El cómic árabe, de la propaganda estatal del panarabismo a la irreverencia actual

Pedro Rojo

Arabista y presidente de la Fundación Al Fanar para el Conocimiento Árabe

La primera revista de cómic del mundo árabe, Samer, se publicó en Egipto en 1952. Desde entonces, la industria del cómic árabe ha seguido una trayectoria irregular, caracterizada por las dificultades propias del mundo editorial de la región y también por las dificultades concretas del mundo del cómic. Si bien en los primeros años el cómic árabe reflejaba las ideas de la arabización y el orientalismo, en los años noventa del siglo pasado los autores árabes tomaron la iniciativa y crearon sus propios héroes. Desde entonces, la mayoría de proyectos responden a intereses personales de sus creadores, jóvenes muy bien formados técnicamente y con influencias muy variadas. Esperemos que la consagración de la incipiente industria del cómic árabe llegue en 2018, cuando el Festival de Angulema (el más importante del sector en el mundo más allá de los superhéroes estadounidenses) le dedique su apartado temático.  


Varios años antes de que Tintín empezase a recorrer el mundo a través de los lápices de Hergé, los lectores árabes seguían las aventuras de Yamil, el personaje de Al Aulad, la primera revista seriada de cómic árabe de la que se tiene constancia, publicada en Egipto entre los años 1923 y 1932. Este experimento puntual sería precursor de la primera gran revista de cómics en el mundo árabe, la también egipcia Samer. Fundada en 1952 sus contenidos eran claramente un reflejo de su tiempo: el general Gamal Abdelnasser acababa de derrotar no solo a la monarquía títere que gobernaba Egipto, sino que saldría victorioso del enfrentamiento contra las antiguas potencias coloniales por el control del Canal de Suez. Alimentado por la Guerra Fría, el panarabismo de corte socialista vivía su momento álgido en esa parte del mundo.

Las historias, los dibujos y la línea editorial de la revista se pusieron al servicio de los principios del panarabismo, de los ideales antiimperialistas, entendiéndose como parte de la cultura popular que debía llevar masivamente a los niños los valores del nacionalismo árabe y colaborar a construir una identidad nacional. Publicada desde la editorial estatal Dar al Hilal, Samer fue sin duda la revista infantil más popular en el mundo árabe en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Su primer número vendió 50.000 ejemplares el día de su lanzamiento. La variedad de perfiles de los personajes convergen en el objetivo de educar en el sentimiento nacional, desde el joven Basil hasta Samira, una joven valiente que representa la fuerza e inteligencia como ideal que se intentaba transmitir como concepto de mujer comprometida también con la causa de la arabidad. Pero también se usaron personajes internacionales como Mickey Mouse, que creó un gran impacto, siendo hasta día de hoy una de las historietas más traducidas al árabe, tanto por editoriales oficiales como por webs de autores de cómic árabes deseosos de volcar a su lengua las aventuras de sus héroes favoritos, llegando a tener una revista propia, Mickey.

La entrada de nuevos autores y los cambios políticos tanto locales como regionales propiciaron una mayor autonomía de la revista. Sin duda, la incorporación en 1965 de Ahmed Hegazi, uno de los artistas más influyentes de la época, profundizó en esta nueva dirección. Sus tiras satíricas protagonizadas por un trío de irreverentes jóvenes destriparon a la clase política y la sociedad egipcia en un sano ejercicio de reírse de ellos mismos, tan propio por otra parte de la clase popular del país de El Nilo. De hecho, la utilización de personajes infantiles en situaciones de adultos (yendo a la guerra, combatiendo el crimen, curando heridos, etc.) con fines propagandísticos terminó por lastrar este tipo de publicaciones y solo han sobrevivido las que consiguieron recomponerse y adaptarse a un público cansado de recibir consignas y cada vez más expuesto a influencias múltiples.

