La protección del paisaje natural en la cuenca mediterránea es necesaria no sólo para la salvaguardia de la diversidad biológica, sino también para la preservación de la identidad cultural. Ésta, enriquecida día a día gracias a los flujos migratorios, implica un trabajo de aprendizaje y respeto al medio ambiente en un entorno de convivencia y mantenimiento de las tradiciones locales. Muchas organizaciones trabajan en esta línea contemplando diversas vertientes: comercio justo, turismo sostenible o buenas prácticas agrícolas y alimentarias. Con el objetivo de reconocer sus esfuerzos, la Fundación Anna Lindh otorga cada año el Premio Euromed para el diálogo, que en 2010 ganó la asociación Friends of the Earth Middle East por su trabajo en el valle del Jordán.
El lago de Garda siempre ha inspirado a los mejores poetas de todos los tiempos. Wolfgang Goethe se adueñó del pueblo de Malcesine, el poeta latino Gayo Valerio Catulo tenía una quinta en la península de Sirmione y Gabriele D’Annunzio convirtió el Vittoriale de Gardone en el museo de su vida. Situado en la región ecogeográfica de los grandes lagos prealpinos, el lago muestra los signos de la biodiversidad mediterránea y alpina. Junto a las celebraciones de santos y patronos, varias fiestas populares llevan asimismo los nombres de este patrimonio natural: la fiesta del ciclamen, la fiesta del albur (Alburnus alburnus alborella, un pequeño pez de lago), la fiesta de los pajaritos o la fiesta de los olivos. Sin embargo, las cosas han cambiado profundamente.
Hoy día, los pescadores suelen ser magrebíes o bengalíes, y ya no pescan albures porque, como su población se ha reducido drásticamente, las autoridades se han visto obligadas a decretar, por primera vez en la historia, la prohibición de pescar; en su lugar, en las fiestas populares, se pueden pedir gambas congeladas, probablemente pescadas en Asia. Con frecuencia, los inmigrantes son los encargados de recoger la aceituna; en las tiendas el aceite tiene que hacer frente a la competencia de aceites producidos a escala industrial en otras regiones o países; los halcones ya no pescan las culebras del lago, y los poetas ya no vienen en busca de calma, mientras que los adolescentes sólo saben localizar el lago por su proximidad al mayor parque de atracciones italiano: Gardaland.
Para simbolizar los nuevos desafíos de la salvaguardia de la naturaleza que nos conciernen, he querido comenzar este artículo con uno de los lugares que mejor conozco, ya que ha sido la cuna de mi infancia. Ya no es cuestión simplemente de proteger ciertos espacios de la urbanización y la industrialización salvajes. Claro está que se trata de eso (mi país ostenta la triste primacía de tener el nivel más alto de producción de cemento y consumo de suelo de Europa, junto con España), pero también cabe añadir la pérdida de la identidad territorial, la pérdida de la memoria de los lugares, la simplificación de la diversidad biológica y la superposición de comunidades culturales y étnicas diferentes. Hoy en día, es necesario trabajar para recuperar la diversidad biológica valorando la diversidad cultural, que se enriquece día tras día con los desplazamientos y los flujos migratorios, algunos de los cuales están provocados por las crisis ecológicas o las perturbaciones climáticas.
A este respecto, la formación de las conciencias y el aprendizaje desempeñan un papel muy importante porque mediante la sensibilización podemos enseñar a los jóvenes, que a menudo han crecido en un medio urbano o artificializado, a amar la naturaleza o lo que queda de ella. Asimismo, debemos enseñarles a vivir la exposición al contacto con jóvenes oriundos de otros países o culturas como una riqueza y una oportunidad de vida. La palabra que me parece más apropiada para definir este doble desafío es la del aprendizaje relativo a la coexistencia entre los hombres, y entre el hombre y la naturaleza. Tomemos la tasa de crecimiento demográfico y de urbanización en el Mediterráneo, y comparémosla con la de la reducción de la biodiversidad; veremos que las cifras siguen direcciones inversamente proporcionales.
