En su función de residencia artística mediadora entre los artistas y las comunidades, lo que más ha interesado a Jiwar (que en lengua árabe significa vecindad) a lo largo de sus ocho años de andadura es acompañar los procesos creativos y ensanchar los espacios de intercambio e interlocución. Así, a la noción de vecindad geográfica y cultural de los pueblos mediterráneos se suma la vecindad entre disciplinas artísticas y el trabajo en común en el seno de la residencia entre artistas con lenguajes diversos. Desde esta mirada y esta voluntad de conexión, interlocución y apertura se han desarrollado una serie de proyectos, como Entrellaçades o Xabaca, que han puesto de manifiesto que la materia viva de la ciudad, los latidos de sus gentes y la implicación de estas en los proyectos artísticos son la mejor herramienta para combatir ignorancias, estereotipos y soledades.
En arte es difícil decir algo mejor que no decir nada.
Ludwig Wittgenstein
Encabezar este artículo con la célebre frase de Wittgenstein es ponerse una trampa a una misma y desacreditar las propias palabras, así como la necesidad de «explicar» los entresijos y las voluntades de algunos de los proyectos que nos marcaron intensamente. No obstante, la frase nos ilumina cual faro y nos recuerda que lo que cuenta, especialmente en los proyectos pequeños como el nuestro, es la experiencia compartida, los procesos, aquello que vivimos y, aunque lo intentemos, no sabremos contar. Y que en el arte, lo que pasa es más importante que lo que se dice.
Durante los casi ocho años de actividad de la residencia internacional de artistas Jiwar Creació i Societat en Barcelona, lo que ha sustentado el proyecto ha sido la obsesión recurrente de crear puentes de diálogo e interacción entre disciplinas, entre personas y comunidades, emplazando la creación artística como hecho transmisor de valor y conocimiento. Asumiendo nuestro rol de mediadores entre los artistas y las comunidades, lo que más nos ha interesado es acompañar los procesos creativos y ensanchar los espacios de intercambio e interlocución, hecho que nos sitúa en un espacio de reivindicación en la línea de la bien hallada expresión «compartir la ciudad», que ha empleado en diversas ocasiones la pensadora Marina Garcés.
«Lo que define el conocimiento a través del arte es la emanación de significado a través del proceso de la expresión creativa». Estas precisas palabras de Shaun McNiff apuntan a la universalidad de los mecanismos creativos y sitúan el acto de creación en el centro de la expresión individual y colectiva, siendo el proceso el detentor de todo sentido. Mientras que los discursos se dirigen a un interlocutor pasivo, que se posiciona a priori ante los enunciados, los procesos creativos, a través de la implicación emocional e inconsciente que se da en ellos, suscitan un tipo de experiencia y de «escucha» intrínseca, encarnada en el mismo acto de creación. Esto, llevado al campo de las colaboraciones entre artistas y comunidades, tiene un potencial excepcional. En esta línea, Jiwar se ha interesado por acompañar los procesos más que por esperar un resultado final, la obra acabada y «cerrada».
A esta visión del arte y de la creación cabe añadir el pilar ideológico del proyecto, que no es más que el concepto mismo de jiwar, que en árabe significa vecindad. Este es el motor, la sustancia primera de un proyecto que reivindica la creación artística como herramienta de transformación y reflexión sobre la ciudad, y también como nueva posibilidad de relacionarse uno mismo con ella. Artistas de culturas muy diversas han pasado por él durante este tiempo con proyectos que, en gran medida, no habrían sido posibles sin la interlocución con las personas que hacemos la ciudad: el testimonio de los vecinos y las vecinas mayores del barrio para alimentar una novela (Fernando Grajeda, 2013 o Serge Legrand Vall, 2018), el relato personal de artistas refugiados que buscan su lugar en un nuevo contexto (Esther Belvis Pons, 2015), el compartir los espacios cotidianos de la diáspora africana en Barcelona (Sydelle Willow Smith[1], 2013), el desvelar las experiencias comunitarias e individuales que se dan en los huertos urbanos[2] (Wil Weldon, 2014), la plasmación gráfica, a través del grabado y a pie de calle, de lo que es el hogar para uno (Israel de la Paz, 2015), el testimonio íntimo y políticamente incorrecto de madres de todo tipo (Deema Shahin, 2015) o el mapa psicogeográfico de la ciudad creado espontáneamente en una deriva comunitaria (Moritz Ahlert[3], 2018). El balance de formatos, indagaciones, investigaciones y colaboraciones es de una diversidad considerable.
