Por oposición a la idea única de la lengua y la cultura del mundo anglosajón, es importante reivindicar la compleja y difícil diversidad mediterránea actual como una virtud, difícil de gestionar, eso sí, pero con la grandeza que conlleva la complejidad: saber mirar en los ojos del Otro, entenderlo y atenderlo, hacerse entender y hacerse atender. Con este objetivo se impulsó la gestación del Medimed, el único mercado de documentales euromediterráneos que existe hoy en día. El sistema de financiación de este mercado, que obliga a la coproducción, fomenta así el diálogo entre los productores de las dos orillas del Mediterráneo. Además, es necesario destacar la importante participación femenina que ha habido en este proyecto desde sus inicios, tanto en lo que respecta a directoras como a creadoras.
Cuando a Dani Karavan, artista plástico israelià, le concedieron en 2015 el Premi Nacional de Cultura de Cataluña por su monumento a Walter Benjamin, ubicado en Port Bou, exclamó: «¡Los olivos deberían ser nuestras fronteras!». Todos invocamos la mediterraneidad como un deseo y deberíamos considerar, desde las experiencias prácticas más que desde los voluntarismos, si ese deseo es posible.
Está claro que, más allá del paisaje, el clima y la mar salada, los mediterráneos solo podemos compartir lo que nos hemos encomendado por tierra y por agua gracias a la vecindad, desde mucho antes de que los aviones convirtieran a la gente de todo el mundo en vecinos. Pero antes de que eso pasara vivimos muchos años, muchos siglos de contactos, amores y odios al fin y al cabo, familiaridades y parentescos, y todo ello deja una serie de huellas epigenéticas que son las que adquirimos a través de la cultura, que se heredan y no se borran fácilmente. Algo muy bueno deben de tener esos contactos cuando la herencia cultural mediterránea es la que mayormente ha asumido como propia el potente e influyente, por ahora, mundo occidental.
Pero ¿qué epigenética hemos heredado de la cuna de la cultura occidental o, aún mejor, cuál nos queda?
¡Nombramos al Mediterráneo y nombramos un universo! Pero lo que es seguro es que el mar es un ágora de intercambios y que el agua equivale a fecundidad, y este mar nuestro ha sido atravesado en todas las direcciones culturales de la historia: del norte al sur; de Oriente a Occidente; por los árabes, judíos y cristianos; por el paganismo y la religión… Si no, ¿cómo entender que convivan la brujería y el mundo subterráneo con la ciencia, el nacimiento de las matemáticas y el pensamiento articulado, la invención de la lógica como instrumento de uso cotidiano y a la vez como sistema articulador de la idea del mundo? Todo eso dibuja una trama diversa y complejísima que abraza todas las virtudes de la complejidad. Por oposición a la idea única de la lengua y la cultura del mundo anglosajón, tan sujeto por otro lado a la herencia cultural mediterránea, tenemos que reivindicar la difícil diversidad mediterránea actual como una virtud. Difícil de gestionar, sí, pero con la grandeza que conlleva la complejidad: saber mirar en los ojos del Otro, entenderlo y atenderlo, hacerse entender y hacerse atender. Porque, al fin y al cabo, la complejidad hace a los seres humanos más generosos, más abiertos, más ricos y más sabios.
La cultura, para decirlo de una manera sencilla, es la principal característica que diferencia a los seres humanos de las bestias, porque impulsa el pensamiento crítico desde la emoción estética. Si dejamos a un lado la visión de la cultura antropológica, la clasificación de la cultura en artes diversos y bien definidos se establece en el Mediterráneo clásico. Ahora que tantas clasificaciones han saltado por los aires con la aparición de la inteligencia artificial y su infinita capacidad clasificadora, todo el mundo sigue sujeto a las disciplinas culturales definidas, igual que hicieron nuestros antepasados griegos. Lo único que hemos añadido a la escultura, la pintura, la arquitectura, la literatura, la danza y la música es el séptimo arte, el cine y, por extensión, el audiovisual, que ha resultado ser el arte que, al beber de todos los otros, ha sido más influyente en cuanto a difusión, por lo que llamamos la cultura de masas.