Aunque los climas mediterráneos —caracterizados por veranos secos e inviernos húmedos— sean muy raros y sólo estén presentes en el 2 % de la superficie de la tierra, estas regiones albergan el 20 % de las especies vegetales del planeta. Asimismo, el mar Mediterráneo sólo representa el 1 % de la superficie marina del planeta, pero, según los científicos, contiene entre el 7 y el 15 % de la biodiversidad marina global. Greenpeace ha estimado que, solamente imponiendo vastas reservas marinas (la organización propone treinta y dos en el Mediterráneo) podremos contrarrestar el efecto destructivo combinado del recalentamiento del mar y de la explotación humana de sus recursos.
Por otro lado, la densidad demográfica y las zonas urbanas en esta cuenca han aumentado considerablemente en los últimos años: ¡entre 1990 y 2000, la expansión urbana en las regiones mediterráneas ha afectado a una superficie que corresponde más o menos a la mitad de la extensión del Líbano! Y todavía podemos añadir algunos datos: Naciones Unidas considera que en 2030 el porcentaje de la población urbana será del 94,6 % en Israel, del 93,9 % en el Líbano o del 92 % en Libia, en comparación con el 76,1 % de Italia, el 81,6 % de Portugal o el 82,2 % de Francia.
Los movimientos migratorios de personas en busca de una vida mejor siguen siendo igual de importantes, y cuestionan los principios que caracterizan a una comunidad nacional, así como las relaciones entre las comunidades de origen y las de acogida. A esto cabe añadir las previsiones respecto al cambio climático en la región, que amenazan con sequías más frecuentes y temperaturas medias netamente superiores, ocasionando transformaciones radicales de los paisajes agrícolas y las economías locales. Según el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, en Europa la vulnerabilidad será particularmente significativa en el sur, y la región mediterránea quedará expuesta a estaciones extremas (veranos calientes y secos, e inviernos templados), precipitaciones cortas e intensas (tempestades de viento, lluvias torrenciales), y cambios lentos y profundos (aumento del nivel del mar). La población de las ciudades sufrirá especialmente debido al empeoramiento de la contaminación atmosférica, la reducción de las cosechas y la erosión de las zonas costeras.
Algunas orientaciones
A la luz de estos acontecimientos, me gustaría proponer algunos elementos de reflexión de fondo. Primero, el desarrollo socioeconómico debe incorporar el principio del «límite», invirtiendo en aquellos sectores que reducen el impacto antrópico sobre el medio ambiente y sus recursos. Me gusta mucho el concepto de «neguentropía» utilizado por el premio Nobel Ilya Prigogine. Partiendo de la segunda ley de la termodinámica, Prigogine dice que el hombre acelera la muerte física del planeta por medio de la disipación de la energía y creciente dispersión de la materia; es decir, por la transformación de los recursos energéticos naturales (yacimientos de hidrocarburos, bosques, etc.) en calor, y por la conversión del orden de los equilibrios naturales —garantizado por el almacenamiento natural del dióxido de carbono en el subsuelo— en desorden, lo que se manifiesta en el recalentamiento y la polución. Si la naturaleza actúa como un agente que ralentiza la muerte natural del planeta frente a una estrella que se apaga, el sol —creando las estructuras y los mecanismos que rigen la vida y, por tanto, trabajando como un motor «neguetrópico»—, el hombre acelera el avance de la entropía, como si fuera un meteorito que libera sus efectos catastróficos en pequeñas dosis. El mineralogista Vladimir Vernadskij, que hizo popular el término «biosfera», al considerar que el crecimiento económico conlleva una disminución de la energía utilizable disponible y de la complejidad de los ecosistemas de la Tierra, ¡equipara la especie humana a una fuerza geológica «entropizante»!
