Los judíos de Argelia (1830-1962): una historia entre la memoria y los lazos íntimos

Geneviève Dermenjian

Investigadora asociada en la Unité Mixte de Recherches Telemme

Los estudios sobre los judíos de Argelia durante la época colonial (1830-1962) son, en su mayor parte, obra de autores argelinos y judíos cuya perspectiva es doble: el objeto de su investigación es a la vez lo que sucedió a escala global y lo que les sucedió a ellos en particular. Así pues, los recuerdos personales intervienen en la narración, mezclándose con los hechos históricos, idealizándolos en ocasiones y situando a los investigadores en una posición compleja y ambigua al mismo tiempo. Los expertos en este ámbito de estudio no ocultan, por lo general, su emoción cuando relatan el pasado de su vida en Argelia: hacen hincapié en la complejidad de la vida de los judíos en dicho país antes de 1962, una vida marcada por los enfrentamientos identitarios e históricos. Pese a la abundancia y diversidad de estudios existentes en este ámbito, todavía queda mucho por hacer. El tema de la presencia francesa en Argelia es, aún hoy, difícil de abordar. Esperemos que, poco a poco, las investigaciones en este sentido vayan avanzando y dejen de lado sentimientos como la frustración, la vergüenza o el rencor.


«Mi intervención se convirtió en parte integrante del relato […]. Yo ya no era solo la observadora ajena a la epopeya relatada, sino que, de hecho, me inclinaba hacia uno de los lados. Vivía de nuevo la experiencia ambigua de la doble posición del outsider y el insider, la del nativo que se interesa por sus ritos desde la distancia.»

Joëlle Bahloul, La maison de mémoire

Cuando, en junio de 1830, los franceses desembarcan en Argelia, se encuentran ante un conjunto de grupos de población con situaciones jurídicas distintas y con características sociales y religiosas también diversas. Uno de dichos grupos es el de los judíos, sometidos, al igual que los cristianos, a la condición de dhimmis, que los convierte en seres de segunda clase en el terreno social y político. También son víctimas, por parte de los musulmanes, de un “antijudaísmo” tradicional –la palabra se utiliza localmente para designar tanto el antijudaísmo tradicional como el antisemitismo racial nacido a finales del siglo xix. Entre los europeos y los franceses establecidos en el país se desarrolla también un antijudaísmo importado de Europa, que se agrava con el tiempo, sobre todo tras la adopción del decreto del Crémieux, del 24 de octubre de 1870, que concede la ciudadanía francesa a todos los judíos de Argelia.

Durante el período colonial, los judíos de Argelia no fueron objeto de muchos estudios académicos. Fueron observados por algunos correligionarios eruditos procedentes principalmente de Francia. Tras la descolonización de 1962, la casi totalidad de los estudios proceden de judíos también originarios de Argelia y de especialistas en varias ciencias sociales: historia, sociología, antropología y etnología. Sus diferentes puntos de vista, combinados con los de los anglosajones que también abordan el tema desde hace unos veinte años, contribuyen a dar al pasado de los judíos de Argelia una profundidad y un alcance nuevos.

A mitad de camino entre la memoria y la experiencia vivida

A lo largo de sus investigaciones, historiadores, sociólogos, antropólogos y etnólogos dejan traslucir el recuerdo emocionado de la vida anterior a 1962 en una Argelia considerablemente idealizada. Nos revelan sus recuerdos o de vez en cuando entremezclan sus estudios científicos con referencias personales, dada su condición de especialistas presentes en la ciudad como actores y testigos. Se sitúan así en una perspectiva peculiar de la relación pasado-presente, una perspectiva que tiene en cuenta la memoria y el testimonio de todos, y que establece una relación personal entre ellos y la historia narrada.

Colette Zytnicki (2011) señala que pocos historiadores se han interesado por la historia de los judíos de Argelia antes de la descolonización, mientras que, en cambio, los judíos de Túnez y sobre todo los de Marruecos han dado lugar a una abundante bibliografía desde el periodo del protectorado. Así se pone claramente de manifiesto tras echar una ojeada a las obras publicadas sobre los judíos de Argelia durante el período francés.

