres y media de la madrugada y me dormí escuchando los sonidos procedentes de la calle. Cuando desperté a la mañana siguiente, pude conocer a otros artistas que vivían en la casa. Juntos tomamos un autobús que nos llevaría a Aley. Una brisa cálida entraba por la ventanilla del minibús y me acariciaba la cara. El tráfico en Beirut era desconcertante. Para un europeo puede resultar muy extraño un paisaje como ese, lleno de vehículos de toda clase: desde carros tirados por caballos hasta bicicletas, camiones, coches, autobuses, motocicletas y gente con una carretilla a cuestas circulando por una misma calle, como si siguieran un código tácito. Después de ascender por una montaña, llegamos al pueblo de Aley, situado a diez kilómetros al este de Beirut. Al mirar hacia abajo, pude ver la ciudad de Beirut a través de la niebla, y más allá, la orilla y el mar Mediterráneo como una bruma.
Luego nos condujeron a nuestros respectivos alojamientos y, una vez allí, me dediqué a arreglar la habitación donde pasaría los próximos quince días, la cual daba a la carretera trasera que rodeaba el edificio y a los tanques de agua. Deben de tener algún problema con el agua, pensé, puesto que cada casa disponía de su propio tanque.
Cuando subí al piso de arriba, descubrí cinco enormes tanques llenos de agua y me di cuenta de que, para llenarlos, tenían que usar camiones cisterna. El segundo problema eran los cortes de luz: cada casa disponía de su propio generador eléctrico. Los cortes podían prolongarse todo el día, y los generadores funcionaban como una ruidosa orquesta. Por la tarde acudimos al lugar donde trabajaríamos durante nuestra estancia allí, a unos quince minutos a pie atravesando el pueblo. El recinto constaba de tres edificios y sus vestigios, unidos por una serie de jardines. Me senté sobre una de las piedras que había en el jardín y encendí un cigarrillo. Saqué una botella de agua del bolsillo del chaleco. Primero me mojé los labios y luego me enjuagué la boca antes de tragar. Eché un vistazo alrededor, inhalé despacio al nuevo aire que me rodeaba y me dispuse a inspeccionar, ansioso, los más insignificantes detalles del jardín. Muchos años atrás había sido un bello lugar, pero el paso de la vida, la muerte y la guerra habían marcado ese bello enclave. ¿Quién sabe qué había ocurrido en ese jardín? ¿Quién sabe lo que habían presenciado esas piedras, esos árboles, esos muros? El país había sufrido una guerra incesante a lo largo de los últimos veinte años, y entonces tuve la impresión de que el jardín contenía todas las marcas de ese pasado. Alguien nos había propuesto elegir un lugar de esos jardines para trabajar. Aunque todavía era pronto para tomar semejante decisión, sentí que el mismo instante me susurraba un mensaje: debía permanecer en ese jardín triangular y crear algo allí mismo, justo debajo de mí, donde reposaba una mesa de madera hexagonal.
18.08.2008
Al día siguiente, empecé a hablar con la gente. Incluso llegué a aprenderme algunos nombres. Mahmoud, Camille, Patricia, Juliana, Norman, Luca. Después del largo, complicado y deprimente invierno que había pasado, sentí que ahí podría encontrar un modo de descargar mis energías. Descubrí un café con internet. Tuve mi primera conversación de verdad con Harth. Juntos dimos una vuelta por el pueblo, hablamos y nos preguntamos acerca de nuestras perspectivas a la hora de abordar nuestra obra y el entorno en el que trabajábamos. Fuimos al mercado y compramos algunas cosas. Yo compré papel. Era un papel de envolver muy ordinario, de color amarillento, que allí llamaban papel tostado. Con él podría empezar a hacer algunos esbozos para dibujar el jardín. Quizá el resto de los artistas pudieran también aprovecharlo. Quizá también les gustaría hacer algunos dibujos, esbozos. Harth y yo estuvimos hablando y le conté lo que suponían para mí esos paseos sin rumbo aparente por el pueblo. Cuando paseábamos sin rumbo, durante ese azaroso deambular, solía encontrar algún objeto y metérmelo en el bolsillo. Un proceso creativo estaba en marcha. De regreso al recinto, volví al jardín para sentarme en la misma piedra. Quería demostrarme algo a mí mismo. ¿Sería capaz de experimentar la misma sensación? Encendí otro cigarrillo y, esta vez, di un sorbo a la lata de cerveza helada que llevaba encima. ¡Una Almaza Pilsen, la cerveza libanesa! Decidí entonces que trabajaría allí mismo. Me dedicaría a arreglar el jardín: arrancaría las malas hierbas, desbrozaría y rastrillaría el suelo, y cuidaría las flores; en otras palabras, limpiaría los «rizomas» que me ocupaban la mente. Como dijo Voltaire en Cándido, «todos debemos cultivar nuestro jardín».
