Las artesanías y el saber hacer de las mujeres: memoria colectiva de Túnez

Nozha Sekik

Institut National du Patrimoine, Túnez

Túnez, país de tradiciones y civilizaciones, dispone de un patrimonio cultural, un fondo artístico y artesanal, tan rico como variado. Las huellas patrimoniales, tangibles e intangibles, dejadas por las distintas civilizaciones que se han sucedido en el país constituyen una auténtica riqueza y un potencial cultural que indiscutiblemente se pueden considerar un bien mueble. Los dedos del artesano y la artesana tunecinos perpetúan hoy la memoria colectiva y siguen modelando la materia según formas forjadas por siglos de historia y cultura. El producto artesanal tunecino, uno de los más importantes ejes de la política nacional de desarrollo, participa, pese a sus dificultades, en la diversificación de las actividades económicas y la valorización de los recursos de las regiones. Las mujeres son quienes, pese a presiones de todo tipo, suelen estar en posesión del saber hacer tradicional, perfecta ilustración de la memoria colectiva. Son ellas quienes conservan, perpetúan y transmiten a las jóvenes generaciones un patrimonio cultural e identitario que, por desgracia, en la actualidad languidece y se halla en peligro de extinción debido a su carácter intangible e inmaterial.


El patrimonio cultural inmaterial, ¿memoria colectiva de los pueblos?

El concepto de riqueza patrimonial no se limita únicamente a sus manifestaciones tangibles, como los yacimientos, monumentos y objetos arqueológicos que se han preservado a lo largo del tiempo, sino que también abarca las tradiciones, entre ellas las técnicas artesanales y todo lo incluido ahora en lo que la Unesco define como patrimonio cultural inmaterial: el que las comunidades reciben de sus antepasados y trasmiten a su vez a las jóvenes generaciones, a menudo a través de la transmisión oral y/o visual, como es el caso de los oficios artesanales, excelente paradigma de la memoria colectiva de varias generaciones tunecinas y objetivo de nuestro escrito.

La artesanía tradicional es, en muchos sentidos, el ámbito más concreto en el que se expresa el patrimonio inmaterial en la memoria colectiva de los pueblos. Así pues, cualquier intento de salvaguardar la artesanía tradicional debe aspirar fundamentalmente no tanto a preservar los objetos artesanales –por muy bellos, valiosos, raros o importantes que sean–, sino a instaurar unas condiciones que alienten a los artesanos y artesanas a seguir creando obras de todo tipo, y a transmitir sus conocimientos y habilidades a los demás, en especial a los miembros más jóvenes de su propia comunidad.

El ejemplo de la artesanía femenina en Túnez

Túnez, país de milenarias tradiciones y civilizaciones, dispone de un patrimonio cultural, de un fondo artístico y artesanal, tan rico como variado. Las huellas patrimoniales, materiales e inmateriales dejadas por las distintas civilizaciones que se han sucedido en las ciudades, pueblos y campos tunecinos –entre ellas el saber hacer acumulado a lo largo de siglos e incluso milenios y el dominio de técnicas artesanales ancestrales– constituyen una auténtica riqueza y un potencial cultural que indiscutiblemente se puede considerar un bien mueble. Lo que está en juego es la salvaguarda de la memoria colectiva de varias generaciones.

Resistiendo –con dificultades pero con voluntarismo– ante los embates del entorno moderno, que aspira a allanar las diferencias mediante una globalización rampante y uniformadora, los dedos del artesano y la artesana tunecinos perpetúan aún hoy la memoria colectiva. Siguen manejando y trabajando maravillosamente la materia, modelándola para crear formas forjadas por siglos de historia y cultura. Impregnado de valores y contribuciones culturales, el producto artesanal tunecino, ya sea utilitario o decorativo, tradicional o moderno, sigue conservando –pese a las vicisitudes y presiones– una notable presencia en la vida cotidiana de los tunecinos. Importante eje de la política nacional de desarrollo, participa en la diversificación de las nuevas explotaciones, salvaguardando la identidad tunecina y el patrimonio cultural del país.

Por desgracia, en Túnez –al igual que en muchos países en desarrollo, donde el modelo económico a seguir es, ante todo, el que prima la industrialización, y el modelo social es el de la modernidad– los oficios tradicionales y las habilidades ancestrales, vehículos esenciales de la memoria colectiva, se ven perjudicados, pese a todos los esfuerzos por evitarlo, debido a su escasa valoración y a la falta de una explotación adecuada.