De perfil similar a Samer pero con menos repercusión fue la libanesa Dunia Al Ahdaz, fundada en 1955 por la poetisa y autora de libros infantiles Loren Rihany, está considerada como la primera revista de cómic libanés. Con una periodicidad quincenal, la revista era distribuida en los colegios libaneses, por lo que el contenido estaba coordinado hasta cierto punto con los contenidos y objetivos escolares, incluida la vocalización de las palabras para ayudar a leer a los más pequeños. Al igual que el resto de revistas para niños, ideó una serie de personajes locales como Zarur y Farfur a través de los cuales poder conectar con los lectores. A pesar de tener un carácter más local, el idioma utilizado en Dunia al Ahdaz era el árabe clásico, como ocurría en el resto de publicaciones de la época. No ha sido hasta la última década que las variantes dialectales se han impuesto, como el árabe utilizado para escribir los bocadillos, no tanto de los tebeos para niños como los de adultos. En 1964, Dunia al Ahdaz se reconvertiría en Al Fursán pero solo seguiría publicándose hasta principios de los años setenta.

El dinero del Golfo proveniente del petróleo también ha hecho diversas incursiones en el mundo del tebeo. Cabe destacar la revista Mayid, creada en 1979 en Emiratos Árabes. Fundada por el artista egipcio Ahmad Omar, incorporó al icónico Ahmed Hegazi, que continuó su labor con la misma línea crítica desde el humor que le hizo conocido en Samer. El proyecto de Mayid, como lo fue antes Samer o en la actualidad Salaheddin, busca alcanzar a todo el público infantil del mundo árabe. Con una visión panarabista pero alejada de los ideales socialistas Mayid, toma su nombre del viajero árabe del siglo xv Ahmed Ibn Mayid. La revista ha sabido actualizarse a los nuevos tiempos incorporando a la versión en papel una web interactiva donde se pueden visionar cortos de dibujos animados de los principales personajes de la revista en papel.

Arabización y orientalismo

A pesar de la ola de nacionalismo y anticolonialismo que inundaba el mundo árabe durante las primeras décadas de su independencia de las potencias europeas, el peso de tantas décadas de colonialismo seguía presente en el imaginario cultural. El mundo del cómic no fue una excepción.

En la mayoría de las revistas que hemos mencionado pero también en otras como Sindibad, Osama, Al Katkot o Bissat al Rih aparecían historias de famosos personajes occidentales ya sean superhéroes o protagonistas de fábulas como Mickey, el Pato Donald o Alicia en el País de las Maravillas. Dependiendo del personaje y la editorial, se traducía no solo el contenido de los bocadillos, sino que también se arabizaban los nombres como, por ejemplo, en la edición árabe pagada desde los mismos DC Comics de 1938, en la que Clark Kent pasó a llamarse Nabil Fauzi y a enamorarse de Randa (Lois Lane). En otra versión posterior en el Iraq de los ochenta Superman pasó a llevar bigote (como la mayoría de los iraquíes) y una linterna dibujada en el pecho.

Uno de los personajes más traducido en el mundo árabe de la época fue sin duda Tintín, o Hammam en árabe. Pero, como decíamos, la generosa forma de entender el concepto de traducción no solo se limitaba al texto de los bocadillos y ocasionalmente a los nombres. También se arabizaban los personajes, asumiendo el papel de lo árabe impuesto por la versión exótica y orientalista de las antiguas metrópolis, donde se dibuja a los árabes como violentos, vagos, misóginos y a las mujeres como iconos sexuales y bailarinas ligeras de ropa. Sirva como ejemplo la versión árabe de Tintín y el cangrejo de las pinzas de oro, donde se sustituye al personaje negro que golpea al capitán Haddok por un árabe.

