Mediterráneo, imágenes fragmentadas

Maria-Àngels Roque

Directora de Quaderns de la Mediterrània

«El Mediterráneo no existe». Así inicia su artículo la escritora Najat El Hachmi que, sin embargo, más adelante manifiesta que la imagen del Mediterráneo forma parte de un imaginario hecho de intangibles muy cotidianos. Este debate no es nuevo, fue uno de los más importantes que sostuvieron los antropólogos, especialmente británicos, que trabajaron en los países que circundan este mar entre las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo.

Entre el norte y el sur, el Mediterráneo actúa como un espejo que reenvía invertidas las imágenes mutuas. El Mediterráneo reproduce un marco de enfrentamientos de poderes e ideologías opuestas, pero también es un laboratorio de larga duración en el que los diferentes pueblos y civilizaciones han compartido y adaptado sus creencias y sistemas participativos y de solidaridad. Relacionar la globalidad y la diferencia, así como percibir el espacio y la cultura en sus valores diacrónicos y sincrónicos, representa a menudo un conflicto de carácter ideológico para las dos orillas. Pensar en nuestra tradición y en sus elementos múltiples permite relativizar ciertas visiones que, a menudo, no son más que estereotipos.

¿Son las culturas locales? ¿Son una adaptación al territorio, a la ecología? Sí y no. La apropiación y la manifestación de una cultura específica se hacen a partir de un territorio concreto, pero no se puede jamás dejar de lado ni las mutaciones de valores, ni las aspiraciones de las personas que se producen en dichos territorios. Los conflictos consumen mucha energía; sin embargo, sirven con frecuencia para motivar los cambios que adaptan la sociedad y los recursos a una nueva realidad. La contemporaneidad de las culturas es asistir a sus propias mutaciones.

La mirada sobre el Otro cuenta con una larga tradición en el Mediterráneo. Primero, los  mitógrafos e historiadores grecolatinos; más tarde, los geógrafos árabes y, finalmente, los escritores y viajeros románticos europeos, dejaron sus observaciones fantásticas, realistas o morales sobre las tierras que rodean el mar Mediterráneo mucho antes de que el peso del «mediterraneísmo» cayese de forma casi exclusiva sobre las espaldas de la antropología académica. Desde los inicios de la disciplina, a finales del siglo xix, los mitos y las descripciones del Mediterráneo han sido ‒y lo son aún hoy‒ una fuente de reflexión y comparación, hasta el punto de convertirse en un espacio clásico en los estudios antropológicos.

Si bien es cierto que una parte de la antropología se desarrolló al lado del colonialismo, no es esta una disciplina a la que puedan atribuírsele, sin más, las barbaridades coloniales: la doctrina política o la economía, por ejemplo, tuvieron mucho más peso que la propia antropología, la cual, por lo menos, aportó un importante corpus que hoy sirve para conocer elementos de otras culturas que ninguna otra disciplina habría aportado. En cualquier caso, la antropología ha contribuido también a plantear reivindicaciones en un plano de igualdad por parte de las culturas sometidas o periféricas. No estamos hablando solamente de colonialismo; podemos aplicar la misma idea al Estado nación homogeneizador, «civilizador».

Resulta difícil describir una cultura sin tener en cuenta la alteridad, dado que los diferentes grupos humanos poseen especificidades culturales propias. En la valorización de una cultura se tiende a desarrollar un carácter etnocéntrico, de acuerdo con el concepto clásico de centro-periferia en relación al sistema o la posición dominante como vemos en algunos mitos griegos. En el interior de una civilización siempre existirán unas pautas que den una cohesión «civilizadora». Estas pueden consistir en paridades de tipo religioso, jurídico, político o económico.

Como manifiesta en este número el arqueólogo Vives-Ferrandiz, ni el mito ni el espanto son privativos de la edad moderna o contemporánea. Durante los diez milenios conocidos, la movilidad ha sido parte fundamental de la creación de lo que conocemos como Mediterráneo. Las hibridaciones, pero también la violencia, son elementos que se mantienen de forma paralela. En esta tesitura, el imaginario sobre el Mediterráneo es visto también, a través de la historia, como el regazo inclusivo de civilizaciones que, en un radio bastante extenso, han desarrollado nuevos periplos, aportando especialmente su cultura, su recuerdo, en órdenes diversos, muchas veces expresados por elementos estéticos y también por mitos, leyendas y rituales. El antropólogo británico Edmund Leach señaló esa parte comunicativa de la cultura en Cultura y comunicación (1978): «Si queremos comprender las normas éticas de una sociedad, debemos estudiar la estética». Porque si en sus orígenes los detalles de las costumbres pueden ser accidentes históricos, para los individuos vivos de una sociedad estos detalles nunca pueden ser irrelevantes, forman parte del sistema total de comunicación interpersonal dentro del grupo.

Nietzsche ha sido un gran impulsor de la observación de las culturas desde su ethos. En El nacimiento de la tragedia percibe la cultura griega clásica, y establece una aproximación discerniendo los valores que se manifiestan en su expresión artística. En esta obra describe cómo, durante la tragedia, el estado de civilización queda en suspenso: el hombre se identifica con el coro satírico, fundamento primitivo de la tragedia, y regresa a un estado anterior a la vida civilizada, donde coincide, en el éxtasis, con la voluntad de vivir universal.

La aportación de obras de artistas de diferentes países del conjunto euromediterráneo en la exposición Entre el mito y el espanto. El Mediterráneo como conflicto, parte de  las cuales ilustran los textos de este número, aportan la belleza, el horror y  la complejidad: imágenes fragmentadas que hoy nos provocan una imaginación del Mediterráneo como drama. Elementos apolíneos y dionisiacos que, como en el análisis nietzscheano, se impregnan de expresión dramática con la voluntad de ser un revulsivo sociocultural. Porque el arte, ya sea literario, plástico, audiovisual, cinematográfico, crea una empatía que nos acerca a la cultura del Otro, a la tragedia y a los anhelos, y nos incita a pensar en  nuestra propia cultura,  menos apolínea de lo que creíamos.   

Si las fronteras políticas y religiosas parecen rígidas, reflejándonos como en un espejo invertido, las prácticas cotidianas componen unas pasarelas que nos ayudan a reconocer, incluso en territorios aparentemente alejados, aspectos culturales compartidos, no necesariamente idénticos, pero sí relevantes. El motivo  histórico de la reflexión sobre el Otro y la mirada dramática de la coyuntura actual se dan cuando esas prácticas son denostadas o se incluyen en estereotipos totalizadores y no son percibidas como una aportación que puede encarnarse en el  futuro y ofrecer matices interesantes a los nuevos espacios globalizados.