Entrevista a Mohammed Guiga. Dibujar contra lo que se dibuja

Maria Elena Morató

Periodista y crítica de arte

Mohammed Guiga (Túnez, 1957), pintor y diseñador tunecino, actual director del Instituto Superior de Bellas Artes de Túnez, es un artista que trabaja apartado de los focos mediáticos, concentrado en descubrir y hacer descubrir a través de sus creaciones y su labor como profesor universitario las contradicciones e injusticias de nuestras sociedades, consciente de que el arte no puede rehuir el compromiso social. Túnez vive actualmente una encrucijada muy compleja, y el mundo de la cultura juega un papel fundamental en cuanto que actor en primera línea de batalla en favor del desarrollo intelectual de las próximas generaciones. Con esta entrevista nos acercamos no solo a su trabajo personal, sino también a los desafíos que han incidido en el arte tunecino de los últimos decenios.


   

Maria Elena Morató: Empezaremos desvelando el sentido de su frase «Mi dibujo contra lo que se dibuja». ¿Por qué presenta todos sus trabajos, que comparte a menudo en redes sociales, bajo esta rúbrica?

Mohammed Guiga: Mon dessin contre ce qui se dessine se impuso a raíz de la revolución tunecina (17 diciembre 2010 / 14 enero 2011). Un «juego» de palabras y grafismos que asocia el acto de dibujar contra lo que se trama tanto social como política y humanamente. Aquí, el término tramar se entiende en su connotación perniciosa, por lo que dibujar se transforma en un acto de resistencia.

M. E. M.: Diez años de resistencia… ¿Cuál es su percepción, como ciudadano y artista, de la evolución de esa resistencia?

M. G.: Yo diría que la resistencia engloba el hecho de enfrentarse a la mediocridad, a la fealdad de los actos y de las palabras, a la crisis de valores, pero también grita alto y fuerte para denunciar las injusticias en un mundo tan injusto.

M. E. M.: ¿Quizá por eso sus creaciones se presentan siempre en blanco y negro?

M. G.: La fuerza del negro sobre blanco o del blanco sobre negro me permite permanecer cerca de lo que siento, sin florituras; me dicta lo que debo escribir gráficamente para transmitir la dinámica del dolor y de la felicidad. Tienen tanta fuerza que, para mí, engloban verdaderamente la totalidad de la paleta cromática. Hace años trabajé en proyectos plásticos y gráficos en los que sí empleaba el color, sobre todo cuando el tema lo requería.

M. E. M.: Volvamos un poco atrás… usted viene de una familia de intelectuales. Su padre era escritor y fue el responsable del Centro Internacional Dar Sebastien de Hammamet en su época dorada. ¿Qué influencia ejerció en su propia trayectoria?

M. G.: Mi padre, Tahar Guiga, que en paz descanse, era escritor en dos lenguas, árabe y francés, pero también un enamorado del griego y el latín. Fue responsable del Centro Internacional Dar Sebastien de Hammamet de 1967 a 1977. Fue un intelectual humanista, hombre de letras y hombre de acción, militante silencioso por la independencia de Túnez y Argelia y uno de los primeros que trazaron las grandes líneas de la política, la enseñanza y la cultura en esos dos países. Sigue presente todavía porque legó a los jóvenes los valores esenciales para afrontar la vida a través de sus libros y escritos; siempre atento, empujando a la reflexión, el diálogo y la acción. Mi espacio de libertad, expresión y acción estaba en mi casa paterna. Con mi padre hablaba de todo y estuvo siempre presente en el desarrollo de mi trayectoria, desde las escuelas de arte en Túnez y París hasta mi doctorado. Fue el primero en comprarme libros de arte (recuerdo el de un pintor que me gusta mucho, Paul Cézanne), me regaló mi primera tela y mi primera caja de pinturas al óleo. Y sigue presente en la memoria y la historia de este país a pesar de la política de tierra quemada, de esa política empeñada en destruirlo todo para borrar cualquier rastro de la existencia de un pueblo y de su historia, de las personas influyentes por sus ideas, escritos, proyectos de sociedad o lucha por un mundo mejor, que representan un peligro para el poder.

