Tendencias reveladas por las encuestas European Values Study y perspectivas de futuro

Jan Kerkhofs

. Sociólogo, Universidad Católica de Lovaina

Las encuestas europeas de valores llevadas a cabo por la fundación European Values Study reflejan los valores y la identidad específica de los europeos, destacando tanto las diferencias como los puntos en común y su evolución a lo largo de estos últimos treinta años. En este artículo, uno de los mayores impulsores del proyecto nos muestra los principales resultados.

Nuestro propósito es exponer algunas reflexiones que se revelan necesarias tras la tercera encuesta europea llevada a cabo por nuestra fundación European Values Study. Ante todo, como observación previa y a modo de introducción, debemos recordar que las encuestas sirven de ayuda para entender las opiniones de la gente. Es evidente que las personas entrevistadas nos informan sobre sus opiniones e intentan responder con honestidad, aunque de hecho es bastante raro que lo hagan de una manera realmente personal.

A menudo sin saberlo, no reflejan sino la opinión de cierta mayoría a la que se encuentran sometidas.Y esta mayoría está compuesta de una gran cantidad de subgrupos, a su vez con mentalidades particulares y relativamente abiertas, en ocasiones, aunque también algo cerradas. De este modo, cada franja de edad se forma su propia opinión, igual que los mejor educados y los más ricos tienen la suya propia, y los de izquierdas y derechas tienen a su vez también la suya. Los cristianos practicantes piensan de manera muy distinta a como lo hacen los librepensadores.Además, el hecho de pertenecer a una región u otra de Europa conlleva cierto determinismo que no hay que pasar por alto, cargado de tradiciones históricas diversificadas, así como de prejuicios.

De este modo, las poblaciones católicas, anglicanas, luteranas y ortodoxas de Europa reaccionan de distinta manera, no sólo en lo tocante a la religión, sino también en otros ámbitos como la ética, la política, la familia o el trabajo: todas expresan casi necesariamente también una opinión sutilmente cerrada. Resulta chocante, por ejemplo, que la República Federal Alemana esté dividida en dos opiniones totalmente enfrentadas. En el oeste, los cristianos, católicos y luteranos, conforman la gran mayoría, alrededor del 85% de la población, y cerca del 80% de sus hijos están bautizados. En el este, los cristianos no superan en su totalidad el 30% y sólo se bautiza al 5% de los recién nacidos. Esta división en dos no data de la época de los nazis o de los comunistas. No hay que olvidar que regiones como Mecklemburgo o Pomerania, en Prusia, no se convirtieron al cristianismo hasta el siglo xii o xiii, mil años después de que se establecieran las primeras comunidades cristianas en Tréveris, en Colonia y alrededor del lago de Boden, en el sur de Baviera, en la frontera suiza.

Ocurre también muy a menudo que las diferencias entre regiones de una misma nación son más grandes que las que se dan entre las naciones. No es sólo el caso de la República Federal Alemana, sino también el de Italia, donde la mentalidad del sur no se corresponde de ninguna manera con la del norte, con ciudades como Milán o Turín. Incluso en un país pequeño como Bélgica, las diferencias entre Valonia y Flandes son sin duda menos importantes que entre Flandes y Holanda, por un lado, y Valonia y Francia, por otro, tal y como se les ha explicado a los reyes de Bélgica en repetidas ocasiones.

Esto no impide que en dos ámbitos muy distintos como lo son la familia y el trabajo, la mentalidad flamenca no sea en absoluto la misma que la de los valones. Por ejemplo, los flamencos no creen que el hecho de tener hijos sea un factor importante para el éxito de una pareja, mientras que los valones creen exactamente lo contrario. Esto podría querer decir en última instancia que los valones deberían pagar las pensiones de los flamencos ancianos. Valga así también esta diferencia regional para el Reino Unido y para Suiza.Todo esto nos obligará, en un futuro, a diferenciar mejor nuestras encuestas y a tener en cuenta las mentalidades regionales, lo que, en el ámbito europeo, supondría una financiación muy alta y seguramente imposible de encontrar.

Hay otro aspecto que debe ser tenido en cuenta: Europa es mucho más «vieja» que los Estados Unidos de América. A partir de ahí, en Europa, lo que llamamos la «larga historia» sigue influyendo profundamente en el carácter y en las estructuras sociales, pero pocos son los que, al ser entrevistados, son conscientes de ello. Resulta chocante que Grecia mantuviera la herencia ortodoxa, protectora de su identidad nacional, durante los largos siglos de ocupación otomana, y no nos extraña que los vínculos entre la Iglesia y el Estado sean aún tan fuertes, aunque el gobierno haya tenido el valor de marcar distancias con una Iglesia que se opone a la integración europea.

