La gestión del agua en el sur del Mediterráneo; o cuando la escasez virtual sirve para justificar la desposesión

Habib Ayeb

Social Research Center, Universidad Americana de El Cairo

En los países del sur del Mediterráneo, la escasez de agua se vive desde hace décadas de forma preocupante. A lo largo de los siglos, las condiciones físicas y climáticas de esta zona han obligado a los pueblos que la habitan a idear mecanismos que garantizaran la producción agrícola al tiempo que respetaban la biodiversidad vegetal del territorio. La supervivencia de los pequeños agricultores y, en general, de toda la población del sur del Mediterráneo ha estado siempre basada en la consideración del agua como un bien preciado y escaso. Sin embargo, en los últimos años han ido desapareciendo las infraestructuras hidráulicas tradicionales para dar paso, en nombre del progreso, a la sobreexplotación sin freno de los recursos naturales. Ésta beneficia únicamente a los inversores con intereses económicos en la zona y a los responsables políticos vinculados a éstos.


Desde hace varias décadas asistimos a una enorme contradicción entre los discursos alarmistas sobre una supuesta escasez de agua y una explotación cada vez más extendida e intensa de dicho recurso. Mientras se multiplican las publicaciones, anuncios, investigaciones y trabajos de los expertos, y las reuniones y conferencias, en el Mediterráneo la superficie de regadío se ha más que duplicado en los últimos 30 años. Conviene, por lo tanto, preguntarse cuáles son las razones de tal contradicción y descubrir qué se esconde tras la misma. Si nos centramos en los países del sur del Mediterráneo (en el norte el contexto es distinto, pero las prácticas son relativamente idénticas), en la problemática del agua encontramos cuatro actores principales: por un lado, los expertos y los responsables políticos; por otro, los inversores, aliados de los primeros y grandes beneficiarios de la escasez virtual, y los pequeños usuarios, los consumidores y los pequeños agricultores, que son los grandes perjudicados.

Los expertos son, en su mayor parte, unos «modernizadores» para quienes el desarrollo es sinónimo de un total «control» sobre la naturaleza y todos sus recursos. Para ellos no sólo hay que tirar al basurero de la historia todo lo que es antiguo y tradicional, o en el mejor de los casos relegarlo a los museos para mostrar «la ignorancia de los antiguos», sino que además esos «antiguos», «incapaces de promover el progreso», deben hacerse a un lado y dar paso a los expertos y a los inversores, que son los «únicos» que pueden garantizar el progreso colectivo. Todas las formas de desposesión y marginación se consideran un sacrificio necesario en beneficio del conjunto de la sociedad. De este modo, la práctica totalidad de los antiguos sistemas, infraestructuras y conocimientos hidráulicos han ido desapareciendo o están en vías de desaparición. ¿Dónde están las viejas asociaciones de usuarios del agua? ¿Dónde están las pequeñas parcelas tradicionales de los oasis? ¿Dónde están los pequeños canales, las khattaras (galerías subterráneas que podían alcanzar longitudes de decenas de kilómetros), esos sistemas de reparto del agua de riego que reciben la denominación de «peine» (mocht en árabe)? ¿Dónde están los oasis tradicionales alimentados por pozos artesianos? Ahora predominan las grandes áreas de riego intensivo destinadas a una agricultura de inversión, a menudo no alimentaria (flores, plantas ornamentales, y frutas y verduras fuera de temporada) y orientada a la exportación… ¿De dónde proviene el agua? Mediante técnicas modernas y recursos financieros, las aguas superficiales se movilizan con presas, canales y tuberías a presión, y las subterráneas, con sondeos a profundidades de varios cientos de metros. El resultado es el agotamiento de las fuentes, la alteración de la biodiversidad y la marginación de los pequeños agricultores, cuyos cultivos se desarrollaban mayoritariamente gracias a las lluvias y/o los pozos artesianos.

Los responsables políticos son los principales aliados de los expertos y los portadores y traductores de su discurso modernizador y catastrofista. Para ponerlo en práctica, cuentan con los inversores, que no se arredran ante ningún obstáculo a la hora de promover la tecnología moderna, ya que ello les reporta beneficios financieros y políticos. Aun cuando su discurso se haga eco del alarmismo de los primeros en cuanto a la escasez de recursos, sus prácticas y opciones colaboran activamente al despilfarro y la sobreexplotación. Al exportar sus productos, exportan en realidad considerables volúmenes de agua virtual.

Están, por último, los pequeños usuarios. Muchos consumidores no tienen ni siquiera un grifo en casa y a otros les sale muy caro. Como carecen de un acceso seguro al agua, se hunden en la marginalidad social y la pobreza. Pero los más perjudicados son, sin duda, los pequeños agricultores, que durante siglos habían logrado combinar la producción agrícola con la seguridad alimentaria, y una conservación y gestión bastante equitativas de los recursos con la protección de la biodiversidad vegetal y animal. Dondequiera que se registre un aumento de la agricultura de regadío, se reduce casi en la misma proporción la superficie de cultivo y el número de pequeños agricultores. Es un dato que se podría observar en proporciones similares en todo el sur del Mediterráneo: en la región de Gabes, al sur-este de Túnez, la superficie agrícola tradicional de los oasis se ha reducido a la mitad entre 1990 y la actualidad, en tanto que la superficie total de regadío de la región se ha duplicado. Desposesión, por un lado, y acaparamiento, por otro. Para algunos, eso se llama desarrollo y crecimiento económico y, para otros, marginación y empobrecimiento.

Durante la crisis alimentaria mundial de 2008, en ninguno de estos países bajaron las exportaciones agrícolas. Pero nadie pudo evitar los efectos de la crisis alimentaria. El balance más dramático fue el de Egipto: 15 muertos reconocidos por las autoridades de la época. Éste es el resultado directo de la contradicción entre los discursos sobre la supuesta escasez y las prácticas liberales de la sobreexplotación de recursos. Mientras tanto, se sigue afirmando que el agua es un bien escaso y que dentro de unos años se habrá agotado.