19.08.2008
Un día, después de trabajar mucho tiempo en mi jardín, empecé a tener la impresión de que la obra que pretendía crear empezaba a tomar forma. Ese mismo día, un poco más tarde, estuve recogiendo objetos y limpiando el jardín, y entonces ocurrió algo inesperado. Llegó Nabil y se sentó a la mesa hexagonal, luego también vino Camille y Abu-Fadi, el jardinero, nos trajo un café libanés en una bandeja. La mesa se convirtió, así, en un lugar donde charlamos y nos conocimos. Los acontecimientos se sucedían de modo que mi obra seguía tomando forma y adquiriendo significado. Por la tarde hice unos dibujos y anoté los acontecimientos que habían cambiado ese día.

20.08.2008
Encontré una inscripción en el jardín. El 31 de julio de 1958, cuando se construyeron esos jardines, seguramente un albañil escribió la fecha y el nombre Al General Fouad Chehab en el cemento húmedo con un clavo. Según me explicó Ayman, a Chehab se le recuerda porque construyó la primera universidad del Líbano y ayudó a modernizar el país. Gracias a este descubrimiento, mi trabajo adquirió un nuevo significado. Me sentí como un arqueólogo excavando en los tiempos modernos, en una arqueología de los tiempos modernos. Mientras colocaba los objetos que había dispuesto sobre la mesa hexagonal, me pareció que representaban los últimos cincuenta años de esa zona rural en la que me encontraba. Chehab fue una persona muy querida por todos, una personalidad que alcanzó el equilibrio entre las distintas etnias y religiones que componían el país, por lo cual ocupa un lugar en la historia libanesa.

21.08.2008
El tiempo cambió y la niebla empezó a descender hacia nosotros, aunque creo que lo que hacía, más bien, era levantarse desde el pie de la montaña hasta la falda, donde nos encontrábamos, y de ahí a la cima. Todo se iba cubriendo de un color pálido que, poco a poco, se convertía en un velo desvaído. A veces no era capaz de ver nada más allá de unos cinco o seis metros. Para los lugareños de Aley, ese cambio señalaba el final del verano. Los gatos se preguntaban qué hacía ese extranjero que había invadido su territorio y se dedicaba a arañar el suelo sin dejar de observarlos. Por la tarde empezó a llover, de modo que me fue imposible seguir trabajando. Todos los artistas nos cobijamos en la casa y así empezó nuestra primera reunión alrededor de la mesa. ¿Qué estábamos haciendo ahí? ¿Cómo progresaba cada uno? Entre todos trazamos un plan de trabajo en las zonas comunes y escribimos nuestros nombres en la hoja de papel. La casa donde nos alojábamos se convirtió así en un estudio que funcionaba hasta altas horas de la madrugada. Durante dicho proceso, Ayman, Tagreed, Nabil, Mahmoud, Camille y yo tuvimos largas conversaciones sobre el arte y los diversos proyectos que tenían lugar allí, en esos momentos. Nos dimos permiso para interferir libremente en el trabajo de los demás. En realidad, esa era la razón por la que habíamos ido hasta allí: para participar en un taller. Intercambiamos ideas, enriquecimos el jardín de los otros y, por fin, pudimos disfrutar de ese entorno, ya que a lo largo de los días siguientes el ambiente de trabajo creado nos permitió también mezclar nuestros trabajos. Al caer la tarde, cuando el tiempo mejoraba un poco, asistíamos al milagro óptico de las gotas de lluvia que quedaban suspendidas en el aire.
