La Alejandría de mi infancia ya no existe

Paul Balta

Escritor y periodista

La ciudad de Alejandría es un ejemplo histórico único de ciudad cosmopolita y multicultural, fruto de la implantación de múltiples comunidades tras su fundación en el año 331 a.C. por Alejandro Magno. Ciudad portuaria, Alejandría se convierte muy pronto en la capital cultural de Egipto y se distingue por sus diferentes escuelas, su faro, el museo o la biblioteca, incendiada en el año 48 a.C. por Julio César o posteriormente por los cristianos, según estudios recientes. La nueva Biblioteca Alejandrina, rememoración de la biblioteca original, fue inaugurada en 2002. Su construcción y su enorme fondo bibliográfico son el resultado de la lucha ejemplar de numerosas personalidades e instituciones para salvaguardar el patrimonio cultural de la ciudad. Esta obra representa un gran paso adelante para una ciudad que perdió su carácter cosmopolita el día en que, en 1956, la mayoría de las comunidades internacionales que la habitaban emigraron tras la crisis del canal de Suez.


Diseminada por todo el mundo, sobrevive en la memoria de los alejandrinos cosmopolitas establecidos en sus nuevas patrias. Dondequiera que se encuentren –en Francia, Inglaterra, Israel, Grecia, Canadá, Estados Unidos, Australia, Brasil…–, no sé de ninguno que no haya logrado integrarse y convertirse en la sal de la tierra de acogida. A veces se reúnen o se ven a menudo en sus ciudades de adopción, pero rara vez hablan del cataclismo que los dispersó en 1956. Hay heridas que nunca cicatrizan; se silencian por temor a reavivarlas, también por pudor. Cada cual las cuida a su manera. Bebiendo a sorbitos por la mañana, solitario y pensativo, un café turco. Saboreando, en familia o con los amigos, un plato de fouls o una molokheya. Tarareando una canción de antaño. Luchando por salvar patrimonios culturales amenazados. Disfrutando de la vida. Escribiendo… Ciudad emblemática, Alejandría revive “gracias a” la memoria y “en” nuestras memorias. Existe gracias a los libros que nos ha legado y renace en todos los que nunca ha dejado de inspirar o suscitar. Cuando zozobra, los recuerdos la resucitan y salvan del olvido. Como escribe Olivier Poivre d’Arvor, que entre 1988 y 1990 dirigió el Centro Cultural Francés: “Siempre ha resistido debido a la fuerza de sus sucesivos renacimientos[1]”. Debemos estarle agradecidos por haber renovado el edificio y las instalaciones, que se habían deteriorado mucho con el paso de los años.

Propongo, pues, un breve viaje en el tiempo, desde los orígenes hasta nuestros días, para esbozar un rápido fresco de las múltiples facetas de su cosmopolitismo y de la presencia aún hoy de sus numerosas aportaciones en nuestra vida cotidiana, a menudo sin que lo sepan nuestros coetáneos. Aparte de los libros de los especialistas, los diccionarios y libros de texto no hablan mucho de ello, salvo rarísimas excepciones, por lo que pocas personas lo saben.

Atenas se cita siempre como ejemplo fundador de la ciudad que forma al ciudadano. En muchos sentidos, el nacionalismo europeo tiene sus raíces en el concepto de la ciudadanía ateniense. En Alejandría, viví en el seno de la sociedad cosmopolita y del pueblo egipcio, que han sido para mí una escuela de humanismo. A ella debo mi trayectoria de periodista, universitario, escritor y ciudadano. Por eso siempre he lamentado que la Alejandría cosmopolita no se cite nunca como ejemplo ni se considere un modelo alternativo. Y ello me parece aún más importante teniendo en cuenta que ahora, en la orilla norte, Marsella y muchas otras ciudades se han convertido en cosmopolitas.