En el otro extremo de Europa, en Reikiavik, la capital de Islandia, nos encontramos con una isla misteriosa con géiseres y nubes de humo que brotan de todos los rincones de la tierra. En ese país, las viejas reminiscencias de los tiempos de los primeros vikingos, que llegaban con sus drakkar, continúan vivas. Si, en el conjunto de Europa, aproximadamente un cuarto de la población afirma creer en la reencarnación, en Islandia hay más de un 40% de la población que cree en ella. Las islas de Islandia y Malta pertenecen a Europa y sin embargo son dos países que tienen muy poco en común. Y como este, hay muchos otros ejemplos que se podrían mencionar y que ilustran el peso que tiene la «larga historia» sobre las opiniones actuales. Existe toda una geología de capas mentales por descubrir. Resumiendo, sin embargo, se podría decir que los europeos, que tanto honran a la libertad, cargan con el peso de la mentalidad de sus ancestros.

En cualquier caso, la historia tiene una gran importancia para los análisis sociológicos, tal y como indicó hace ya medio siglo el egregio decano de la Universidad de la Sorbona, Gabriel Le Bras. Tras estas primeras observaciones, podemos abordar el tema central de la exposición, es decir, las grandes tendencias que demuestran las encuestas y que nos sitúan en los comienzos del tercer milenio. Cuando empezamos la primera encuesta en 1978, con algunos amigos como los profesores Ruud de Moor, de la Universidad de Tilburg, y Jean Stoetzel, de la Sorbona, nuestro propósito era realizar un sondeo de la identidad específica de Europa: ¿cuáles son los valores típicos de nuestro continente? En efecto, durante aquella época nos encontrábamos todavía en plena guerra fría y Europa estaba atrapada entre dos superpotencias, Estados Unidos y el imperio soviético. Pero tras los primeros análisis realizados, nos sorprendió que prácticamente no existieran valores realmente comunes.

Tuve la suerte de poder visitar la ciudad de Hong Kong en varias ocasiones. La primera vez, un amigo me hizo observar que en la escritura china no existe un carácter que exprese la «libertad», primer valor de la Revolución Francesa y venerado por san Pablo en la Epístola a los Gálatas. Llegados a este punto, es pertinente plantearse si la libertad es realmente el valor fundamental de los europeos. En todo caso, en 1999 la población de Grecia e Italia, países donde se fragüó la cultura europea, declaró preferir la igualdad a la libertad, igual que ocurrió en Rusia. Sin embargo, en toda Europa, el 53% de la población prefiere hoy en día la libertad, mientras que un 40% prefiere la igualdad. En cualquier caso, incluso en lo relativo a los valores fundamentales, la vieja Europa se encuentra muy diversificada.

Esto no impide que las encuestas de 1981, 1990 y 1999-2000 demuestren tendencias compartidas por casi todos los países. Se puede mencionar primero la individualización progresiva y luego lo que se suele llamar, con razón o sin ella, la secularización, cada vez más generalizada. Estas dos tendencias guardan relación entre sí, pero es preciso señalar que la gente no las ha elegido de forma deliberada sino que las ha padecido. Las causas principales fueron, en primer lugar, la democratización de la enseñanza y, a continuación, la industrialización y el subsiguiente impacto de las nuevas tecnologías. En un segundo tiempo, se debe mencionar la democratización de la enseñanza secundaria y superior de las chicas. Éste es un factor muy importante, pues son sobre todo las madres las que transmiten los valores.

Su emancipación es seguramente el fenómeno más importante del período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Es momento ahora de desarrollar la importancia de dicha democratización. Nuestras encuestas demuestran el importante impacto que tiene, tanto en hombres como en mujeres, el hecho de haber disfrutado de una educación durante un período más largo de tiempo. La democratización de la enseñanza debe en gran medida sus orígenes a Martín Lutero, el gran reformador del siglo xvi. Fue él quien tradujo la Biblia al lenguaje del pueblo y quiso que todos la leyeran. Por consiguiente, y tal y como demostró Alain Peyrefitte en su maravilloso libro La société de confiance, el analfabetismo retrocedió primero en los países del norte de Europa, en las regiones protestantes, mientras que los países católicos y no protestantes tuvieron que esperar al siglo xx. Para poner en marcha la aplicación de las ciencias a la industrialización, era condición sine qua non saber leer y escribir. Leer significaba estar informado.