Superhéroes y heroínas árabes

Llamar a Batman y Robin Sobhi y Zajur no deja de ser una adaptación para intentar acercar personajes extraños a la cultura árabe. A pesar de los diversos intentos de las grandes empresas de comics estadounidenses como Marvel o DC Comics y algunas editoriales locales, ninguno ha cuajado ni ha tenido éxito ni continuidad. Pero no fue hasta los años noventa del siglo pasado cuando los autores árabes tomaron la iniciativa y crearon sus propios superhérores. Dibujantes que en muchas ocasiones procedían de las mencionadas revistas para niños vuelcan esa experiencia en la creación de superhéroes siguiendo el modelo estadounidense, pero intentando añadir una impronta árabe. La mayoría de estos proyectos responden a un interés personal de jóvenes creadores que han crecido leyendo este tipo de aventuras y desean crear su propio personaje. En 2004 se crea la empresa egipcia AK Comics, con la idea de hacerse con este nicho de mercado. La empresa es responsable de títulos como Zein, el último faraón o La princesa de la oscuridad, cuya protagonista Aya no se diferencia mucho de las voluptuosas superheroínas occidentales sin aportar nada específicamente árabe a la trama, que tampoco era nada original. Ninguno de estos dos productos consiguió mantenerse en el mercado más de seis números. El fracaso de este proyecto, como el de otros muchos similares en la región, lleva asociados seguramente factores intrínsecos, como el mencionado problema de originalidad, pero otros estructurales del sector como la extremadamente débil red de distribución a nivel panárabe, además del fragmentado mundo de los lectores del cómic en la región. Algo similar le ocurrió al jordano Suleiman Bajit, quien fundó en 2006 Aranim, una empresa de cómics y juegos online. A pesar de un primer éxito con algún juego para redes sociales de temática árabe y una serie de propuestas novedosas e implementadas con una gran calidad técnica como el personaje Nar, la empresa dejó de funcionar en 2011. Otra iniciativa personal de gran calidad pero carente de continuidad han sido los libros de Jinn Rise. Una historia de fantasía mezclada con extraterrestres y orientalismo creada en 2012 por Sohaib Awan con la idea de aunar lo mejor de Occidente y de Oriente Próximo.  Gold Ring, creado por el emiratí  Qais Sedki y dibujado por el japonés  Akira Himekawa, fue el primer manga producido en el mundo árabe. Narra las aventuras de Sultán, un joven emiratí  y su halcón, a pesar de la gran cobertura mediática y la historia atractiva disponible en inglés y en árabe, sólo consiguió publicar dos números entre 2009 y 2012. El mismo carácter perecedero tuvo Sarab.co, el primer cómic árabe interactivo, donde sus aproximadamente 2000 lectores decidían cómo debía continuar la historia.

También hay historias de éxito y perseverancia como, por ejemplo, la heroína Malaak, creación de la libanesa  Yumana Medlech, afincada en Londres, que desde su aparición en 2006 ha conseguido publicar con regularidad las aventuras de esta joven en la guerra civil libanesa. Disponible en inglés y francés, la autora ofrece una serie de contenidos extras para versiones impresas y de pago en formato de libro electrónico. También autoeditada y de protagonista femenina es Qáhera (Cairo en árabe, que significa «La Victoriosa»), una heroína musulmana que viste velo y vestido largo, al contrario que Malaak, cuyo traje ajustado tiene una clara influencia de los comics estadounidenses. No en vano Deena Mohamad, su joven autora, asegura que su personaje combate la islamofobia y la misioginia. Su destacado dibujo consiguió compensar un guión facilón para hacerse con uno de los premios en el festival de Cómic de El Cairo 2015.

Pero, sin duda, el gran éxito del mundo del cómic árabe ha sido la serie Los 99. Creada en 2006 por el psicólogo kuwaití Naif Al Mutaway, basando sus personajes de 99 nacionalidades distintas en los 99 nombres de Alá ha conseguido en menos de una década crear una franquicia que no solo produce tebeos a un ritmo estable (en árabe e inglés), sino también una serie de dibujos animados que en la actualidad se ve en televisiones de más de 70 países. Algunos de los elementos que explican el éxito de este proyecto, reconocido por Barack Obama cuando era presidente de EEUU, ha sido la originalidad de la idea, saber encontrar el punto medio entre exotismo y credibilidad en sus personajes, además de haber contado con profesionales veteranos en el mundo de los superhéroes, como Fabian Nicieza o Stuart Mooreel.