Los tres textos más antiguos fueron escritos por grandes rabinos procedentes de Francia. El primero de ellos, Abraham Cahen (1835-1913), escribió Les juifs dans l’Afrique septentrionale (1867) basándose en la literatura rabínica, y luego vino Isaac Bloch (1848-1925) con Inscriptions tumulaires des anciens cimetières israélites d’Alger, de 1888, y décadas más tarde Maurice Eisenbeth (1983-1958), que publicó en 1936 Les juifs d’Afrique du Nord, démographie et onomastique. Ese mismo año apareció la obra de Claude Martin Les Israélites Algériens de 1830 à 1902, un libro impregnado del antijudaísmo de su autor. Citemos a continuación Histoire des Juifs en Afrique du Nord, de 1953, obra de André Chouraqui (1917-2007). Si añadimos Les Juifs d’Algérie, du décret Crémieux à la Libération, de Michel Ansky y publicado en 1950, tendremos las principales obras escritas antes de 1962. Obras a las que hay que añadir un reducido número de artículos aparecidos en revistas de asociaciones científicas, como la Revue Africaine o el Recueil des notices et mémoires de la Société archéologique de la province de Constantine, que publicó las obras de Abraham Cahen.

A partir de la época de la descolonización se multiplicaron los especialistas, así como las obras y perspectivas desde las que enfocar los temas de estudio. Es como si la ausencia hubiese hecho crecer entre los interesados originarios de Argelia la curiosidad y la necesidad de explorar las raíces de la época colonial e incluso las del periodo previo, al intensificarse la necesidad de (re)conocimiento de su pertenencia al mundo oriental. Entre los especialistas en humanidades y ciencias sociales, citemos como historiadores a Richard Ayoun (1948-2008), Jean-Marc Chouraqui, Denis Cohen-Tannoudji, Pierre Hebey, Danièle Iancu-Agou, Jean Laloum, Benjamin Stor y Shmuel Trigano, a quienes hay que añadir Valérie Assan y David Nadjari, que se hallan en la fase inicial de su trayectoria profesional. En lo que se refiere a la sociología y la sociohistoria, mencionemos a Joëlle Allouche-Benayoun, y para la antropología y la etnología, Joëlle Bahloul.

Una cuestión de memoria

A lo largo de las actuales investigaciones, los especialistas suelen dejar traslucir su emoción ante el pasado vivido en una Argelia a la que se sienten próximos por sus recuerdos personales o su filiación. En nuestra opinión, este profundo sentimiento acostumbra a asociarse con la emoción que acompaña los años de la infancia cuando estos fueron dichosos y, más aún, cuando desembocaron en el drama y el desarraigo. Al escribir en la actualidad en un mundo y desde unas disciplinas en las que se buscan resultados, algunos autores convierten su vida en historia. Nos revelan sus recuerdos o entremezclan sus estudios científicos con referencias personales, posicionándose así como especialistas legítimamente presentes en la ciudad en calidad de actores y testigos. Se sitúan así en una perspectiva peculiar de la relación pasado-presente, una perspectiva para hacer historia que tiene en cuenta la memoria y el testimonio de todos

Un vínculo íntimo con el tema

Los sociólogos y antropólogos reconocen, por lo general, ya de entrada la importancia de los antecedentes personales. En su obra de 1998 sobre Les Juifs d’Algérie. Mémoires et identités plurielles, Joëlle Allouche-Benayoun y Doris Bensimon indican claramente que “el origen o los lazos familiares de ambas autoras facilitaron, sin duda, los primeros contactos” (p. 10), lo que, según dicen, debido a su conocimiento íntimo del tema, les permite acceder de inmediato a la comprensión implícita de lo que cuentan los entrevistados.  

La cita de la antropóloga Joëlle Bahloul que hemos reproducido al principio como lema, extraída de su obra sobre la casa judeo-árabe de Sétif donde antaño vivió su familia, la introduce también a ella directamente dentro de su tema de estudio, como una autóctona que explora su propio ritual a distancia y a la vez como una persona ajena a los hechos que resucita ante sí misma por obligación profesional. Por lo tanto, al igual que los demás autores que tratan el tema de losen suantementempre enciçon  judíos o judías de Argelia, se cierne constantemente sobre ella la intensa sensación de hallarse en una posición doble y ambigua.

