La obra de la artista Ghada Amer se manifiesta como una síntesis entre la tradición oriental y occidental, las bellas artes y la artesanía. Sus pinturas, videos e instalaciones representan una reflexión íntima sobre la mujer y su situación en la sociedad actual. El uso de códigos propios de la pintura abstracta, cuya tradición es claramente masculina, permite a la artista egipcia ocupar un terreno históricamente negado a la mujer para integrar en él un universo femenino. Mediante este proceso de reapropiación e hibridación, la obra se convierte en un territorio nuevo, con significados distintos. Amer busca así no la igualdad entre el hombre y la mujer, sino la independencia de lo femenino, la voz que permita expresar la diferencia sin rendir cuentas a la tradición de poder masculino.
Rosa Martínez: Nawal El Saadawi es una destacada psiquiatra egipcia muy conocida como activista en favor de los derechos de las mujeres árabes.[1] Está en contra de la ablación quirúrgica del clítoris porque ello priva a millones de mujeres del derecho a tener un cuerpo completo y una vida sexual sana. Pero afirma que hay también otros métodos (psicológicos y educativos) por los que la función del clítoris es erradicada. Señala que Sigmund Freud estaba proponiendo la circuncisión psicológica de las mujeres cuando formuló la teoría de que la madurez y la salud mental en las mujeres requerían que el orgasmo clitoridiano fuera reemplazado por el orgasmo vaginal. De hecho, la tradición patriarcal trata de infravalorar a las mujeres biológica e ideológicamente, lo que equivale a decir políticamente. Me gustaría que empezáramos esta entrevista hablando de su educación. Usted nació en Egipto y luego se trasladó a Francia para estudiar artes visuales. De niña, se educó en la tradición cultural islámica, donde la relegación de la mujer a la esfera doméstica es más fuerte que en el Occidente culto. ¿Tuvo dificultades concretas por el hecho de ser mujer?
Ghada Amer: Siempre tuve dificultades por ser mujer, dado que, cuando naces en una sociedad donde las mujeres son relegadas a la esfera doméstica, entiendes muy pronto que te habría ido mejor de haber sido un hombre. Lo peor es que eso no es reversible. Tienes que llevar tu género toda tu vida. De niña yo creía que era posible cambiar de género, y que lo único que tenías que hacer era cambiarte de ropa y ponerte un bigote postizo.
Me gustaría señalar que vengo de una familia donde las mujeres tenían un papel bastante importante: mi madre es ingeniera agrónoma en el Centro de Investigación Egipcio. Tiene un doctorado en Química de Francia, ha trabajado toda su vida y ha obtenido un gran reconocimiento en su campo. Por desgracia, fue mi padre quien la empujó a ser la mejor en su campo, y en realidad no era su propio deseo hacer tal cosa. Mi madre quiso trabajar porque durante los años cincuenta se puso de moda que las mujeres de clase media fueran a la universidad, se graduaran y se buscaran un trabajo, no para ayudar a la familia, sino para socializar. Eran los hombres los que querían casarse con una mujer culta siguiendo el modelo colonial blanco británico. Ahora los hombres quieren casarse con un ama de casa religiosa que lleve velo y, si además es culta, es sólo un plus. A la mayoría de ellas se les pide que se queden en casa de todos modos para cuidar de los hijos, y se les aconseja que no salgan a bregar al mundo exterior porque eso resulta demasiado difícil. De modo que las mujeres siguen el deseo de los hombres para conseguir protección, y no creen que sean capaces de protegerse por sí solas; les asusta afrontar la realidad económica, y piensan que son incapaces de alcanzar un verdadero éxito financiero y profesional. Éste es para mí el primer paso del neofeminismo. Ya no basta con ser sólo económicamente independientes para sobrevivir. Se trata de ser tan ricas como hombres con nuestro propio trabajo. La supervivencia ya no es suficiente.
R.M.: Pero es muy difícil sobrevivir siendo artista, sobre todo cuando se tiene esa doble condición periférica: ser mujer y venir del «Tercer Mundo»…
G.A .: Yo nunca había sentido que fuera periférica hasta que vine al centro. Es el «mundo ilustrado» el que me hizo sentir periférica, diferente, no importante, de inferior calidad, etc. De niña, soñaba muchas veces con ir a Occidente, tenía libros ilustrados que mostraban sanas mejillas coloreadas, toneladas de juguetes y comida (la imagen de un supermercado era para mí como el país de las hadas). Pensaba que me gustaría ir allí y compartir aquello, o al menos ver si era realmente cierto. Creía que podría traérmelo todo a casa.
¡No sabía nada de la cultura! Pensaba que la única gran diferencia estaba en aquellos supermercados y aquellos paisajes tan verdes. Egipto era mi centro, y todo lo que aprendí allí valía exactamente igual para todo el mundo. Luego vino la desilusión… Niños riéndose de mi centro y mis valores. La gente que admiraba y de la que tan cerca deseaba estar me consideraban a mí y a mi familia demasiado diferentes (por decirlo de una manera cortés). Entonces empecé a rechazar a mi propia gente y mis propios valores, adoptando los occidentales: creía que los primeros estaban equivocados, y los segundos eran correctos. Pensaba que, si lo hacía, nadie volvería a preguntarme nunca: «¿pero vosotros vivís en pirámides?», o «¿montáis en camellos en lugar de coches?». Aunque tales preguntas revelaban lo ignorantes que eran esas personas, a mí me colocaban siempre en su periferia. Occidente es fuerte, y toda persona del Tercer Mundo tiene el mismo sueño: ir allí, donde la vida es mejor. Y el grupo fuerte impone sus reglas y su forma de vida y, desde luego, tú las sigues, tienes que hacerlo, y eso es así.
