Textos y lenguas en movimiento: genealogías literarias para un Mediterráneo plural

Itzea Goikolea-Amiano

Doctora en Historia y Civilización por el Instituto Universitario Europeo de Florencia e investigadora en SOAS-University of London

Meritxell Joan Rodríguez

Doctora e investigadora en Estudios Literarios, Lingüísticos y Culturales, Universidad de Barcelona

Las lenguas relatan las biografías individuales, a la vez que las migraciones que todos los individuos heredamos. En este sentido, la creación que circula por el Mediterráneo está muy ligada a los movimientos poblacionales que han modelado sus lenguas y tradiciones culturales. A través de esa creación podemos aproximarnos al espacio mediterráneo con una mirada abierta a la diferencia, atenta a la diversidad que lo conforma. Así, desde autoras contemporáneas como Najat El Hachmi o Alice Zeniter, hasta los poetas y literatos que, a mediados del siglo pasado, impulsaron revistas como Al-Motamid o Ketama, las escrituras transmediterráneas revelan lenguas y tradiciones y visibilizan las borraduras, las roturas y los silencios a los que la historia las ha sometido.     


En la novela El arte de perder, Alice Zeniter deshila, en francés, las historias de distintas generaciones de la familia Zekkar. Sus relatos están irremediablemente unidos a las historias contemporáneas de Argelia y Francia, así como a su historia —entendida como relato hegemónico que, como tal, se construye en base a borraduras y silenciamientos—. Al final de la obra, somos testigos del cambio en la mirada que opera en una de sus protagonistas, Naïma, después de haber viajado a la Argelia natal de su padre; una Argelia ajena, no contada ni escrita, una Argelia, por tanto, incomprensible para ella. Después de dialogar, literal y simbólicamente, con el territorio que, desde Francia, había construido desde la alteridad, Naïma entiende el Mediterráneo no como frontera, sino como puente: «El Mediterráneo ha dejado de ser una frontera para convertirse en un puente» (2017; p. 499)

El título de la obra puede entenderse como la celebración de que todo desplazamiento está atravesado por pérdidas, silencios y reconfiguraciones. En París —que sigue conteniendo las huellas del colonialismo en sus calles, en sus metros, en sus edificios y en los textos que la visten—, el Museo Nacional de la Historia de la Inmigración incluye la obra Lengua materna, de la artista franco argelina afincada en Londres Zineb Sedira. Se trata de una instalación con tres pantallas que muestran, cada una, una conversación entre dos mujeres: la madre de Sedira y Sedira; Sedira y su hija; su madre y su hija. Cada mujer se expresa en su «lengua materna» —darija (árabe marroquí hablado), francés e inglés, respectivamente—, que no es la lengua de su madre, y mientras que en las dos primeras pantallas comprobamos que la comunicación se establece mediante palabras, la última pantalla nos devuelve una rotura, puesto que abuela y nieta no pueden comunicarse lingüísticamente. El texto que acompaña a esta obra en el museo subraya que «a través del uso de las lenguas, este trabajo evidencia la pluralidad de las identidades que nos constituyen», porque las lenguas relatan las biografías individuales y también las migraciones que los sujetos heredamos. El texto añade que «si la triple lengua de la artista [que se explica por su genealogía argelina, por haberse educado en Francia y vivir ahora en el Reino Unido] da cuenta de la diversidad y riqueza de su identidad, las migraciones, asimismo, han creado diferencias culturales que rompen el discurso entre la abuela y la nieta».

Al-Motamid review, issue 11, published in January 1948 in Larache (Biblioteca Nacional de España).

Las obras de Sedira y de Zeniter nombran y dan cuerpo a esas roturas y borraduras para iluminarlas como fuente creativa y de aprendizaje. La creación que circula en el espacio mediterráneo está muy ligada a los movimientos poblacionales que han modelado sus lenguas y sus tradiciones culturales. Hoy en día nos hemos acostumbrado a recibir informaciones sobre estos desplazamientos enmarcados en el Mediterráneo en términos absolutos, a partir de cifras. Cifras que dan cuenta de las lógicas migratorias, atravesadas por el racismo, el capitalismo y la precariedad que constituyen también ese espacio. Cifras que no explican las historias individuales que las constituyen, las cuales están también conformadas por los desplazamientos simbólicos que experimentan quienes están en movimiento —sus «lenguas maternas» se transforman, sus bagajes culturales se modifican—.