En mi opinión, practicar el «límite» en el desarrollo socioeconómico significa, pues, actuar como un motor «neguentrópico» para reducir la velocidad de la destrucción de los equilibrios en los que se basa la vida en la Tierra: la descontaminación, las redes comerciales en «kilómetro cero», la movilidad con baja emisión de dióxido de carbono, las inversiones en eficacia energética, la producción de bienes manufacturados con materias reciclables, la reconstrucción de los paisajes y ecosistemas, la reducción del consumo de agua, la activación de los ciclos industriales con alta intensidad de empleo y baja intensidad de energía, la recuperación de la biodiversidad como fuente de atracción turística, los servicios colectivos de reparto de instrumentos y prácticas, la fiscalidad ecocontable, etc., son algunas de las facetas de este nuevo camino. Pensamos en un modelo de desarrollo que, en lugar de crear «externalidades» costeadas por el medio ambiente y la sociedad, las reduzca. Hace ya mucho tiempo asistí a una extraordinaria conferencia del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, hombre de iglesia, poeta y político, que describía a los hombres como «polvo de estrellas». Venimos de las estrellas, del misterio de la creación de la vida, y por ello tenemos que aprender a aceptarnos. Llevamos la grandeza en nosotros, porque somos los hijos de las estrellas, pero dicha grandeza se medirá según nuestra capacidad de volvernos pequeños, porque no somos indispensables para las estrellas. En términos más poéticos, esto es lo que significa incorporar, aceptar el «límite» como una frontera de progreso, y no como un obstáculo para el desarrollo. De todos modos, si no lo hacemos, la guerra por el petróleo o el agua y la especulación financiera será lo que aniquilará nuestros avances.
En segundo lugar, la gestión de los flujos migratorios no puede seguir disociada del desafío ecológico. Ya no podemos decirnos que debemos hacer todo lo posible para que los inmigrantes se queden en su casa creando empleo en los países de origen si se trata de un desarrollo depredador, o, en otros términos, «entrópico». Antes bien, debemos conseguir que los protagonistas de los flujos migratorios se sumen a este cambio del modelo de desarrollo. Los inmigrantes llegan a nuestros países para huir de la miseria y beneficiarse de unos niveles de consumo que pretenden ser ilimitados. En vez de ser explotados en los campos de tomates o en las tenerías, los inmigrantes podrían convertirse en actores de la reconversión económica no sólo con su mano de obra, sino también con su potencial creativo; innovando para restablecer un cambio equitativo entre las comunidades de acogida y las de origen. Las redes de comercio justo (fair trade) ya asocian a inmigrantes en sus circuitos. A través de espacios comerciales independientes e integrados, que desempeñan también un papel de información y sensibilización ante los desafíos del desarrollo, estas redes favorecen la consolidación de sectores de producción agrícola o artesanal sostenibles y socialmente justos en los países de origen de los inmigrantes. El economista franco-polaco Ignacy Sachs inventó el término de self-reliance al estudiar nuevas pistas para el desarrollo de los países terceros: una comunidad tiene que saber partir de los recursos disponibles in situ, aprendiendo a explotarlos de forma sostenible, y luego abrirse al comercio mundial, si las condiciones productivas lo permiten y las necesidades locales ya están satisfechas. El concepto de self-reliance parte de la idea de que las comunidades cuentan con sus propias fuerzas y desarrollan sistemas territoriales que valoran los recursos de su territorio de manera sostenible, a través de circuitos económicos y sociales endógenos.
El debate en curso sobre la deuda exterior debería tener en cuenta esta dimensión; la política de anulación de la deuda de los países terceros debería estar vinculada a la asociación entre las comunidades de inmigrantes implantadas en los países acreedores y el desarrollo de los países deudores. Los inmigrantes deberían convertirse en agentes activos que facilitaran la implantación de circuitos económicos virtuosos en los países de origen endeudados, a condición de que estos circuitos se basaran en la preservación de los recursos naturales, la defensa del medio ambiente y la promoción de redes de economía equitativa.
