Canales abiertos

Rebecca Simpson

Escritora, actriz, traductora, profesora

Me gustaría introducir este artículo sobre el diálogo intercultural con una breve mirada al teatro. Sobre el escenario, el diálogo entre los actores no sólo se limita al texto hablado; en los ensayos, una escena empieza verdaderamente a funcionar cuando los actores comienzan a escucharse, porque es entonces cuando los personajes se escuchan y sus interrelaciones cobran vida.

En realidad, tan sólo una pequeña parte de la comunicación que se establece en una conversación corresponde a las palabras pronunciadas (hay estudios que la cifran en tan sólo el 7 por ciento). Pensemos en la importancia del parpadeo o de mantener la mirada, los gestos de la cara o las manos, la postura, los movimientos, estar tenso o relajado, la respiración, el tono y la cadencia de la voz. Todos estos aspectos transmiten información sobre la persona, sus sentimientos y su actitud. Al pensar en el diálogo intercultural no deberíamos olvidar que la conversación y el diálogo hablado siempre se producen entre individuos, independientemente de que representen o no a un grupo determinado. Todos conversamos con palabras y con la comunicación no verbal. Y, como en el teatro, para que exista un verdadero diálogo también debemos escuchar.

Las culturas representan distintos códigos de conducta. En la interacción intercultural, el conocimiento mutuo de los códigos del otro aumenta la probabilidad de que el diálogo sea satisfactorio (al menos en cuanto a la comprensión, independientemente de si se llega o no a un acuerdo). Así, pues, podemos preguntarnos qué cualidades personales son más favorables para entablar y desarrollar el diálogo.

Investigadores neerlandeses, alemanes y australianos han estudiado cuáles son los rasgos de la personalidad más adecuados para una buena interacción intercultural, y defienden que su trabajo, llevado a cabo con sujetos occidentales que trabajan en el extranjero o que interactúan con las minorías inmigrantes, puede ser aplicable a un contexto más amplio.

Van der Zee y Van Oudenhoven han resumido un gran número de características de la personalidad intercultural en cinco dimensiones de eficacia intercultural, que son las siguientes: 1) Empatía cultural: la capacidad de empatizar con los sentimientos, pensamientos y comportamientos de personas con un origen cultural diferente. 2) Mentalidad abierta: una actitud abierta y sin prejuicios hacia grupos diferentes y hacia normas y valores culturales diferentes. 3) Estabilidad emocional: la tendencia a permanecer tranquilo en situaciones estresantes, en contraposición con la tendencia a mostrar reacciones emocionales intensas bajo circunstancias estresantes; por ejemplo, la capacidad de superar el estrés psicológico. 4) Iniciativa social: la tendencia a afrontar activamente las situaciones sociales y tomar iniciativas. 5) Flexibilidad: la tendencia a considerar las situaciones nuevas y desconocidas como un desafío y adaptar nuestro comportamiento a las exigencias de esas situaciones.[1]

En definitiva, se trata, en mi opinión, de cualidades características de personas psicológicamente estables, seguras y flexibles. Estas cualidades, además, pueden aplicarse fácilmente al diálogo entre grupos de distinta edad o clase social.

Podríamos decir que, a medida que las sociedades se van haciendo más complejas, resulta cada vez más urgente que sus ciudadanos tengan las mejores posibilidades de desarrollarse como personas sanas y emprendedoras, que estén más capacitados para contribuir al diálogo social, que respondan a los desafíos de manera creativa y que sean menos proclives a adoptar posturas alimentadas por el rencor, como estigmatizar y rechazar a grupos sociales.

Sin entrar en detalles, en términos políticos y socioeconómicos esto significa que los gobiernos deben dar prioridad a las políticas que ayuden a las mujeres y familias a ofrecer a sus hijos una infancia emocionalmente equilibrada, así como promover una educación pública de calidad que fomente la integración social. Pero volvamos a la cuestión de la psicología y la educación artística.

Desde un punto de vista europeo occidental, la sociedad moderna masificada va, en muchos sentidos, en contra del desarrollo feliz y psicológicamente sano. A medida que se uniformizan los comportamientos, se simplifica la dimensión cultural y se estratifican cada vez más las diferencias, las posibilidades de establecer un verdadero contacto interpersonal no dejan de reducirse, e incluso desaparecen. Varias de las cualidades definidas por Van der Zee y Van Oudernhoven requieren el uso de la imaginación. Sin embargo, el peligro de las sociedades excesivamente dependientes de la pantalla es la interferencia que ello provoca en el desarrollo neutral del cerebro infantil, lo que deteriora la capacidad de producir imágenes, o, lo que es lo mismo, la capacidad de imaginar (lo cual también afecta a la capacidad de ilusionarse, que es uno de los cimientos de la resistencia emocional).

Todo esto me lleva a afirmar que la educación artística es de una importancia capital tanto para el bienestar personal y social como para el desarrollo del diálogo intercultural.