A esta vecindad esperada y conocida, la de barrio y ciudad, se le añaden dos acepciones que dibujan un triángulo equilátero dinámico en el que jiwar es el corazón y cada lado, una concreción. A la vecindad propiamente dicha se suma, en primer lugar, la geográfica y cultural de los pueblos mediterráneos, concretándose en nuestro papel activo a la hora de acoger, en la medida de lo posible, a artistas y proyectos procedentes de esta región. La vecindad entre disciplinas artísticas, promoviendo los intercambios, y el trabajo en común en el seno de la residencia entre artistas con lenguajes diversos completarían las caras del triángulo. Así, desde esta mirada y esta voluntad de conexión, interlocución y apertura se han desarrollado una serie de proyectos que han sido nuestra razón de ser.
Para ilustrar a nivel práctico este posicionamiento pasaremos a continuación a dar a conocer algunos proyectos:

Entrellaçades: teixint coneixement, desteixint prejudicis [Entrelazadas: tejiendo conocimiento, destejiendo prejuicios]
Fue un proyecto del que se hicieron dos ediciones, en 2011 y 2012, en cooperación con la entonces Asociación sociocultural Ibn Batuta (actualmente Fundación Ibn Batuta), en el barrio del Raval, y el Casal de Gent Gran del barrio de Gràcia, donde se encuentra la sede de Jiwar; dos barrios con unas realidades socioeconómicas y culturales muy diferentes. Mujeres mayores del casal, vecinas del barrio, se juntaban semanalmente con un grupo de jóvenes madres del Espai Dona de la Asociación del Raval, en su mayoría paquistaníes, para tejer juntas bajo la supervisión de una artista textil, que hizo la propuesta para una muestra final. Unas y otras alternaban los desplazamientos: una semana se tejía en Gràcia, la siguiente en un centro cívico del Raval. Este sencillo proyecto tiene tres aspectos destacables: se creó un espacio de igualdad intercultural e intergeneracional en el que todas las mujeres compartían habilidades, ninguna sabía más que la otra, descubrían nuevos puntos y encontraban de forma natural nuevas maneras de hacer. Se daba, además, una movilidad dentro de la ciudad para ir al «otro» barrio, con una realidad sociocultural muy diferente y, finalmente, se daba valor a una habilidad considerada esencialmente «femenina», creativa y poco valorada socialmente, como es el tejer. El éxito del proyecto fue sin duda esta diversidad de factores que se cruzaban de forma natural y en un espacio de igualdad. A partir de una actividad artesana y artística se crearon nuevas relaciones personales y, sin ningún discurso mediador, cayó por su propio peso la imagen estereotipada que, en un principio, unas mujeres tenían de las otras.
Xabaca
También desde una perspectiva feminista nació el proyecto Xabaca[4], concebido y coordinado por Novact (Instituto Internacional para la Acción No Violenta), la Fundación Al Fanar para el Conocimiento Árabe y Jiwar. Xabaca, que significa red en árabe, es un proyecto emblemático que nos ha permitido acoger en residencia a siete artistas de diferentes disciplinas del mundo árabe en las dos ediciones que se han llevado a cabo hasta ahora. El objetivo primero del proyecto es conectar los mundos creativos de diferentes mujeres en un espacio neutral (la ciudad de Barcelona) y permitirles crear fuera de su contexto habitual, a menudo tenso y estresante. Además, la realidad política de algunos países hace que el encuentro entre ciertas nacionalidades no sea posible en ciertos países de origen, de ahí el interés de una residencia internacional.
