Durante más de cien años, entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del siglo XX, los europeos emigraron al sur del Mediterráneo. Italianos, franceses, españoles, griegos, cristianos y judíos, cruzaron el viejo mar de civilización para labrar, a menudo literalmente, su porvenir en las tierras meridionales y orientales del Mediterráneo. Más tarde, quienes los recibieron hospitalariamente o quienes lucharon contra la colonización europea, comenzaron a emigrar en sentido inverso. Los unos europeos, y los otros árabes, llevaban consigo un bagaje cultural y religioso. Ese movimiento pendular de emigración e inmigración, ese vaivén humano, se ha repetido muchas veces a lo largo de la historia.
Diríase que con las gentes, los hombres y las mujeres, sucede como con las ideas y las palabras: no hay frontera ni confín que los detenga. El gran filólogo Joan Corominas en esa obra monumental que es el Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana, nos recuerda la prodigiosa circularidad mediterránea de palabras como albaricoque o talismán, que entraron en las lenguas latinas traídas por los árabes, pero que éstos importaron de los romanos y de los griegos, entre los cuales ya habían caído en desuso. En este caso, la etimología no es más que una hermosa metáfora de lo que ha sucedido con las ideas y las migraciones humanas. Gracias a la primera emigración conquistadora de los árabes, conocemos el álgebra y el ajedrez, la alquimia, madre de la moderna química, la óptica y la física. Sin todos esos progresos, no podríamos entender la historia científica y técnica europea. Se dice que, por el contrario, la noria viajó con los moriscos expulsados de España hacia el norte de África. En Túnez, en el valle del Medjerda, los moriscos instalaron norias a lo largo del río y además hicieron poner un reloj en el minarete de la mezquita de Testur, porque así se hacía en las torres de las iglesias de la tierra de la que fueron expulsados. Hoy, las palabras y los conocimientos viajan por Internet, curiosa palabra que une un vocablo latino y otro inglés, y ya no requieren de las personas para atravesar tierras y fronteras. Entre las palabras y las ideas que viajan, está el vocablo xenofobia, de origen culto y griego, que significa odio o temor a los extranjeros. Este viejo fantasma –y como se sabe, los fantasmas no mueren- ha atravesado nuestra historia, y se esconde y resurge según convenga a la azarosa historia de los odios sociales. No es un fenómeno exclusivamente europeo, pero sí hay que lamentar que de un tiempo a esta parte, el mapa electoral europeo se esté llenando de puntos negros que llevan el nombre de partidos xenófobos.
Hoy día, hablar de emigración es hablar de un problema, de un grave asunto político y de una amenaza a la pacífica convivencia. Algo hemos hecho mal para que en la Europa de los derechos humanos y la igualdad entre ciudadanos, la diferencia sea motivo de contienda electoral y eslogan político. Ésta es la razón por la cual Quaderns de la Mediterrània dedica este número al tema «Migraciones y creatividad intercultural». El objetivo es contribuir a difundir la cultura de la convivencia y la creatividad de las sociedades plurales.
Los artículos recogidos en el dossier de este número presentan visiones contrastadas sobre las políticas europeas (Catherine Wihtol de Wenden), la integración a través de los municipios, concretamente en el caso de Barcelona (Marta Ramón), la creatividad personal y artística de quienes vienen de otras culturas (Pius Alibek, Nathalie Alyon, Najat El Hachmi y Esther Bendahan), la gastronomía (Sylvia Oussedik), la aportación intelectual y empresarial especialmente magrebí (Khélifa Messamah), las visiones sobre la cultura del Otro (Rogelio López Cuenca) y la gestión de la interculturalidad (María Elena Morató). Así pues, les invitamos a emprender con nosotros este viaje a través de la interculturalidad. Que la lectura les sea grata.