A menudo, la categorización «mediterránea» se vertebra desde esa misma mirada reduccionista, la cual esconde la diferencia y, por tanto, impide problematizar las relaciones de poder que existen en un territorio definido a partir de un mar que es fluido en cuanto que permite intercambios culturales enriquecedores y que es también frontera excluyente. Ante esta constatación, la creación literaria nos aporta claves para aproximarnos al espacio mediterráneo con una mirada abierta a la diferencia, atenta a la diversidad que lo conforma y a la complejidad de los intercambios y diálogos actuales e históricos que lo configuran. Intercambios y diálogos multilingües que recogen también las marcas de la oralidad, en ocasiones también entendida en subordinación a la escritura.

Disponemos de multitud de archivos de escrituras transmediterráneas —escrituras que traspasan fronteras lingüísticas, geográficas y literarias— que revelan las lenguas y lenguajes, y las tradiciones culturales mediterráneas. Novelas, relatos, ensayos, poemas, obras de teatro que son ventanas a dichos diálogos, y también a las fricciones y tensiones que los sustentan, y que se enmarcan en una genealogía histórica de longue durée y en la más reciente historia colonial.

En 2004, vio la luz la primera obra de la hoy ampliamente galardonada Najat El Hachmi. En Jo també sóc catalana [Yo también soy catalana] leemos que la autora aspira a «poder dejar de hablar de inmigración algún día, no tener que dar más vueltas a las etiquetas, no tener que explicar por enésima vez de dónde vengo o, por lo menos, que ese hecho no tenga el peso específico que tiene» (2004; p. 12). La autora analiza en este ensayo de corte autobiográfico las miradas de alteridad desde donde era percibida en Cataluña cuando, de niña, llegó con su familia a Vic procedente de un pueblo del Rif marroquí. La categorización de «inmigrante» atravesó su proceso de construcción identitaria y también ha desempeñado un papel en la recepción de su obra. Así, por ejemplo, en la contraportada del citado ensayo se nos dice que el texto está escrito «[en] un catalán impecable y rico en matices», una apreciación que resulta sorprendente si tenemos en cuenta que el proceso de escolarización de la autora fue en catalán. Cabe preguntarse si esta afirmación hubiera figurado en la contraportada de una obra escrita por alguien cuyo nombre contuviera otros fonemas.

La obra literaria de El Hachmi incorpora múltiples voces: las voces literarias de autoras con las que El Hachmi dialoga, pertenecientes a tradiciones literarias distintas, y también las voces de distintas generaciones de mujeres que han transitado el universo mediterráneo. La protagonista de Madre de leche y miel es una mujer rifeña analfabeta que cruzó a la orilla norte con su hija para buscar a un marido que las había abandonado. El relato de Fatima nos llega en forma de texto escrito y en catalán, pero es un catalán en el que subyace el rifeño (lengua bereber hablada en el Rif), que es la lengua con la que Fatima se comunica con su hija; un rifeño que es sincrético porque incorpora también marcas de darija y expresiones en árabe clásico. Leemos, pues, un catalán que, en definitiva, traduce la complejidad de la experiencia subjetiva de Fatima y que recoge los intercambios y diálogos mencionados anteriormente.

En este sentido, El Hachmi puede colocarse en una genealogía literaria mediterránea que nace del hibridismo y que, gracias a él, consigue visibilizar las borraduras, roturas y silencios a los que nos referíamos al inicio de este texto. La producción literaria de El Hachmi se anuda a la surgida de las plumas de autores y autoras que nos devuelven un Mediterráneo desbordado, en el que los bordes se difuminan y se ponen en cuestión. Las obras de Assia Djebar son una contestación categórica al colonialismo y a las relaciones de poder y subordinación en los que se sustenta y, sin embargo, fueron originariamente escritas en francés, la lengua «del colonizador». La autora argelina tuerce el francés para romperlo y permitir que deje lugar al taqaybil (lengua bereber hablada en la Cabilia) de las mujeres que lucharon en la guerra franco argelina y que no pudieron contar sus experiencias por escrito.

