En el siglo xv, los judíos de la península Ibérica iniciaron una diáspora tras el Decreto de Expulsión impuesto por los Reyes Católicos. Beyazid, el sultán del imperio Otomano, ofreció hospitalidad a estos sefardíes, que se instalaron en ciudades como Salónica, Esmirna y Estambul. Salónica se convierte así en un puerto comercial y cultural importantísimo, un lugar único de intercambio promovido especialmente por las redes de confianza que establecieron estos sefardíes. La época dorada de la ciudad continuó con la aparición de la imprenta y se extendió hasta el siglo XIX, con la llegada de un grupo privilegiado de judíos livorneses que actuaron como transmisores del comercio occidental. Tras la invasión griega de Salónica en 1912 se inicia una nueva diáspora hacia Occidente que supone el final del sefardismo como tal. Sin embargo, sus frutos, desde el marranismo hasta los deunmés turcos, perviven en el origen de las grandes corrientes de la modernidad que actualmente encontramos en el Mediterráneo y que conforman su identidad plural.
No soy un etnólogo sefardí, tampoco un especialista en los estudios eruditos sobre esta cuestión, pero me interesé por el tema a raíz de un libro que quise escribir sobre mi padre para rendirle homenaje tras su muerte. Queriendo hablar de él, lo hice de sus antepasados y, por supuesto, más allá de los antepasados personales, se vislumbraba toda la historia de los sefardíes, lo que hizo que me remontara hasta España. Desde entonces he leído y he reflexionado mucho sobre ello y, cuanto más leo, más profundamente mediterráneo me siento. Me considero francés, pero también creo que mi cultura es muy mediterránea. Soy un defensor, y un militante, de la idea mediterránea.
En el Mediterráneo romano, incluso antes de que Tito forzara la dispersión de los judíos de Palestina, había existido ya una diáspora. Dan fe de ello las epístolas y los discursos de san Pablo, que al principio se dirigía a los judíos de Salónica, de Corinto, de Roma… Según parece, esta diáspora fue muy importante en la península Ibérica.
En el siglo xv, los judíos españoles representaban un tercio de la población total de la Península. Otras evaluaciones más modestas afirman que eran entre 200.000 y 400.000. Hay que tener también en cuenta las conversiones. Y además, dada la tolerancia de los poderes islámicos —hacia judíos y cristianos— y de los Reyes Católicos hasta 1492 —hacia judíos y musulmanes—, había muchos agricultores musulmanes en las tierras reconquistadas por los Reyes Católicos. La característica más importante de la gloria que tuvo Granada es que era un reino que reunía tres religiones que vivían en armonía. Había habido algún pequeño intento de perseguir a los judíos por parte de los soberanos bereberes durante los siglos xi y xii, pero fueron breves y de poca intensidad. En 1397, más de modo espontáneo que alentado por el poder, comenzó a haber revueltas en contra de los judíos, sin duda provocadas por las dificultades económicas. La población echaba la culpa a los judíos. En esa época se registró una ola de conversiones. Los conversos, es decir, los judíos que habían devenido cristianos, optaron en su mayoría por el cristianismo por temor, por miedo, aunque algunos también por convicción. Muchos de los conversos cristianizados por miedo continuaron practicando el judaísmo en secreto en el entorno familiar.
La Inquisición se inició, ordenada por Isabel la Católica y contrariamente a lo que se cree, antes del Decreto de Expulsión de 1492. Fue creada en 1480 para desenmascarar a los cristianos que practicaban en secreto el judaísmo. Se sabe que uno de los grandes inquisidores, Tomás de Torquemada, era de origen judío. De acuerdo con un proceso bien estudiado, los conversos —por fortuna, no todos ellos— fueron los más violentos inquisidores. Hay que recordar que san Pablo empujó a los judíos a la conversión y que él fue el responsable de la ruptura del cristianismo con el judaísmo. Existió un rabino que se transformó en Pablo de Santa María para convertirse en obispo de Burgos.