M. E. M.: ¿Cómo vivía la juventud de los años setenta el desarrollo en su país de todos esos encuentros internacionales?

M. G.: Yo viví los setenta y los ochenta como un adolescente y joven, con la suerte de descubrir en Dar Sebastien el mundo llamado del arte y la cultura, el mundo de escritores, poetas, guionistas, hombres de teatro… artistas de todas formas de expresión. Así me empapé en un espacio de irradiación gracias a un proyecto de política cultural trazado por mi padre para otorgar a Dar Sebastien un resplandor cultural de carácter mediterráneo que respetaba las distintas especificidades, al servicio de un encuentro cultural sin fronteras. Fue una suerte poder ver referentes mundiales de música (Mikis Theodorakis, François Chatelet, Roger Planchon, Lucero Tena, Los Incas, Sabah Fakhri …), teatro (Jean-Marie Serrault, Moncef Souissi …) o danza (los ballets Bolchoï, Caracalla, Alvin Ayley…), entre otros muchos.

M. E. M.: ¿Cómo ve, en perspectiva, la transformación (si la ha habido) de ese espíritu de los setenta, tanto desde el punto de vista de los artistas como del de los gestores?

Mohammed Guiga.

M. G.: Creo que el espíritu de los setenta y los ochenta no puede desligarse de la coyuntura económica, política, cultural y social del país, que por otro lado también es tributario de las influencias exteriores de un mundo tan vasto. Pero antes de eso, la transformación emana de nosotros mismos, de nuestros interrogantes, de nuestras preguntas, del descubrimiento de nuestro papel en el seno de la célula familiar, social y ciudadana para poder reaccionar y dar forma a lo que nos parece bueno para nuestro «espacio de sociedad». Yo llevo siempre conmigo la etapa importante de esos años, marcados por una explosión de reivindicaciones, de liberación y justicia social, de libertad de expresión, de lucha por los derechos y las causas justas, como el derecho de los pueblos a la independencia. Empezando por la causa del pueblo palestino contra la ocupación sionista, la lucha contra el apartheid en Sudáfrica, la lucha contra el imperialismo de todas clases, y terminando por los movimientos de las sociedades que han marcado ese período: mayo del 68 en Francia y el levantamiento por otro modelo de sociedad, con estudiantes, obreros y trabajadores de todo tipo… los movimientos de lucha social en Túnez con la primera huelga general del 26 de enero de 1978 y la reacción tan violenta del poder en ese momento (con muertos, heridos y arrestos)… Estos ejemplos no podían pasarme desapercibidos, en primer lugar, como joven que soñaba con un mundo más justo; en segundo lugar, como artista con el compromiso de cambiar el mundo y, en tercer lugar, como ciudadano y ser humano que debe reaccionar.

M. E. M.: ¿Podemos hablar, en el arte tunecino, de miradas pre y post revolución, frente a sí mismo y en el contexto del ámbito mediterráneo?