El francés de Malika Mokeddem incorpora la fraseología del desierto argelino, el espacio despojado de fronteras donde nació. El desierto es también paisaje de referencia en las obras de teatro del marroquí Ahmed Ghazali, que ahonda en los cruces y los viajes. Y sobre el cruce de componentes identitarios escribe Salem Zenia, periodista y escritor de la Cabilia exiliado en Cataluña. La obra de Zenia circula siempre en taqaybil, e incluso cuando sus poemarios son traducidos, se publican en edición bilingüe; contienen, por tanto, la lengua que durante mucho tiempo fue estigmatizada en el país natal del poeta. En sus cuentos, cuyo telón de fondo es el enmarañado Líbano contemporáneo, Mazen Maarouf hace uso de un lenguaje sarcástico para sacar punta a las categorizaciones identitarias que Amin Maalouf definiera como asesinas.

Estas son solo algunas de las voces que han enriquecido y enriquecen artísticamente el Mediterráneo y lo relatan y recorren, señalando su complejidad y heterogeneidad. Desde el terreno literario, estas voces problematizan la pertenencia y las etiquetas rígidas, resignifican los límites de conceptos como el de nación e incluso el de lengua. Nos devuelven una idea de escritura como un territorio desde el que construir pertenencias múltiples. Y lo logran entrando en diálogo; con otros textos, con otras producciones culturales que abren la puerta a intercambios de todo tipo de códigos. En este sentido, la traducción resulta fundamental para armar dichas redes de intercambio.

En La Langue d’Adam, el autor marroquí Abdelfattah Kilito subraya la importancia de la lengua como algo «necesario para la vida»: «La ausencia de lengua equivale a la muerte; la vida, la supervivencia, está en la lengua» (1996; p. 12). La lengua de la que habla Kilito está atravesada por la ambigüedad —que es originaria, de ahí la referencia bíblica del texto—; por ello, la comunicación y el intercambio deben contemplarse como ejercicios complejos. En Lan tatakalama lughati [No hablarás mi lengua] Kilito sigue abordando las tensiones entre vida y muerte, y la (im)posibilidad de comunicación, a partir de una reflexión sobre la traducción. A través del árabe, por un lado, y de algunas lenguas europeas, por el otro, Kilito explora los matices del bilingüismo y de los cruces transculturales. Su texto navega en esa ambigüedad a la que apuntábamos antes, y a la que el título en árabe de su obra refiere —como señala Waïl S. Hassan, el traductor al inglés de su obra, el título es deliberadamente ambiguo y puede entenderse tanto como una oración declarativa como imperativa, como afirmación o como mandamiento—.

La traducción es, sin duda, una práctica comunicativa imprescindible en nuestras sociedades diversas. Entendida como práctica literaria, como ejercicio de creación, y situada en el espacio mediterráneo, es también una herramienta de gran valor para entender las redes de intercambio ya mencionadas. Poner el foco en la traducción desde esta mirada nos permitirá revisitar la construcción de imaginarios, y los cruces lingüísticos y literarios que operaban en ambas orillas del Mediterráneo durante el siglo pasado. Arrojaremos, así, una luz sobre la producción y las prácticas literarias que se articularon en y a través de dos revistas literarias fundadas en la época final del Protectorado español en Marruecos (1912 – 1956).

«Abruma reconocer el desconocimiento que, hasta ahora, tuvimos de la literatura árabe actual —proclamaba Trina Mercader (Alicante 1919 – Granada 1984), fundadora y directora de la revista literaria Al-Motamid, en 1951—. La causa creemos hallarla en la falta de una mayor preocupación por la difusión de dichas obras en castellano, que no constan en nuestras librerías» (Al-Motamid; p. 23). Concluía Mercader que quienes hacían la revista, «defensores de la poesía hispano marroquí», elogiaban y recogían «emocionadamente» la labor de traducir la literatura árabe contemporánea al castellano; como efectivamente hicieron. Lo que la poetisa alicantina no apuntó es que el colonialismo estructuraba las prácticas editoriales, las relaciones de colaboración y el conocimiento —o la ignorancia que le abrumaba reconocer— de la literatura (en) árabe.

Ketama, first issue, published in June 1953 in Tétouan (Fundación Jorge Guillén).

