Asistimos desde hace años a un fenómeno en el mundo del arte que, de alguna manera, revoluciona la percepción que teníamos de los límites e incluso de las transgresiones que podrían esperarse de esta disciplina. El arte plástico, en el contexto social contemporáneo, ha dejado de ser una actividad creativa individual para transformarse en una vía adicional de reflexión que atañe tanto a la vida política y económica de las sociedades como a su propia dinámica de transformación y desarrollo. Yendo un poco más lejos, el factor estético ha dejado de ser la preocupación preponderante para adoptar una posición secundaria o residual. Al mismo tiempo, la crítica, puente tradicional entre creadores y espectadores, ha tomado el rumbo de la creación multidisciplinar pura, derivando su posicionamiento como analista de obras para erigirse en productora de las mismas a partir del previo análisis de la realidad.
Regreso a una sociedad en búsqueda de equilibrio
Rechazando su componente elitista como placer de goce secundario, haciéndose eco de las nuevas realidades surgidas del proceso globalizador que rige cada uno de los aspectos de nuestra vida y reflejando también los profundos cambios (en permanente reposicionamiento) propiciados por la movilidad de las poblaciones, el arte contemporáneo se ha erigido no sólo en espejo sino también en vía alternativa (heterodoxa, iconoclasta, sin reglas formales ni límites teóricos) para el análisis de los distintos factores que entran en juego en la realidad cotidiana de individuos y comunidades. Un análisis que, lejos de limitarse a la teoría, se propone ser parte activa con voluntad manifiesta de incidir en los cambios de actitud y posicionamiento.
De este modo, el arte de las últimas décadas ha jugado de forma creciente el papel de visualizador de las nuevas realidades sociales (con los diversos fenómenos migratorios como eje principal) y ha evidenciado los fracasos de los agentes encargados de gestionar tales cambios. Pero lejos de limitarse a dar fe o indagar en los porqués de estos fracasos, ha querido tomar las riendas de la acción para proponernos soluciones y exigirnos a todos, en mayor o menor grado, una implicación. De manera que el arte que hoy en día está tomando posiciones como interlocutor y parte activa de la sociedad es un arte que no acepta paseantes contemplativos.
Si repasamos las principales citas artísticas de los últimos años para constatar esas transformaciones, vemos que en 2007 el enunciado de la 8ª Bienal de Sharjah[1], «Arte, ecología y políticas de cambio» y, ese mismo año, el del 3er Simposio de Crítica de Arte en un mundo global organizado por la Asociación Catalana de Críticos de Arte[2], se hacían eco de todas estas nuevas realidades y preocupaciones, situándolas en un escenario posnacional, poshistórico y poscolonial. Ambas citas señalaban el fenómeno de la movilidad (tanto la privilegiada como la impulsada por la precariedad) como un generador de tensiones y cambios culturales e identitarios. Al mismo tiempo, mediante una crítica a lo que definen como «neocolonialismo de la mirada», intentaban que rompiéramos con algunos vicios heredados de otros siglos de los que, pese a los avances, parece que cuesta desprendernos.
En 2009, la 11a Bienal de Estambul[3], con el lema «What Keeps Mankind Alive?»[¿Qué mantiene viva a la humanidad], abogaba por recuperar el rol revolucionario del placer en una sociedad caracterizada por el superego hedonista a la vez que mostraba la otra cara de la moneda mediante la crítica a la bienalización oportunista del mundo del arte. Esta crítica enlaza con los temores expresados en no pocas ocasiones por voces diversas sobre la trivialización, por mercantilización y presencia excesiva, de las aportaciones más beligerantes. Su objetivo es encontrar vías de interconexión a diferentes escalas: de lo íntimo a lo global por medio de lo urbano, lo nacional y lo regional.
La línea de trabajo del simposio Aftermath de la 25a Bienal de Alejandría para países mediterráneos[4] se centraba en el futuro del arte contemporáneo y los medios para activar el intercambio cultural entre países mediterráneos. Me parece interesante mencionarlo porque, acostumbrados como estamos a cientos de propuestas de intercambios culturales de todo tipo y condición, siempre nos queda la agridulce sensación de que, en el fondo, el intercambio es escaso. La 10a Bienal de Lyon[5], por su parte, hablaba de repensar la relación entre los artistas -que se inspiran en la experiencia de la existencia-, el arte y la gente, para que la coherencia entre el mundo de la creación y la sociedad continúe existiendo. Para ello habría que examinar la realidad de forma crítica, imaginando nuevos órdenes sociales. Esto significa que un arte que no está conectado a la sociedad en la que vive carece de sentido.