M. G.: Los movimientos de reivindicaciones, luchas o revueltas no pueden limitarse solo a la esfera nacional, ya que estamos en un mundo de interacción e interconexión. Túnez, vista su posición geográfica y su larga historia, ha sido y será un país de paso y encuentro de distintas civilizaciones. Está en el extremo de nuestro continente africano, abriéndose de manera natural al continente europeo y al mundo, y el mar Mediterráneo es una bendición para la relación y los intercambios indispensables entre pueblos. Desde 2010 y 2011, el país vive un importante movimiento social y popular que yo llamo revuelta contra la deriva del régimen en el poder durante tantos años; no he empleado la palabra «revolución» tal como se usa en la mayoría de medios nacionales e internacionales porque, si ese es el caso, está todavía en curso y necesita mucho tiempo. Lo que estamos viviendo desde hace diez años, a pesar del cambio de régimen, es una corriente de cambio y contracorriente que favorece una situación económica desastrosa. A pesar de ello, ese movimiento ha liberado aún más la acción artística en todas sus formas y ha dado mayor espacio a la acción reivindicativa. La libertad de expresión ha conseguido liberar la palabra y los gestos hasta el punto de que se necesitará tiempo para estudiar de cerca lo que ocurre, por ejemplo, en el arte de la calle o el arte digital de reivindicación. Acerca de todo ello escribí «L’art engagé a-t-il sa place dans le paysage des Arts Plastiques en Tunisie?», presentado en el marco del coloquio internacional «Les arts plastiques en Tunisie. Parcours de générations et enjeux esthétiques et culturels», organizado en la Ciudad de las Ciencias de Túnez en octubre de 2019. Lo que hemos vivido en Túnez entre 2010 y 2011 y la llegada violenta de esta pandemia mundial, para el artista en su acepción más amplia, es una etapa potente, difícil e inquietante (individual y colectivamente) que me parece una fuente de «creatividad». Mi modesta escritura gráfica y plástica, Mi dibujo contra lo que se dibuja, es el ejemplo de ello.

M. E. M.: En referencia a su texto «L’art engagé a-t-il sa place dans le paysage des Arts Plastiques en Tunisie?», usted habla del rol social del llamado «arte comprometido», que no es solo algo que concierne al arte, sino a la sensibilidad frente a los acontecimientos y sueños de la sociedad. También habla de la necesidad de fijar mediante fotos (que usted mismo y tantos otros han tomado durante la revolución de 2011) las intervenciones sobre las paredes de Túnez para que queden como testimonio de una época. ¿Hasta qué punto cree que la memoria visual puede ayudar al desarrollo de los acontecimientos actuales para el cambio del futuro?

M. G.: Creo que la memoria visual es tributaria, en gran parte, de nuestra historia personal y colectiva. Esta memoria visual es bombardeada cotidianamente por imágenes reales e imágenes virtuales que vehiculan innumerables mensajes y un gran poder. Vivimos desde hace tiempo, desde la caída del muro de Berlín, una fase de modelo único, un mundo codicioso y materialista en el que la imagen y la comunicación visual, en el sentido más amplio, tienen el poder total de persuadir, influir, guiar y modelar al público al que se dirige a todos los niveles. Solo tenemos que fijarnos en el sector motor que es la publicidad y la amplitud de estrategias que utiliza para fijar el modelo infernal del éxito por medio del capital, el capital únicamente en detrimento de la ciudadanía, del trabajo, de la solidaridad, del compartir, sobre todo en fases de crisis. El poder de la imagen publicitaria continúa haciendo una serie de estragos que nosotros y las futuras generaciones pagaremos caro. Por suerte, otras clases de imágenes han sobrevivido al tiempo y todavía pueden contarnos la vida de otra forma, defender otros valores y maneras de pensar «la sociedad». La imagen cinematográfica es el ejemplo perfecto, ya que puede introducirse en nuestra memoria visual y actuar e interactuar cada vez que la historia de la película nos recuerda situaciones precisas de nuestra vivencia y nuestra cotidianidad. La imagen gráfica y artística perdura más allá del tiempo y acompaña nuestra memoria visual a partir del momento en el que nos implicamos en su escritura para defender una causa o vehicular un mensaje.

El hecho de decidir fijar los instantes de reivindicación a través de la imagen en los distintos rincones de la ciudad durante el levantamiento popular en Túnez es, en sí mismo, un trabajo de memoria con el fin de poder releer las imágenes e intentar descifrarlas después de un cierto tiempo para acotar mejor y poder vehicular sus acciones reivindicativas.

M. E. M.: Ha hablado también del oportunismo de ciertos artistas al inscribirse en la etiqueta de «arte comprometido» para estar de moda. ¿Cree que esta manera de trabajar desvirtúa la de aquellos que lo hacen de manera sincera? ¿Tiene hoy el compromiso la misma potencia que diez años atrás?