La tercera reflexión atañe al papel de la cultura y el diálogo intercultural. Pasar de un modelo de desarrollo depredador a un modelo «neguentrópico» implica un cambio radical de mentalidad y, por tanto, la construcción de una cultura de la igualdad entre el hombre y la naturaleza, y del respeto al patrimonio ecológico, que está en la base de toda ética y estética. La producción cultural debe, pues, convertirse en intérprete de esta nueva cultura de la coexistencia entre el hombre y la naturaleza, a través de todas sus artes, y ha de preparar el terreno para una revisión pacífica y «alegre» de los estilos de vida. Éste es el punto más difícil: tenemos que aprender a vivir el sentido del «límite» y de la limitación de los recursos no como un obstáculo para nuestra realización, nuestro placer y nuestros derechos de consumidores, sino más bien como una nueva frontera sobre la cual deberá inscribirse la satisfacción personal y el progreso colectivo. La percepción del espacio que el coche ha ocupado en nuestras vidas es un indicador de este giro. Hace veinte años, el cierre de ciertos espacios urbanos a la circulación privada se vivió como una limitación de nuestros derechos de ciudadanos, como un obstáculo para la vida comercial, y como una complicación suplementaria para nuestra gestión familiar. Los comerciantes levantaban barricadas y declaraban guerra a los ecologistas porque, según ellos, querían «volver a la luz de las velas». Hoy, a menudo son los propios comerciantes los que desean estar rodeados de zonas peatonales, y la bicicleta de ciudad ha pasado a ser un status symbol. Wim Wenders, en su magníficapelícula Hasta el fin del mundo, representa a Berlín como una ciudad de ciclistas, ofreciendo un bosquejo artístico del cambio de mentalidad que se está imponiendo. Actualmente, la «vuelta a la luz de las velas» podría convertirse en el manifiesto de un nuevo movimiento cultural y artístico. Lentius, Profundius, Suavius, es decir, «más lento, más profundo, más suave», era el eslogan del fundador del movimiento verde en Italia, Alexander Langer. En estas palabras, que contienen una fuerza de atracción y un espíritu artístico extraordinarios, se esconde lo opuesto de todo aquello que, según nosotros, constituían los principios del orgullo occidental: la velocidad, la homologación y la competición.
Desde esta perspectiva, el diálogo intercultural debe desempeñar un papel importante, no como efervescencia folclórica sino para mostrar la belleza que hay en el hecho de ser diferentes, y en comer y hablar de otro modo. Las prácticas del diálogo intercultural deben convertirse en estrategias para unir a las personas que tienen creencias o identidades diferentes, a fin de crear alianzas transculturales para abordar juntos los desafíos ecológicos y sociales que nos rodean. El diálogo debe ser un instrumento para actuar sobre el terreno y para forjar nuevas mentalidades, en la línea de una ciudadanía regional. Si hay razón para pensar en una identidad mediterránea, dicha identidad ha de estar alimentada por una sociedad civil transcultural que «socialice» los grandes problemas de la región y que utilice las diferencias culturales para abordar cuestiones como la democracia y la protección del clima, o la paz y el reparto equitativo de los recursos, para de este modo intercambiar buenas prácticas y soluciones. La Fundación Anna Lindh patrocinó en 2007 la iniciativa EuroMed Big Jump, en colaboración con la European Rivers Network, que consistía en reunir, en el mismo día y a la misma hora, a grupos de personas en una decena de rincones del perímetro mediterráneo para hablar de cuestiones de desarrollo y contaminación en un clima festivo: junto a participantes de la orilla norte, participaron tres organismos de la orilla sur (Association des Enseignants des Sciencies de la Vie et la Terre, de Tánger, Sustainable Development Association, de Alejandría, y Friends of the Earth Middle East, de Jordania, Palestina e Israel), en un esfuerzo de compartir la preocupación ecológica más allá de las diferencias culturales y políticas. Ésta es tan sólo una de las vías para la acción intercultural que hemos contemplado.
Las buenas prácticas
Las buenas prácticas innovadoras que van ganando terreno son muchas, siguiendo las vías de trabajo que acabo de esbozar, en particular gracias a la iniciativa de una sociedad civil activa que está a favor del medio ambiente y de la revisión del modelo de desarrollo en la región. En primer lugar, cabe citar el trabajo de los movimientos que fomentan el decrecimiento. El decrecimiento es un concepto socioeconómico que explica que el crecimiento económico, entendido como un aumento del Producto Interior Bruto, no conlleva un mayor bienestar ni mayores posibilidades de supervivencia de los seres vivos. El principal axioma del decrecimiento consiste en que los recursos naturales son limitados y que, por tanto, no podemos imaginar un sistema consagrado al crecimiento infinito. La mejora de las condiciones de vida debe, pues, obtenerse sin aumentar el consumo de recursos. Los movimientos a favor del decrecimiento proponen reorganizar la colectividad para que la disminución de la producción de bienes y mercancías no implique una reducción de los niveles de civilización, sino todo lo contrario, para que sea sostenible desde un punto de vista ecológico, social y político. En Italia, encontramos, por ejemplo, la Asociación por el Decrecimiento y el Movimiento por el Decrecimiento Feliz, que están organizados en redes y operan a través de círculos dentro del territorio.