Desde que los estudiantes jóvenes pudieron estar al corriente de los descubrimientos de Charles Darwin sobre la evolución de toda la vida, vegetal, animal o humana, hecho decisivo para una nueva comprensión del ser humano, la secularización que había comenzado en el siglo xx en círculos más bien cerrados encontró un incentivo muy potente. Los occidentales empezaron a cuestionar toda una tradición dogmática cristiana: la creación, el pecado original, la predestinación y, sobre todo, la existencia de Dios. De este modo, la democratización de la enseñanza abrió la vía de la secularización, que tuvo como consecuencia una separación progresiva entre Iglesia y Estado. Las encuestas demuestran que la gente, incluso en Polonia y en Rusia, donde aún se confía mucho en la Iglesia, se opone a cualquier injerencia de la Iglesia en el funcionamiento del Estado. Por consiguiente, el valor de la tolerancia, introducido en Holanda en el siglo xx, se infiltró primero en Europa Occidental y luego en Centroeuropa. Este valor es fuente de muchos cambios en lo tocante a la ética. Si observamos con más detalle los cambios recientes que se han producido en la mentalidad europea, nos encontramos con que las encuestas demuestran que, entre seis ámbitos propuestos, el más importante para los europeos es la familia. Pero tal y como describió Louis Roussel, del INED, en su libro La famille incertaine, esta familia se encuentra en plena mutación.

Durante siglos, la familia fue ante todo una estructura social: pertenecer a cierta clase social y tener la misma religión y las mismas convicciones políticas sostenían la estabilidad familiar. En la actualidad, cuando se trata de saber cuáles son los factores importantes para que un matrimonio funcione, los parámetros anteriormente mencionados se sitúan a la cola de la escala.A la cabeza, hay cuestiones interpersonales como el respeto, la tolerancia, el diálogo o la fidelidad. Pero sin embargo, éstos son mucho más frágiles que los que fueron importantes en el pasado. Cuando se trata de saber en qué ámbitos debe centrarse la atención pública, nos encontramos siempre con la «familia», pero en bastantes países los jóvenes anteponen el «desarrollo personal». A partir de ahí todo se pone en movimiento, la cohabitación, el divorcio, la homosexualidad: cada cual decide qué le proporciona su felicidad personal. Si observamos los hechos con atención, por lo que se refiere a Francia, en 1960 sólo un 10% de las parejas vivían en lo que se empieza a llamar «cohabitación»; en 1990, esta cifra aumentó hasta un 90%.

No es de extrañar que en 1999 aproximadamente el 40% de las jóvenes generaciones de Francia y Bélgica crean que el matrimonio es una «institución desfasada». Una gran parte de Europa ha vivido una mutación acelerada en el ámbito de las relaciones entre hombres y mujeres. Si observamos el caso de dos países con una historia muy distinta, como Francia e Irlanda, vemos que en 1981, el 29% de los franceses veían al matrimonio como una institución anticuada, frente al 36% en 1999; para los irlandeses, estas cifras se sitúan en el 12% y 23%, respectivamente. Por lo que se refiere a la homosexualidad, en una escala de 10 puntos donde el punto 1 equivale a ver este comportamiento como totalmente injustificable y el punto 10 como totalmente justificable, en 1981 los franceses se situaban en el punto 3,1 y en 1999 en el 5,2; para los irlandeses, estas cifras se sitúan en el 2,7 y 4,4, respectivamente. En Holanda, donde tanto homosexuales como lesbianas contraen matrimonio desde hace algún tiempo, estas cifras han subido de 5,6 a 7,8 puntos, siendo así las más altas de toda Europa.

Estos tres países tienen una larga historia cristiana, e Irlanda y Holanda, una historia moral muy estricta. Así pues, no es de extrañar que el análisis belga de la última encuesta se titule Certeza perdida. Toda esta evolución tiene unas consecuencias geopolíticas enormes desde el momento en que analizamos un factor considerado importante para el éxito del matrimonio: los hijos. En cuanto a este tema, en Europa nos encontramos que, tanto para los cristianos como para quienes no lo son, la cifra ideal de hijos para una familia es de 2,5. Esta cifra no ha sido alcanzada en ninguna parte en todo el continente, y ni siquiera la cifra de 2,1 hijos por mujer por debajo de los 45 años, cifra que resulta necesaria para remplazar la población. Como es sabido, en países como Alemania, Italia y España se ha llegado a la cifra de apenas un solo hijo, lo que implica que la población europea va a disminuir lentamente. Las Naciones Unidas y la Comunidad Europea han publicado recientemente una estimación según la cual, hacia el año 2025, Europa necesitará cien millones de inmigrantes para mantener una relación aceptable entre activos e inactivos, lo que significa concretamente que tendremos que abrir las puertas a África y Asia.