Por lo tanto, en aquella época el problema étnico o social no era importante. Se trataba, sobre todo, de cuestiones de pureza religiosa. El evento clave se produce, evidentemente, en 1492. El Decreto exigía la conversión o la expulsión. Una parte de los judíos y musulmanes se convirtieron; los demás se fueron. Cabe señalar que, en Andalucía, muchos musulmanes trabajaban en las explotaciones agrícolas de los señores y éstos toleraban que practicaran el culto islámico en secreto. No permitían que hubiera minaretes, pero sabían que utilizaban casas que, de hecho, hacían la función de las mezquitas. Hasta comienzos del siglo xvii, el islamismo se practicó en el mundo rural. Para los judíos, en cambio, era más difícil, porque vivían sobre todo en medios urbanos. Es más difícil practicar el judaísmo en secreto en las ciudades. En el siglo xvii, una oleada de represión llevada a cabo por la Inquisición barrerá de manera definitiva a los musulmanes de la Península. Muchos fueron embarcados por la fuerza hacia el norte de África.
Por lo que concierne a los judíos, la primera diáspora venida de Palestina se esparció por el mundo antiguo y, especialmente, por el mundo romano. Posteriormente, una nueva diáspora se inició en España. Hoy en día, todavía no se sabe la cantidad de exiliados que ha habido, seguramente más de 100.000; quizás algún día los historiadores llegarán a ponerse de acuerdo. Una parte de los judíos se trasladaron a Portugal. Pero también allí, en 1498, es decir, seis años más tarde, se promulgó un decreto de expulsión del mismo tipo. De nuevo hay conversiones y exilios. Esta diáspora se efectúa hacia Provenza, el norte de África —especialmente Marruecos— y los Países Bajos, aunque Oriente Medio también fue un destino importante. Hay que recordar que Constantinopla cayó en 1453 y que los otomanos conquistaron una parte del territorio europeo que comprendía Serbia, Bosnia-Herzegovina, Rumania, Hungría, y llegaron hasta las mismas puertas de Viena. Este Imperio se extendió desde Asia Menor, Siria, Palestina y Egipto hasta Túnez. El sultán Beyazid II ofreció hospitalidad a los sefardíes y un gran número de estos se instaló en Salónica, Estambul y Esmirna. Esta diáspora es muy importante porque esta gente se desplaza a partir de un efecto llamada, son acogidos como huéspedes. Posteriormente habrá otra migración hacia la Toscana. Efectivamente, el gran duque de Toscana acogió refugiados religiosos, sobre todo en Livorno, donde quería desarrollar una importante actividad económica. Estos refugiados religiosos eran católicos provenientes de Inglaterra y sefardíes que llegaron como católicos conversos y que se rejudaizaron en estas condiciones de seguridad. Livorno no es una ciudad con un ghetto como Venecia, sino una urbe bastante abierta que llegará a ser un puerto muy importante en el siglo xvii. También hay que decir que el Gran Ducado de Toscana se convirtió, en el siglo xviii, en un centro muy importante de la filosofía de las Luces y, a su vez, del pensamiento laico.
Salónica, que había sido asolada por los godos, los hunos y los búlgaros, y saqueada en el siglo xii por los normandos de Sicilia, fue tomada por los turcos en 1430. Completamente despoblada, era una ciudad en ruinas. En 1492 se asentaron allí 20.000 sefardíes. Salónica se encuentra geográficamente muy bien situada con respecto al imperio Otomano. La ciudad se convirtió en el puerto que le permitió comunicarse con el interior, es decir, la actual Serbia, Hungría y Rumanía. Fue en este puerto donde se concentraron el comercio y los intercambios con Occidente. Su vitalidad se inició con los intercambios que, en la época, se focalizaban sobre todo en Venecia. Venecia y Salónica mantuvieron una actividad económica muy intensa durante el siglo xvi.
Salónica conserva las huellas del microcosmos sefardí de la ciudad porque los inmigrantes se refugiaban alrededor de las sinagogas, que llevaban los nombres de sus lugares de origen. Había la sinagoga Cataluña, la sinagoga Aragón, las sinagogas Castilla, Andalucía y Mallorca; además, y ello permite observar que los recién llegados también procedían de otros lugares, existía la sinagoga Provenza, la Mograbi (de los magrebíes), la sinagoga Calabria y también la sinagoga Ashkénase, frecuentada por los que llegaban del norte de Europa. Lo que es extraordinario es que la lengua castellana fuera la integradora de todas estas gentes de diversos orígenes. Sin embargo, en España, los catalanes hablaban catalán; los gallegos, gallego, etc. Pero cuando llegaron a la ciudad como inmigrantes, todos se integraron a través del castellano.