Cómic alternativo

Más allá de los superhéroes o del manga hay un productivo espectro de artistas creando novelas gráficas, historias cortas de cómic, proyectos comunes como revistas, fanzines o trabajos publicados en internet que son el reflejo de una nueva generación de jóvenes árabes muy bien formados técnicamente, con una gran creatividad y una serie de influencias muy variadas, lo que se refleja en el riquísimo universo de estas nuevas creaciones. Los dos principales polos de este nuevo cómic árabe son Beirut y El Cairo, pero también en Túnez y Casablanca están asentándose grupos de jóvenes autores muy interesantes.

En 2007 aparece en Líbano la revista Samandal, deudora del trabajo de los talleres Jad Workshop. Estos talleres están liderados por Jad, nombre artístico de George Juri, cuyo álbum Carnival fue una suerte de cómic adelantado a su tiempo. A pesar de que los talleres que creó cuatro años después no cuajaron, sí se pueden considerar como los cimientos para la generación que explotará alrededor de Samandal, marcando el despertar del actual cómic árabe. Pero las influencias son tan variadas como las trayectorias personales de cada uno de los autores. Una de sus fundadoras, Lena Merhech, es lectora asidua de la escuela francesa, como se puede apreciar en sus historias que han dado lugar a una novela gráfica Yogur y Mermelada (2011).  Otro de sus fundadores, Fuad Mezher, asegura que para él sus principales influencias vienen igualmente de más allá del mar, de Europa y Estados Unidos, pero también del trabajo en red con artistas locales e internacionales. Su contribución en Samandal con la serie The Educator basado en un estilo claro de blancos y negros con pocas concesiones a los grises, ha sido una de las mejor recibidas por los lectores. La revista comenzó como un medio para compartir historias en Beirut, pero rápidamente se extendió y cuenta en sus casi 20 números publicados hasta ahora con colaboradores de lugares tan distintos como Egipto, Emiratos, Jordania, Alemania, Bélgica o Brasil. El proyecto de Samandal es más que una revista, pues también realizan actividades educativas relacionadas siempre con el mundo del cómic y la creatividad.

Un producto parecido pero de carácter genuinamente egipcio y con menos aspiraciones literarias es la revista Tok Tok. Su número cero salió a la calle durante el principio de la revolución egipcia, en enero de 2010, aunque el proyecto ya llevaba más de un año fraguándose. Su fundador y actual coordinador, Mohamed  Shennawy, se confiesa no muy interesado en los cómics de superhéroes, sino más influido por trabajos de dibujantes egipcios como Mishel Maaluf y Fawaz, que marcaron la época de los años ochenta. La gama de influencia en esta generación más joven es más amplia, pues tienen acceso, gracias a internet y a una mayor facilidad para viajar, a obras más diversas. Tras el triunfo de la revolución egipcia, Shennawy asegura que «trabajamos con un mayor espíritu de libertad, creíamos que con la revolución podíamos decir cualquier cosa con nuestra revista, pero finalmente decidimos ir subiendo poco a poco el listón del atrevimiento para ir comprobando la respuesta de nuestros lectores». La experiencia es positiva, pues la temática se ha ido ampliando en sus trece números, incluyendo temas más políticos, historietas con sexo, drogas e incluso algún escarceo con la religión. Estas iniciativas han inspirado otras de diversa calidad como las también egipcias Garage, Jarich al Saitara, Autoestrad o el fancine Zine el Arab, editado desde Jordania, pero respaldado por el grafitero egipcio Ganzeer. De similar perfil pero con sus peculiaridades locales son Lab619 (Túnez), Skefkef (Marruecos) o más recientemente Masaha (Iraq).