Por lo general, ese patrimonio no se protege lo suficiente de un declive progresivo pero irreversible, pese a que, al ser más frágil, está más amenazado que el patrimonio monumental y arqueológico, debido a los efectos combinados de la evolución de las mentalidades, la modernización de las sociedades y la presión ejercida por la industrialización. En consecuencia, una serie de oficios están en vías de extinción, incluso en peligro de desaparecer definitivamente, por causa de la falta de relevo y transmisión, de conservación y promoción, de investigación y salvaguarda, de creación e innovación; probablemente también por falta de un apoyo institucional firme y específico y de una inequívoca valoración de los hombres y mujeres que ejercen y conocen esos oficios, y que sufren tanto económica como moralmente. Dejamos así que se pierdan técnicas que forman parte del patrimonio en beneficio de una producción masiva, en la que el contenido cultural y artístico se ven en general transgredidos y distorsionados.

Además, las importaciones de productos supuestamente artesanales procedentes de varios países –entre ellos, Marruecos, Turquía, el África subsahariana y Asia–, a menudo baratos y de dudosa calidad, invaden cada vez más los zocos y tiendas de las ciudades tunecinas, y sustituyen así la producción nacional o local. La crisis y el declive del sector artesanal tunecino no es un fenómeno nacido hoy, sino que es el resultado de políticas sucesivas que no han promovido la artesanía como valor cultural ni como memoria colectiva, ni siquiera como recurso económico, ni tampoco, en última instancia, como vínculo social.

Así, por ejemplo, la política colonial que pretendía sustituir los productos locales por productos manufacturados franceses, iniciada en la década de 1920, relegó la artesanía local a una posición marginal. Desde entonces, el producto tradicional ha perdido su funcionalidad y se ha visto progresivamente excluido del uso doméstico y familiar cotidiano, función que desempeñaba por su propia naturaleza.

No obstante, bajo sus distintas formas y categorías, la artesanía sigue presente en las diferentes regiones de Túnez, y nos seduce gracias a su calidad, riqueza y simplicidad, y porque refleja plenamente la personalidad propia y el tiempo que, con paciencia y concentración, le dedican los artesanos y las artesanas.

El trabajo artesanal está vinculado a la historia del país, a su memoria y economía, a los estilos de vida de sus gentes, y también a su modo de interpretar el entorno; propone otra manera de descubrir y conocer las tradiciones, los usos y costumbres, y los ámbitos y espacios ligados a sus habitantes. Por ello, una política que de verdad quiera salvaguardar y promocionar los productos artesanales debe aplicarse desde una estrategia descentralizada para implicar a las diferentes regiones, teniendo en cuenta las especificidades de estas, ya que en las regiones es donde se descubre y recupera la mayor parte de las riquezas artesanales nacionales.

Las mujeres han desempeñado desde siempre un papel fundamental, a la vez, en la salvaguarda de las tradiciones, en la transmisión de la memoria y los rituales que rigen la vida y en la conservación de conocimientos y habilidades, elementos indispensables para la cohesión familiar y social. Cualquiera que sea el país al que pertenezcan, las mujeres son también quienes, mejor que nadie, saben adaptarlos y renovarlos con sensibilidad e intuición.

En el ámbito del arte, en el de las técnicas manuales, y en especial en el de las habilidades artesanales, llama la atención comprobar lo ligado que está el éxito de las mujeres a prácticas y métodos sencillos y naturales, al uso de una riqueza de recursos que son –y ellas lo saben– antiguos y lo suficientemente valiosos para adaptarlos, si es necesario, a procedimientos innovadores y modernos. Las mujeres, ya sean urbanas o campesinas, son quienes, pese a las presiones de todo tipo, suelen estar en posesión de los conocimientos y habilidades tradicionales. Conservan, perpetúan y transmiten a las jóvenes generaciones un patrimonio cultural e identitario que, por desgracia, en la actualidad languidece y se halla en peligro de extinción debido a su carácter intangible e inmaterial.

Hoy en día, a causa sobre todo de las dificultades económicas y la contracción del mercado laboral que deben afrontar tanto los hombres como las mujeres, las artesanas asumen cada vez más el papel de cabeza de familia y, por lo tanto, de principal fuente de ingresos para satisfacer las necesidades cotidianas de la familia.

En consecuencia, las bordadoras que utilizan hilos de algodón y seda, u otros más lujosos, como los de oro o plata, y las que trabajan con canutillos de Mahdia, Nabeul, Bizerte, Rafraf o Yerba; las tejedoras de alfombras de pelo largo (como las zarbiyas de Kairuán) o de pelo corto (como los kilims y margums de Toujane o Oudref), o de tejidos bordados o mantas de estilos varios (de Jebeniana o de Kef); las alfareras famosas por su milenaria cerámica modelada (en El Jem, Moknine o Sejenane)… todas ellas dan renombre a la artesanía tunecina y, por tal motivo, tienen derecho a ser consideradas parte importante de la memoria colectiva de una población joven, y no tan joven, en busca de su identidad.