La 6a Bienal de Berlín[6], bajo el lema «What is waiting out there» [Lo que espera ahí fuera], evidenciaba en 2010 que el desarrollo tecnológico, al igual que las crisis económicas, políticas y sociales globales, habían causado rupturas en nuestra realidad «ensanchando el espacio del que hablamos y el mundo tal como es en la realidad». Así, el certamen abogaba por un arte que volviera a esta realidad y obviaba temas de carácter más formal.
Para terminar esta ojeada a la actualidad de las grandes citas del mundo del artemencionaremos el toque de atención de Sinopale3[7] que, con su lema «Hidden memories, lost traces» [Memorias ocultas, rastros perdidos], aludía al peligro de perder las propias referencias; la campaña Ciudades sin fronteras, coproducida por el Museo Reina Sofía[8], en la que se difunde y denuncia la situación de los movimientos migratorios en un régimen sin fronteras; el explícito lema de la 53a Bienal de Venecia[9], «Hacer mundos», del que se desprende que si una obra de arte es una visión del mundo, también puede ser considerada un modo de hacer mundos, esto es, de proponer alternativas; y, en el mismo sentido, la idea de la que parten las propuestas de Manifesta8[10]: la realidad es un efecto a producir.
Un arte contemporáneo «invasor»
Podemos afirmar que al arte se le otorga el privilegio de la trasgresión. Desde comienzos de este siglo, esta prerrogativa le ha servido para adentrarse en un camino que comparte con otras disciplinas, apropiándose de sus métodos y tesis. No nos referimos al desvanecimiento de fronteras entre artes plásticas, artes escénicas y cine, un proceder totalmente asumido en nuestros actuales esquemas de arte, sino a la incursión de éste en disciplinas que nada tienen que ver con él. De este modo, muchas de sus intervenciones y montajes expositivos entran sin complejos en los campos de la sociología, la política o la economía. En este nuevo espacio disciplinar la capacidad creativa se pone al servicio de las necesidades de la población y la organización de la convivencia en ámbitos que van de la ecología al urbanismo o la educación, por citar sólo algunos.
Este papel del arte como interlocutor social, validado por su presencia en las principales muestras y foros internacionales, es su auténtica aportación en la sociedad de los inicios del siglo XXI. Se trata de un «arte contemporáneo» que redefine el concepto de «arte» y añade un nuevo y diferencial significado a lo «contemporáneo», permitiéndole distanciarse de este concepto a la vez que convivir con otras realidades de la creación artística. Sus objetivos son sobre todo estéticos y formales (incluidas tradiciones y contemporaneidades varias) pero siguen su propia dinámica de génesis e intervención.
Si revisamos la historia reciente, en los años 90 vimos un retorno al arte como práctica crítica que ya apareció en los 60 y 70, pero esta vez se situaba en un contexto de globalización que obligaba al arte a cuestionarse las diferentes formas de inserción social del individuo. Jean-Christophe Royoux afirma al respecto[11]: «Inventar formas alternativas al sistema homogéneo y represivo de la globalización constituye la cuestión ético-estética primordial de nuestra época». También es importante, en este sentido, la prospección de nuevos modos de intervención del arte en el campo social y cultural, reivindicando de este modo la responsabilidad social del arte.
Cuestiones sobre territorio, frontera, identidad o ciudadanía son tratadas cada vez con mayor frecuencia en centros de arte, museos y bienales, que se multiplican por doquier y multiplican, por tanto, el alcance de sus tesis. En 2002, Tonia Raquejo ya señaló el problema que se vislumbra con esta gran presencia: «La proliferación de la práctica artística activista, en vez de generar resistencia, puede acabar erigiéndose como otro de los muchos modelos artísticos succionados por la historia del arte institucionalizado […]. El activismo artístico puede acabar convirtiéndose en pura mercancía[12]».
Mientras tanto, grupos como el Wochenklausur[13], creado en 1993 y principal denunciante de la tendencia inflacionaria de la espiral autorreferencial y autocomplaciente de la discusión estético-formal, hacen de la creación no un trabajo sobre formas u objetos, sino una intervención en la sociedad a través de propuestas concretas -la mayoría, resultado de encargos- orientadas a la reducción de las deficiencias sociopolíticas.
La crítica como creación
En el centro de estos nuevos planteamientos de carácter teórico emerge una nueva figura de poder: el comisario como crítico de arte que no sólo se implica directamente en los procesos creativos, sino que los propicia y dirige. En este sentido, en este nuevo rol de relación con la realidad comunitaria y sus diversas problemáticas, el crítico deja de lado la mera función de gestor que había desarrollado en los años anteriores y pasa a ser director creativo, escogiendo consecuentemente a los artistas en función de la visibilidad que aportan a su discurso. De este modo, las exposiciones que organiza no son presentaciones de obras de artistas, sino presentaciones de ideas y tesis con una estructura conceptual bien determinada.