Esta lengua era llamada djidio, que en castellano significa «la lengua de los judíos». Una anécdota cuenta que, a finales del siglo xix, varios sacerdotes españoles llegaron a Salónica, deseosos de descubrir este lugar donde se hablaba español antiguo, y muchos naturales de Salónica exclamaron: «¡Fíjate, curas judíos!». Para ellos, no era posible que otros hablaran este idioma, la lengua castellana del siglo xv que los judíos habían llevado consigo y a la que habían integrado algunas palabras turcas.
La población de Salónica era una suerte de macedonia genética, puesto que sus habitantes provenían de lugares diversos. Hay que remarcar que en España, en la península Ibérica, en la época de las grandes invasiones, muchas mujeres fueron violadas, lo que indujo a una gran mezcla genética. También hay que añadir que, hasta el siglo xvii, al igual que los turcos, las grandes familias tenían esclavos de origen cristiano, que eran judaizados al terminar su servicio y ser liberados. Todo ello explica que el físico de los habitantes de Salónica sea tan variado que no pueda darse de él ninguna idea morfológica.
Lo menciono porque es la ciudad donde nacieron mis abuelos y mi padre. De hecho, es un microcosmos interesante. El caso es singular: esta población sefardí que hablaba español era mayoritaria desde el principio, y lo fue hasta el año 1912 e incluso un poco más tarde. El 60% de la población hablaba castellano antiguo. Había un 10% (posteriormente el 20%) de turcos, un 20% de griegos y algunos búlgaros y macedonios. Todo el mundo vivía al ritmo judío, es decir que los comercios y los edificios públicos cerraban los sábados; esto no impedía a los musulmanes ir a la mezquita los viernes, ni a los ortodoxos acudir a la iglesia los domingos. La población era una muestra de todas las clases sociales, desde las más altas hasta los descargadores y los obreros. Por otra parte, las ideas socialistas se introdujeron en el imperio Otomano a través de un diario que leían los descargadores, La solidarité ouvrière. Fue en Salónica donde se formaron las primeras organizaciones sindicales.
La ciudad tenía autonomía interna puesto que el sultán había promulgado, en 1523, una Carta llamada Liberación. Salónica era una especie de ciudad autónoma. La población pertenecía al Imperio, por supuesto, pero pasaba por la intermediación de las autoridades religiosas, que eran las encargadas de recoger los impuestos, establecer las relaciones con Estambul, etc. Ello era válido para todas las religiones. La división territorial no había sido importada por los otomanos, quienes habían establecido una administración religiosa. Como no había separación territorial, la gente de diferentes religiones podía vivir en las mismas ciudades. Estas comunidades vivieron unas junto a las otras y se relacionaban con frecuencia.
Por otra parte, lo que había sido un motivo de convivencia y cordialidad se convirtió en causa de tragedia en la guerra de Bosnia. Salónica era, pues, una pequeña república que tenía su autonomía bajo la férula religiosa. Era la época dorada del imperio Otomano, bajo Solimán el Magnífico, un gran emperador.
El francés se extendió entre las poblaciones sefardíes. Se había producido una alianza entre Francisco I y los turcos para contener el poder de Carlos V, cuyo Imperio lo formaban España, Austria y Alemania. Era una especie de política de contrapeso. También estaba el régimen de capitulaciones, una herencia de las Cruzadas. Los turcos permitían a los francos —la palabra franco se mantuvo en Salónica, donde había un barrio franco— impartir enseñanza religiosa y viajar a los santos lugares. Los hijos de algunas familias turcas islámicas y los de algunas familias sefardíes seguían esta enseñanza franca. Así pues, Francia estuvo presente en la época dorada otomana.
Los intercambios comerciales Oriente-Occidente se hacían desde Venecia hacia Salónica. Salónica no vivió sólo una época comercial dorada. La ciudad enriquecía todas las ciudades del interior: Uskub, Skopje, Sarajevo, etc. Además de hacerlo con Venecia, comerciaba con otras ciudades italianas, de los Países Bajos, del norte de África, etc., pero sobre todo se convirtió en sede de intercambios gracias a la red de confianza sefardí. Los sefardíes mantuvieron relaciones de familia con gente que se hizo católica en España, en Bayona, en Burdeos y en otras regiones. Estas redes de confianza existentes provenían de antiguas relaciones familiares. Ello provoca siempre un desarrollo de la economía, sobre todo en épocas muy peligrosas. Entre ellos, los sefardíes se tenían confianza: eran pactos de palabra. Las redes de confianza permitían a los sefardíes de puertos como Salónica, Esmirna, Alejandría o Estambul hacer intercambios a través de sus parientes o de amigos de los parientes establecidos en el mundo occidental. Hay que remarcar, en esa época, un inicio de la industria de paños.