Alejandría proyectó su influencia en todo el Mediterráneo durante casi diez siglos, desde su fundación en el año 331 a.C. hasta el siglo V d.C., e incluso, en menor medida, hasta la llegada de los árabes en 641. Tras periodos de decadencia, volvió a desempeñar un importante papel a partir de 1830, gracias al virrey de Egipto Mehmet Alí (1769-1849), hasta 1956, cuando el nacionalista Gamal Abdel Nasser puso fin a todo ello al nacionalizar la Compañía Universal del Canal de Suez, lo que provocó el éxodo de la mayoría de los extranjeros cosmopolitas o incluso la expulsión de muchos de ellos.    

Cosmopolita. Este vocablo fue devaluado por los nazis, que lo aplicaban a los judíos, y por los estalinistas, que calificaban así a los capitalistas; aún hoy les resulta sospechoso a los nacionalistas chovinistas. La presión es tal que incluso los antirracistas evitan utilizarlo y prefieren hablar de “sociedad plural”. Así pues, ¡vuelvo a las fuentes para hacer su panegírico! Según el Petit Larousse: “Cosmopolita (gr. kosmopolites, ciudadano del mundo.): visitado, habitado por ciudadanos de todo el mundo; abierto a todas las civilizaciones, a todas las costumbres.” Visionario, Victor Hugo, nacido en 1802, afirma: “Gracias a su cosmopolitismo, París es el deslumbrante y misterioso motor del progreso universal.”

Tal fue el caso, en la Antigüedad, de Alejandría, como señala el título de una obra en la que participaron los mejores especialistas: Alexandrie, IIIèsiècle av. J.-C. Tous les savoirs du monde ou le rêve d’universalité des Ptolémées[2]. Dicha obra recuerda que, en una época en la que reinaba la segregación, en Alejandría se agolpaban macedonios y griegos, egipcios y judíos, mercenarios galos y esclavos nubios, mercaderes y viajeros procedentes de Oriente y las orillas del Mediterráneo.

Alejandría nació de un sueño de Alejandro Magno (356-323 a.C.), que quería maridar Oriente y Occidente. Al principio, el macedonio pretendía someter Persia, tradicional enemiga de Grecia. En 331, a los 25 años de edad, conquista Siria, libera Egipto de la ocupación persa, se prosterna ante los templos de los faraones, adopta su rito y se dirige a Menfis, donde es entronizado como soberano de Egipto, país cinco veces milenario y primer estado-nación del mundo.

Alejandro ordena a Dinócrates de Rodas[3], su arquitecto, que construya una ciudad. Él no la verá, pero esta lleva su nombre y su marca. Se convierte en la nueva capital del país, el centro del mundo conocido y la más prestigiosa de las aproximadamente treinta ciudades que en varios continentes adoptarán su nombre a lo largo de los siglos. Alejandro llega luego al oasis de Siwa, donde el dios Amón lo reconoce como hijo suyo. A partir de ese momento, su entusiasmo por Grecia declina. Metamorfoseado en oriental y cosmopolita, quiere en lo sucesivo armonizar el mundo mediante la mezcla de razas, la simbiosis de religiones y el mestizaje de culturas, aunque no reniega de su parte griega. Es la primera vez en la historia que un puerto asciende al rango de capital, ya que hasta entonces había prevalecido la tesis de Platón, quien era hostil a ello por considerar que un puerto era demasiado vulnerable para ser capital. La prueba: Atenas se construyó en lo alto de una colina en el año 800 a.C. y El Pireo no se convirtió en su puerto hasta el año 507.

Demos un salto en la historia para recordar que unos discípulos de Claude-Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon, autor del Catéchisme des industriels, se establecieron en Egipto, sobre todo en Alejandría, donde desempeñaron un importante papel en la modernización del país bajo Mehmet Alí y sus sucesores. Ellos también querían ser ciudadanos del mundo o cosmopolitas interesados ​​en el progreso universal. Fue, además, uno de ellos, Ferdinand de Lesseps, quien diseñó en 1859 el Canal de Suez, inaugurado en 1869. En 2015 se ha excavado un nuevo canal de 37 kilómetros en la parte oriental.