Asimismo, el proyecto apoya específicamente a las mujeres creadoras árabes por dos motivos: por su papel en la transformación social a través de su práctica artística y por la doble presión a la que se enfrentan por el hecho de ser artistas y mujeres. Muy a menudo, la creación artística constituye una herramienta para visualizar y cruzar las líneas rojas de los valores dominantes y las estructuras de poder y cuestionar desde el arte el statu quo de un ecosistema social. Las mujeres creadoras se ven sometidas a múltiples presiones: la del patriarcado, la de la moral colectiva y, a menudo, la política. El hecho de tener un espacio «neutral» y un tiempo dedicado únicamente a la creación permite a las artistas reconocerse en una nueva mirada hacia su propio trabajo y sus propias estrategias de autocensura y supervivencia en cuanto que creadoras. Por otra parte, el papel que tuvimos las entidades coordinadoras del proyecto fue fundamental para difundir la palabra de estas mujeres en la sociedad catalana y española y contribuir a romper los estereotipos sociales en torno al «concepto» de «mujer árabe». Así, al acercar a estas mujeres a través de su arte, los auditorios de Barcelona, Sevilla y Valencia pudieron escucharlas y compartir los tópicos universales que remueven las tripas y el corazón de cada una en la búsqueda de la libertad personal y la conquista de una manera de ser genuina, independientemente del contexto en el que nos haya tocado vivir. Las artistas en residencia durante las dos ediciones del proyecto han sido cineastas, cantautoras, artistas visuales, ilustradoras y autoras teatrales de países tan diversos como Egipto, Túnez, Líbano, Marruecos, Sudán y Palestina. Las conexiones personales y creativas entre ellas fueron tan fuertes que una productora (Otoxo) decidió hacer un documental (Borders and promises[5]) sobre el proceso creativo y personal de tres de ellas. Cabe destacar, asimismo, el modo en que la artista sudanesa Alaa Satir, una vez de vuelta a Jartum, vivió el inicio de la revolución política en su país. Sus grafitis en las paredes de la ciudad pasaron a formar parte de la iconografía de una revuelta.

Finalmente, este proyecto pretende movilizar también a agentes y organizaciones de los países de origen de las artistas, para crear una red a partir de una serie de nodos que apoyan y acompañan a las mujeres artistas en sus propios países. El legado gráfico de algunas de ellas ha viajado y sigue viajando en formato expositivo por diferentes ciudades españolas, manteniendo viva la llama de su testimonio y obstinación.
Tanto en Entrellaçades como en Xabaca se ofreció un espacio para que, a través de un acto creativo sencillo como tejer o a través de propuestas artísticas concretas, y a partir de la interacción personal o con las obras, se derrumbaran los estereotipos en relación, en primer lugar, con las mujeres locales y paquistaníes y, en segundo lugar, con el prototipo occidental de «mujer árabe». En la diversidad de las propuestas y miradas de todas ellas, el público local tuvo acceso a unas formas genuinas de entender el mundo y de relacionarse creativamente con este, valorando así a las personas por su trabajo y no por los atributos estereotipados que tan fácilmente se les atribuyen.
Más allá de estos proyectos, con una clara perspectiva intercultural y de género, cabe destacar la propuesta que la fotógrafa Elif Gülen desarrolló en Jiwar para dar continuidad a un proyecto más amplio que ya había empezado en su ciudad, Estambul, que había continuado en Belfast y París y que, en Barcelona, estaba localizado en el barrio de Gràcia. A través de la fotografía, el proyecto The locals buscaba los testimonios gráficos de personas de más de setenta años que vivieran en el mismo piso en que nacieron. Lo que empezó siendo una continuación del proyecto original tomó tal envergadura y tuvo tan buena respuesta que se transformó en el proyecto Memoria y ciudad, que recibió un segundo apoyo del Ayuntamiento de Barcelona. Siempre con la colaboración de la Fundación Amics de la Gent Gran, que nos ayudó a encontrar los contactos y crear el ambiente de confianza necesario para entrar en las casas, el proyecto incluyó, más allá de las fotografías, todo un trabajo de historia contada y de entrevistas por parte de la que esto escribe, en el que la relación vivencial con la casa constituyó el núcleo del trabajo artístico y documental. Este proyecto es un buen ejemplo de cómo los procesos artísticos no son únicamente herramientas, sino también sujetos de conocimiento: «El arte, entonces, nos permite pensar y actuar flexible y creativamente; construimos comprensiones que alimentan la posibilidad de diseñar objetos y procesos, de anticipar ideas, de formularnos preguntas diferentes, de encontrar respuestas alternativas, de explicar fenómenos y de comunicar con fuerza (y como no pueden hacerlo otros lenguajes) lo que sabemos, queremos, proponemos pero, además y casi mágicamente, muchas veces nos permiten referirnos a lo que no sabemos. El arte, además, permite ver más allá, decir lo no dicho, preguntar osadamente»[6].