El poder económico de Salónica era tan grande que se produjo un acontecimiento inaudito en la historia: en 1565, los judíos decidieron boicotear Ancona. El Papa había autorizado que en Ancona se quemara a una decena de conversos que, víctimas de la Inquisición, practicaban el judaísmo en secreto. Personalidades eminentes, con una buena posición en la corte del sultán, intervinieron para pedir a las otras ciudades sefardíes que boicotearan Ancona. Por primera vez en la historia, no eran los judíos quienes eran boicoteados por no-judíos, sino todo lo contrario. Aunque no duró porque los intereses económicos pesaron más, no deja de ser un acontecimiento histórico muy curioso.
La época dorada es también cultural, porque en 1515 la imprenta se instaló en Salónica y se editaron obras en español, mientras que la primera imprenta otomana data —con dos siglos de retraso— de 1728. Muchos letrados, formados en las grandes universidades de Salamanca y Toledo, vivían en Salónica. Conocían el latín, el árabe y el hebreo y aportaron la gran cultura de aquella España pluricultural. También conocían el griego puesto que fue a través de los árabes que la cultura griega llegó, vía Fez y España, hasta la Sorbona. La época dorada cultural empezó a debilitarse en el siglo xvii con la desaparición de esta antigua fuerza pluricultural.
El siglo xviii fue la época en que muchos españoles y portugueses conversos, aparentemente católicos, marcharon de Portugal o de España hacia Holanda, Italia y Salónica. Uriel da Costa, sacristán en una iglesia de Portugal, se fue a Ámsterdam y consiguió que la sinagoga lo reconociera como judío. Su caso es bastante interesante porque una vez fue reconocido judío, tuvo una actuación tan impiadosa y laica que la sinagoga lo expulsó. Los términos de la expulsión son terribles: «¡Maldito seas cuando trabajes mañana! Maldito seas en todo momento». Incluye una serie de maldiciones espantosas. El malogrado Uriel da Costa, condenado a la expulsión, se arrepintió, hizo una autocrítica y volvió a convertirse en judío. Pero continuó teniendo comportamientos de no creyente y cuando volvieron a excluirlo, se suicidó. Otro converso tuvo la fuerza suficiente para no suicidarse y mantenerse al margen de todas las religiones: Baruch Spinoza. Durante ese mismo siglo algunos descendientes de mi familia francesa se rejudaizaron en los Países Bajos, que abandonaron para trasladarse a Livorno y, más tarde, a Salónica. Los Países Bajos representaban el mundo libre: todas las religiones eran toleradas. Por otra parte, en el siglo xviii las obras de los filósofos de la Ilustración francesa se imprimían clandestinamente en los Países Bajos, la nación de la libertad. Paralelamente, la Toscana era otro bastión de la Ilustración. Los Países Bajos, Livorno —y toda la Toscana— y la república independiente de Salónica, he aquí los puntos de concentración de esta emigración judía.
Realmente, aún no se conocen las razones de esta diáspora tardía. Para algunos era el miedo a la Inquisición, pero en algunos casos era más complicado que eso. La historia de los hermanos Cardoso es un claro ejemplo de ello. Fernando Cardoso era en el siglo xvii un médico de la corte. Amigo de Lope de Vega, escribía poesías y era reconocido oficialmente. Un día se fue al ghetto de Venecia y pidió que lo reconocieran como judío. Las autoridades rabínicas lo aceptaron con la condición de que fuera el médico de los pobres. Publicó en español De la excelencia de los hebreos, donde afirma que la ley de Moisés es superior a la ley de Cristo. Era su tema. Su hermano, Miguel Cardoso, se fue a Livorno, donde se hizo discípulo y teórico del mesías Sabbataï Zevi, un caso muy extraño para los sefardíes del imperio Otomano, pero que tuvo cierta repercusión por todo el país.