Alejandro Magno fue una fuente de inspiración para los sansimonianos. Fijémonos si no en este pasaje de Système de la Méditerranée (1832), de Michel Chevallier[4]: “La lucha más colosal, la más generalizada y más arraigada que haya hecho jamás resonar la tierra con el estruendo de las armas es la de Oriente y Occidente […]. Es la manifestación más grandiosa de la guerra que libran desde hace seis mil años el espíritu y la materia, el espiritualismo y el sensualismo, una guerra a la que vamos a poner fin […]. A partir de ahora el Mediterráneo debe ser como un vasto foro para todos los temas, en el que estarán en comunión pueblos hasta ahora divididos. El Mediterráneo se convertirá en el lecho nupcial de Oriente y Occidente […]. La paz definitiva debe fundamentarse en la asociación de Oriente y Occidente. […] Es el primer paso hacia la asociación universal.”

Vuelvo a la Antigüedad. Alejandría fue la primera capital de los libros gracias a su biblioteca enciclopédica, erigida en el año 290 a.C. por orden de Ptolomeo I Sóter (367-283 a.C.). Por primera vez en la historia, el sueño de universalismo se hace realidad. Dos edificios, la Biblioteca madre, instalada en el Mouseion, “Palacio de las Musas”, cerca del Palacio Real, y la Biblioteca hija, la más importante, cerca del templo de Serapis, donde se edificará la columna de Pompeyo a finales del siglo IV, reunían en total entre 500.000 y 700.000 rollos de papiro. ¿Quién los destruyó en el célebre incendio? Se acusó a Julio César (100-44 a.C.), pero Luciano Canfora[5] lo exculpa y explica, con una sólida argumentación, que este atacó el puerto, donde solo se quemaron 40.000 rollos de copias destinadas a la exportación que se encontraban en un almacén.

También se acusó a los árabes. No obstante, Amr Ibn Al-Aass, conquistador de Egipto en 641, quedó impresionado por el esplendor de Alejandría, donde dice haber encontrado: “4.000 palacios, 4.000 baños, 400 teatros y 40.000 judíos.” Ibn al Kifti (1172-1248) acusará a Amr de esa destrucción, afirmando: “El califa Omar le escribió: «Si esos libros contradicen el Corán, son peligrosos. Si lo confirman, son inútiles. Actúa y destrúyelos.»” Luciano Canfora hace hincapié en que este testimonio, de seis siglos más tarde, no cita ninguna fuente y no tiene ninguna credibilidad.

Así pues, ¿qué sucedió? Los europeos suelen ocultar la verdad ya que admitirla es desagradable: los cristianos, perseguidos en el pasado, se convirtieron en perseguidores y ya no se contentaban con combatir el paganismo en el terreno filosófico. En 389, Teófilo, patriarca de 384 a 412, año en que murió, destruyó, a la cabeza de miles de fieles, el templo de Serapis en Canopo y, en 391, atacó el serapeo de Alejandría y la Biblioteca. “Fue el primer auto de fe. La hoguera de libros forma parte de la cristianización. Tras Alejandría siguieron Pérgamo, Antioquía, Roma y Constantinopla”, escribe Luciano Canfora. El padre Ayrout, eminente jesuita que conocí en El Cairo, ya me lo había dicho mucho antes, en 1950, y luego lo confirmó en un libro, en parte dedicado a los coptos[6], que entonces estaba redactando.

De entre las numerosas innovaciones de Alejandría, detallo a continuación las principales:

• La Bolsa, o cuando menos el antepasado de dicha institución. Fijaba el precio del trigo para todo el Mediterráneo, del que fue, hasta la conquista romana, el principal centro financiero.