Sin duda, una de las formas más eficaces de aprender sobre códigos culturales distintos, de experimentar con ellos, observar nuestra reacción y compartir experiencias entre distintas culturas, son los juegos colectivos que pueden realizarse mediante distintas disciplinas artísticas. Las artes y la educación artística nos permiten conocer al otro y estimulan la reflexión y el desarrollo emocional. La práctica artística requiere autodisciplina y atención, produce satisfacción cuando se superan los retos y combina la emoción con el pensamiento y el comportamiento racionales. Compartir entrenamientos, talleres, festivales, actuaciones, así como dialogar y conocer el trabajo de otros, puede generar un encuentro intercultural rico y agradable.

Daniel Barenboim, pianista y director de orquesta internacional, fundó, junto con el difunto Edward Said, la West-Eastern Divan Orchestra, compuesta por jóvenes músicos palestinos e israelíes. Defensor apasionado de la educación musical, Daniel Barenboim declaró en una reciente entrevista al BBC World Service que «la música no está separada del resto de la vida … La música está ahí para mostrarnos cómo entender el mundo, cómo entendernos a nosotros mismos y cómo entender la existencia humana. (…) La música de Beethoven puede definirse como «música cósmica» … Es algo muy importante, igual que Shakespeare, no se trata sólo de productos, es algo muy importante.» Un aspecto de la educación musical que Barenboim considera sumamente relevante es que enseña a combinar, forzosamente, lo emocional con lo racional. Esta idea cobra una especial resonancia si tenemos en cuenta que Barenboim está convencido de que la clave para desbloquear el conflicto de Oriente Medio está en que israelíes y palestinos sean capaces de superar su ignorancia recíproca.

La sombra

La reflexión sobre el diálogo o los conflictos interculturales nos lleva a plantearnos el mecanismo psicológico que provoca el rechazo o el odio hacia «el otro». Me estoy refiriendo al fenómeno de proyectar sobre otra persona aquellos aspectos que rechazamos de nosotros mismos, lo que Carl G. Jung denominó «la sombra».

El «ego» es una interfaz entre el individuo y el mundo, que nos proporciona la idea organizativa y definitoria que tenemos de nosotros mismos. El ego va cobrando forma a medida que el niño establece modos de funcionamiento (buscando un equilibrio entre características innatas, impulsos y comportamiento aceptado). Igual ocurre con el inconsciente, que se va constituyendo en parte mediante respuestas emocionales o aspectos del carácter que son ignorados o rechazados. Como lo innato no puede extirparse, se produce la represión.

Sin embargo, descubrir que somos plurales y contradictorios, que tenemos impulsos e intereses opuestos, deseos y miedos enfrentados, puede ser profundamente perturbador para nuestro ego, que se define a sí mismo como lo que no es. ¡Cuánto le gustaría al ego ser perfecto! Cuanto más inflexible sea el ego, más se necesita exorcizar el material reprimido. Por eso, de vez en cuando es necesario un proceso de «higiene psíquica» que consiste en expresar rechazo por aquello que ha sido reprimido o despreciado. Cuando existe una gran aversión sumada a un fuerte sentimiento, es probable que la cualidad que aborrecemos en el otro refleje nuestro propio material reprimido. El objeto de nuestra proyección puede compartir elementos de este material, o tal vez existan otros detalles que sirvan para enganchar la proyección.

Los fenómenos de estigmatización surgen cuando un grupo señala a un individuo o grupo minoritario como chivo expiatorio en quien proyectar el material de sombra de todos. La persona o grupo señalados son deshumanizados, ya que sólo se les atribuyen cualidades negativas; maltratarlos se convierte en algo socialmente aceptable, mientras que cualquier intento de argumentar de manera racional se considera socialmente inaceptable. El acoso familiar, escolar o laboral, el antisemitismo o la homofobia surgen mediante este mismo mecanismo.

Considero que la educación sobre este tema, teniendo en cuenta la historia del siglo XX y las características demográficas actuales, debe ser nada menos que un derecho fundamental.

La educación familiar y escolar puede evitar la formación de un ego peligrosamente inflexible y el rechazo del otro, mientras que el desarrollo de la madurez emocional lleva a relativizar las ideas y aceptar las imperfecciones del otro, reduciendo la tendencia a proyectar el material negativo sobre los demás. Si bien no es remedio para todos los males, la práctica artística puede ofrecer una vía para un entendimiento más profundo de uno mismo y del otro.

El arte no es un artículo de lujo ni una actividad para los privilegiados o los tontos. En el sur de Francia y el norte de España, cientos de cuevas albergan impresionantes obras de arte prehistóricas –pinturas, grabados, esculturas–, algunas de ellas de más de 30.000 años. Lo mismo podemos encontrar en África y otras partes del mundo. ¿Qué canciones e historias habrán tenido estos antepasados nuestros? Durante muchísimo tiempo, el arte ha sido una parte fundamental de la psique y de las sociedades del homo sapiens, quizás incluso desde el principio. Qué tonto sería no tomárselo en serio.

Notas

[1] S.L. Herfst, J.P. van Oudenhoven y M.E. Timmerman, «Intercultural Effectiveness Training in Three Western Immigrant Countries: A Cross-Cultural Evaluation of Critical Incidents», International Journal of Intercultural Relations, 32, 2008, pp. 67-80.