Lo único es que sólo hay una migración unidireccional. Eso significa que tú vienes con tu propia cultura, descubres otra y lo mezclas todo junto. Sabes más porque has experimentado ambas: la tuya propia y la otra. Pero el centro permanece donde está, con sus valores inquebrantables, haciendo que tú seas siempre periférico con respecto a él. El centro quiere ver lo «exótico» en la periferia, al «auténtico» salvaje, le bon sauvage (el noble salvaje). Quieren que te comportes como la imagen que tienen en su mente y, cuando no lo haces, se molestan y tú te conviertes en «no auténtico». Eso significa que el centro alienta a la periferia a mantener una falsa imagen de sí misma, a seguir siendo un «Salvaje» para complacer al «Padre».
R.M .: ¿Siente usted su propia tradición cultural como una pesada carga de la que hay que liberarse? ¿Cómo se integra esta carga en su pintura? ¿Cree que al elegir el expresionismo abstracto como referencia está reconociendo el poder de los Grandes Padres Occidentales? Si las mujeres no tienen su propio lenguaje, distinto del forjado por la tradición patriarcal, ¿es el enfoque mimético el único modo de criticar sus poderes?
G.A .: Sí, realmente siento mi tradición cultural como una pesada carga. A veces creo que nunca me liberaré de ella. Dejó en mí su impronta. Y mi rebelión, en cierto modo, fue primero convertirme en artista. Un artista no es una buena figura: representa demasiada libertad. En mi sociedad, un artista es siempre una especie de loco, nunca se lava, nunca se peina, y se comporta de forma «alocada»; ¡loco porque no sigue la norma! Luego decidí usar el tema siempre tabú de la sexualidad (yo era una loca por hablar de ello), y específicamente la sexualidad femenina, y más específicamente la masturbación femenina.
Reconozco el poder del «Gran Padre» porque es lo que yo veo y vivo. Es real, y las mujeres todavía no tienen (¿lo tendrán alguna vez?) un lenguaje propio. No sé si la mímesis es el único modo de criticar ese poder, pero es el único modo que he encontrado. Yo no critico, parto de una observación en lugar de creer que las mujeres han alcanzado cierta identidad propia. Parto de un constat d’échec (la evidencia de fracaso).
No me gustan las feministas que han imitado a los hombres y quieren hacerme creer que con ello logramos la igualdad. Que las mujeres puedan votar y ser económicamente independientes para su supervivencia no significa que hayan logrado la igualdad. Y mi preocupación no es la igualdad, sino la independencia, y luego encontrar una identidad o una voz para expresar esa diferencia. Me interesa la diferencia, no la igualdad. Ni siquiera sé qué puede ser esa diferencia. ¿Realmente existe? Sólo expreso las dificultades para encontrar el camino.
R.M .: Usted ha dicho muchas veces que se considera una «pintora» a pesar de haber realizado algunos proyectos al aire libre tan espectaculares como significativos. ¿Qué conexión establece entre su pintura y sus esculturas o instalaciones?
G.A .: Soy ante todo una artista, y me gusta pintar. He dicho varias veces que soy una pintora que insiste en esos medios concretos porque a menudo, en el mundo del arte, la pintura ha pasado de moda, y ha sido reemplazada por instalaciones, fotografía, vídeo, o cualquier otra clase de multimedia… ¡Se ha declarado la muerte de la pintura como si ya se hubiera dicho todo y tuviera que descansar en paz!
A mí también me gustan esos nuevos medios, pero nunca podrán reemplazar a la pintura; todos quieren hacerlo, pero no lo harán. En mis instalaciones y en mi escultura, sólo intento explorar un medio nuevo para mí porque es importante para mi pintura: la ayuda a desarrollarse; y viceversa: la pintura ayuda a desarrollarse a las instalaciones y esculturas. Puede que un día explore también la fotografía y el vídeo —¿por qué no?—, pero nunca sustituiré un medio por otro. Creo que la pintura sigue ocupando un lugar muy respetable en el arte contemporáneo, ¡al menos para mí!
R.M :. Pero ¿es sólo el amor por la pintura lo que la ha llevado a dar prioridad a este medio? ¿Hay una postura política detrás de su opción por la pintura?
G.A.: La historia del arte ha sido escrita por hombres en la práctica y en la teoría. La pintura ocupa un lugar simbólico y dominante en esta historia, y en el siglo xx se ha convertido en la principal expresión de la masculinidad, sobre todo a través de la abstracción. La abstracción geométrica de Mondrian, Albers, Stella o el movimiento minimalista refleja la organización geométrica del mundo como un paradigma de las cualidades racionales atribuidas a los hombres. Pollock y el expresionismo abstracto son la otra cara de la moneda, pero representan también una gran metáfora de la energía y el poder masculinos.
Para mí, defender la opción de ser pintora y usar los códigos de la pintura abstracta, tal como han sido definidos históricamente, no representa sólo un desafío artístico: su principal significado es ocupar un territorio que históricamente ha sido negado a las mujeres. Yo ocupo ese territorio estética y políticamente porque creo cuadros materialmente abstractos, pero integro en ese ámbito masculino un universo femenino: el de la costura y el bordado. Al hibridar esos dos mundos, el lienzo se convierte en un nuevo territorio donde lo femenino tiene su propio lugar en un ámbito dominado por hombres del que, espero, no se nos volverá a sacar. En esas superficies abstractas inscribo figuras de mujeres sacadas de revistas pornográficas donde se representan las fantasías masculinas, y de ese modo realizo una doble reapropiación.
Notas
[1] Este texto está integrado por extractos de la entrevista publicada en Atlántica, n.º 26, Las Palmas de Gran Canaria.