• El Faro, séptima maravilla del mundo, se acabó de edificar alrededor del año 280 a.C., durante el reinado de Ptolomeo II (309-246 a.C.). Construido por Sóstrato de Cnido en la isla de Faro, dio su nombre a todas las torres de iluminación que desde entonces han guiado a los marineros. Síntesis de los conocimientos científicos de la época, construido en mármol blanco y con 135 metros de altura, era de estilo compuesto: torre cuadrada en la base, coronada por otra octogonal, rematada a su vez por un tholos, torre redonda donde se encontraba la linterna. Hizo soñar a la Antigüedad y la Edad Media, e influyó en la arquitectura de numerosos monumentos, de los mausoleos romanos a los minaretes de las mezquitas mamelucas de El Cairo, de la Torre Magna de Nimes a los campanarios de varias iglesias románicas: un cono en sustitución del tholos. Los terremotos lo destruyeron en 1302. Desde la década de 1960, buzos apasionados y arqueólogos, entre ellos Jean-Yves Empereur –que fundó en 1990 el Centro de Estudios Alejandrinos–, han sacado a la superficie miles de bloques de granito, estatuas, ánforas, etc. En mayo de 1998, Empereur fue el comisario general de la exposición “La gloria de Alejandría” en el Petit Palais de París, donde presentó numerosas piezas. El Grand Palais, por su parte, acogió, entre finales de 2006 y principios de 2007, otra exposición de casi quinientos objetos descubiertos por un equipo dirigido durante más de diez años por Franck Goddio. Todos esos objetos testimonian la importancia de las tres ciudades legendarias: el puerto antiguo de Alejandría y sus aposentos reales, la ciudad perdida de Heraclión y Canopus Este, situada cerca del puerto de Abukir, veintitrés kilómetros al noreste de Alejandría.

• El alambique, ambix, fue inventado por alquimistas de los Ptolomeos, a partir de los conocimientos de los antiguos egipcios, para destilar plantas aromáticas, tal y como descubrieron los árabes a su llegada en el año 641. Gracias a esa técnica, Abulcasis al-Zahrawi (940-1013), musulmán de Córdoba (siglo X), destiló alcohol, al-kahal, “cosa sutil”.

• Los “dioses niños”, a veces alados, aparecieron en la estatuaria alejandrina y luego se extendieron por todo Oriente, según explicaba el historiador Charles Picard, que fue profesor mío en el Institut d’Art de París. Picard se preguntaba si no habrían preparado a los espíritus para acoger al “Niño Dios”, el “Niño Jesús”. En su opinión, esas estatuas habían servido de modelo para los angelotes de los artistas del Renacimiento.

• Las escuelas. Fueron una de las celebridades de Alejandría: la escuela poética, con Calímaco, Teócrito y muchos otros. La escuela científica, dominada por Euclides, inventor de la geometría y autor de los Elementos, considerado uno de los textos fundacionales de las matemáticas modernas. La escuela judía, caracterizada por su inconformismo. La escuela filosófica neoplatónica, entre cuyas grandes figuras cabe mencionar a Plotino. La escuela cristiana desde el siglo I hasta el IV. Autor de uno de los cuatro Evangelios, san Marcos, discípulo de los apóstoles Pedro y Pablo, evangelizó Egipto y fundó la Iglesia de Alejandría, donde murió el 26 de abril del 68. La Didascalia, primera universidad cristiana, fue fundada en el siglo II para formar a teólogos e idear vastas síntesis con las que hacer frente a los filósofos de los diferentes paganismos y los pensadores judíos.

¿Sabían ustedes que Alejandría fue donde se elaboró el calendario que utilizamos? En 239 a.C., Ptolomeo III Evergetes, ansioso por conciliar la tradición egipcia con la ciencia de los griegos, pidió a los sacerdotes de Serapis, en Canopus, que recalcularan el calendario de los antiguos, cuyo año de 12 meses iguales solo contaba con 365 días en vez de 365 días 1/4, lo que, con el paso del tiempo, dio lugar a desajustes. Las rectificaciones instauraron el año bisiesto, pero la reforma, aunque se decretó, no se aplicó. Fue Julio César quien, en el año 46 a.C., hizo del “año alejandrino” el año oficial que impuso a Europa bajo el nombre de “año juliano”, convertido en “año gregoriano” en 1582 tras las correcciones aportadas por el Papa Gregorio XIII.