Rusia se encuentra ante el mismo desafío. Durante los últimos años, la población de la Federación Rusa se ha visto disminuida en casi un millón al año.Todos los países que se encuentran al sur de Rusia son países de religión musulmana, de los cuales el más grande es Turquía, que se encuentra a las puertas de la Unión Europea y ya es miembro del Consejo de Europa y de la OTAN. Cada año, hay 200.000 nacimientos más en Turquía que en Rusia. Se calcula que el año 2025 Turquía tendrá aproximadamente 87 millones de habitantes, es decir, muchos más que Alemania, el país de la Unión Europea más poblado en la actualidad. Si en este momento Turquía fuera un estado miembro de la Unión, se debería tener en cuenta al miembro más poblado y musulmán.

Después de la familia, el ámbito que se considera más importante es el trabajo. En este caso lo chocante es la tendencia a valorar el trabajo en términos de aspectos cualitativos o expresivos en vez de meramente instrumentales. Esto se debe sin duda a la repercusión que tiene el hecho de que patronos y trabajadores estén cada vez más cualificados y especializados, y que desde el fin de la guerra los salarios hayan aumentado de forma impresionante en muchos países de Europa Occidental. Pero esto no impide que exista un número creciente de empleados que expresen cada vez más su descontento. En varios países, como Francia y Bélgica, la tendencia a la protesta ha aumentado entre 1981 y 1990, y entre 1990 y 1999. Por ello, la firma de peticiones, la organización de huelgas, incluso salvajes, y los boicots han aumentado de año en año. Sin embargo, el tiempo libre disponible ha aumentado mucho desde los golden sixties.

¿Acaso lo que está expresando el descontento es una frustración más profunda, consecuencia de una aceleración de la vida económica que conlleva nuevos conocimientos tecnológicos y provoca estrés? Esto no implica que la gran mayoría de empleados declaren estar satisfechos con su trabajo. Una sensación más profunda y que parece calar es quizá la falta de confianza en los demás, en las instituciones y en el futuro en general.Volveremos sobre este tema más adelante. Existen dos ámbitos en los que, durante las dos décadas que cubren nuestras encuestas, se ha producido una mutación continua: el de la ética y el de la religión. Son los ámbitos en los que la mayoría de las personas encuestadas parece haber perdido las referencias tradicionales. Veamos en primer lugar la ética. Hemos citado el ejemplo de Francia, de Irlanda y de Holanda. Pero para toda Europa Occidental, donde se pueden establecer comparaciones en el tiempo, observamos que, con mayor frecuencia, la gente considera justificables ciertos comportamientos que no hace tanto hubieran sido condenados.

Esto es así sobre todo con los comportamientos de la vida personal que atañen a la bioética o la sexualidad. Cada vez se quiere más libertad en la vida privada; incluso, una libertad total. En 1981 y en 1990 se planteó una cuestión al respecto. La mayoría de jóvenes de todos los países de Europa Occidental expresaron su preferencia por una libertad sexual total. En muchos países se aceptó el aborto.Y en el otro extremo, la aceptación de la eutanasia progresó de manera fulminante, sobre todo en los países escandinavos, en Holanda, en Bélgica, en Francia, e incluso en los países de tradición ortodoxa, salvo Grecia. Esto no significa que la gente haya perdido el interés por la vida; hemos observado que, de los Diez Mandamientos, es el quinto, «no matarás», el que tiene el más alto porcentaje de aprobación.

Por todas partes, la población se ha vuelto prudente cuando se trata de «principios». Un ejemplo característico es sin duda el hecho de que una mayoría relativa de europeos acepta que una mujer tenga un hijo sin mantener una relación de pareja con un hombre, por ejemplo mediante inseminación artificial. Se considera que la mujer debe tener el derecho de juzgar su propia situación y sus propias preferencias. De año en año, la preferencia por una ética de la situación ha ganado terreno a la ética de los principios, lo que se explica por dos razones: primero,porque la gente está mejor informada,con lo cual, se está preparado para matizar las actitudes tradicionales.Y luego, las Iglesias han perdido mucha de su antigua influencia en el ámbito de la ética, como demuestra la falta de recepción de la encíclica Humanae vitae. Todo esto no quiere decir que los europeos hayan perdido totalmente el sentido de la moralidad ni que podamos hablar de una evolución unilateral.