M. G.: Cuando hablo de oportunismo, me refiero a esa enfermedad que carcome y se expande como un virus y alcanza no pocos sectores de la vida social, y el mundo de la cultura y las artes no escapa a él, por desgracia. En ese texto, escrito en octubre de 2019 a partir y en torno a la cuestión de si el arte comprometido tiene espacio en el paisaje de las artes plásticas en Túnez, termino con preguntas abiertas que pueden ser objeto de una próxima reflexión personal o una llamada a todos aquellos que quieran reflexionar en torno a dicha temática de permanente actualidad. Mi objetivo era evocar aquello que el levantamiento tunecino ha podido despertar en aquellos que lo vivieron de cerca o de lejos:

«Artistas de todas partes, de todas formas de expresión plástica y gráfica tuvieron necesidad de actuar, de reaccionar, en el mismo momento o a posteriori para participar en el movimiento de cambio. Estos ejemplos forman parte de la escritura de una fase importante de la historia de Túnez que vive todavía ese cambio, en un mundo árabe en plena conmoción» […]. «La libertad de expresión es un logro ciudadano, independientemente de lo que piense el artista. Lo importante es la actitud que este ha adoptado y su compromiso, sea cual sea, en la acción. Quizá algunas de esas obras sean espontáneas, fruto del momento, que acabarán por ser olvidadas. Pero podemos preguntarnos si algunos de los artistas han aprovechado la oportunidad en su compromiso (¿calculado?) utilizando el tema de la revuelta como una temática “vendible”».

Efectivamente, catorce meses después de ese texto y pocos días antes de la celebración del décimo aniversario de la revuelta tunecina, los datos cambian por la fuerza del movimiento y de la historia; el movimiento revolucionario se enfrenta a la contrarrevolución que supo esconderse al principio y que luego se organizó y trabaja hoy, tras las últimas elecciones, a cara descubierta.

El mundo de la cultura y del arte «militan» para sobrevivir a las consecuencias económicas desastrosas que se añaden a la pandemia global. Esto no puede ser un freno para las pocas personas que, desde hace tantos años, han escogido la vía de la acción por un mundo mejor, menos injusto y más humano. Un mundo donde el hombre no sea ya el centro de todo, transformado él mismo en objeto de consumo donde todo se compra y todo se vende. Y con una imagen, a través de los medios de comunicación al servicio de un modelo manipulador, tan eficaz y peligroso como injusto, frente al cual algunos profesionales (en el ámbito de la imagen cinematográfica, digital, etc.) continúan ejerciendo su militancia. Estos constituyen un problema que hay que combatir por todos los medios… Los ejemplos son numerosos, pero nombraré a uno que en estos momentos me toca el alma: el caricaturista Naji Ali, que denunciaba las prácticas de la ocupación de Palestina y acabó siendo asesinado, aunque sus dibujos perduran y siguen siendo portadores de su causa.

M. E. M.: Usted fue director del Instituto Superior de Bellas Artes de Túnez entre 2002 y 2005 y recientemente se ha vuelto a entrenar en el mismo cargo. ¿Cuáles eran sus prioridades y programa en esa época y cuál es su programa hoy?

M. G.: Sí, en noviembre de 2020 mis compañeros de nuevo me eligieron como director para un mandato de tres años. Es un trabajo en la escuela en la que hice mis estudios y en la que enseño diseño gráfico y comunicación desde hace muchos años. Durante el primer mandato, intenté poner en práctica la mejor estrategia de trabajo y motivación para el conjunto de compañeros que forman la institución (profesores, estudiantes, dirección administrativa y pedagógica y trabajadores), cada uno en su papel y con un mismo objetivo: la enseñanza, la formación y la investigación para los diseñadores y artistas plásticos del mañana. Esto no puede realizarse únicamente en un espacio cerrado, sino en relación con la realidad nacional política, económica, cultural, social… pero también teniendo en cuenta la realidad mundial y trabajando para establecer los intercambios necesarios con diferentes escuelas y socios extranjeros. Dieciocho años después, incluso aunque todo haya evolucionado, las prioridades esenciales siguen ahí. Para mí, la dirección se articula entre lo que yo llamo gestión interna y una gestión externa por un mundo de arte sin fronteras, en continuo movimiento, renovación y cuestionamiento. Hoy, viendo la difícil situación nacional y mundial, creo que tras cada crisis profunda hay una nueva fuente que acabará por surgir. La dureza del momento es una motivación para replantearlo todo.