La expedición de Bonaparte a Egipto (1798-1801) propicia el acceso al poder de Mehmet Alí, que será virrey de Egipto desde 1804 hasta su muerte. De origen albanés, el fundador del Egipto moderno resucitó la ciudad, que había vivido un largo período de declive. En la época moderna, muchos escritores y artistas ensalzaron Alejandría, donde vivieron o pasaron largas temporadas. Constantino Cavafis fue el gran poeta de la antigua Alejandría, pero yo no podía leerlo porque escribía en griego. Cuando descubrí que acababa de traducirlo Marguerite Yourcenar[7], quien fue, en 1980, la primera mujer elegida miembro de la Academia Francesa, corrí a comprarlo para deleitarme con su lectura.

El italiano Filippo Marinetti, nacido en Alejandría, dio inicio al futurismo publicando el Manifiesto Futurista en Le Figaro del 20 de febrero de 1909. Proclamaba: “¡Un coche de carreras es más bello que la Victoria de Samotracia!” En efecto, este movimiento literario y artístico europeo de principios del siglo XX (1904-1920) rechaza la tradición estética y exalta el mundo moderno, en especial la civilización urbana, la máquina y la velocidad. El eslogan de Marinetti escandaliza, pero seduce a los surrealistas franceses y a otros partidarios del arte moderno. Otro italiano, Giuseppe Ungaretti, lanzó el Hermetismo junto con su compatriota Eugenio Montale, Premio Nobel de literatura de 1975. Promovieron, de 1920 a 1945, dicho movimiento, también hostil al academicismo y las convenciones de la retórica.

El escritor irlandés Lawrence Durrell, nacido en la India y muerto en Francia, se hizo famoso con su novela El cuarteto de Alejandría, cuyo primer volumen se publicó en Francia en 1957. Había vivido en Corfú y luego en Atenas antes de residir en Alejandría en los años treinta y cuarenta, donde se apasionó por su población cosmopolita, a la que pertenecía la judía Ève Cohen, con quien se casó en 1947 y que le sirvió de modelo para Justine, el primer volumen del Cuarteto.

Me gustaría mencionar ahora a dos escritores egipcios de Alejandría. El primero, Ahmed Rassim, musulmán y arabófono, optó por escribir en francés. En 1953 y 1954, mantuve repetidos y largos encuentros con dicho narrador, y he conservado cuidadosamente las obras que me dedicó, publicadas en Egipto. Más tarde, tras hablar de él con editores parisinos, contribuí a la publicación de Chez le marchand de musc[8], una truculenta recopilación de proverbios árabes. El segundo era judío, Jacques Hassoun. Le gustaba recordar sus orígenes precisando que nació el 13 de abril de 1936 (calendario cristiano), jeshván 1697 (calendario hebreo), sha’ban 1355 (calendario islámico).

¿Existiría un floreciente cine egipcio y el célebre Youssef Chahine sin la ciudad en la que nació y a la que dedicó una extraordinaria trilogía: Alejandría, ¿por qué? (1978), Alejandría, de nuevo y siempre (1990) y Alejandría-Nueva York (2004)? La exposición “Cien años de cine egipcio”, presentada en el Instituto del Mundo Árabe en 2008, nos da la respuesta pertinente. En 1896, apenas un año después de que se estrenaran en París, las primeras películas de los hermanos Lumière se proyectaron en Alejandría, que en 1905 tenía ya 53 cines frente a los cinco de El Cairo, la capital, y uno solo en Asiut, Port Said y El Mansurá. En 1912, el alejandrino Paul de Lagarne filma los dos primeros documentales: Les voyageurs de Sidi Gaber y L’entrée du khédive à Alexandrie. Egipto se convertirá pronto en la capital del cine árabe por la calidad y cantidad de su producción.