Así pues, través de la palabra y la fotografía excavamos en la memoria de veinticinco personas que nos abrieron sus casas y sus historias. Como un eco infinito resuenan sus palabras, que entrelazan lo individual y lo colectivo, las historias personales con la gran Historia, los dramas cotidianos de supervivencia y resiliencia con una imagen estereotipada de una ciudad herida por el turismo depredador y una globalización sin retorno que poco a poco le robó el alma. La memoria popular de los barrios resurge y, con ella, el valor de la palabra de una generación silenciada.
Finalmente, no podríamos terminar sin mencionar la importancia del espacio público como escenario y sujeto de acción. Jiwar ha convertido en diferentes ocasiones las plazas vecinales en espacios de creación. En este sentido, probablemente el proyecto más emblemático fue La plaza invertida, de la artista quebequense Camille Rajotte. Se trataba de una instalación temporal que constaba de una estructura geométrica constituida por una plataforma y pequeños módulos que replicaban de modo invertido la topografía de la barcelonesa plaza del Diamante y de los edificios colindantes. La base de esta estructura representaba un techo ficticio encima de los edificios. La altura de la plataforma y los módulos era proporcional a la distancia entre el techo ficticio y, respectivamente, la plaza y los edificios, representando así el vacío que deja la plaza en el tejido urbano. Es decir, la estructura traducía el entorno arquitectónico en una versión invertida y a escala reducida.
Entre la escultura y el mobiliario urbano, este proyecto se concibió como una pausa en el movimiento constante, invitando a la gente a pararse, a interrogarse, a sentarse y, sobre todo, a poner más atención en el entorno urbano que uno ocupa. Así, de manera lúdica, se invitó a que los vecinos y vecinas del barrio, así como los transeúntes, observaran con otros ojos un espacio que habitan en lo cotidiano. Cabe decir también que esta obra no era solamente una escultura que ocupaba un lugar, sino que se articuló a la vez como mobiliario. Las personas ganaron esta nueva estructura como parte de la plaza y la utilizaban libremente para sentarse, tumbarse, tocar música o jugar. Se creó así un nuevo espacio de convivencia y diversión.
Pisar la plaza es esencial por lo que representa de comunitario, de estar juntos y compartir. Partiendo de este vecindario cultural que da sentido a Jiwar, nos atenemos al concepto árabe de plaza, más dinámico que el latino, mucho más cercano a un concepto fijo y estable que fluido, para desarrollar nuestras acciones en el espacio público. La palabra plaza procede del latín vulgar plattĕa, que debe el origen culto de la palabra al griego πλατεῖα plateîa «calle ancha», «plaza»; literalmente «ancha». El diccionario de la Real Academia Española ofrece, entre otras, las siguientes acepciones: 1. f. Lugar ancho y espacioso dentro de un poblado, al que suelen afluir varias calles. 2. f. Lugar donde se venden artículos diversos, se tiene el trato común con los vecinos, y se celebran las ferias, los mercados y las fiestas públicas. 3. f. Lugar fortificado con muros, reparos, baluartes, etc., para que la gente se pueda defender del enemigo […] 5. f. Espacio, sitio o lugar.