Sabbataï Zevi, un joven muy piadoso, tenía éxtasis místicos: bailaba en la sinagoga como lo hacía el rey David, y creía que había tenido la revelación de que era el Mesías anunciado por los profetas de Israel. Su misión era liberar a los judíos y, por extensión, a la humanidad. Hay que apuntar que en Salónica predominaba el mesianismo. Cuando llegaron los conversos, al no estar circuncidados y tener hábitos alimentarios que no respetaban la ley, los rabinos tenían grandes dificultades para reconocerlos como judíos. Además, en el cementerio de Salónica, en sus tumbas, las inscripciones estaban grabadas en caracteres latinos y no en caracteres hebreos, lengua que no conocían. Los conversos, a veces, se rejudaizaban. San Pablo explicó la ruptura con el judaísmo con estas palabras: «Lo que importa es la fe, no la ley». Era el caso de estos conversos que decían: «Somos judíos por la fe y no por la ley». Con esta gente venida del exterior el clima era histérico, sobre todo cuando la cábala pasó por delante del Talmud. Los cabalistas defendían la idea de que el universo nació a raíz del exilio de la divinidad y que, desde que Dios se retiró, las bases de la perfección desaparecieron: el mundo está en decadencia. En este ambiente un poco agitado germinó la idea de la llegada del Mesías.
En un mundo decadente donde el bien se encuentra mezclado con el mal, la misión del Mesías era ir al reino del mal para recoger las parcelas del bien, reunirlas y llegar de nuevo al fin de los tiempos.
Los sefardíes cambiaron de opinión, en esta concepción del exilio divino como un reflejo de su propio exilio, y los marranos (judíos españoles forzados a convertirse al cristianismo) decían que estaban doblemente exiliados, ya que también lo estaban en el seno de la fe católica. Para Miguel Cardoso, Sabbataï Zevi, el mesías convertido al islam bajo la amenaza del sultán, era el verdadero Mesías que esperaban, ya que había de convertirse en marrano como todos los marranos que lo habían reconocido: el marranismo, que es una especie de exilio, permite llegar al nuevo mundo de la redención.
La predicción de Sabbataï Zevi, que se proclamó mesías, provocó un extraordinario entusiasmo. En Salónica, los comerciantes, convencidos de que era el fin de los tiempos, lo esperaban tras destrozar sus libros de cuentas. El propio Boussuet se sorprendió de la agitación de los barrios judíos de Alsacia. Los judíos de Hamburgo viajaron rápidamente hacia Palestina para seguir los acontecimientos. El sultán, ante esta agitación multitudinaria, decidió exiliar a tan molesto personaje en un castillo aislado.
Doscientos mil fieles continuaron cantando, bailando y divirtiéndose mientras esperaban el mensaje. El sultán, inquieto políticamente, acabó pidiendo la conversión al islam de Sabbataï Zevi, quien, ornado con ropas islámicas, fue a rezar a las mezquitas. Finalmente, el sultán lo exilió a Albania.
Una parte de los sefardíes, sobre todo en Salónica y Esmirna, se convirtieron al islam, pese a que secretamente siguieron siendo discípulos del mesías. En privado, continuaban recitando las oraciones típicas sabatinas, esperando que él volviera, puesto que tenía que volver. Del 20% de los turcos que había aproximadamente en Salónica, un 10% fueron, hasta el comienzo del siglo xx, de origen sabbat. Son los deunmés. Hay que decir que hubo ramificaciones del sabatismo por todas partes, incluso en Austria-Hungría.
En el siglo xx, algunos livorneses que fueron los transmisores de la expansión del comercio occidental, se instalaron en Salónica para comerciar, entre otras cosas, el grano de trigo duro de Macedonia hacia Italia, aunque también comerciaban con Francia e Inglaterra, que tenían productos manufacturados, etc. Gozaban de extraordinarios privilegios porque eran protegidos consulares. Efectivamente, en el siglo xviii Francia, Inglaterra y Austria-Hungría ubicaron cónsules en los puertos del imperio Otomano. Al principio, eran agentes de intercambios comerciales. Eran franceses e ingleses, pero, debido al exceso de trabajo, enseguida tuvieron protegidos consulares, mayoritariamente livorneses. En función de los acuerdos con los turcos y los poderes occidentales, estos protegidos fueron sometidos a las leyes y los impuestos turcos, pero también a las prescripciones y los impuestos rabínicos. También disponían de un estatus muy particular. Eran neomarranos, porque ya no eran cristianos, sino laicizados. Los primeros fueron los protegidos consulares de Austria-Hungría; posteriormente lo fueron los de Francia y Bélgica, país que necesitaba a su servicio gente de habla francesa, como era el caso de los livorneses. Cuando Italia se convirtió en independiente en 1860, automáticamente adquirieron la nacionalidad italiana y practicaron entre ellos la endogamia, de manera que las familias conservaron sus privilegios.