Las siguientes páginas pretenden rescatar del olvido dos revistas literarias apenas conocidas y estudiadas: la ya mencionada Al-Motamid (1947–1956) y Ketama (1953–1959). Este archivo histórico poco conocido habla de desigualdades y habla de puentes, con la misma complejidad que se desprende de las obras de los y las autoras mediterráneas arriba citadas. La comunidad literaria de Al-Motamid y Ketama poseía una dimensión global que se anclaba en ciudades mediterráneas —española, marroquí, medioriental— y americanas, a través de varias generaciones de diásporas de Medio Oriente y también de los exiliados republicanos.

Al-Motamid. Verso y Prosa fue fundada por la poetisa Trina en Larache en 1947. En 1953, la sede de la revista se trasladó a Tetuán, la capital del Protectorado español en Marruecos, donde dejó de ser publicada en 1956, año en que Marruecos pasó a ser una nación independiente. La revista llevaba el nombre del poeta y gobernante de la Sevilla andalusí, Muḥammad Ibn ‘Abbād al-Mu‘tamid (1040 – 1095).

Esta elección no sorprenderá a quienes tengan conocimiento del lugar prominente que al-Andalus ocupaba en el discurso colonial español en Marruecos. Ya desde el siglo xix, el africanismo que veía en Marruecos una nueva oportunidad imperial (tras la pérdida de la mayoría de las colonias americanas), hizo de la «historia común» de españoles y marroquíes, y de manera destacada de al-Andalus, y de la proximidad geográfica entre ambos países, el eje central de la legitimación colonial española de Marruecos (de Madariaga, 1988; Morales Lezcano, 2006). Ya en el Protectorado, mientras que Francia aludía a la «misión civilizadora» para justificar su dominio colonial, las autoridades españolas hacían gala de la «hermandad hispano marroquí» basada en la historia común y, de manera destacada, en al-Andalus (Mateo Dieste, 2003).

Seis años después de que viera la luz Al-Motamid, el poeta Jacinto López Gorjé (Alicante 1925 – Madrid 2008) fundó la revista Ketama en Tetuán. El nombre hacía referencia a la aldea y zona del Rif en la que López Gorjé había trabajado como profesor a principios de los años cincuenta. Ketama siguió publicándose hasta 1959. Al contrario que Al-Motamid, Ketama fue bilingüe desde un primer momento. 

Un año después de que Al-Motamid comenzara su andadura, Mercader encargó un artículo a ‘Abd Allah Guennoun (Fez 1908 – Tánger 1989). Guennoun está considerado uno de los pioneros en el estudio de la historia literaria marroquí. Su obra El genio marroquí en la literatura árabe (1938) fue parcialmente traducida al castellano por el Centro de Estudios Marroquíes de Tetuán un año después de su publicación en árabe. En el primer artículo que escribió para Al-Motamid (núm. 12), Guennoun destacó el espíritu de renovación que caracterizaba a la poesía árabe de Medio Oriente desde principios del siglo xx. También sugirió que la revista tradujera las obras del poeta tunecino Abu al-Qasim al-Shabbi y la del egipcio Ahmad Shauqui, conocido como el «príncipe de los poetas», la de ‘Abbas Mahmud al-‘Aqqad, ‘Ali Mahmud Taha, la del poeta romántico sirio Anuar al-‘Attar, así como la del libanés emigrado a Estados Unidos Mija’il Nu’ayma (Al-Motamid,núm. 12 y 20). La revista siguió el consejo del intelectual marroquí, y publicó a algunos de estos autores traducidos al castellano. Posteriormente, también Ketama los incluyó entre sus páginas.