El reconocimiento formal del vínculo que les une a su tema de estudio varía según los historiadores, pero cabe destacar que en su mayor parte enlazan de una manera muy clara su memoria con la historia, lo que indica claramente la posición en la que se ubican. Todo ellos y ellas practican constantemente ese distanciamiento ya indicado, exigido a todo investigador frente a su tema de estudio y que debe ante todo convertir a cada uno de ellos en un observador externo en busca de la mayor imparcialidad posible. Muchos de ellos –sobre todo entre los más jóvenes–, que a menudo abordan su historia desde el punto de vista religioso (Valérie Assan, 2012), se mantienen en esta posición estricta de observador y en sus introducciones no mencionan su pertenencia, hoy heredada, a la tierra y la historia de Argelia. Otros, por el contrario, a menudo mayores y con recuerdos personales y familiares más intensos y numerosos, proclaman los vínculos que les unen directamente a esa historia. Así, en Alger 1898. La grande vague antijuive, Pierre Hebey recuerda que, durante dos años, en 1898 y 1899, su abuelo y su hermano menor tuvieron que pelearse a puñetazos con jóvenes antijudíos que constantemente les provocaban y les cantaban la Marsellesa antijudía (p. 10). En 1982, la introducción de Richard Ayoun y Bernard Cohen a su obra Les Juifs d’Algérie, deux mille ans d’histoire, también mencionaba los vínculos de los autores con el tema de la obra: “Un libro que sea un libro de amor. ¿Quién, al escribir sobre su propia historia, no ha soñado nunca con un objetivo tan hermoso?” Y ambos autores desean superar la nostalgia o la complacencia folclórica para escribir un libro de historia y facilitar que los judíos de Argelia recuperen su pasado, un pasado marcado por “parámetros que escapaban por completo a su voluntad, opciones que no controlaban, hechos de los que solo habían sido víctimas” (pp. 7-8).

En cuanto a Robert Attal, en el prólogo de su obra sobre los disturbios de Constantina del 5 de agosto de 1934 cede la palabra a Roland Halimi, lo que impregna el inicio de su libro de una oleada de sangre y angustia. Cuando era un niño de once años, Halimi asistió, escondido en el desván de su casa, al asesinato de los ocho miembros de su familia, un suceso trágico que se convirtió para él en una pesadilla permanente: “En cuanto a mí, el niño de once años aún atormenta al sexagenario en el que me he convertido” (p. 9). Robert Attal, de ocho años de edad en el momento de los hechos, también perdió a su padre durante las matanzas. En unas pocas palabras púdicas y sobrias y sin entrar en detalles sobre los hechos que vivió, afirma que quería hacer algo “más que dar testimonio” y que su “análisis de los hechos no [podía] impedir la pasión del alegato ni las referencias personales” (p. 11).

En lo que se refiere al historiador Benjamin Stora, recordemos que con el tiempo sus obras se han vuelto cada vez más memorialísticas, combinando la experiencia personal y la perspectiva del historiador. Lo explica, en 2006, en Les trois exils diciendo que, tras unos estudios tan prolongados sobre la historia de Argelia, sintió el fuerte impulso de investigar su población judía, empezando por la historia de su propia familia (pp. 17-18). Adentrándose, en 2008, en el camino hacia la egohistoria, habla, a fuer de historiador, de un trabajo de investigación con una doble vertiente; un trabajo que habla a la vez de lo que sucedió y lo que le sucedió a él: “Historias dobles, por lo tanto, que muestran un historiador «clásico» y un historiador comprometido que trabaja en el único tiempo que vale, el presente. No es un historiador del presente, sino un historiador en el presente, ante todo sensible, en su espacio activo, vivo, que es la memoria” (p. 12). Y esta mezcla de lo personal y lo colectivo reaparece, una página tras otra, en su último libro, Les clés retrouvées, de mayo de 2015.

Hay un libro que ocupa un lugar especial en esta historia-memoria: Une diaspora méconnue : Les Juifs d’Algérie, de Henri Chemouilli y publicado en 1976. Dicho libro, que llega al corazón, es un hermoso testimonio de la historia y la vida judía desde los albores de la colonización hasta el éxodo definitivo hacia Francia, y abarca a la casi totalidad de quienes abandonaron entonces la que había sido su patria durante dos mil años.