Cabe señalar también el trabajo de organismos como la Fundación de Cultura Islámica o Slow Food, que tratan de preservar los paisajes de la identidad mediterránea y las prácticas agrícolas sostenibles como herencia común y fundamento de la estabilidad ecológica y social de la región. La Fundación de Cultura Islámica, con sede en Madrid, trabaja actualmente en los paisajes culturales del Mediterráneo y de Oriente Próximo, y en particular en la elaboración de un convenio apropiado, que pasa por tres etapas: un análisis del marco de protección jurídica de los paisajes existentes, en cooperación con científicos, administraciones locales y organismos de la sociedad civil; la creación de un inventario de los paisajes culturales, a partir de los jardines históricos, y la promoción de un marco jurídico global coherente. La Fundación de Cultura Islámica ha sido clasificada entre los mejores cinco finalistas del Premio EuroMed de Diálogo 2010, concedido por la Fundación Anna Lindh.
Por su parte, Slow Food interviene para preservar la biodiversidad rural y la soberanía alimentaria de los pueblos, convirtiéndolas en una alternativa a la industria agroalimentaria que homologa los paisajes, destruye las civilizaciones rurales y empobrece la dieta (su nombre evoca la antítesis de la cultura del fast food). La organización, nacida en Italia, ha contribuido a reforzar la conciencia política de los movimientos rurales en todo el mundo contra el poder de las multinacionales agroalimentarias, así como el sentido de responsabilidad del consumidor occidental. Carlo Petrini, su fundador, se pronunció repetidas veces sobre la preservación de los suelos y la moratoria de la industria del cemento como opciones estratégicas para enderezar la economía: «Entre 1990 y 2005, hemos sobrepasado los dos millones de hectáreas de suelos agrícolas muertos o cubiertos de cemento. […] Desde 1950, hemos perdido el 40 % de la superficie libre de nuestro territorio; tan sólo la región del Véneto ha visto crecer su superficie urbanizada en un 324 %, mientras que su población ha aumentado en el mismo período un 32 %. […] Desgraciadamente, a pesar de que el paisaje sea un derecho constitucional según el art. 9 de la Constitución italiana (un caso único en Europa), la legislación en la materia se deja en manos de las regiones y las municipalidades, lo que produce confusión, infinitos debates y amplios márgenes de maniobra para los especuladores. La cuestión se combina perfectamente con la crisis general que vive la agricultura desde hace algún tiempo. Según Eurostat, la remuneración de los agricultores en 2010 ha disminuido un 3,3 % con relación al año anterior y un 17 % con relación a 2005, lo que invita a los campesinos a bajar los brazos y ceder sus terrenos a la especulación de la construcción y la industria de la energía. […] Acordémonos de que al defender la agricultura, no defendemos un mundo antiguo y superado, sino que defendemos nuestro país, nuestras posibilidades de hacer comunidad a nivel local, así como un futuro que todavía nos depara un bienestar real y mucha belleza. Por este motivo, ha llegado el momento de decir «¡Basta!», porque hemos llegado a un punto sin retorno; así pues, me gustaría proponer una moratoria nacional contra el consumo de suelo libre».[1] En respuesta a este llamamiento, acaba de constituirse un movimiento nacional llamado Stop al Consumo del Territorio, a fin de impulsar campañas de sensibilización y llevar a cabo acciones políticas.
El Observatorio del Paisaje de Cataluña es, en cambio, una realidad bastante consolidada, que trata de guiar a la administración catalana y de sensibilizar a la sociedad local en materia de paisaje, actuando a través de la definición de criterios de acción pública, la elaboración de estudios y de trabajos de investigación sobre el paisaje, la clasificación de los paisajes existentes y de las propuestas para la protección, recuperación, gestión y planificación de estos últimos. Creado en 2004 tras la aprobación de una ley regional sobre el paisaje que se inspira en el Convenio Europeo del Paisaje, el Observatorio es un consorcio público que podría servir de modelo para otras realidades territoriales en la región.