Entre los países donde es posible establecer comparaciones entre 1981 y 1999-2000, hay cuatro en los que ha aumentado el porcentaje de los que ponen el acento en la situación y cinco en los principios, sobre todo en Gran Bretaña. Pero en todas partes, excepto en Italia, el número de indecisos ha disminuido, en algunos casos mucho, lo que significa que, de manera global, ha aumentado la polarización entre las dos opiniones. Lo que importa son los matices.Así pues, la insistencia en la libertad en el ámbito de la vida privada se ve contrarrestado por la elección clara de una moral pública bastante estricta. Evidentemente, puede afirmarse que esta elección se basa en la necesidad de un marco social fiable con el que proteger la libertad de la vida privada. En parte, esto es cierto. El comportamiento con el cual somos más severos es, en todas partes, el joy riding. Esto no quiere decir necesariamente que la oposición a este tipo de robos sea señal de moral pública; quizá ocurra todo lo contrario: en efecto, se considera el coche como un símbolo intocable de la libertad individual, tiene que estar a nuestro servicio día y noche. Esto no contradice el hecho de que se sea mucho más severo con la serie de comportamientos que se refieren a la vida pública, como el robo o el fraude fiscal, que con los comportamientos que afectan a la vida personal, como la sexualidad y el ámbito de la bioética.

Es como si la gente quisiera decir que el teatro donde escenifica su vida privada tuviera que permanecer estable, mientras que la forma como interpretan su papel tuviera que disfrutar de una libertad sin inhibiciones. Sin embargo, muchos dudan de la solidez de ese teatro, lo que se traduce en cierta pérdida de confianza en unas cuantas instituciones.Aunque la gran mayoría de los europeos concibe que la democracia es, a pesar de todas sus imperfecciones, el mejor régimen de gobierno, estos mismos europeos tienen poca confianza en sus parlamentos, su administración y su sistema jurídico. En general, se percibe una desconfianza generalizada en todo lo concerniente al Estado. Incluso en los países de la Unión Europea, donde el 86% cree que la democracia es un sistema de gobierno muy bueno, un 44% ve como algo bueno el hecho de delegar el poder a expertos y un 20% sustenta la idea de un gobierno dirigido por un «hombre fuerte que no tenga que preocuparse por el Parlamento ni por unas elecciones». Esta última opción es incluso mayoritaria en algunos países del centro y este de Europa, como Letonia, Lituania, Rumanía y Ucrania. En cambio, países como Polonia, la República Checa, Eslovaquia, Hungría y Croacia se oponen firmemente. En Rumanía, un 28% prefiere que sea el ejército quien gobierne (en Rusia un 19%), lo que supone una mentalidad muy distinta de la de Europa Occidental. Las consecuencias de esto son que la democracia es a menudo frágil y que en bastantes países existe un populismo activo.

Así pues, no es de extrañar que el sentido cívico esté tan poco desarrollado, pero en este punto también interviene de nuevo la «larga historia». En Europa Occidental, los más recelosos hacia el Estado son los belgas y los italianos, habitantes de países que han sabido muy tarde qué es el Estado. En la Unión Europea, el hecho de ser de izquierdas no equivale a un gran fervor parlamentario (43% de confianza en la izquierda y 42% en la derecha), ni a un apoyo mucho más claro al sistema democrático (un 13% de los antidemócratas es de izquierdas y un 19% de derechas). Sin embargo, los resultados de las encuestas no permiten afirmar que haya un declive generalizado de la confianza en las instituciones. Recientemente, Robert Putnam publicó Bowling Alone para advertir a la opinión pública del peligro de un deterioro progresivo de lo que se suele llamar el «capital social», esto es, el conjunto de redes y actitudes que constituyen los cimientos de una sociedad.

El autor cree poder constatar cierta pérdida de este capital.Al comparar los resultados de las encuestas de 1981 y de 1999, hay que reconocer que, al menos en lo que respecta a los países de Europa Occidental, de los cuales tenemos datos comparables, la opinión de Putnam carece de una base sólida. Ni siquiera ha disminuido la confianza en la Iglesia. Es cierto que sí lo ha hecho la confianza en el parlamento, por ejemplo en Gran Bretaña, en Francia y sobre todo en Irlanda, pero ha aumentado en otros lugares, como es el caso de Holanda, Bélgica, Dinamarca e Italia. Se puede decir lo mismo en lo concerniente a la administración: en términos generales,la confianza en ésta se ha incrementado. Prácticamente en todos los países, la confianza en el sistema educativo ha aumentado, en ocasiones incluso de manera notable, lo que demuestra que tanto los países como los padres quieren invertir en un futuro en el que creen. Por otro lado, la confianza en el sistema jurídico ha disminuido en toda Europa, pero esto significa a menudo que se espera mucho más de la justicia hoy en día de lo que se esperaba en un pasado reciente. En cualquier caso, la idea de una pérdida generalizada de la confianza en las instituciones no parece justificada.