Otro de los colaboradores árabes cuya influencia fue significativa en el interés por la literatura contemporánea árabe que se puede ver en la andadura de Al-Motamid fue Jamil/Benedicto Chuaqui (Homs 1895 – Santiago de Chile 1970). Chuaqui fue un poeta y literato sirio que se estableció en Chile y tradujo al castellano la obra de autores árabes de la talla de Gibrán Jalil Gibrán. Colaboró con la revista Al-Motamid en los años cincuenta. En sus artículos destacó la obra de autores árabes como Mayy Ziade, la poetisa sirio libanesa que se exilió en Egipto a principios del siglo xx, y tradujo fragmentos de diferentes poetas tales como Ilias Fayad, un romántico admirador de la poesía abasí (Al-Motamid,núm. 25). Quizás uno de los mayores logros de Chuaqui fue dar pie a la inauguración de una nueva sección en la revista Al-Motamid, bajo el título de «Antología de los grandes poetas árabes contemporáneos». A veces, los poemas que Chuaqui traducía aparecían en el original árabe, pero no siempre; lo cual demuestra que el objetivo principal de la sección era dar a conocer la poesía árabe contemporánea a los lectores hispanófonos. Este, de hecho, se volvió uno de los objetivos de Al-Motamid y, poco después, de Ketama, en cuyas páginas centrales aparecería, desde finales de 1955, una sección titulada «Poesía árabe contemporánea (Antología)».

La consolidación del interés por la poesía árabe contemporánea que tuvo lugar en los primeros años de la década de los cincuenta en estas dos revistas coloniales fue importante en tanto en cuanto moduló y corrigió las perspectivas que algunos de los colaboradores españoles habían expresado en los primeros números de Al-Motamid. Era frecuente encontrar opiniones paternalistas en los ensayos sobre literatura marroquí que publicaba la revista (Al-Motamid,núm. 13, 20 y 24, por ejemplo). En estos artículos, algunos firmados por quien posteriormente fundara y dirigiera Ketama, Jacinto López Gorjé, se asumía que la literatura marroquí carecía de la novedad que caracterizaba la literatura moderna española. Así, Al-Motamid decía: «[Nuestra revista] ha venido siendo el único brazo que lleva y trae de España a Marruecos la inquietud —poema, crítica, polémica— de su momento actual» (Al-Motamid, núm. 18). La ignorancia española sobre la literatura árabe que Mercader achacaba a la falta de traducciones al castellano, como se desprende en la cita de arriba, tenía mucho de paternalismo colonial; que, sin embargo, se vio modificado a través de la labor de traducción —y, también, por qué no decirlo, de educación— que realizaron colaboradores marroquíes y árabes.

Los cambios en Al-Motamid y en su heredera Ketama también vinieron de la mano del afianzamiento del bilingüismo. Si bien la revista que dirigía Mercader había contado con ensayos y literatura en lengua árabe antes de que Tetuán pasara a ser la sede de Al-Motamid, el traslado a la capital afianzó el bilingüismo. Hasta 1953, Al-Motamid no contaba con una portada ilustrada en árabe, y a partir de su afincamiento en Tetuán pasó a tener una portada y un índice de contenidos en castellano y árabe. A partir de 1953, el principio sobre el que se organizaban los contenidos y las páginas de Al-Motamid y Ketama pasó a ser lingüístico; la sección árabe de derecha a izquierda y la castellana, de izquierda a derecha. Todo ello elevó el estatus del árabe. Además, mientras que la sección árabe anterior a 1953 no difería demasiado de la castellana, conforme se fue consolidando esta fue adquiriendo su propia personalidad, agenda e identidad cultural; y aparecían noticias de extractos tomados de revistas y periódicos árabes, así como artículos sobre cuestiones literarias y políticas de gran resonancia en la región árabe, que no tenían su correspondiente en castellano.

El bilingüismo árabe-castellano se estaba, asimismo, afianzando en otras esferas culturales del Protectorado. El árabe era la lengua de las representaciones teatrales, el rifeño y el darija se escuchaban en la radio, se estableció un premio literario con una categoría para obras en árabe y otra para aquellas en castellano. El papel cada vez más importante del árabe en el Protectorado no puede, claro está, desligarse de los esfuerzos que las autoridades coloniales españolas realizaban para desmarcarse de la política lingüística francesa y erigirse en defensores de la arabicidad de Marruecos. En las postrimerías de la aprobación, en 1930, del conocido como «dahir bereber» por parte de las autoridades francesas, la cual llevó a la politización de las identidades «árabe» y «bereber» y dio lugar a protestas masivas que consolidaron el movimiento anticolonial marroquí (Wyrtzen, 2016; pp. 136-178), el régimen franquista se apoyó en el marco discursivo de la cultura «hispano árabe» y la política colonial española se erigió en adalid de la defensa del nacionalismo marroquí y la conciencia panárabe y panislámica, en contraposición al divide et impera francés (Calderwood, 2018; pp. 167-207).