En Salónica, estos livorneses se ocuparon del grano de trigo duro y de la harina, pero también de todo tipo de industrias: fábricas de tabaco, etc. También crearon la banca moderna y escuelas laicas basándose en el modelo francés. Se puede decir que a través de esta revolución económica y laica, el siglo xviii de las Luces y el xix del tecnocapitalismo penetraron en Salónica de modo impetuoso. La resistencia de las religiones y de los rabinos fue muy hábilmente manejada y superada por todas las empresas que creaban estas familias eminentes que gozaban del privilegio de un estatuto de protegidos.
Con la modernidad, el francés era una lengua que se extendía cada vez más. Los tesalonicenses hablaban español; los livorneses, italiano. El alemán también era útil, ya que el desarrollo de la economía germana fue cada vez más importante en la segunda mitad del siglo xix. Mi padre se educó en la escuela francoalemana de Salónica, donde se aprendían ambas lenguas. También era una época en que las costumbres europeas se extendían: la moda era llevar la cara bien afeitada en vez de barba. El olvido de las prescripciones alimenticias islámicas permitía la convivencia, la cordialidad y la comunicación: podías ir a una taberna con no-judíos, con griegos, con turcos, ir a comer y convivir con ellos…
Esta evolución fue notoria no sólo en Salónica, también en Alejandría y Esmirna. Los comerciantes viajaban a Francia. Los jóvenes seguían sus estudios en Francia para convertirse en dentistas y doctores, algunos incluso empezaban a instalarse allí. El tren y el gas en la ciudad favorecían la actividad económica en general. Es una nueva época dorada.
Se puede decir que los agentes activos de toda esta comunicación intermediterránea eran los sefardíes, animados esencialmente por los livorneses. Todo esto ocurría en la época en que el imperio Otomano se descomponía y los sentimientos nacionales se convertían en nacionalistas. Es el momento de la aparición de Grecia, Serbia, Rumania, Bulgaria. El imperialismo occidental debilita aún más al imperio Otomano: Inglaterra ocupa Egipto y lo arrebata a los turcos, Francia se adueña de Túnez, los italianos toman la Tripolitana. En 1912 estalla la guerra entre turcos y serbios, griegos y búlgaros, los tres últimos aliados para obtener Macedonia. Los griegos fueron los primeros en llegar a Salónica y la ocuparon. En vez de crear un imperio multiétnico, se formaron estados nacionales en condiciones trágicas porque cada nuevo Estado tenía problemas de minorías dispersadas. Fue el caso de Grecia y Turquía. Grecia pobló Salónica con refugiados griegos de la primera guerra contra Turquía, y los turcos fueron expulsados de Salónica. La segunda guerra, que tuvo lugar en 1922, provocó el éxodo masivo de los griegos que había en Anatolia, en las islas que se habían convertido en turcas. En uno y otro lado permanecían algunos turcos más o menos ocultos. Este proceso de helenización de Salónica precipitó las migraciones de los sefardíes hacia Occidente, ya que allí donde el Estado-nación tenía gran solidez, los sefardíes eran minoría.
Se llevó a cabo una nueva diáspora hacia Occidente y las Américas, porque la lengua española permite adaptarse fácilmente a Latinoamérica. Ya había habido conversos que, para evitar las presiones de la Inquisición, acabaron por unirse a los judíos que habían preferido el exilio en vez de la conversión con algunas décadas de retraso. Se habían establecido en México y Argentina, y con frecuencia habían olvidado sus orígenes. Francia también fue un lugar de privilegio puesto que, además de la lengua, conocida por muchos sefardíes, mantenía las tradiciones republicanas de universalismo y acogida. Desde principios de siglo, este país integraba con facilidad los inmigrantes.