Un día, estaba en la puerta de Abu-Fadi con Mahmoud contemplando la puesta de sol. Al oeste, podíamos mirar directamente cómo se iba poniendo el sol porque su brillo ya se había atenuado. Mientras ellos fumaban de una pipa de agua y charlaban, yo intentaba entender al vuelo algunas palabras de esa lengua desconocida. El sol ya empezaba a ocultarse. Si trazaba una línea recta desde el punto donde me encontraba hacia el este, llegaría al estrecho de Gibraltar. Estaba en el confín del Mediterráneo. Un lugar donde algo termina y empieza otra cosa. Termina el mar y empiezan las montañas. Si cruzamos las montañas, llegamos al desierto. Damasco se encuentra a unos cien kilómetros. Con la mirada puesta en el horizonte, soñé con la boca de Gibraltar, donde empieza el Mediterráneo, e inhalé profundamente para aprehender el sol, la bola anaranjada suspendida entre la bruma. Sentía una dulce melancolía. Me levanté y me adentré silencioso en la luz que bañaba mi jardín para perderme en un mundo mágico.
22.08.2008
Al terminar el taller, enseñé mis obras: Un agradable jardín para Chehab y Mesa de recuerdos recogidos. Di las gracias a mi jardín: a las piedras, la tierra, las flores, el polvo, los olores, los frutos, la luz, las jaulas de los pájaros, los colores… Agradecí la satisfacción y la energía que todo ello me había dado. Apagué la luz y nos despedimos de Abu-Fadi. Él podía volver al jardín, encender la luz y tomarse un café cada vez que se le antojara. Le devolví el jardín que me había prestado. Ojalá lo disfrutara por mucho tiempo. Devolví a su sitio casi todos los objetos que había recogido para exhibirlos en la mesa. Tengo la esperanza de volver a exhibirlos algún día, en otros lugares, como recuerdos de viaje de esa región. ¿Por qué no llegar a Gibraltar algún día? Tal vez pudiera, incluso, cruzar el estrecho y llegar al otro lado. Para poder seguir trabajando, basta con desearlo. Basta con seguir construyendo puentes de la memoria entre las personas y los objetos, siempre que logre preservar mi fe en la magia de las cosas.
Mardin, Turquía
26.05.2010, 18:33
Estoy sentado en una terraza y frente a mí se impone un vasto terreno vacío hacia el sur. Un paisaje muy llano de color pajizo se extiende buscando el horizonte brumoso y polvoriento hasta desvanecerse. Al levantar la mirada hacia el cielo, la nube de polvo adelgaza hasta convertirse en un infinito azul. Sopla una brisa suave. Se ven algunas cometas de larga cola, cada vez son más. El fondo azul adquiere una nueva vida gracias al festival de cometas. Miles de golondrinas vuelan en una danza frenética que las lleva de un lado a otro. Pero nadie choca: ni las golondrinas, ni las cometas. El sol se pone en el valle de Mesopotamia. Empieza a hacer frío. ¡Estamos en el desierto! En el horizonte se encienden racimos de luces. Es Siria. Bebo un sorbo del vino asirio que tengo delante, hecho con semillas de girasol. Un helicóptero militar vuela bajo. ¿Cómo es que hay aquí un conflicto armado?
31.05. 2010
Pongo la televisión. Israel ha atacado el buque Mavi Marmara, que transportaba ayuda humanitaria. Según los cálculos iniciales, el balance es de dieciséis muertos y numerosos heridos. La situación parece indicar que la guerra está a punto de estallar. ¿Y ahora qué? ¿Cómo va a reaccionar el mundo? En ese momento pienso en mis hijos. ¿Qué clase de mundo va a dejarles la humanidad como futuro legado? ¿Cómo se supone que vamos a resistir? Los incesantes gritos de las multitudes confusas, borrosas, oscuras, plomizas, apenadas y frenéticas… Esta tierra siempre ha estado en llamas. Suspiro profundamente y paso diez días deambulando por las calles de Mardin. Entro en casi todos los comercios del centro. Pruebo tabacos, sopeso los cuchillos, bebo un sorbito de mirra, acaricio los tejidos, planto un olivo, cosecho espigas, observo a los herreros forjar la chapa de los hornos, huelo jabones de aceite de pistacho silvestre, hablo mucho, bebo mucho té y agua, y doy largos paseos. Durante mi estancia allí, también estuve estampando árboles cisterna en varios tejidos. Creé la obra Cabinet Mardin. Representé árboles de la vida hechos con pequeñas cisternas llenas de la emoción de esas tierras, cuna de la humanidad, donde han convivido innumerables credos a lo largo de la historia. ¿Qué tiene que ver una cisterna con el árbol de la vida? ¿No son acaso dos ideas o motivos contradictorios? A primera vista, sí. Pero entonces, al indagar un poco más, ¿no es cierto que se trata de una región difícil de entender y describir, que alberga contradicciones a través de conceptos como duro/blando o seco/mojado? ¿Acaso no nacieron ahí la mayoría de las religiones? En Mesopotamia.