En este contexto —universo discursivo y prácticas coloniales— se consolidaron el bilingüismo y el viraje de las revistas hacia la literatura árabe contemporánea. Aun así, las iniciativas y los cambios se habían ido produciendo, en gran medida, gracias a las aportaciones de Guennoun y Chuaqui y a la predisposición de quienes escribían y traducían textos para Al-Motamid y Ketama, españoles y marroquíes. El interés por la poesía contemporánea árabe y la dedicación a su traducción al castellano siguieron expandiéndose, sobre todo en Ketama, a través de otros dos actores claves como fueron el poeta y literato tetuaní Mohamed al-Sabbagh (Tetuán 1929 – Rabat 2013) y la arabista y traductora Leonor Martínez Martín (Barcelona 1930 – 2013).

Entre 1955 y 1959, Martínez Martín seleccionó y tradujo al castellano fragmentos poéticos de autores árabes que figuraban en la doble página central de Ketama (pp. 6-10). Entre otros, la arabista seleccionó la poesía del reputado poeta simbolista libanés Sa’id ‘Aql, del conocidísimo poeta y editor Albert Adib, y del poeta del Mahjar (diáspora árabe en las Américas) Ilya Abu Madi. Además, Al-Motamid y Ketama fueron tejiendo redes con revistas árabes de Beirut, Túnez, Buenos Aires, Nueva York y São Paulo, además de con revistas españolas, italianas y francesas. Mantenían correspondencia con autores como el Premio Nobel Vicente Aleixandre (que estuvo en Tetuán en 1953), el libanés afincado en Nueva York Mijail Nu’ayma, la gran poetisa palestina Fadwa Tuqan o el también Nobel Juan Ramón Jiménez, que enviaba poemas inéditos desde su exilio. Especialmente reseñable es el papel de Mohamed al-Sabbagh, que dirigió la sección árabe de Al-Motamid, primero,y la de Ketama, después, en el establecimiento de redes con puntos en Medio Oriente y el Mahjar (‘Abbas, 1972). Para mediados de los años cincuenta, estas dos revistas con sede en la capital de un protectorado que tenía los días contados mantenían correspondencia e intercambios literarios e intelectuales con autores y asociaciones literarias de un número nada desdeñable de ciudades en España, el Magreb y Medio Oriente, los dos hemisferios del continente americano y Europa. Las revistas publicaban además cuentos, noticias y ensayos en traducción o solo en una de las lenguas. Daban voz a la poesía marroquí. Ketama (núm. 13-14) publicó un poema de Carles Riba en el original catalán y su traducción al castellano y al árabe. Y el último número de Ketama (núm. 13-14) rindió homenaje al Premio Nobel italiano Salvatore Quasimodo, y dos poemas suyos —en italiano, castellano y árabe— ilustraron las páginas centrales de dicho número.

Gran parte de toda la labor traductora que caracterizó a las dos revistas era fruto de la colaboración entre al-Sabbagh y Mercader, al-Sabbagh y Martínez Martín, al-Sabbagh y López Gorjé. Al-Sabbagh y Martínez Martín tradujeron la obra de Nu’ayma Hams al-Jufūn (El susurro de los párpados) y también, junto a López Gorjé, la del propio al-Sabbagh, que se publicaba en diversas revistas españolas. Con todo, marroquíes como Idris Diuri, ‘Abd al-Latif al-Khatib, Amina al-Luh, el libanés afincado en Tetuán Najib Abu Malham y el propio al-Sabbagh fueron quienes realizaron la aportación más notable a la tarea traductora de estas revistas coloniales. El dominio del castellano y el árabe (y más, si cabe, del árabe clásico de la poesía) era casi exclusivo de marroquíes; por lo tanto, las aptitudes lingüísticas y el peso de la traducción «cotidiana» y «pequeña» estaban marcadas por la condición de colonialidad. Al mismo tiempo, los colonizados consiguieron que la literatura árabe pasara a ocupar el centro del interés de ambas revistas, que a su vez la hacían llegar a lectores hispanohablantes, sobre todo en España y América Latina; y eso actuó como antídoto del desconocimiento que a Mercader tanto le abrumaba reconocer y de la idea imperial de que la literatura árabe no era lo suficientemente moderna.