Lo que sí es verdad es que los europeos tienen verdaderamente muy poca confianza en sus propios conciudadanos, exceptuando a los escandinavos y los habitantes de un país como Holanda, de tradición protestante. En los demás países, y según las tres encuestas, la gran mayoría reconoce que hay que ser muy prudente. Pero esta falta de confianza no es algo nuevo sino que es consecuencia, una vez más, de una larga historia. Hace más de 20 años, el célebre historiador francés Jean Delumeau publicó unos estudios significativos sobre El miedo en Occidente y El pecado y el miedo, en los que describió los miedos de los europeos desde el siglo xiii hasta el xviii: miedos a la guerra, a la peste, al infierno, al demonio, al juicio de Dios. La mayoría de la gente tenía una vida corta y repleta de amenazas, por lo que la Iglesia y el cielo constituían medios de salvación.

En Europa, estos temores han desaparecido, al menos en parte, contrariamente a lo que sucede en Estados Unidos donde, por poner un ejemplo, más del 60% de la gente cree en el infierno y en el diablo, lo que claramente da lugar a símbolos antislámicos en los discursos del presidente Bush. Menos del 40% de los europeos cree en ello, siendo las posturas extremas la de Malta, con un 81%, y la de Suecia, con un 9%. Pero hay otros miedos que han aparecido en escena: envejecer, la enfermedad, el paro, la falta de una formación suficiente, la criminalidad y, desde hace muy poco, el terrorismo. Las instituciones que se ocupan de proteger a la población de estos miedos consiguen ganarse, según los países, un alto nivel de confianza: en primer lugar, la enseñanza, y a continuación el sistema de protección sanitaria, la seguridad social, el ejército y la policía. Esta confianza se ha ido manteniendo en el transcurso de las encuestas.

Pero hay que reconocer también que todo miedo necesita un chivo expiatorio. Una lista de personas que no deseamos tener como vecinos nos da cierta información sobre estos chivos expiatorios, a los que se considera una amenaza. En toda Europa, en orden decreciente, tenemos primero a los alcohólicos, los que tienen antecedentes penales, los de la extrema derecha, seguidos por los de la extrema izquierda, los drogadictos, los homosexuales y, en último lugar, los trabajadores inmigrantes, los musulmanes y los judíos. Podría ser que una nueva encuesta, tras los atentados del 11 de septiembre del año 2001 en Estados Unidos y después de los de los chechenos en Moscú en octubre, situara a los musulmanes a la cabeza de la escala. Esto merece ser tenido en cuenta para futuras encuestas. No cabe duda de que la globalización se está imponiendo: la economía y los medios de comunicación influyen además en este proceso. Pero las mentalidades no se adhieren o, incluso en ocasiones, se rebelan. En efecto, la historia se escribe en la cabeza de las personas, lugar también donde se gestan la tolerancia y la intolerancia.

Por vez primera, en el año 2000 se pudo realizar la encuesta en Turquía, de la cual se desprendieron unos resultados algo sorprendentes. Turquía, país vecino de Rusia, sigue siendo un mundo muy cerrado, como se ve en los siguientes ejemplos: así como un 11% de rusos no quiere que sus vecinos sean inmigrantes, este porcentaje asciende a un 54% entre los turcos; así como un 13% de los rusos no quiere que sus vecinos sean musulmanes, un 47% de los turcos no quiere que sean cristianos, y un 38% es contrario a los judíos (frente a un 11% de los rusos). En lo tocante a los valores que hay que transmitir a los hijos en casa, en Europa las cifras más altas, que se sitúan en un 70%, las obtienen la tolerancia y el sentido de la responsabilidad, mientras que en Turquía estos valores se sitúan en el 42% y 37%, respectivamente. Otro indicativo de una mentalidad cerrada es la gran confianza depositada en el ejército, que obtiene un 83% (frente al 56% de apoyo que cosecha en Europa). Sin embargo, un 83% de los turcos prefiere un gobierno democrático, a la vez que aproximadamente un 60% declara querer un jefe que no tenga que tener en cuenta unas elecciones o el parlamento. Estas cifras permiten concluir que es preciso que se den una serie de cambios profundos en Turquía antes de poder ser admitido como miembro de la Unión Europea, algo que el país desea fervientemente.