Desde la perspectiva de esta enorme influencia del audiovisual como herramienta de discusión y diálogo, y con ganas de ampliar el espacio que ocupábamos, en el año 2000, la Asociación Catalana de Productores Cinematográficos, que por entonces me tocó presidir, se sumó al APIMED, la Asociación Internacional de Productores Audiovisuales Independientes del Mediterráneo que se había constituido un año antes en Montpellier. Fijamos su sede en el Institut Català de la Mediterrània, que es como se llamaba antes del IEMed, y bajo el lema «Del Mediterráneo no hablamos, ¡lo hacemos!», creamos un mercado euromediterráneo de documentales en Sitges, con la ayuda de los planes Media de la Unión Europea, la Generalitat de Catalunya y el Ministerio de Cultura. Con esta idea tan antigua del ágora, el mercado de intercambio de ideas y proyectos, hemos reencontrado la sociedad civil del Mediterráneo.
Pronto hará dieciséis años desde que el Medimed empezó a funcionar, el único mercado de documentales que existe. La Unión Europea, que en términos de audiovisual pasó de potenciar la mediterraneidad a apoyar a los países del este, ha mantenido su firme apuesta por el Medimed, vistos los resultados conseguidos y el éxito de la iniciativa, tanto en la participación de los productores, unos doscientos cada año, como en el interés que ha suscitado en las televisiones compradoras.
El documental puede abarcar desde temas geográficos y antropológicos hasta aquello que lo hace más potente y atractivo para su difusión: el conflicto. Desgraciadamente nuestro mar, que no tiene mareas y, por tanto, debería ser un ejemplo de estabilidad, en realidad es un pozo de inspiración y una fuente que ha manado documentales importantísimos sobre los trágicos conflictos que tienen lugar en él, y que lo han transformado en una golosina de actualidad para todas las televisiones del mundo.
Pero lo que es motivo de interés y de estudio cuando vemos el listado de los trescientos documentales que se han producido a lo largo de los diecisiete años de su trayectoria es su sistema de financiación. Este sistema ha obligado, mediante la cooperación, a establecer un diálogo apasionante entre los productores de ambas orillas, para llegar a acuerdos no solo económicos, sino también temáticos. La coproducción entre israelíes y palestinos es habitual, y las amistades que se forjan cada año ponen de manifiesto la necesidad de estos mercados en los que los participantes se reencuentran con una periodicidad marcada, conocen las trayectorias de los otros y debaten cómo abordar temas de interés común, desde el punto de visto crítico que conlleva siempre el documental.
Otro aspecto interesante que hay que destacar del Medimed es el protagonismo femenino que encontramos al repasar los proyectos que se han llevado a cabo, por lo que respecta a la participación tanto de directoras como de creadoras. Se da la paradoja de que, como en los países árabes (excepto Egipto, que posee una gran industria audiovisual) el cine es un arte bastante reciente, las mujeres se han subido al carro en el mismo momento que los hombres. Así, el 30% de los proyectos de nuestro mercado están impulsados por mujeres, lo cual es absolutamente insólito si tenemos en cuenta la situación laboral de la mujer en muchos países del Mediterráneo.
Pero como decía Walter Benjamin: «No hay documento de civilización que no contenga a la vez un documento de barbarie». Por ello, no dudo de que, pasada la ilusión que nos despertaron las primaveras árabes, los próximos mercados estrán llenos de proyectos de documentales que narrarán el drama de los millones de refugiados que huyen de las dictaduras, guerras y atrocidades perpetradas en nombre de Dios que tiñen de sangre este mar que debería ser una balsa de aceite. ¡Ojalá, Inchallah, no tuviera que ser así! Entretanto, seguiremos haciendo Mediterráneo en vez de hablar solo de él, y lo haremos desde nuestra praxis de diálogo y cooperación que os ofrecemos con el corazón abierto.