A modo de conclusión   

La caravana literaria de que dan cuenta los ejemplos mencionados no solo atestigua la circulación de todo tipo de textos, desplegados en distintas lenguas, que ha vertebrado el espacio mediterráneo durante siglos, sino que nos ayuda a entender de qué manera estos viajes textuales contribuyeron y contribuyen a alimentar genealogías literarias que no pueden categorizarse a partir de parámetros rígidos. El archivo literario de las revistas Al-Motamid y Ketama nos permite, entre otras cosas, tensionar las lógicas de centro-periferia en las que tendemos a situar toda experiencia colonial, lógicas que borran las fricciones, las negociaciones y las transformaciones que también hicieronla historia de nuestro bagaje cultural y literario. El viraje hacia la poesía árabe y el bilingüismo de estas dos revistas coloniales nos permite, además, constatar la influencia que ejercieron «los colonizados», marroquíes y árabes de Oriente Medio y las diásporas americanas, sobre «los colonizadores» españoles que fundaron y dirigieron las revistas. Con esto no pretendemos negar las relaciones de poder que vertebraron la sociedad y la cultura colonial —y que heredamos y siguen moldeando la mediterraneidad y el mundo—.

De hecho, la industria editorial actual se rige, mayoritariamente, por dinámicas que no visibilizan los matices de los intercambios entre ambas orillas del Mediterráneo y, en cuanto que herederas de las lógicas coloniales, ocultan las aportaciones intelectuales del sur mediterráneo y global. Las categorizaciones que adjetivan los textos enraizados en el espacio mediterráneo siguen tendiendo a ser reductivas. Señalan el lugar de nacimiento de quien escribe o la lengua en la que originariamente circuló dicho texto, sin tener en cuenta que, como señalábamos, estos parámetros no traducen la pluralidad mediterránea. Asimismo, la elección de lo que se traduce —y de las lenguas desde las que se traduce— también se ve afectada por lógicas reduccionistas. En el norte sigue imperando el eurocentrismo; se sigue apostando poco por traducir del árabe, o por multiplicar voces que no encajan con el imaginario que se tiene del otro lado, todavía altamente orientalista y próximo al machismo y otros -ismos, produciendo arquetipos falaces y sesgados de lo que es ser una mujer árabe, o musulmana.

Entre otras cosas, todo ello contribuye a que siga sin afirmarse el intercambio que nos dibuja un Mediterráneo diverso y complejamente intricado. Santiago Alba Rico (2020) toma prestado un ejemplo lingüístico de Calvet para reflexionar sobre la ambivalencia que vertebra nuestra mediterraneidad, y a la que Kilito apelaba mediante la(s) lengua(s): «Calvet pone un ejemplo bellísimo de estos viajes lingüísticos a veces de ida y vuelta— de palabras finalmente mediterráneas. “Albaricoque”, ¿no es evidente que procede del árabe? Pues no. El vocablo es originalmente latino (praecoquum); del latín pasa al árabe albarquq, que a través de Al-Andalus da lugar a nuestro albaricoque, que a su vez se convierte en el francés abricot. Mucho antes de que la globalización capitalista trufase nuestras lenguas de palabras inglesas, el comercio en el Mediterráneo había mediterraneizado nuestros idiomas vernáculos, dándoles esa forma centenaria que hoy se ve un poco descascarillada o erosionada por la koyné consumista y tecnológica».

La muestra literaria que hemos recogido en este artículo, y los procesos colaborativos de creación y circulación que hemos analizado señalan la importancia de construir una mirada poliédrica hacia la producción literaria del Mediterráneo —una mirada que es histórica y contextualizada—. Solo desde una mirada que permita lecturas múltiples podremos comprender la mediterraneización a la que apunta Alba Rico, así como pensar en el entramado lingüístico, cultural y social que vertebra ese territorio desde la circularidad y abrazar la pérdida de las etiquetas estancas que a día de hoy siguen operativas; por ejemplo, la pérdida de nuestras «lenguas maternas» para invocar la ambivalencia que es capaz de nombrar la diversidad.