¿Cómo era la vida en Argelia?

Una vida compleja

Los autores ponen de relieve la complejidad de la vida de los judíos de Argelia antes de 1962, una vida dividida entre la identidad religiosa y la social, las aspiraciones, el pasado, la aceptación de la modernidad y los racismos. Aplauden el papel positivo desempeñado por Francia en el trato dispensado a la población judía de Argelia y en el proceso de asimilación que condujo al decreto Crémieux de naturalización masiva, de fecha 24 de octubre de 1870. Destacan el gran patriotismo de los judíos que adquirieron la nacionalidad francesa, así como su gran amor y veneración por Francia, sentimientos que fueron consecuencia perdurable del mismo, ya que su patriotismo sobrevivió incluso a las repetidas pruebas infligidas por el antijudaísmo.

Las cuestiones planteadas actualmente por la investigación de las ciencias sociales, como la transmisión y la memoria, desempeñan un papel fundamental en los estudios actuales. Por ejemplo, la decidida voluntad de fijar una historia a la que está personalmente vinculado, de ir más allá de los límites conocidos y sobre todo de informar a las jóvenes generaciones, es lo que lleva a Shmuel Trigano a presentar, en 2003, una recopilación de documentos sobre L’identité des Juifs d’Algérie. Ya que, en su opinión, de lo que se trata es de saber cómo dar a conocer, después de 1962, a las jóvenes generaciones una experiencia histórica “extraordinariamente original” que no han vivido.

Joëlle Allouche-Benayoun, por su parte, se interesó (2003) por la escolarización de las niñas. Al principio modesta, dicha escolarización se desarrolló gracias a las leyes educativas de Jules Ferry, de 1881, y brindó a esas jóvenes la oportunidad de incorporarse aceleradamente a la modernidad. Educadas antaño en el seno de la familia por sus madres como futuras amas de casa, las niñas encuentran en la escuela francesa, a la que veneran, dignidad, conciencia propia y autoestima. Al igual que los niños, adquieren en el centro escolar los ideales republicanos y un gran patriotismo. En consecuencia, la cultura francesa progresa con el paso de los años en detrimento de la cultura tradicional, de tal modo que los niños introducen en sus familias nuevos valores y se convierten en “intermediarios entusiastas de la civilización francesa” frente a unos padres originariamente muy alejados de esa cultura.

Esta aculturación de toda una sociedad adoptó, a lo largo de los años, distintas formas, como, sobre todo, la evolución de las costumbres y el afrancesamiento de la lengua, la cocina, la manera de vestir y el nombre, con el voto de las mujeres como cumbre de su emancipación.

En La maison de mémoire, Bahlul lleva a cabo con sus entrevistados un ejercicio de memoria que nos guía hasta lo más íntimo de la vida de las personas y las familias antes de 1962. Su introducción se centra en las causas y modalidades de la visita etnográfica que efectuó a la antigua casa familiar de Sétif. Una visita que a ella la situaba en una posición incómoda respecto a la disciplina científica en la que trabajaba. Porque esa vez, afirma, no iba a “etnografiar la cultura de unos extraños sino la de quienes eran verdaderamente «los míos»” (p. 10), compartiendo así, en cierto modo, las impresiones de Allouche-Benayoun y Stora sobre la ambigüedad de la posición del investigador.

Su obra adopta la forma de un estudio de la historia cotidiana vivida en Argelia, un reflejo escrito de las tradiciones orales. Esta casa, habitada por personas con recursos financieros muy escasos, a veces incluso carentes de ellos, tiene la distribución propia de la planta tradicional –apartamentos situados en dos pisos alrededor de un patio interior–, con cálidas relaciones entre las familias, que se prestan servicios mutuamente, y con diferenciaciones sutiles entre hombres y mujeres, judíos y árabes, propietarios e inquilinos. Todo ello organizado a su vez según el origen étnico a través de numerosas diferencias en ámbitos como la manera de vestir, los deportes, la educación, las prácticas médicas y la situación jurídica de las mujeres. Y las judías interrogadas lo reconocen: “el nativo estaba mejor con el judío que con el cristiano, y además vivíamos mejor con ellos”, y “entrábamos en su casa” (p. 152). Así pues, tal cual, con sus luces y sombras, la casa es un espacio de paz y convivencia gracias a los buenos oficios de las mujeres; no así la calle, que es territorio de los hombres y escenario de relaciones a veces violentas.