Por eso nos parece primordial, urgente incluso, salvaguardar y promover las artesanías tradicionales, valorizar y alentar a las artesanas poseedoras de esos conocimientos y habilidades patrimoniales. Los gobiernos e instituciones nacionales e internacionales como la Unesco podrán, mediante subvenciones y leyes oportunas o mediante mecanismos ya existentes –como la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Inmaterial de la Unesco–, dar respuesta a unas aspiraciones legítimas para un desarrollo económico y humano sostenible.

La cerámica modelada de Sejenane: un patrimonio ancestral

Ejecutada exclusivamente por las mujeres rurales, la cerámica modelada tunecina se ha realizado siempre totalmente a mano, según una técnica rudimentaria pero secular, denominada modelado con colombines (cilindros de arcilla), “la técnica más antigua y utilizada en el norte de África para la fabricación de la vajilla doméstica […] se efectúa mediante la adición de colombines” (Camps 1964: 230); una vez al año, en la primavera, antes de la cosecha. Esos objetos de cerámica ocupaban, sobre todo en el campo, un lugar muy destacado en la casa y se utilizaban como utensilios de cocina, como vajilla y en ocasiones incluso como mobiliario. A diferencia de la alfarería torneada –de producción masculina–, la alfarería modelada respondía a una economía doméstica, tradicionalmente cerrada.

Ya desde el Neolítico hay testimonios de esta actividad artesanal, común a los países magrebíes y, más en general, a los mediterráneos. Los historiadores y arqueólogos afirman que este tipo de producción se remonta, en el norte de África, al Neolítico y la Edad de Bronce (mediados del siglo V a.C), tal y como confirma Chelbi: “La cerámica modelada magrebí del Neolítico y la Edad del Bronce se enmarca en una koiné mediterránea […]. El comienzo de este tipo de producción se sitúa entre el 4400 y el 3800 antes de Cristo” (Chelbi 1994: 28). Fayolle añade: “Podemos decir, al igual que G. Camps, que la cerámica modelada bereber nació durante el segundo milenio a.C, al final de la Edad del Bronce mediterránea, de igual modo que las tumbas neolíticas del noroeste del Magreb contenían ya piezas de cerámica modelada de fondo plano” (Fayolle 1992: 13).

 Uno de los rasgos esenciales, y probablemente uno de los motivos de la resistencia de las formas tradicionales frente a los años y las modas, es que desde el punto de vista funcional son satisfactorias y bien equilibradas y, al mismo tiempo, son idóneas para su uso. En efecto, son el resultado de cadenas de gestos de las alfareras; unas cadenas comunes, familiares y transmitidas de generación en generación mediante la observación y el aprendizaje, y directamente heredadas del pasado.

Cabe señalar que, si la producción de Sejenane sigue siendo hoy día muy valorada y reconocible entre la cerámica de las demás regiones del país, ello se debe a la calidad y los colores de la arcilla y, sobre todo, a la belleza de su decoración, la riqueza de sus motivos y la delicadeza de la ejecución.

Y para acabar

Sejenane, donde abundan las vetas de arcilla, ofrece una variedad de materias primas que la naturaleza pone a nuestra disposición. Desde la preparación de la arcilla para el modelado hasta la mezcla de colorantes vegetales para la decoración y el uso de conchas para el pulido, todo es producto del entorno natural inmediato. Desde la extracción de la materia prima hasta el producto acabado, ¡todo se hace a mano! Desde el modelado de la cerámica hasta la decoración, todo es obra de las mujeres.

Estos sencillos artículos comerciales, presentados en puestos improvisados delante de los douars, dan testimonio aún de la habilidad de las mujeres que se encargan de su producción y decoración, lo que confirma el carácter duradero de este saber hacer. En el caso de las más conocidas y avispadas, los revendedores van a su casa para aprovisionarse de mercancía, y ellas luchan contra las presiones sociales y familiares para participar en ferias y exposiciones especializadas en la capital, en todo el país, o incluso en el extranjero. Las que lo consiguen se emancipan, afrontan el mundo comercial de los hombres y se convierten en una especie de estrellas, envidiadas por las que no han podido o no han sabido lograr ese reconocimiento.

En el pasado, esas piezas de cerámica se destinaban a las necesidades domésticas de las familias. Hoy son objeto de un comercio puntual y frágil con una clientela, por desgracia, demasiado poco numerosa como para amparar la salvaguarda de este patrimonio nacional y garantizar una auténtica promoción de este saber hacer.