A través de nuestras propuestas en el espacio público, nos interesaba situarnos en la acepción arabo mediterránea de la palabra, que tan bien explica Ahmed Ghazali en el prólogo de Tombuctú, 52 días a camello[7]: «Sahat es la palabra árabe para plaza, place[8] (sitio). La palabra de origen latino platea que se ha generalizado en las lenguas occidentales (plaza, place, plaça, platz) remite a lo que fija el movimiento en el espacio. Por el contrario, la palabra árabe sahat deriva del verbo saha, que habitualmente se aplica a los fluidos para significar fluir o derramarse. También se aplica a los humanos para errar, deambular, viajar, pasearse… De ahí la palabra saih para viajero o vagabundo y siyahat, la palabra oficial para turismo. Es sabido que los sufís se hacen pasar por saihoun fí ardi allah al wasiat (vagabundos en la vasta tierra de Dios). La palabra adquiere también el sentido de escenario, de campo o de cualquier espacio de movimiento, de tensión y de confrontación con el otro».

Así, desde esta perspectiva híbrida mediterránea concebimos el espacio público y la plaza como lugar que fluye, pasa, se transforma y no se puede controlar. Es ahí donde nos ha interesado trabajar, abrir posibilidades y compartir con la gente: el lugar perfecto para conectar con esa dimensión universal intrínseca a la práctica artística que desvirtúa los discursos en favor de las experiencias. No hay espacio para nombrar los numerosos proyectos que hemos llevado ahí todos estos años, pero nos gustaría terminar mencionando dos acciones, dos regalos que hicimos al vecindario de la mano de una artista japonesa y un artista marroquí, ambos calígrafos.
En la primavera de 2016, Sachiyo Kaneko, con su performance Ola, quiso dar a conocer una forma híbrida de uno de los saberes más reconocidos en su país: la caligrafía shodo.[9] Con un pincel de grandes dimensiones, descalza sobre un gran lienzo de diez por tres metros fijado en el suelo, acompañaba sus movimientos empapando el pincel en una fuente con diez litros de tinta que dejaba correr como si fuera posible controlar sus movimientos, que en todo momento controló. Dos músicos, Pavel Amílcar y Mireia Zantop, improvisaban con el violín y la percusión al ritmo y el silencio de las pinceladas. Como una ola, la artista esperaba, de esta manera, involucrar al público improvisado en su dinámica creativa, yendo y viniendo del lienzo a la fuente, de la fuente al lienzo, y de un lado para otro. El éxito fue rotundo. Un año después fue el artista marroquí Sadik Haddari quien, acompañado por el sonido del hang, desarrolló su propia caligrafía, esta vez árabe, descalzo también, en el lugar exacto donde el año anterior la japonesa nos adentraba como hechizados en su escritura con sus ríos de tinta. En poco tiempo, el artista quiso dejar un mensaje en el corazón de la plaza: «La tierra es mi casa y la humanidad es mi familia».
«La tierra es mi casa y la humanidad es mi familia». Sirva, pues, esta frase como conclusión para decir, una vez más, que la materia viva de la ciudad, los latidos de sus gentes y la implicación de estas en los proyectos artísticos son la mejor herramienta para combatir ignorancias, estereotipos y soledades. Y que una tras otra, estas propuestas de interacción y diálogo han ido tejiendo un entramado de experiencias, retornos y aprendizajes que perduran en las piedras y los espacios, así como —tenemos la certeza— en la memoria profunda y transformadora de los seres que las vivieron.
Notas
[1] http://postcolonialist.com/arts/vecinos-neighbours-film-review-home-planet-dont-accept-anything-else/
[2] https://vimeo.com/user43573095
[3] Véase el vídeo https://www.youtube.com/watch?v=gs7Lr_ceegg&feature=emb_logo
[4] https://xabaca.jiwarbarcelona.com
[5] https://www.otoxoproductions.com/borders-promises/
[6] P. Pogré, «El arte: una forma de conocimiento y comprensión», en Arte e Ideas en América Latina, Colección Cisneros, 2014.
[7] A. Ghazali, Tombuctú, 52 días a camello. Cuento sahariano de hoy, Barcelona, Icaria, 2005.
[8] En cursiva la palabra de referencia en francés y árabe, tal y como aparecen en el original.
[9] Véase el vídeo de la performance: https://vimeo.com/173465343