Finalmente, el Estado-nación representó el fin de una civilización de barrio antiguo, como lo era Salónica. Significaba la victoria de la pureza, ya no religiosa como en la época de Isabel la Católica, sino, en primer lugar, radical, típicamente nazi, y más tarde, étnica o nacional. El Estado nacional conlleva siempre dos enfermedades: la pureza y la sacralización de las fronteras que no existen en el interior de los estados de grandes imperios multiétnicos. El Estado nacional, como el que se importó de Occidente a Oriente, casi siempre ha provocado catástrofes.
El sefardismo murió en el siglo xix. Ha habido tres tipos de muerte. La muerte dulce es la integración, como en Francia, donde se ha olvidado la lengua española. Es una muerte dulce del sefardismo con algunos conservadores, como el profesor Haïm Séphila, que conserva y enseña el judeoespañol que ya no se habla en las cocinas, sino en la Escuela de Estudios Superiores, en la sección de Lingüística. Otra muerte dulce es la laicización a través de las bodas mixtas.
La muerte atroz es el exterminio, ya que, al menos en Grecia, los nazis llevaron a cabo una eliminación casi total de la población judía. No lo pudieron hacer en Bulgaria, donde también había muchos sefardíes, porque allí los protegían. También había sefardíes en Turquía, pero optaron por la diáspora.
La tercera muerte la llevó a cabo la isrealización. Todos aquellos que fueron a Israel pudieron conservar aún folklóricamente la lengua. Pero también allí se fusionaron con el israelismo. Es la tragedia de la cultura sefardí.
Vamos a las conclusiones, que me parecen importantísimas. Formularé cuatro.
• En primer lugar, podemos decir que el sefardismo mantuvo las comunicaciones intermediterráneas entre Oriente y Occidente, pese a que había, por un lado, un mundo bajo dominio otomano islámico y, por otro, el mundo durante mucho tiempo cristiano, y posteriormente laico. Desde la época de esplendor de Salónica, fue siempre a partir de las redes de confianza, de las relaciones familiares o tribales, que el comercio floreciente se pudo establecer en todos los países mediterráneos, gracias a la posibilidad de comunicación.
• El segundo factor positivo es el propio marranismo. Muchos consideran el marranismo como una forma judía de vivir en secreto, manteniendo aparentemente las convenciones cristianas, o como una forma de convertirse en auténticamente católico teniendo unos antepasados judíos de los que se mantiene el recuerdo. En mi opinión, el marranismo se manifestó de otra manera en Occidente. Provocó algo nuevo a partir del choque de dos religiones dentro de un mismo espíritu.
El primer fruto del choque entre la fe mosaica y la fe católica fue el nacimiento místico. Dos grandes conversos representan el misticismo europeo: Teresa de Ávila y, sobre todo, Juan de la Cruz. Teresa de Ávila aportó un hechizo extático por su relación amorosa con Cristo, quien le dice estas palabras sublimes: «Yo estoy en ti como tú estás en mí». No se puede ir más lejos. Para san Juan de la Cruz es la mística de la noche porque, para él, cuanto más sabemos, menos sabemos. Aquí podríamos recordar el neomarranismo de Sabbataï Zevi.
El segundo fruto es la nostalgia, tal vez bajo la influencia de la cábala. En la cábala no sólo existe el exilio de la divinidad, del dios macho, sino también una alusión a su sabiduría, que es un principio femenino. La nostalgia, el exilio en un mundo que ha devenido mediocre, es lo que encontramos en el Don Quijote de Cervantes, cuyos orígenes son conversos. Esta gran novela sólo puede explicarse a partir del sentimiento profundo que tenía Cervantes, a pesar de ser aparentemente católico, para con esta fuente. Ya no era judío, pero sentía en él algo perdido. Buscaba una imagen, Dulcinea. ¿Quién es?