Entre las iniciativas que tratan de establecer unas relaciones económicas y comerciales más justas entre las diferentes comunidades del Mediterráneo, me gustaría mencionar la red de comercio justo y ciertas iniciativas para un turismo socialmente responsable. A pesar de que el fenómeno del fair trade se ha desarrollado en el Mediterráneo más tarde que en los países anglosajones y los países de Europa central, en particular porque la tradición de la solidaridad internacional era más débil, el movimiento crece considerablemente día tras día. Aunque está organizado principalmente en redes de organismos sin ánimo de lucro, cada vez más incluye al sector privado (cadenas de supermercados o tiendas). Hoy, el comercio justo alcanza en Italia un volumen anual de negocio que roza los 13 millones de euros. Entre los agentes principales de algunos países mediterráneos, cabe mencionar a CTM Altromercato y Botteghe del Mondo en Italia, Intermón Oxfam y Alternativa 3 en España, las tiendas Artisans du Monde y la marca Max Havelaar en Francia, y Cosmos Art en Grecia. Estas estructuras no comercializan exclusivamente productos de la orilla sur del Mediterráneo, y por desgracia no existe todavía un marco euromediterráneo de comercio justo que reagrupe todas las iniciativas de economía solidaria de la región. No obstante, pueden representar la base para un nuevo movimiento regional de reflexión y acción sobre desarrollo e identidad.
En la vertiente del turismo, se está imponiendo una nueva generación de agencias, con el fin de promover una forma de viaje socialmente responsable, de bajo impacto ecologista y atenta a las culturas de los países visitados. El operador alemán Studiosus está desde hace quince años a la vanguardia en este ámbito. Además de promover una política de gestión responsable de la empresa y una serie de propuestas de viaje que se apartan de las rutas tradicionales, Studiosus financia proyectos de mejora de las condiciones de vida de las poblaciones locales, de defensa del medio ambiente y de preservación de la herencia cultural en los países de destino de sus clientes. Entre los veinte proyectos financiados en 2009, ocho afectan a países de la cuenca mediterránea, entre los que podemos destacar un proyecto de repoblación forestal de la colina de Galani, cerca de Olimpia (Grecia), la restauración de una estación ferroviaria en el parque de la Paz a orillas del río Jordán (Palestina-Israel), el apoyo a una escuela en el valle de la Becá (Líbano), o la restauración de una antigua fuente en Damasco (Siria). Con frecuencia, los clientes que viajan con Studiosus pueden visitar estos proyectos y de este modo crear nuevas redes humanas con las comunidades beneficiarias de los proyectos. Studiosus organiza también foros de viajeros para ampliar los intercambios culturales con las comunidades de los países visitados. En estos foros participan empresas, asociaciones ecologistas, alcaldes o personalidades del mundo de la cultura que discuten sobre las oportunidades y los riesgos del desarrollo del turismo en su región (tres de los seis foros de 2009 se organizaron en el Mediterráneo).
El trabajo sobre las mentalidades y costumbres frente al desafío ecológico ha encontrado un nuevo referente en la plataforma CultureFutures. La plataforma se constituyó tras la última Cumbre del Clima de Copenhague, gracias al empeño de varios institutos nacionales de cultura de países europeos, y tiene como objetivo equipar la cultura para preparar a la sociedad en vistas a una transformación ecológica. CultureFutures sugiere que el 40 % de una transición positiva hacia una edad ecológica depende de los cambios culturales, es decir, de los cambios en la manera en que los ciudadanos ven y organizan sus propias vidas. Su misión se define del siguiente modo: «La cultura es un catalizador del cambio comportamental, social y estructural. La cultura forma parte de nuestra vida diaria y los agentes culturales (como los artistas, educadores, arquitectos o deportistas), por su propia función, influyen en la vida de la gente y gozan de su admiración y su confianza. Así pues, los agentes culturales pueden actuar allí donde otros actores no pueden hacerlo:
- dotando de sentido, al contar y traducir los mensajes de la transformación ecológica,
- creando espacios e infraestructuras para dialogar, reflexionar y saborear la transformación,
- contrastando las narrativas contrarias a la transformación, y
- construyendo puentes entre lo local y lo global, y entre la intimidad y la externalidad».