El segundo ámbito, junto a la ética, y donde la mutación es innegable, es el de la religión. Evidentemente, todo el mundo es consciente de que se debe distinguir entre Iglesia, fe cristiana y religión. Mientras que las dos primeras retroceden, aunque no en todas partes, la religión, en términos generales, se mantiene mucho más estable, por ser el hombre un «animal religioso». Empecemos analizando la confianza en la Iglesia. Desde la primera encuesta, llevada a cabo en 1981, y en países donde se puede establecer la comparación, se comprueba que ésta ha disminuido en toda Europa y a menudo mucho, exceptuando el caso de Italia. La consecuencia es que, en los países con una tradición católica antigua, la confianza se encuentra seriamente perjudicada. Destacaré sólo un ejemplo: en Bélgica han pasado de un 63% en 1981, a un 43% en la actualidad, y entre los jóvenes flamencos de entre 18 y 30 años ha bajado hasta un 20%. Incluso en Irlanda se puede constatar una disminución acelerada: de un 78% en 1981, han pasado a un 52% en 1999.

Las creencias cristianas tradicionales también han sufrido una regresión. En términos generales, se constata que la creencia en Dios, a pesar de haber disminuido, lo ha hecho muy poco. En los países en los que se puede establecer una comparación, se constata que la creencia en una vida después de la muerte ha aumentado, un poco a la par que la creencia en la reencarnación. Da la sensación de que el hombre quiere sobrevivir de una u otra manera, pero las creencias típicamente cristianas, como la resurrección, el cielo o el infierno, le parecen demasiado míticas, pues han disminuido casi en todas partes. Por otro lado, el problema del mal sigue siendo un escollo: mucha gente que no cree ni en Dios, ni en la vida después de la muerte, afirma creer en el pecado, un poco como si fuera el símbolo del mal inexplicable.

Mientras tanto, la mayoría de los europeos se declaran religiosos, y este porcentaje se ha mantenido muy estable. La importancia de la religiosidad ha aumentado incluso en la Europa septentrional, en Europa del Este y en los países escandinavos, pero sin embargo ha disminuido en Europa Occidental. El porcentaje de los que se declaran ateos convencidos se ha mantenido también muy estable: un 5% en 1981 y un 5% en 1999, entre todos los entrevistados, y los mismos porcentajes en el este y el oeste de Europa. Pero sin duda, el número de agnósticos ha aumentado en Europa Occidental. Alguno de estos se considera aún «religioso», pero sin referencia a un Dios trascendente. Observamos que ha disminuido considerablemente la creencia en un Dios personal, y sobre todo entre las jóvenes generaciones, para las que Dios se ha convertido en una fuerza de la naturaleza, sin rostro y ante el cual no se es ya responsable. En cualquier caso, cada vez más europeos se construyen una especie de religión personal, también llamada Weltanschauung. Es importante recordar que existen diferencias muy grandes entre países: Lituania es realmente muy distinta de los demás países del báltico, Estonia y Letonia; la República Checa prácticamente no tiene nada en común con Eslovaquia y dos países de tradición ortodoxa, como son Rumanía, país que sigue siendo muy creyente, y Bulgaria.

De todo lo anterior se pueden extraer unas cuantas conclusiones. Al comparar la situación con Estados Unidos, debemos reconocer que en Europa la mentalidad generalizada se caracteriza por albergar una duda más o menos profunda, al revés de lo que ocurre del otro lado del Atlántico. En ese continente, no se plantean tantas cosas y reina además cierto fundamentalismo nacional y religioso. En Estados Unidos se otorga mucha más confianza a las instituciones, sobre todo al ejército y las Iglesias, que en Europa, como también ocurre con Rusia, y el futuro se dibuja mucho más prometedor que para los europeos, a pesar de la perspectiva del terrorismo. El norteamericano es instintivamente mucho más optimista y cree que puede superar todos los obstáculos que se le presenten, siendo ésta una mentalidad de la que el presidente Bush saca un partido asombroso. En una segunda parte, vamos a presentar brevemente algunas cuestiones para el futuro. La primera corresponde a nuestras encuestas en sí. Es un hecho que la gente se encuentra acosada por muchos institutos cuya función es sondear la opinión pública.