M. E. M.: ¿Ha constatado diferencias en los intereses y necesidades de los estudiantes en ambas épocas?

M. G.: Las necesidades de los estudiantes, como para todos nosotros, dependen de la situación nacional e internacional. Para mí, los estudiantes siempre han sido un germen de movimiento y dinamismo porque están en fase de aprendizaje. No obstante, también son el fruto de una época. En 2002 se encontraban dominados por las bridas de un régimen y un poder totalitario muy longevo, con sus altibajos. Hoy, tras la revuelta de 2010 y 2011, estamos inmersos en el proyecto de un régimen parlamentario en fase de construcción larga y dolorosa.

Entre esas dos épocas creo que los estudiantes, que a mi parecer no disfrutaban de una libertad de acción y expresión, han consolidado ese derecho a la expresión, a las propuestas y las decisiones de manera más abierta. Siempre he creído que el Instituto Superior de Bellas Artes de Túnez es la representación del estado en movimiento de Túnez; con sus interrogantes, sus dudas, sus luchas y sus acciones. Una de las confirmaciones de esto que digo procede de la experiencia de muchos años de enseñanza, así como de la respuesta recibida por parte de los estudiantes cada vez que les he propuesto distintos temas sin ningún tipo de censura y sin ningún tipo de tabú. Esos estudiantes han sido, y siguen siendo, una fuente de propuestas a pesar del entorno generalmente hostil, que no cree demasiado en la necesidad de estos estudios de Arte y Diseño por temor a la expresión artística de todo tipo. Esos estudiantes son la fuerza del cambio, de hoy y de mañana. Hemos de creer en ellos y otorgarles confianza para pasarles la antorcha, pero, sobre todo, confiar en sus capacidades para cambiar las reglas del juego. Eso me recuerda una frase que digo a cada nueva promoción de diseñadores gráficos al inicio del curso universitario: «Somos diseñadores de imágenes en el sentido más amplio; estamos llamados a cambiar el mundo».

M. E. M.: Como artista creador, ¿cuáles son las expectativas y proyectos que tiene para su trabajo?

M. G.: Sobre mi práctica artística, tomo una frase de Jean Cocteau que creo que resume lo que siento: «Hay que entender que el arte no existe más que si prologa un grito, una risa o un lamento».

Un grito, una risa o un lamento: ese es el motivo que justifica mi trabajo personal desde hace tantos años. Es también la única arma contra el absurdo de este mundo tan cruel, tan loco, en el que se instalan cada vez más el individualismo y el odio. ¿No será consecuencia de una estrategia que destruye en nombre de la justicia, la igualdad o la libertad, en lugar de construir sobre los valores de solidaridad, cooperación y amor?

Yo me siento ciudadano del mundo y, por ello, debo posicionarme con respecto a los acontecimientos que ocurren. Posicionarme y compartir es lo que he hecho siempre, respondiendo a peticiones de exposición en grupo. Nunca he sentido la necesidad de realizar una exposición personal, en Túnez o en otros lugares, pese a tener posibilidades de hacerlo. Al contrario, desde el levantamiento popular de 2010, he preferido expresarme a través de redes sociales, que me ofrecen la posibilidad de actuar y reaccionar de manera espontánea, casi impulsiva, dirigiéndome a un público extremadamente amplio y sin ninguna restricción geográfica. Esta manera de proceder me permite «exponer» mis trabajos personales tan a menudo como deseo, al hilo de su creación y sin ningún impedimento material.

El bello viaje gráfico que titulo Mi dibujo contra lo que se dibuja, sin embargo, está en proceso de tomar forma como exposición/publicación.