CultureFutures considera que ha llegado la hora de que los agentes culturales ofrezcan un liderazgo colectivo y un compromiso duradero para alcanzar la edad ecológica antes del año 2050. Es la primera vez que los agentes culturales asumen en primera línea la responsabilidad de conducir los cambios sociales en vistas a proteger el clima. Aunque desde el principio en la plataforma hubiera instituciones europeas como el Goethe-Institut, el Instituto Cultural Danés o el British Council, la organización sigue buscando socios en la otra orilla del Mediterráneo.
Me gustaría también hablar sobre las redes que, aunque no actúan específicamente en el Mediterráneo, introducen enfoques innovadores en la relación entre la cultura y la ecología. La primera de ellas es la Alianza de Religiones y Conservación, que ayuda a las grandes religiones a construir sus propios programas medioambientales basándose en sus creencias y prácticas, y que intenta edificar una plataforma interreligiosa para cuestionar los principios del dominio del hombre sobre la creación, un dominio que tantos males ha justificado y permitido en el seno de diversas familias religiosas. Fundada en 1995, la Alianza trabaja con once importantes confesiones religiosas, y promueve proyectos concretos o iniciativas educativas que reúnen a representantes del clero y a movimientos ecologistas de carácter secular. Asimismo, la Alianza facilita los contactos ecuménicos, poniendo de relieve la herencia teológica común para la defensa del medio ambiente.
Dentro de las familias religiosas, el esfuerzo constante de la orden franciscana hacia la afirmación de una teología del respeto por la creación merece una mención específica. Desde 1979, san Francisco de Asís está considerado por la Iglesia católica como el patrón de la naturaleza y de los ecologistas. Fiel a las enseñanzas del santo, la orden tiene una misión especial a favor de la protección de la creación, y por ello educa a sus monjes en el trabajo a favor de la justicia medioambiental, actuando «políticamente» ante las Naciones Unidas, guiando la conciencia ecológica de las parroquias, abordando la dimensión ecologista en su trabajo ecuménico, o cooperando con asociaciones ecologistas. Dado que los franciscanos también asumen la responsabilidad de salvaguardar diversos lugares santos en Tierra Santa, su presencia en Oriente Próximo confiere a su misión en favor de la creación una importante significación en su vida cotidiana, hecha de coexistencia interreligiosa.
En el mundo de los artistas, se está consolidando una nueva generación de artistas ecologistas; es el caso de las redes Green Museum y Art Nature Project XXI. En particular, la primera red, nacida en 2001 a partir de una iniciativa conjunta europea-estadounidense, reagrupa a artistas en favor del medio ambiente que comparten su obra y su creación artística, inspiradas por el compromiso ecologista, a través de una herramienta en línea de intercambio y debate. La red agrupa actualmente a más de 120 artistas de 17 países diferentes. También están tomando cuerpo otras iniciativas artísticas piloto mediterráneas; cabe mencionar el trabajo de la asociación italiana Carovana, que desde hace una década trabaja sobre el tema del arte y el medio ambiente, el proceso creativo y las terapias naturales, la percepción humana y las nuevas estéticas de residencia. Utilizando la danza, el teatro, las artes visuales y la música, la asociación realiza siempre espectáculos en contextos no convencionales, de fuerte impacto simbólico, con el fin de que el público se integre en el espacio de la representación, para hacerlo reflexionar sobre las cuestiones que suscita la relación entre el hombre y la naturaleza, entre el medio ambiente y la cultura o entre la mente y el cuerpo. Han trabajado, por ejemplo, en minas, espacios naturales o barrios urbanos amenazados por la especulación inmobiliaria, o en islas que albergaban antiguas penitenciarías y se han transformado en parques nacionales.