No puedo dejar de mencionar a uno de mis diversos amigos cantantes que se han hecho famosos en Francia y luego en el mundo. Si bien es cierto que Claude François (1939-1978) nació en Ismailía, en la región del canal de Suez, adoraba mi ciudad, la famosa Alexandrie, Alexandra que cantó poco antes de su muerte en París el 11 de marzo de 1978.

También quiero mencionar la Amicale Alexandrie Hier et Aujourd’hui (AAHA)[9], cuyo lema es “Dispersos pero unidos, unidos pero diversos.” Sandro Manzoni, su fundador, reunió en Ginebra, a principios de 1993, a más de cuarenta amigos de la infancia que llevaban más de treinta y cinco años sin verse. Venían de otras partes de Suiza, pero también de Grecia, Italia, Alemania, Inglaterra y Francia. Encantado con el resultado, publicó, en julio, el primer número de Alexandrie Info, que señaló el nacimiento de la AAHA. Publicado dos veces al año, en junio y diciembre, el Cahier de l’AAHA da numerosas informaciones. Lamentablemente, la última página, dedicada a anunciar el fallecimiento de los alejandrinos del periodo cosmopolita, se ha quedado pequeña. Por lo tanto, desde 2010, el obituario empieza en la penúltima página. ¡Han surgido delegaciones de la AAHA en treinta y un países de los cinco continentes! A sus miembros les gusta reunirse regularmente. Los alejandrinos de la región de París que así lo desean se juntan para comer el segundo jueves del mes. Antes alternaban almuerzo y cena, pero renunciaron a esta última porque a los que vivían en las afueras y ya eran mayores les resultaba difícil llegar a tiempo o simplemente llegar a la cita. De media son unos cuarenta, pero en algunas circunstancias han alcanzado el centenar, como he podido comprobar con agrado.

En 2001, invité al famoso novelista egipcio Gamal Ghitani[10], que estaba de paso en París. La reunión le impresionó, con mayor razón por cuanto pronto se dio cuenta de que muchos de los participantes eran judíos. Me confió entonces: “Es extraordinario; que yo sepa, los originarios de El Cairo, Bagdad o Damasco no se reúnen así. La expulsión de los judíos de Egipto fue un error muy grave.” Le contesté que la culpa era imputable a Guy Mollet, que promovió una operación militar junto con los británicos y los israelíes para dar respuesta a la nacionalización de la Compañía Universal del Canal de Suez en 1956. Guitani replicó: “No, Nasser tenía razón al nacionalizar el canal, pero se equivocó al expulsar a esos inocentes. Los judíos de Egipto son parte de nuestra historia y nuestro patrimonio. Es una enorme pérdida.”

Tras un cuarto de siglo de repliegue en sí misma, Alejandría entró en una fase de renovación[11]. Se efectuaron excavaciones subacuáticas, sobre todo a cargo de Jean-Yves Empereur, para rescatar vestigios olvidados durante demasiado tiempo. También se han llevado a cabo otras obras, como la Universidad Senghor, cuya creación se decidió en la Cumbre de la Francofonía de Dakar de 1969. Denominada oficialmente Universidad Internacional de la Lengua Francesa al Servicio del Desarrollo Africano (UILFDA), e inaugurada en 1990, acoge estudiantes del África negra y se mantiene así fiel al cosmopolitismo. El gobernador Mohamed Abdel Salam Mahgoub, apodado Mahboub (el Bien Amado), emprendió un gigantesco movimiento de renovación durante su mandato de 1997 a 2006.