En 2003, Jean Laloum publica un documento original sobre el patrimonio fotográfico de las familias judías que pone de manifiesto la emoción nacida del recuerdo del pasado y el desarraigo del éxodo de 1962. La observación de la indumentaria y su evolución en el tiempo, así como los nombres antiguos y modernos, reflejan el proceso de aculturación de los judíos, progresivo pero rápido, aunque desigual según las familias y las personas.

El “antijudaísmo” agitó a Argelia en varias ocasiones, entre 1870 y 1902 más o menos, en la década de 1930 y bajo el régimen de Vichy. Es un judaísmo innato, resistente al paso de los años, que perdura entre las crisis, cuando menos en forma de relaciones interpersonales desiguales. Es ante todo un antisemitismo multiforme con aspectos culturales, raciales, políticos e institucionales. Los diferentes autores (Ayoun y Cohen, Hebey, Stora…) muestran que bebe de fuentes europeas y musulmanas en el contexto concreto de la sociedad colonial. Subrayan que los judíos de Argelia respondieron a los ataques con un patriotismo sin fisuras, con asociaciones como el Comité Argelino de Estudios Sociales (CAES) de Élie Gozlan, que se convirtió en el Comité Judío Argelino de Estudios Sociales (CJAES ), con Henri Aboulker y Léon Mayer, y también con una mayor integración en la República (mayor formación, participación en la vida institucional, en las elecciones…).

Todo ello quiere decir que la historia de Argelia durante el período francés es paradójica: en el día a día se mezclan las distintas formas de violencia y racismo de la fase colonial, pero todo ello aparece asociado a formas de convivencia extraordinariamente positivas, sobre todo entre judíos y musulmanes. Es una gran paradoja cuya realidad concreta y cambiante al historiador le resulta a veces difícil reconstruir.

Desde hace algún tiempo, ciertos autores franceses consideran que el afrancesamiento no solo tuvo aspectos positivos, hasta el punto de que Stora habla, en Les trois exils, de un exilio interior que separa, en 1870, a los judíos de su identidad nativa. Estos autores reconocen igualmente los estrechos lazos que les unen a los musulmanes, al tiempo que subrayan el desprecio de estos últimos por los que no practicaban su religión y, en especial, por los judíos, más estigmatizados, por ejemplo, que los cristianos. Por último, en lo que se refiere a la posición y el papel de los judíos en Argelia antes de 1830, los historiadores franceses se extienden relativamente poco en los vínculos de los judíos con el poder –que no obstante todos señalan– y en su papel fundamental como mediadores en materia de economía y política exterior.

Las tendencias actuales

Los actuales estudios sobre los judíos de Argelia se caracterizan aún por el hecho de que la mayoría de los autores son judíos y originarios de Argelia. Pocos libros se han escrito fuera de este círculo, y las “ausencias” más manifiestas provienen de los pieds-noirs, que hacen su propia historia, y los propios autores argelinos, que rara vez publican nada sobre este tema y cuando lo hacen es, con pocas excepciones, en Europa o en Estados Unidos. En este sentido, cabe destacar a Abdelmajid Merdaci, historiador argelino y profesor de la Universidad de Constantina, que ha estudiado mucho el tema de los judíos de Argelia y la música andalusí. Recientemente ha publicado en Histoire des relations entre juifs et musulmans, una obra dirigida por Abdelwahab Meddeb y Benjamin Stora, una comunicación sobre Cheikh Raymond, el famoso músico judío de Constantina especializado en este tipo de música y venerado por judíos y musulmanes por igual.