Incipiente novela gráfica

En este marco creativo han surgido proyectos personales de mayor extensión, como la catalogada como primera novela gráfica árabe Metro, del egipcio Megdi al Shafaai, pero también Ciudad junto a la tierra, del libanés Jorj A. Mhaya o la argelina Fatma emparaguada de Mahmoud Benameur, Soumeya Ouarezki y Safia Ouarezki. A pesar de que Metro ha sido traducida al inglés e italiano o Ciudad junto a la tierra al francés, las únicas novelas gráficas árabes publicadas en España hasta el momento han sido traducidas desde el francés. Antes de que llegasen los exitosos volúmenes de Árabe del futuro, del arabófobo francés de padre sirio Riad Sattouf, la editorial Sin Sentido apostó por las obras de la libanesa Zeina Abirached. Abirached usa un lenguaje visual muy geométrico, en blanco y negro, con cierta similitud a la autora de Persépolis, por lo que en alguna ocasión ha sido apodada la Satrapi árabe. Finalmente, en 2017 se podrá leer en España la primera novela gráfica árabe traducida de este idioma de la mano de Ediciones de Oriente y el Mediterráneo, que va a publicar la citada Yogur y mermelada de Lena Merhech.

Egipto también cuenta con algún álbum posterior a Metro como el onírico libro Ana wa Ana de Mishel Hana y Rania Amin, compuesto por una serie de ensayos literarios ilustrados. También de una dibujante egipcia, A.S. Selim, es 18 yauman, escrito por Ramy Habib, en el que se narran con un guión pobre pero con dibujos interesantes de inspiración manga los 18 días que tardó el presidente Mubarak en dimitir desde el comienzo de la revolución egipcia. En 2013, se publicaron en Líbano dos novelas gráficas que tienen como epicentro Beirut, una es Beyrouth de Barrack Rima y la segunda Ikht hal balad: chou b7ebbo de Zina Mufarrich, ampliación de su exitoso blog sobre la sociedad libanesa que refleja la historia de amor y odio de su autora con la ciudad.

A pesar de estas publicaciones puntuales, la incipiente industria del cómic árabe no ha conseguido escapar a las dificultades propias del mundo editorial de la región en general y las concretas que atañen al mundo del cómic. Solo teniendo en cuenta estas estrecheces se puede entender que apenas se hayan publicado una decena de monografías en la última década en todo el mundo árabe. A pesar de que ha aparecido alguna editorial dedicada específicamente al cómic, no han conseguido publicar con regularidad ni hacerse un hueco en las librerías árabes. Los títulos que han conseguido ver la luz son fruto de la conjunción del tesón y la vocación de los autores y la determinación de valientes editores como Dar Onboz en Líbano o Dalimen en Argelia.

Política y género en el cómic árabe

«Dios, la patria, el rey» son los tabúes bien conocidos en Marruecos, y de los que no escapan el mundo del cómic, según la ilustradora Zineb Benyelún. En Líbano la triada sería «sexo, religión y corrupción», enumera Lena Merhech, coordinadora del último número de Samandal (2016) que versa precisamente sobre sexo. Ella sabe muy bien lo que es la censura, pues ha sido condenada por una historieta satírica sobre insultos cristianos. Tras cinco años de juicio, tanto ella como otros dos miembros de Samandal fueron condenados a pagar una multa de 6.000 euros o dos años y nueve meses de cárcel por «ofensa a la religión».

Desgraciadamente, no es el primer caso de censura o enjuiciamiento contra autores de cómic árabe. Aunque se trate de un arte minoritario y casi marginal en la región, su capacidad de tratar cuestiones candentes de forma muy directa, con un lenguaje visual que puede ser muy contundente, hace a esta forma de expresión extremadamente influyente y, por lo tanto, peligrosa para las rígidas instituciones que apuestan por el inmovilismo.

La juventud y el desparpajo de la mayoría de sus autores otorgan frescura a estas creaciones que conectan con su público más cercano. Casi sin excepción, los nuevos tebeos para adultos en árabe están escritos en dialecto: libanés, marroquí, egipcio, etc. Una decisión que sus autores aseguran haber tomado de forma natural y que es ya por sí misma una acto de rebeldía contra el orden establecido de la literatura árabe donde escribir en dialecto es casi una abominación y un ultraje al fusha, el árabe clásico.