Termino con lo más importante: el símbolo hecho realidad. Vínculo con su ilustre pasado y proyección hacia el futuro, la Biblioteca Alejandrina[12], edificada en el emplazamiento del Museion de los Ptolomeos, fue patrocinada por la Unesco y la Unión Internacional de Arquitectos. Los organizadores me invitaron a asistir a la presentación de las obras en 1990[13] y luego a una visita organizada del 21 al 25 de abril de 2002 y a su inauguración oficial, el 16 de octubre, a cargo del director, Ismaïl Serageldin. ¡Es una maravilla! Su arquitectura, audaz y original, tiene la forma de un largo cilindro con un diámetro de 160 metros. Truncado en bisel para evocar el sol naciente, mide 32 metros de altura. A los lados, la decoración reproduce todos los tipos de escritura del mundo. Esta biblioteca, de 85.000 m2 de superficie, quiere ser la “Memoria del Mediterráneo” y puede albergar 8 millones de volúmenes, 100.000 manuscritos, 10.000 libros raros y 50.000 mapas y planos. Trilingüe (árabe, inglés y francés) y multimedia, utiliza tecnología punta. El arquitecto Mohamed Awad, un amigo muy querido, ha librado durante treinta años un combate ejemplar para preservar el patrimonio urbano de Alejandría. Ha conseguido salvar de la destrucción hermosos edificios del siglo xix y principios del xx. Profesor adjunto en la Facultad de Ingeniería de la Universidad, ha sido nombrado director del Centro de Investigación de Alejandría y el Mediterráneo de la Biblioteca de Alejandría, donde dirige la exposición permanente del mismo nombre, compuesta por múltiples obras, del siglo xvi hasta el xx. En el tercer milenio de nuestra era, el octavo para Egipto, este edificio hace de nuevo realidad el sueño de saber universal de los Ptolomeos.

Claudine Rulleau, mi esposa, ha donado a la asociación Les Amis de la Bibliotheca Alexandrina, de la que somos miembros, un ejemplar de cada cien de los sesenta y cinco títulos publicados por Éditions Sindbad con el fin de mantenerse fiel a la memoria de Pierre Bernard, su fundador y director, fallecido en 1995. Con motivo de la inauguración, hice donación de mis diez primeros libros, algunos de ellos escritos con Claudine y, posteriormente, de diez más cuando me invitaron a dar una conferencia; finalmente, algunos se los he enviado por correo. El 11 de marzo de 2012, Lamia Abdel Fattah, directora interina de la biblioteca, me envió esta carta: “En nombre de la Biblioteca Alejandrina, quiero darle las gracias por habernos donado las dos obras tituladas La Méditerranée, berceau de l’avenir e Islam & Coran.” Unos regalos que, por supuesto, son modestos en comparación con la donación histórica de 500.000 obras ofrecidas, en abril de 2010, por la Bibliothèque Nationale de France; no obstante, ¡son el testimonio de mi simpatía como alejandrino que soy! 

Notas

[1]Olivier Poivre d’Arvor, Alexandrie Bazar, París, Ed. Mengès, 2009.

[2] Christian Jacob y François de Polignac (dir.), París, Ed. Autrement, 1992.

[3] André Bernand, Alexandrie la Grande, París,Hachette Pluriel, 1996.

[4] Reeditado por Fayard, París, 2010.

[5] La véritable histoire de la bibliothèque d’Alexandrie, París, Desjonquières, 1986.

[6] Henry Ayrout, Fellahs d’Égypte, El Cairo, Éditions du Sphinx, 1952.

[7] Presentación crítica de Constantino Cavafis, seguida de una traducción completa de sus poemas por Marguerite Yourcenar y Constantin Dimaras, París, Gallimard, 1958.

[8] París, Clancier Guénaud, 1988.

[9] Su web www.aaha.ch es muy rica en contenido.

[10] En 1993, recibió, a propuesta mía, el Premio de la Amistad Franco-Árabe por Epître des destinées, París, Éditions du Seuil, 1993.

[11] Paul Balta, «La Renaissance d’Alexandrie», en Les nouvelles frontières d’un monde sans frontières, Plein Sud,Cahier n° 2, Éditions de l’Aube, La Tour d’Aigues, enero de 1997. Mi primer título era más modesto, «Le Renouveau d’Alexandrie», pero el editor, impresionado por los ejemplos que se citaban, optó por «Renaissance».

[12] www.bibalex.org

[13] Bibliotheca alexandrina, livre d’or de la première session, París, Unesco, 1990.