Lefkoşa, Norte de Chipre
09.01.2011
La primera vez que oí hablar de esta isla fue en el verano de 1974, cuando el ejército turco invadió la zona norte. Ese verano hubo constantes apagones en Ankara y por todo el país. Fui con mi padre a una tienda del vecindario a comprar papel de embalar azul oscuro, que hasta entonces solo había usado para forrar mis libretas. Ese día lo usamos para cubrir los faros de nuestro coche, y también lo pegamos en varias ventanas de la casa. Como muchas luces de la ciudad se habían apagado o atenuado, las estrellas lucían más brillantes en el despejado cielo de agosto. En la televisión en blanco y negro con un solo canal, los informativos no hacían más que hablar de la invasión y la guerra que se libraba tan cerca. Muchos años después, en 2011, aterricé en la isla con el fin de impartir un taller para jóvenes artistas del Norte de Chipre. Zehra y Özgül, de la European Mediterranean Art Association, me habían invitado. Por entonces, ya no era el niño de los años setenta, como tampoco lo era Özgül. Andábamos por la misma edad. Un día, antes de empezar el taller, me contó su historia. Ella había sido testigo de la invasión de 1974 y su experiencia como niña de la guerra se alejaba de la mía. Ese año, la isla se dividió en dos estados; desde entonces, la parte norte es turca y la del sur, griega. Una llamada línea verde separa las capitales, Nicosia y Lefkoşa. Durante mis paseos por la ciudad, cerca de la frontera, las calles sin salida me cortaban el paso continuamente. Las palabras clave del programa de nuestro taller con los jóvenes artistas chipriotas fueron pluralidad, multiplicidad, serial, acumulativo, rizoma. Cuando empecé a explicar esos conceptos, ellos me contaron sus historias y la presente situación en que se encontraban sus vidas. ¿Qué significa ser un joven turcochipriota y, además, artista? Cabe señalar que actualmente, Naciones Unidas aún no ha reconocido la parte turca del Norte de Chipre como un Estado. Dimos un paseo por el patio trasero de la ciudad y vimos los edificios y negocios abandonados, recogimos objetos y excavamos en su historia. Cada nación, cada ciudad tiene un patio trasero. A veces, algo de lo que permanece oculto en esos patios traseros es capaz de revelar una multitud de significados ante la mirada de un artista. ¿Arqueología de los tiempos modernos? Al cabo de un par de semanas, un grupo de ocho jóvenes artistas montó una exposición bajo el título: «¿Es esto una exposición?». Pasé un día entero con Zehra y Özgül. Primero me llevaron a Bellapais, el pueblo donde Lawrence Durrell vivió y escribió su novela Limones amargos, basada en los tres años que pasó en la isla de Chipre. Tomamos un café bajo el árbol de la ociosidad, donde pasó la mayor parte de dicha estancia, no muy lejos de su casa, hoy convertida en un pequeño museo. Luego fuimos con el coche hacia el norte, hasta el final de la península de Karpas. Una vez allí, al caer la tarde, empezamos a caminar hacia la península, y trepamos por los acantilados hasta que uno de ellos nos detuvo. Los peñascos y los trozos de tierra se abrían a uno y otro lado, clavándose en el mar, como pétreos y afilados dientes cincelados a través de la caricia de las olas lentas y zalameras, que parecían sonreír. Fuimos al norte y luego al sur; el mismo horizonte aparecía a lo lejos, al final de las escaleras de la torre de vigilancia de Naciones Unidas.