Las revoluciones árabes abrieron un horizonte de libertades que reforzó la espontaneidad de la nueva hornada de autores de cómic árabes. Las contrarrevoluciones y, especialmente, el golpe de Estado en Egipto del mariscal Sisi, han intentado revertir o cercenar la libertad con la que escogen los temas a tratar. Como recuerda Salah Malouli, alma máter de la revista marroquí Skefkef, «cuando sucedieron los ataques contra Charlie Hebdo, todo el mundo esperaba o casi exigía que sacásemos un número sobre ello, pero no era lo que a nosotros nos interesaba trabajar en ese momento. Seguimos nuestra dinámica interna». Esa dinámica, marcada por lo más concreto pero que termina convirtiéndose en universal por la honestidad con la que se tratan los temas, ha convertido al cómic árabe en un vehículo vigilado por la censura.

Cuando en 2007 se publicó Metro, en un primer instante pasó desapercibida e incluso logró el visto bueno del comité de censura que aprobó su publicación.  Posteriormente fue secuestrada de las librerías y tanto el autor como el editor multados por publicar un desnudo femenino en el libro. La feroz crítica que hacía la novela a la corrupción absoluta que campaba a sus anchas en el Egipto de Mubarak encontró en ese desnudo la excusa perfecta para prohibir el incómodo cómic que empezaba a tener éxito y que solo volvió a las librerías egipcias tras la revolución. Las autoridades egipcias se apoyaron entonces en lo que parece todavía hoy un consenso general en las sociedades árabes en torno al tabú de hablar de sexo en público.

Recientemente pasó algo parecido con la novela ilustrada Istijdam al Hayat al describir en el capítulo 6 de la parte escrita una escena de sexo explícito. Su autor, Ahmed Nayi, ha pasado casi un año en la cárcel de los dos a los que fue condenado en primera instancia. Estos casos y el número de Samandal dedicado al sexo no son más que la constatación de que cada vez son más los autores los que se atreven a dibujar y escribir sobre este tema, que interesa de forma natural a todos los jóvenes del mundo. Con este atrevimiento, poco a poco van desplazando las líneas rojas: «No somos suicidas que vamos de frente contra nuestra sociedad, somos parte de ella. Como otros artistas que trabajan en este sentido, está claro que tenemos un impacto social», aseguraba Lena Merhech durante el encuentro de cómic independiente Rosoum, que tuvo lugar en Barcelona en noviembre de 2015.

Género en el mundo del cómic árabe

La polémica generada en torno a la discriminación de la mujer en los premios del Festival de Cómic de Angulema de la edición de 2015 puso en cuestión el mundo mayoritariamente masculino del cómic occidental. La repercusión de la polémica fue muy importante teniendo en cuenta que el Festival de Angulema es la mayor cita de cómic del mundo más allá del entorno de los superhéroes estadounidenses de Marvel y DC Comics.

Para sorpresa de propios y extraños, la situación en el comic árabe es bien diferente, pues la presencia de la mujer no es solo importante sino mayoritaria en algunos casos, como el último número de la revista tunecina Lab619. Al contestar sobre esta peculiaridad una de sus fundadoras, Noha Habaieb, asegura que ha sido un proceso natural de un entorno como el de los estudiantes de diseño o bellas artes, donde la mujer es predominante, donde tanto ellos como ellas son mayoritariamente jóvenes.

Más allá de servir para romper estereotipos sobre la mujer árabe el rol de las autoras de cómic en la incipiente industria del cómic árabe es fundamental, como autoras y como dinamizadoras de las distintas propuestas editoriales, dibujando y escribiendo sobre cualquier tema, no solo sobre cuestiones de género. La proyección y calidad de la incipiente industria del cómic árabe les ha valido el reconocimiento de instituciones europeas, que han financiado y apoyado iniciativas como el Festival de Cómic de Cairo. A pesar de que la presencia de autores árabes se ha convertido en algo habitual en los festivales europeos y se han producido exposiciones puntuales como la del festival de Erlangen (Alemania) en 2014 o «Cálamos y viñetas: cómic árabe en movimiento» en España, la consagración internacional del comic árabe llegará en 2018, cuando el Festival de Angulema le dedique su apartado temático.