El tercer fruto es la duda. Las dos religiones se destruyen entre sí para producir la duda. Y aquí, nos encontramos con Montaigne. Él afirmó, y está probado, que su ascendencia materna era de origen judío y, por tanto, converso. Nunca se ha profundizado mucho sobre sus orígenes paternales; se sabe que eran marchantes de arenques y que llevaban un nombre portugués. Se establecieron en Burdeos, región donde había muchos conversos, venidos de Portugal y España. En mi opinión, si Montaigne es inexplicable, lo es a causa de sus orígenes. Ya que, cómo es posible explicar que en una época de guerras de religión y fanatismo, ¡manifieste en sus Essais una tan gran libertad de espíritu! ¡Ni siquiera cita una sola vez a Cristo! Esto es, cuando menos, ¡sorprendente! Evidentemente, Montaigne había tomado partido por los católicos durante las guerras de religión, pero actuó por conformismo prudente, porque, además, era amigo de La Boétie, que fue uno de los pensadores más subversivos y radicales de la época. En De la servitude volontaire, La Boétie expone que si los tiranos dominan no es sólo porque sean tiranos, sino también porque intimidan al pueblo que, en el fondo, prefiere aceptar la tiranía. Es un libro de una fuerza extraordinaria. Montaigne, a pesar de rendir culto a La Boétie y de publicar todas las obras póstumas de su amigo, no publicó nunca De la servitude volontaire, porque sabía que era un texto explosivo. Por otra parte, los hugonotes utilizaron este libro.
Lo más misterioso es que, en una carta a su padre, Montaigne habla de la muerte de La Boétie (su amigo muere joven, a causa de la peste). En el momento en que recibe los últimos sacramentos de un cura, La Boétie dice: «Muero en esa fe que Moisés plantó en Egipto, que se transportó a Judea, y que a través de nuestros padres se fue transmitiendo de unos a otros hasta llegar a Francia». Esta frase me dejó atónito. Jean Lacouture, en su ensayo sobre Montaigne, la cita como una expresión banal. Sin embargo, parece que La Boétie no sólo era de ascendencia conversa, sino que, en su lecho de muerte, ¿tuvo la necesidad de decir que, en cierto modo, era fiel a sus orígenes? Dejo la pregunta sobre la mesa. ¿Por qué Montaigne cuenta este detalle a su padre? Esto indica una vez más que para Montaigne, esa famosa amistad, «porque era él, porque era yo», proviene de que tal vez se reconocieron: dos clandestinos ya no judíos, pero conscientes de que tenían algo de bastardos, algo en común en esa clandestinidad, en aquel secreto. Lo más importante es la duda, ese espíritu radical que encontraremos más tarde en posmarranos como Freud o Marx…
Un cuarto fruto es evidentemente Spinoza, quien rehusó toda religión tras ser excomulgado. Pero lo hizo con una audacia inaudita que consiste en suprimir el Dios creador del mundo para poner la divinidad en el interior del mundo. En la ciencia moderna hay que esperar a Laplace para que alguien ose desentenderse del Dios creador del universo. Esta idea está en los orígenes del pensamiento moderno. Esto significa que el mundo ha sido autocreado por una fuerza creativa que él mismo posee. Es la idea que encontramos en la filosofía de Hegel.
El marranismo está en el origen de las grandes corrientes de la modernidad. Y hay que remarcar estas dos corrientes de origen mediterráneo. Una procede de España y es producto del choque que se produjo con gran fuerza a través de las conversiones forzadas. La otra vino de Italia a través del Renacimiento italiano. Ambas se encuentran en el siglo xvii en la única ciudad libre, Ámsterdam.
• El tercer factor positivo es lo que llamaré livornismo o laicización neomarrana. La introducción en el mundo laico es un fenómeno que tuvo un papel muy importante en la occidentalización de Oriente bajo el dominio otomano.
• Por último, el cuarto factor positivo son los deunmés, estos turcos discípulos secretos de Sabbataï Zevi que, aun habiendo devenido musulmanes, se laicizaron con rapidez. El choque de las dos religiones, el islam y el judaísmo, tuvo un importante papel desintegrador de ambas religiones. En esta gran corriente de laicización —sobre todo en Salónica— las familias enviaban a sus hijos a estudiar a universidades francesas, suizas, etc. Entraron en la corriente de la laicización siendo turcos y musulmanes. La revolución de los jóvenes turcos nació en Salónica, y tenía en su seno un gran número de deunmés: Mustafa Kemal, transformado en Kemal Atatürk y fundador del primer Estado laico en un mundo musulmán, se formó en una escuela de deunmés de Salónica. Así pues, se puede decir que la rama deunmés tuvo un papel muy importante en la laicización de Turquía. El sefardismo no es sólo un tipo de residuo de la diáspora del mundo ibérico, sino una influencia que a menudo ha sido importante en el debilitamiento, la contradicción, la doble identidad y la pluridentidad.