Recientemente, algunos investigadores, por lo general norteamericanos, se han interesado por la incorporación de los judíos de Argelia a la modernidad y por el modo en el que lo han hecho. Citemos, sin ser exhaustivos, las obras de Joshua Cole, Michael Laskier, Ethan Katz, Sophie Beth Roberts, Maud Mendel, David Prochaska, Joshua Shreier, Michael Shurkin, Sarah Sussman y Steven Uran. Estos autores han adquirido una gran importancia en la materia debido a la perspectiva nueva –aunque a veces algo distante– desde la que estudian la cuestión de los judíos de Argelia. Sus obras están relacionadas con los temas desarrollados por la historiografía americana y se centran en particular en el papel mediador desempeñado por los judíos en el Mediterráneo y en los temas identitarios, que también plantean los autores franceses. Asimismo, estudian –como David Prochaska en relación con los judíos de Bona– la complejidad de su situación: estaban parcialmente separados de los musulmanes sin ser plenamente aceptados por los franceses. Por último, estos historiadores exponen la oposición por parte de los judíos al afrancesamiento, una oposición considerada en ocasiones como transitoria e individual por parte de los autores franceses.

Los judíos de Argelia podían oponerse a Francia en algunos aspectos: algunos de ellos rechazaron lisa y llanamente, durante las primeras décadas, la presencia extranjera del colonizador. Los judíos y rabinos nativos eran especialmente hostiles a los grandes rabinos llegados de Francia, que querían que los judíos de Argelia se alinearan a marchas forzadas con el judaísmo de la metrópolis, pese a que las tradiciones culturales judías estaban en conflicto con algunas medidas propuestas por la metrópolis. Tal era el caso de la distribución equitativa de la herencia entre hombres y mujeres, la monogamia (pese a que la poligamia era muy rara), el divorcio e incluso la adquisición de la nacionalidad francesa con la consiguiente pérdida del estatuto personal, que podía pasar a sus ojos por apostasía. Valérie Assan observa que los rabinos de Argelia, muy contrarios a la modernidad importada de Francia, siguieron casando “clandestinamente”, en casa o en la sinagoga, a judíos cuya unión no siempre se inscribía en el registro civil, lo que eventualmente les permitía divorciarse posteriormente. Por último, recordemos que solo 142 judíos consiguieron que se aprobara su solicitud de naturalización a raíz del decreto del Senado de 14 de julio de 1865. Ello se debe no solo a la lentitud del procedimiento, a menudo mencionada por los historiadores, sino también al bajo número de solicitudes.

A causa de estas reticencias de la población, muy acusadas aún en la década de 1860, tal y como desde hace numerosos años han puesto de manifiesto las investigaciones francesas, las personalidades judías de todo Argelia, tanto civiles como religiosas, optaron –tras las negociaciones con la administración francesa en los años anteriores a la promulgación del Decreto Crémieux– por la naturalización masiva sin posibilidad de negativa, una naturalización que obligó a los judíos a dar un paso decisivo, un paso que no habrían dado por sí solos.

Aún queda mucho por hacer en cuanto a la historia de los judíos de Argelia, y también sobre la de los europeos de Argelia, llamados pieds-noirs al regresar a Francia –que a su vez hacen su propia historia–, ya que los investigadores que estudian estos temas son poco numerosos y se interesan por otras cuestiones. ¿Por qué? ¿Las cosas les resultan todavía demasiado dolorosas a estos europeos y judíos de Argelia visceralmente unidos a su historia, ya sea religiosa, social o política, y a sus distintas interpretaciones? Algunos temas siguen siendo tabú, si bien un historiador como Jean Jacques Jordi los aborda.

Además de este primer interrogante, también podríamos hablar de la visión que el conjunto de los franceses tienen aún hoy de la presencia francesa en Argelia durante el período colonial, lo que todavía debe frenar en cierto modo las investigaciones. ¿Cabe atribuir la escasez de obras sobre temas tan sensibles a una frustración de pueblo vencido? ¿A un deseo de pasar página vergonzosamente sin plantear los problemas de fondo nacidos del sistema colonial desde sus orígenes? ¿Al desinterés respecto a las minorías y, por lo tanto, a cualquier cosa que no esté relacionada con el meollo de la sociedad y la política francesas? Puede que haya un poco de todo. La labor en curso desde hace varias décadas y la que se anuncia deberían ayudarnos a ver las cosas con mayor claridad.