Acción política y sociedad civil
El contexto político de la Unión por el Mediterráneo (UpM), a pesar de las dificultades que el proyecto de integración está viviendo estos días y de las complicadas perspectivas de éxito de los movimientos revolucionarios por la democracia en la región árabe, debería constituir un espacio de acción y reflexión para la transformación ecológica de nuestras sociedades. Ahora bien, la misión de la UpM se focaliza sobre algunos ámbitos específicos, entre otros, «el medio ambiente», pero no comprende una visión política global en vistas a la sostenibilidad. A pesar de la naturaleza estrictamente intergubernamental de la máquina institucional, es deseable que la sociedad civil organizada pueda «interferir» en las elecciones intergubernamentales de inversión que se llevarán a cabo. Éste es el caso del trabajo de la unidad mediterránea del World Wide Fund for Nature, que pretende federar a las ONG que trabajan en favor del medio ambiente en ambas orillas del Mediterráneo para influir sobre las decisiones de la UpM. Una reunión celebrada a finales de junio de 2011 en Barcelona entre una cuarentena de ONG en defensa del medio ambiente con la Secretaría de la UpM ha permitido poner en marcha la idea de crear un grupo permanente de coordinación, que pueda desempeñar funciones de presión, consulta y formación sobre las instancias de la UpM, para que las inversiones en los ámbitos de la descontaminación, la biodiversidad y la energía aspiren a la sostenibilidad ecológica.
La red Regional Environmental Center, que tiene su sede en Budapest y que en los últimos años ha contribuido a la difusión de buenas prácticas de educación medioambiental en los países de Europa central y oriental, realiza también un gran trabajo pedagógico a escala regional, dirigiéndose actualmente a los países de la orilla sur del Mediterráneo, y ofreciendo sus servicios para formar a las administraciones locales y a los actores de la sociedad civil en la práctica medioambiental. La red, que dispone de delegaciones en 16 países de Europa central y oriental, también ha abierto una oficina en Turquía. Regional Environmental Center trabaja en el ámbito de la gobernanza medioambiental (herramientas educativas, salud y medio ambiente, desarrollo del sistema legislativo y su aplicación, gobernanza local, participación ciudadana, academia del desarrollo sostenible) y la economía verde (biodiversidad, energías limpias, financiamiento medioambiental, movilidad y transportes, gestión de las aguas). En 2010, esta red ha quedado en segundo lugar en el Premio Euro-Med para el diálogo de la Fundación Anna Lindh, que estaba dedicado al diálogo en favor de la sostenibilidad ecológica.
El primer lugar de dicho premio fue para Friends of the Earth Middle East por el trabajo en defensa del valle del Jordán realizado entre ecologistas jordanos, palestinos e israelíes. Su enfoque integrado de la explotación sostenible del río es la mejor respuesta a la cuestión palestino-israelí, ya que cualquier resolución del conflicto político pasa por el reparto equitativo de los recursos naturales. Tras negarse a trabajar con las colonias israelíes de los territorios ocupados, que entre otras cosas tienen una enorme responsabilidad respecto al empobrecimiento hídrico del valle, la organización ha diseñado una línea clara, que le permite trabajar con organizaciones árabes. Su trabajo ha dado ejemplo y ha abierto el camino para otras posibles iniciativas medioambientales en zonas de conflicto, las cuales, como bien sabemos, son numerosas en esta zona.
Consideramos que la sociedad civil de la región, que se interesa en grado sumo por la transformación ecológica de nuestras comunidades, debe actuar conjuntamente para influir en profundidad en la agenda política, y hacer que por lo menos una parte de la producción cultural pueda conducir el trabajo hacia la sostenibilidad ecológica, partiendo de los primeros esfuerzos realizados en esta dirección por la Fundación Anna Lindh para el Diálogo entre Culturas, así como por muchos otros organismos. La cultura no tiene que contemplarse como una cosa aparte, abstracta, orientada más a las tradiciones del pasado que a los desafíos del futuro. Bien al contrario, la cultura debe verse también como un compromiso estratégico que reúna a políticos, científicos, activistas y artistas. El desafío de la coexistencia entre el hombre y la naturaleza requiere un esfuerzo a gran escala que vaya más allá de las divisiones sectoriales de las iniciativas que nacen a escala mediterránea. Frente al desafío histórico en favor de la supervivencia de la civilización humana sobre la Tierra, la cultura debe desempeñar su papel en tanto que instrumento de interpretación de la realidad y de transformación de nuestros códigos de organización social, así como nuestros mecanismos de producción de bienes, para que todos nosotros podamos «tomar las riendas de nuestro futuro» y, junto con este último, las de nuestros ecosistemas.
Notas
[1] La Repubblica,18 de enero de 2011.