La gente está cada vez más cansada y los encuestadores se enfrentan a un rechazo generalizado entre los candidatos seleccionados a la hora de entrevistarlos, lo que lleva a plantearse si será necesario buscar otras vías mediante las cuales conocer sus opiniones. La segunda cuestión atañe a la posibilidad de establecer comparaciones. ¿Acaso los conceptos de familia, democracia, Europa, Iglesia y fe, significan lo mismo en Italia, Suecia, Islandia y Letonia? Hemos podido comprobar que en el ámbito político, «izquierda» y «derecha» tienen un significado distinto según los países, lo que nos lleva a preguntarnos si al comparar las respuestas estamos acaso comparando realidades idénticas. Hay una tercera cuestión un tanto preocupante, que se debe al envejecimiento de las poblaciones y que se da en países como Bélgica o España: existe el peligro de que las personas de cierta edad no se encuentren suficientemente representadas en las encuestas.

Y, sin embargo, sería de gran interés tener conocimiento de sus expectativas, de sus dudas y sus temores, algo que deberían tener en cuenta los futuros muestreos. Este apunte es extensible a la capa más pobre de las poblaciones y es algo que ha preocupado además a los responsables del Eurobarómetro, que realiza sondeos para la Comisión Europea. El cuarto tema se refiere a la influencia política de los resultados de nuestras encuestas. Sin duda, muchos de nuestros colaboradores habrán publicado unos cuantos libros y bastantes artículos, habrán dado muchas conferencias y coloquios por toda Europa, pero la pregunta para la cual no hay respuesta es cuál será el impacto real en la sociedad, en el mundo político y en las Iglesias. A continuación se plantea toda una serie de preguntas que abarcan el inmenso ámbito de lo intercultural. En muchos países donde, sin embargo, hay una gran cantidad de inmigrantes, en su mayoría musulmanes, únicamente se ha entrevistado a los ciudadanos nacionales. No así en Bélgica, donde la región de Bruselas, la capital de la Unión Europea, aparece como la región más religiosa, sin duda debido a la presencia de musulmanes.

Con lo cual será necesario encontrar una media, por ejemplo mediante una sobrerrepresentación; habrá que seleccionar a los que no son europeos, y de esta manera se podrá saber si verdaderamente se está desarrollando un islam europeo y qué proporción de la población prefiere la integración a la segregación. Sin lugar a dudas, los costes de semejante operación supondrían un serio inconveniente, pero más difícil resulta aún la organización de encuestas en los países musulmanes. Ronald Inglehart, con World Values Survey, intentó realizarlas en Irán y Jordania, pero conociendo bien este último país, es inevitable preguntarse si consiguió respuestas fiables. A menudo la opinión pública se encuentra tan amordazada que la gente tiene miedo a expresar lo que verdaderamente piensa.

Con motivo de varias visitas a Jordania, algunos colegas de la Universidad de Amman comentaron la imposibilidad de preguntar sobre ciertos temas como, por ejemplo, la existencia de Dios, la democracia, el papel de la mujer, la homosexualidad, etc. Sin embargo, el príncipe Hassan Bin Talal decía estar realmente muy a favor de hacer una encuesta comparable a las realizadas en Europa. Con todo, la hipótesis de base sostenida en el marco de este análisis es que, en todo en el mundo, la gente de la calle tiene las mismas esperanzas y los mismos temores, desea que se proteja a su familia, que exista una mayor preocupación por la justicia y se respeten cada vez más los derechos de las mujeres. En su libro East and West, Chris Patten, último gobernador de Hong Kong y actual comisario de relaciones exteriores de la Unión Europea, mostró que, en el fondo, los chinos profesan los mismos valores que los ingleses. Si se pudiera demostrar la existencia de una opinión pública mundial, se podría forzar al mundo político a incluir en sus programas otras prioridades.

En cualquier caso, las encuestas llevadas a cabo en Argentina y en Chile demuestran que los habitantes de esos países tienen, por lo general, los mismos valores que los italianos o los españoles. Hubo otros países de América Latina donde la encuesta se hizo a gente de habla hispana; de las opiniones de los indios no se sabe nada, lo que exigiría la aplicación de otros métodos. Se puede decir lo mismo de Japón: la terminología de los cuestionarios existentes no está adaptada en absoluto a una cultura que es tan diferente de la nuestra, como quedó demostrado en una encuesta llevada a cabo por japoneses que se habían limitado a traducir el cuestionario y evidentemente obtuvieron unos resultados decepcionantes. Estas observaciones pueden ayudar a acercarnos a un mundo que se globaliza cada vez más y en donde, por consiguiente, debemos tener en cuenta opiniones muy diversas. Es aquí donde los sociólogos pueden desempeñar el papel de «profetas», al dar la palabra a los que están sometidos a la ley del silencio. Llegados a ese punto, los profetas se convertirían en libertadores. Sin duda, todo esto no son más que sueños, pero sólo los que se atreven a soñar consiguen abrir los horizontes a una humanidad más solidaria y feliz.