A través del comisario se vehiculan, pues, conflictos, problemas e inquietudes, realidades y propuestas dirigidas tanto a espectadores individuales como a cualquier instancia de poder, ya que su mensaje puede llegar a ellos sin dificultad gracias al papel propagandístico y multiplicador de los medios abiertos de información en red. Como dijo Hou Hanru, comisario de la 10ª Bienal de Lyon 2009, al destacar el papel activo de esta figura con presencia creciente en el panorama del arte: «ser curador no es sólo inventar la mejor exposición del mundo […]; una exposición no es un fin, es el principio de un largo proceso para proponer ideas para el futuro, para la sociedad.» Una idea que comparte la 4a Bienal de Bucarest[14], interesada en la relación, por un lado, entre práctica creativa y desarrollo social y, por otro, entre contextos locales y globales, en la misma línea de la mencionada Bienal de Estambul.
Nuevas realidades, nuevos conceptos
Si partimos de la idea de que nombrar es hacer existir y las palabras y los conceptos imponen límites, también tendremos que aceptar que la inmovilidad de la terminología del arte supone la imposibilidad de una continuidad. Desde la crítica se evidencia reiteradamente la escasa evolución de la terminología del arte en los últimos 50 años, así como la necesidad acuciante de renovación de la misma para hacer posible no sólo el progreso del arte, sino el análisis de sus nuevas manifestaciones. No pocas veces usamos palabras mientras somos conscientes de su escasa precisión, a falta de ese término definitorio que a todas luces debiera existir. En este contexto, los círculos del pensamiento artístico hacen suyo el lema de la 16a Bienal de París (2008-2010)[15]: reinventar la terminología del arte, haciendo patente la necesidad de acuñar nuevos términos para nuevas prácticas que son fruto de nuevas necesidades. Entre octubre de 2010 y junio de 2013 tendrán lugar una serie de mesas redondas (en Nicosia, Atenas, París, Nueva York, Londres, Madrid, Beirut, Teherán, El Cairo y Milán) para debatir esas nuevas definiciones e incluir los nuevos términos en los diccionarios.
¿El futuro es futuro?
De todo lo anterior se desprende, en primer lugar, que el arte contemporáneo quiere ser útil a la sociedad y que para ello no ha dudado en crear un nuevo camino con nuevas reglas y con el uso de cualquiera de los instrumentos expresivos y comunicativos a su alcance. Este renovado activismo social surge de la confluencia de dos variables fundamentales: el rechazo a lo superfluo y a lo estrictamente individual. Además, se ha erigido en cierto modo como catalizador de la mala conciencia colectiva que ha ido tomando cuerpo en la sociedad de la opulencia, que a fin de cuentas se ha revelado falsa y ficticia. También se han revelado falsas y ficticias muchas de las lecturas, miradas e interpretaciones que el nuevo activismo social ha hecho, tanto de otras sociedades como de la suya propia. De manera que este posicionamiento del arte contemporáneo como vehículo de crítica social trata de reorganizar no sólo la mirada hacia fuera, sino la más difícil mirada hacia adentro. Porque este nuevo camino, para resumirlo en una frase, no es un camino estético; es simplemente un camino ético.
Notas
[1] www.sharjahbiennial.org.
[2] Asociación Catalana de Críticos de Arte, «III Simposio de Crítica de Arte en un Mundo Global. Geografías del arte y políticas de identidad», 2007 (www.acca.cat).
[3] 11a International Istanbul Biennial (www.iksv.org/bienal).
[4] 25th Alexandria Biennale for Mediterranean Countries (www.alexbiennale.gov.eg).
[5] www.biennale-de-lyon.org.
[6] 6th Berlin Biennale for Contemporary Art (www.berlinbiennale.de).
[7] International Sinop Biennial (www.sinopale.org).
[8] Museo Reina Sofía (www.museoreinasofia.es/redes).
[9] Biennale Arte Venezia (www.labiennale.org).
[10] Manifesta8 Bienal Europea de Arte Contemporáneo (www.manifesta8.es).
[11] Royoux, J.C, «A propósito de Documenta X» (http://aleph-arts.org/pens/).
[12] Raquejo, T., «Una reflexión sobre arte y resistencia hoy», Acto, nº 1, 2002, Aula cultural de Pensamiento Artístico Contemporáneo de la Universidad de La Laguna, Tenerife.
[13] www.wochenklausur.at.
[14] www.bucharestbiennale.org.
[15] www.biennaledeparis.org.