Quíos, Grecia
07.08.2017
Llegué a la isla en el ferry de la mañana temprano y tomé una carretera costera a Volissos, un pequeño pueblo situado en el noroeste de la isla. A medio camino, me detuve en un lugar llamado Daskalopetra (la piedra del maestro), donde supuestamente Homero contaba sus leyendas sobre la Ilíada y Odiseo. Por entonces, los discípulos de Homero aprendían los textos de memoria. Ion de Quíos y Sócrates dialogan en uno de los libros de Platón, el Ion o de la Poesía. El lugar es una enorme roca circular que parece levitar, con una escultura medio rota de Cibeles en el centro. Alrededor hay bancos dispuestos para los oyentes, excavados en la misma roca. Este lugar es mágico. Es decir, para mí es mágico estar en el lugar donde Homero narraba sus antiguas leyendas. El pueblo de Volissos está arriba, en las montañas, donde hallo refugio en mi tiempo libre. Vivo allí, en una comunidad de artistas, escritores, diseñadores, arquitectos y productores de vino, aceite de oliva y queso. He podido participar en la vida cultural del pueblo compartiendo mis conocimientos sobre arte y muchas otras cosas. Todos creemos en nuestra amistad. Algún día abriremos nuestra propia escuela y podremos enseñar lo que sabemos sobre el arte y de la vida. Es un camino estrecho, pero yo creo en él más que en las anchas carreteras. Esto es Ionia, el lugar donde nació el pensamiento filosófico mucho antes que Sócrates. Y yo soy un ioniano.

Famagusta, Norte de Chipre
30.03.2018
Es la segunda vez que aterrizo en Chipre. Famagusta es la mayor ciudad portuaria del sur de la isla. A lo largo de su existencia, la ciudad ha sido testigo del paso de muchos reinos y estados. Fundada alrededor del año 274 a. C. por Ptolomeo ii Filadelfo, formó parte del Imperio bizantino, Génova, Venecia, el Imperio otomano y el gobierno británico hasta que, en 1974, quedó en manos de la República Turca del Norte de Chipre. Aun así, las fuerzas militares turcas, británicas, griegas y chipriotas tienen aquí sus bases. Esta extraña situación geopolítica se hace muy evidente en un barrio abandonado de Farmagusta llamado Varosha. Antes de 1974, era la zona turística de la ciudad, pero ese año, con la guerra, todos sus habitantes huyeron. Farmagusta quedó bajo control turco, y desde entonces Varosha ha permanecido abandonado. Solo en 2020 ciertas partes se abrieron al público, como la playa en verano, pero la mayoría del vecindario sigue deshabitado: los edificios se encuentran completamente deteriorados y algunas calles aparecen invadidas por la maleza; en su mayor parte, es un barrio fantasma. Tuve la suerte de poder recorrer sus confines en coche y tomé algunas fotografías (lo cual está prohibido, pues se trata de una zona militar) de edificios construidos siguiendo el estilo arquitectónico de la última época Bauhaus, en los años cincuenta y sesenta. En 2011 impartí un taller artístico allí, esta vez con más jóvenes creadores multidisciplinares: diseñadores, escritores y artistas visuales. El tema elegido era la instalación artística. Los primeros dos días estuvimos metidos en un aula, hablando sobre la historia de la instalación artística. Luego salimos al campo que rodea Farmagusta. Durante nuestra estancia, conocimos a un profesor de historia que nos ofreció una perspectiva de la historia de la ciudad. El espacio donde trabajamos para preparar la exposición era una antigua fábrica de hilados. Al final del taller, mis diez jóvenes creadores respondieron muy bien al enfoque de la instalación, considerando el lugar en que nos encontrábamos, la historia del mismo y sus propias vidas en esa ciudad. Así nació una instalación propia de un lugar y un momento específicos. Las diversas procedencias de los participantes probablemente los llevaron a innovar juntos, a probar algo nuevo y distinto. La exposición final llevó por título «Instalarse en la vida».
Estambul, Turquía
13.11.2020 Los días son cada vez más cortos. ¿Qué clase de invierno nos espera? Ya no puedo planear ningún otro viaje. El futuro es incierto. Me aguardan lecturas, investigaciones, y alumnos a quienes debo guiar. Supongo que ahora debemos «cultivar nuestro jardín» para poder disfrutar de días futuros llenos de luz y de paz.